Follada bajo el sol de Tequila
Bajo el sol inclemente y los ruidos constantes de la construcción, empezó a crecer en mí un deseo salvaje entre el jabón, el lavadero y las miradas furtivas de cuatro albañiles. Un viaje de fin de semana. Un calor sofocante. Cuatro hombres sudorosos. Y yo, dispuesta a todo..
Este verano estaba siendo un infierno de calor y aburrimiento. Vivir en Zapopan tiene su encanto, pero a veces me siento atrapada en la rutina, deseando un cambio, un escape. Recordé entonces que mis tíos de Tequila, Jalisco, me habían dicho varias veces que podía visitarlos cuando quisiera, que su casa era como la mía. Así que decidí tomarles la palabra y emprendí mi viaje en camioneta.
El viernes por la noche hice la maleta con algunas cosas que siempre llevo conmigo: mis dildos favoritos, lubricante y mi enema para limpiezas anales, porque para mí sentirme limpia es esencial, sobre todo cuando quiero disfrutar sin preocupaciones. También metí ropa fresca, perfecta para el calor del verano.
Cuando llegué a la casa de mis tíos, me recibieron con los brazos abiertos. La casa olía a limpio, a hogar, y me sentí al instante más tranquila. Nos sentamos a platicar y a ponernos al día; ellos estaban encantados de verme y yo feliz de estar ahí, rodeada de ese aire relajado que sólo el campo puede dar.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, se empezaron a escuchar ruidos fuertes desde la parte trasera de la casa. Mis tíos me contaron que estaban levantando un segundo piso en la casa de al lado, pegada a la suya, y que unos albañiles llevaban ya varios días trabajando.
—Alexa —me dijo mi tía entre sorbos de café—, tus tíos salen temprano al médico y luego a hacer la despensa. ¿Quieres venir con nosotros o prefieres quedarte?
El sol ya calentaba mucho y la idea de salir no me atraía en absoluto. Además, saber que esos hombres estaban cerca me despertaba una extraña curiosidad y algo más.
—Creo que me quedo a ayudar con la casa —contesté con una sonrisa—. Puedo lavar ropa, hacer un poco de aseo y luego, si quieren, salgo con ustedes.
Mis tíos me miraron con confianza y me desearon que me cuidara. Salieron de la casa y me dejaron sola en ese espacio que pronto se sentiría mío por completo.
El silencio quedó, sólo roto por los sonidos de la construcción y el calor que ya pesaba en el aire. Estaba sola, con mis pensamientos y ese cosquilleo que empezaba a crecer dentro de mí.
Apenas mis tíos salieron y cerraron la puerta, un silencio delicioso invadió la casa. Por fin sola. Me senté un momento en el sofá, escuchando a lo lejos los sonidos de la construcción detrás, como un zumbido constante, metálico, algo que comenzaba a despertar en mí ese calorcito que llevaba tiempo acumulando. Me mordí el labio sin querer. No era casualidad que me hubiera quedado. Ya desde anoche, cuando llegué, la idea de saber que había hombres trabajando ahí, en plena obra, encuerados bajo el sol, me rondaba la cabeza. Y ahora tenía la casa para mí sola. Qué peligro.
Me levanté decidida y me fui directo al baño. Lo primero que hice fue poner música desde mi celular, algo suave pero con ritmo, como para entrar en ambiente. Me desnudé frente al espejo, contemplando mi figura al natural. Me gustaba lo que veía. Mi piel blanca resaltaba más ahora que el sol empezaba a colarse por las ventanas. Mis pezones, rosaditos y erguidos por el ligero cambio de temperatura, parecían saludarme. Mi cintura delgada, mis caderas marcadas, mis nalguitas firmes… sí, estaba lista para ponerme linda.
Abrí mi maleta y saqué lo que había traído a propósito: mis juguetes, mi lubricante favorito, y mi kit personal de limpieza anal. Sí, lo acepto, soy una ninfómana. Me encanta jugar, explorar, provocar. Y por supuesto, cuando planeo algo, lo hago bien. Esta no era la excepción.
