ESPIANDO A MI MADRE MASTURBARSE Y COGIENDO
Este relato cuenta la experiencias de espiar a mi madre, cuando tenia aproximadamente 15 años y como me volvi adicto a hacerlo….
Mi historia se remonta a hace aproximadamente 8 años, cuando tenía entre 14 y 15 años, y mi madre, Catalina, unos 35 años. Ella era una mujer delgada, de cabello negro no muy voluminoso, pero con su encanto. Felizmente casada con mi padre, yo era el hijo del medio de tres hermanos. Uno ya vivía fuera de casa y mi hermana pequeña aún vivía con nosotros. Vivíamos en un rancho a las afueras de una ciudad en Colombia.
Normalmente, mi padre salía todos los días a trabajar y yo a estudiar. Sin embargo, durante las vacaciones, yo permanecía en la finca, realizando actividades cotidianas del campo. En un día típico de esos, mi labor era realizar unas divisiones en una zona alejada de la casa. Me fui casi al mismo tiempo que mi papá a su trabajo diario en la ciudad, llevando todo para no regresar sino hasta bien tarde a casa. Esos días, además, mi hermana estaba de vacaciones con una tía, por lo cual mi madre quedaba sola haciendo sus cosas en la casa y alrededor de ella.
Por cosas del destino, se me dañó la herramienta como a las 11 a.m., y me tuve que regresar. Normalmente hacía ruidos, pero ese día llegué por la parte trasera de la casa y, en el caso de mi madre, no me escuchó, por lo cual no la vi. Se me hizo raro, así que di vueltas por la cercanía de la casa pensando que estaría haciendo algo, pero nada. Así que me quité mis botas y, en calcetines, entré a la casa. Cuando iba pasando por la sala principal, que queda en conjunto a dos habitaciones, escuché pequeños gemidos y movimientos. En ese momento, pensé en una infidelidad de mi mama, pero al acercarme lentamente pude ver que solo era ella dándose una masturbada. No podía observar bien, pero sí oir, y me agaché a intentar mirar debajo de su puerta. Medio lograba ver cómo bajaba y subía sus piernas mientras se daba dedo o se metía lo que fuera en ese momento.
Lo que hice fue escuchar unos minutos, salirme y gritar en el patio: «¡Mama, usted sabe dónde está una herramienta?» Y hacerme el loco por los lados, haciendo que buscaba. Como a los dos minutos, salió sudada y en toalla, diciéndome que estaba ocupada y no me había escuchado llegar. Dijo que se iba a bañar porque estaba limpiando unos árboles. Ella se metió al baño, y yo corrí a la habitación, encontrando debajo de la cama un desodorante con un condón puesto y sus calzones empapados de una sustancia pegajosa y mojados. La visión de sus prendas íntimas, aún calientes de su cuerpo, me llenó de una excitación inexplicable. Podía imaginar cada detalle de lo que había ocurrido, su piel húmeda y su respiración acelerada, y eso solo intensificó mi deseo.
Después de eso, empecé a esa hora a hacer que me iba lejos, pero me ponía a ponerle cuidado. Los primeros días fueron perdidos, pero después le encontré como sus días de hacerlo. Era o lunes o jueves cuando se dedicaba y se daba bien rico en su conchita con el desodorante. La pasión, el morbo y la suciedad de esos momentos me tenían al borde, imaginando cada movimiento, cada gemido, cada sensación que ella experimentaba. La idea de su placer secreto, oculto bajo la apariencia de una vida cotidiana, me volvía loco de deseo.
Después de eso, empecé a buscar cómo espiarla, pero al comienzo solo la oía y me pajeaba hasta correrme, escuchando sus gemidos y el splash de su mano con su concha. La fantasía de su cuerpo retorciéndose de placer, de sus muslos temblando mientras se tocaba, me volvía loco. Imaginaba cada detalle, desde la forma en que sus dedos se movían hasta el sonido de su respiración entrecortada. La idea de que ella, mi madre, estuviera tan cerca y tan lejos a la vez, perdida en su propio mundo de deseo, me hacía sentir una mezcla de excitación y prohibición que me llevaba al borde del éxtasis.