Antes de bañarme, me dirigí al baño secundario con todo lo necesario. Ahí, con la puerta bien cerrada, me hice una limpieza anal completa usando el enema que siempre llevo conmigo. Agua tibia, tranquilidad, paciencia… lo hice como siempre, asegurándome de quedar totalmente limpia por dentro. Sabía que si todo salía como lo imaginaba, no quería dejar ningún detalle al azar.
Después de eso, me metí a la regadera. Dejé que el agua cayera por todo mi cuerpo, deslizándose por mis senos, mi vientre, mi espalda. Me lavé con un jabón suave, perfumado. Me tomé mi tiempo. Me depilé con cuidado: axilas, piernas, y por supuesto, toda mi zona íntima. Quedé suave, lisa, perfecta. Cuando salí, me sequé con una toalla y apliqué crema humectante en todo mi cuerpo, masajeando lentamente desde los tobillos hasta el cuello, sintiendo cada curva, cada centímetro. Me encantaba prepararme así. Me daba poder. Me daba antojo de carne y sed de semen.
Fui al tocador y me arreglé el cabello, me lo solté completamente. Me maquillé con lo justo: labios ligeramente rojos, un delineado fino, un poco de rubor. Y me vestí con lo que ya sabía que iba a usar desde antes de venir a este viaje: un shortcito de mezclilla diminuto que dejaba a la vista la mitad de mis nalgas, una blusita blanca de tela ligera, muy corta, que dejaba ver mi ombligo y transparentaba un poco. Debajo, me puse un conjunto negro de encaje: brasier y tanguita. Para completar, unos Converse blancos. Me miré al espejo. Perfecta.
Antes de salir al patio, fui a la cocina y me serví cuatro caballitos de tequila. No quería emborracharme, solo soltarme, fluir. Me los tomé uno tras otro, sintiendo el calorcito recorrerme el pecho, la garganta, la entrepierna. Ya estaba cachonda y lubricando de excitación.
Con jabón, suavizante, ropa sucia y todo lo necesario, salí al patio trasero. Ahí estaba la gran pileta con el lavadero, y junto a ella, la lavadora automática. Me sentí emocionada. De fondo, los ruidos metálicos de los albañiles seguían presentes, cada vez más nítidos.
Comencé a separar la ropa: blanca por un lado, de color por otro. Encontré pantalones, camisas, ropa interior de mis tíos… y mientras lo hacía, me agachaba y me movía con naturalidad, sabiendo exactamente lo que estaba mostrando. Mi tanguita se marcaba claramente por debajo del short, y la blusa dejaba ver el encaje de mi brasier al menor movimiento. No hacía falta exagerar, yo ya sabía cómo provocaba sin siquiera mirar.
Sabía que me observaban. Lo sentía. Desde una de las ventanas podía ver el reflejo de lo que pasaba al otro lado: los albañiles habían bajado el ritmo, hacían pausas largas, hablaban entre ellos en voz baja, soltaban risas. Estaban atentos a cada paso mío. Y yo, fingiendo que no me daba cuenta, disfrutaba el efecto que causaba. La ropa giraba en la lavadora, y mientras tanto, yo tendía lo que ya estaba limpio. Mis movimientos eran lentos, sugerentes. Levantar los brazos, agacharme, ajustar mi blusa… todo era parte del juego.
Sabía que en cualquier momento alguno de ellos se animaría a decir algo. Y ese momento, lo estaba esperando con ansias.
El calor de Tequila no daba tregua. Me sentía húmeda por dentro y por fuera, pero no era solo el clima… era la mezcla de tequila en mi sangre, la soledad de la casa, y las miradas que sabía que se clavaban en mí desde la construcción trasera. Ellos pensaban que yo no notaba nada, pero cada vez que pasaba cerca del lavadero, escuchaba los murmullos, los silencios incómodos, las risitas ahogadas. Sabía perfectamente que les gustaba lo que veían.
Ya había terminado de tender la ropa de mis tíos, pero la camiseta blanca y el shortcito de mezclilla que llevaba puestos estaban algo húmedos por haberme salpicado, así que tuve la excusa perfecta para quitármelos y enjuagarlos también. Lo hice con toda la intención, claro. Despacio. Sensual. Me deslicé la blusita por encima de la cabeza, y luego bajé el short dejando que rozara suavemente mis muslos, dejando ver mi lencería negra de encaje. Me encantaba cómo contrastaba con mi piel clara, cómo se marcaba mi cintura, mis nalgas respingadas, y cómo se notaban mis pezones a través del brasier ajustado.
Apenas me quedé así, escuché la reacción inmediata.
—¡Mamacita! —soltó uno, sin disimulo.
—¡Güey, ven, asómate! —gritó otro—. ¡No mames, tienes que ver esto!
Yo fingí que no los escuchaba. Me acerqué al lavadero con mi ropita en las manos, jugué un poco con el agua, la espuma… y me mojé más a propósito. El encaje empezó a pegarse a mi piel. El brasier ya estaba más mojado que seco, y eso lo transparentaba aún más. Sentía las miradas quemándome la espalda, y eso me excitaba como no tienen idea.
Entonces, simulando un poco de titubeo antes de quitarme el sostén, volteé hacia la entrada de la casa para asegurarme que no viniese nadie y, después, me desabroché el sostén y lo dejé caer. Me quedé de espaldas, pero sabía que al menor giro, ellos lo verían todo. Y lo hice. Me giré, de lado, dejando ver mis senos al natural, firmes, pequeños, con los pezoncitos rosados y duros por el contraste del agua y el deseo.
Un silencio lleno de tensión se apoderó del ambiente. Y para coronarlo, deslicé lentamente mi tanguita hacia abajo, quedando completamente desnuda bajo el sol. Mi cuerpo brillaba, entre el agua, el sudor y el deseo. Me dirigí sin prisa al tendedero, colgando cada prenda mientras movía las caderas con naturalidad, dejando que mis curvas hablaran por mí.
Entonces, decidí mirar. Levanté la vista hacia ellos, con una sonrisita traviesa en los labios y los ojos entrecerrados. Me hice la tímida, cubriéndome apenas con mis manos.
—¿Qué tanto miran? —dije, divertida.
Uno de ellos soltó una risa nerviosa.
—Perdón, señorita… es que… está muy bonita.
—¿Sí? —dije, fingiendo sorpresa—. ¿Les gusta lo que ven?
Los tres asintieron sin dudar. Sus ojos me recorrían con hambre, y sus rostros no ocultaban nada.
—Pues si les gustaría divertirse un rato… estoy solita —les dije, ladeando la cabeza, mordiéndome el labio—. Si se animan, solo toquen el portón… y yo les abro.
No hubo que repetirlo. Desaparecieron en segundos y, poco después, escuché los toquidos en la entrada.
Caminé desnuda por el pasillo, segura, sintiendo cómo cada paso me encendía más.
Abrí el portón sintiendo el calor del metal en mi zona intima, quemaba ligeramente mi cuerpo, mostrando la mitad de mi silueta con vista a la calle. Ellos estaban ahí, cuatro figuras fornidas que me miraban como bestias hambrientas, con ojos llenos de morbo y ansias contenidas.
Me recorrieron de arriba a abajo, devorándome con la mirada, mientras sus respiraciones se hacían más pesadas y sus cuerpos se tensaban con un deseo primitivo.
Sin decir una palabra, los invité a entrar con una sonrisa pícara y una mirada cargada de promesas. Mis caderas se movían con una lentitud provocativa, cada paso un desafío, cada gesto una invitación al fuego que ya sentía arder dentro de mí. Ellos me siguieron con pasos seguros, respiraciones agitadas, y manos ansiosas que no tardaron en rozar mi piel.