Un día, decidí cambiar de táctica. En lugar de escuchar, me arriesgué a observar. Me coloqué en una posición estratégica desde donde podía verla claramente. Mi madre, Catalina, se movía con una gracia que nunca había notado antes. Su cuerpo, desnudo y vulnerable, me dejaba sin aliento. Su culo, firme y redondo, se movía rítmicamente mientras se tocaba. A veces, su concha estaba peludita, otras, completamente rasurada, pero siempre tentadora. La vi usar el desodorante, deslizándolo lentamente dentro de sí, sus gemidos llenando la habitación. Sus dedos, húmedos y resbaladizos, se movían con una precisión que me volvía loco. La observaba hasta que alcanzaba el clímax, su cuerpo temblando, sus muslos apretados mientras se venía, su jugo chorreando por sus piernas. Después, con una rapidez sorprendente, escondía sus calzones empapados debajo de la cama. La veía entrar en el baño, escuchaba el sonido del agua corriendo mientras se lavaba, y entonces, aprovechaba para coger sus calzones y, con ellos, pajearme, mezclando mi semen con sus jugos, creando un aroma que me volvía loco de deseo. Luego, con una precisión meticulosa, incineraba los condones en el patio, asegurándose de que no quedara rastro de su placer secreto, pero yo ya había grabado cada detalle en mi mente, saboreando cada momento de su sucio y delicioso secr
La imagen de mi madre, Catalina, desnuda y vulnerable, se grabó a fuego en mi mente. Sus senos, pequeños y naturales, se movían con cada embestida de mi padre, sus pezones erectos rozando contra su piel sudorosa. La luz tenue de la habitación resaltaba cada curva de su cuerpo, creando sombras que bailaban sobre su piel suave y tentadora. Mi padre, con una expresión de lujuria pura, la penetraba con fuerza, sus manos agarrando firmemente sus caderas mientras la follaba sin piedad. Sus gemidos llenaban la habitación, mezclándose con los sonidos húmedos de sus cuerpos chocando. Podía ver cómo su miembro, duro y palpitante, desaparecía dentro de ella, solo para reaparecer cubierto de sus jugos. La visión de su coño, hinchado y brillante, me volvía loco. Mis ojos se fijaban en cada detalle, desde la forma en que sus músculos internos se contraían alrededor de él hasta la manera en que su cuerpo temblaba de placer con cada embestida. Mi padre, con un gruñido final, se corrió dentro de ella, llenándola completamente de su leche caliente. La imagen de su semen chorreando por sus muslos, mezclado con sus propios jugos, era una visión que me excitaba y me hacía desear ser parte de ese acto prohibido y sucio.
Pero la noche no terminaba ahí. Mi padre, con una sonrisa perversa, la hizo girar y la puso a cuatro patas, exponiendo su culo redondo y tentador. Con una mano firme, la obligó a morder la almohada mientras él se posicionaba detrás de ella. La visión de su miembro, aún duro y brillante con sus fluidos, alineándose con su ano me hizo contener la respiración. Con un empujón decidido, la penetró por el culo, haciendo que su cuerpo se tensara y sus gritos amortiguados por la almohada se convirtieran en gemidos de dolor y placer. Sus caderas se movían con un ritmo implacable, follándola con fuerza, haciendo que su cuerpo se sacudiera con cada embestida. La piel de su culo, roja y marcada, era un testimonio de la intensidad de su acto. Podía ver cómo sus músculos se contraían, tratando de adaptarse a la invasión, mientras su padre gruñía de satisfacción. La visión de su semen, caliente y espeso, llenando su culo, era algo que nunca olvidaría, una mezcla de lujuria y prohibición que me volvía loco de deseo.
PARTE 2
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