Estaba yo a merced de esos cuatro sujetos. El primero alto, de hombros anchos y brazos marcados por el trabajo duro; el segundo, más bajo pero fornido, con una mirada que devoraba. El tercero lucía una barba espesa y desordenada, y el cuarto, con un tatuaje en el pecho bajo su camiseta sucia y sudada, tenía algo salvaje en la forma en que me miraba.
Al llegar a la pileta del patio, me recargué en ella y comencé a tocar mis senos y pezones duritos, mientras les preguntaba provocándolos:
—¿¡y entonces, solamente me van a ver o me van a coger!?
De inmediato, se dejaron ir sobre de mi como bestias, y pude sentir sus manos fuertes y toscas palpando mis muslos, rozando mis nalgas, mi piel erizándose bajo sus caricias. Una mano se atrevió a deslizarse hasta mis senos, pellizcando mis pezones rosados con hambre, haciendo que un gemido involuntario escapara de mis labios.
—Aaayyyy síii —susurré, arqueando la espalda, sintiendo la presión crecer.
El albañil barbón fue el primero en bajar la mirada hacia mis orificios, explorando con la lengua mi vulva y luego mi ano, probándome, mojándome con su boca voraz. Su lengua se movía experta, mezclando el dulce sabor de mi piel con su propio aliento caliente, mientras yo me entregaba entre sus dedos y su boca, gimiendo sin control.
Los otros tres me rodeaban, sus manos hambrientas buscando cada rincón de mi cuerpo, sus respiraciones pesadas y jadeos a mi alrededor aumentando la tensión en el aire.
Cuando el momento llegó, el albañil alto —el más fuerte y fornido de los cuatro— me tomó con decisión y fuerza. Me condujo hacia el lavadero de cemento, un poco bajito, perfecto para lo que tenía en mente. Me incliné con delicadeza, apoyando mis brazos y pecho en el borde frío y áspero, arqueando mi espalda para que mis nalgas se levantaran hacia el cielo, firmes y suaves, expuestas, invitándolo.
Él me agarró de las caderas con manos firmes, apretándome contra el lavadero mientras sus dedos se hundían en mi piel. Me jaló del cabello con fuerza, haciendo que girara la cabeza hacia atrás para mostrarle mi cuello y mi cara llena de deseo.
—Aaayyyy, que rico, más fuerte —gemí con voz temblorosa y jadeante—. Síii, así, no pares.
Su polla dura buscó mi entrada con hambre, y con un empuje decidido penetró mi vagina, haciendo que mis labios vaginales se abrieran para recibirlo, cálidos y húmedos, lubricados por mi deseo. El contraste del frío cemento contra mi piel y el calor de su cuerpo crearon una mezcla exquisita que me hacía temblar.
Cada embestida fue un vaivén fuerte, rápido y constante. Su cuerpo golpeaba el mío con potencia, sus manos apretando mis caderas para hundirse más profundo. Sentí cómo sus movimientos arrancaban gemidos profundos de mi garganta, mi cuerpo respondía temblando y arqueándose, entregado al placer brutal y absoluto.
—Aaauuu, sí, más, así —jadeaba, aferrándome al borde del lavadero mientras sus uñas clavaban un poco en mi piel—. Uffff, que rico, ufff, no pares, me vuelves loca.
Su ritmo era salvaje, un martilleo constante que golpeaba mi placer y mi resistencia. Me jalaba del cabello con fuerza, tirando de mí hacia atrás mientras me penetraba sin piedad, obligándome a mostrarle mi entrega total. Mi piel se erizaba, mis pezones se ponían duros, y mi vagina se apretaba alrededor de él, succionándolo con cada empuje.
Los fluidos que nos unían brillaban bajo el sol, mezclando su sudor con mi humedad, el sonido húmedo de nuestra unión resonando en el silencio del patio. Cada embestida era un golpe directo a mi placer, un choque intenso entre dos cuerpos que se consumían en deseo.
—Aaayyy, mmm sí, ufff, más fuerte, más profundo —jadeé, perdiendo el control, temblando, sintiendo el clímax acercarse con fuerza.
Su cuerpo se tensó, y con un gruñido de aviso, aceleró aún más, llevándome al borde de la locura. Me dejé caer más sobre el lavadero, abierta y vulnerable, mientras su semen caliente llenaba mi interior, inundándome con su calor y su esencia.
—Aaayyy, síii —susurré con voz entrecortada, sintiendo cómo su calor me envolvía—. Gracias… ufff.
Cuando terminó, me soltó con cuidado pero firmeza, dejándome temblando, apoyada en el lavadero con las piernas aún abiertas y el cuerpo henchido de placer y satisfacción. Miré hacia atrás, jadeando, esperando el siguiente, mi cuerpo aún palpitando por el deseo, lista para lo que siguiera.
El albañil bajito, se acercó con una determinación que hizo que mi piel se erizara de inmediato. Sin perder tiempo, tomó mis caderas con firmeza, elevándome un poco para que mis nalgas quedaran aún más expuestas, abiertas, ofreciéndole sin resistencia mi vagina, ese lugar que solo él iba a habitar ahora.
—Vamos, muéstrame lo mucho que te gusta —susurró con voz grave y cargada de deseo justo detrás de mí.
Incliné mi cuerpo sobre el lavadero, apoyando mis brazos y pecho contra el frío cemento, mientras él se colocaba detrás. Sentí cómo su mano me jalaba del cabello, apretando con fuerza, mientras su miembro comenzaba a rozar mi entrada vaginal, húmeda y lista para recibirlo.
Con un empuje firme y decidido, su pene entró en mi vagina, lento al principio, explorando, acomodándose dentro de mí, despertando cada fibra de mi cuerpo. El roce de su piel contra la mía, la humedad que nos unía, el aroma y el calor hicieron que mis gemidos escaparan casi sin control.
—Aaayyy síii —gemía mientras él comenzaba a moverse con un ritmo firme y profundo, llenando mi vagina con cada embestida— mmmm qué rico —susurraba entre jadeos, sintiendo cómo su cuerpo golpeaba el mío, sus manos apretando mis caderas, guiándome en cada vaivén.
Sus embestidas eran constantes y potentes, el vaivén perfecto para hacer vibrar mi vagina, para que cada roce dentro de mí se convirtiera en fuego puro. Sentí cómo la lubricación natural facilitaba cada movimiento, cada entrada y salida que me hacía retorcer de placer y soltar gemidos incontrolables.
—Aaauuu sigue así —jadeé mientras él aumentaba el ritmo, empujando más profundo— uffff me vuelves loca —mis dedos se aferraban al borde del lavadero, mi cuerpo entregado a ese placer vaginal intenso, absoluto.
El albañil no soltaba ni un segundo la firmeza en mis caderas ni el tirón de mi cabello, lo que hacía que cada embestida fuera aún más salvaje y excitante. Yo me movía con él, dejando que su ritmo me llevara, que cada golpe dentro de mi vagina me consumiera de deseo y fuego.
—Aaayyy que rico me coges —gemía con la voz rota mientras sentía que el clímax se acercaba— mmmm síii —cada movimiento suyo dentro de mi vagina era un latido de pura pasión.
Cuando finalmente jadeó un aviso, me arrodillé para recibir su semen, saboreando la dulzura salada en mi boca, un cierre perfecto para ese intenso y delicioso turno vaginal que acababa de regalarme.
El albañil el barbón, llegó con una sonrisa pícara que me hizo estremecer desde el primer instante. Sin perder tiempo me acercó a la pila con esa fuerza que solo sus músculos curtidos por el trabajo podían dar.
—Prepárate que esta vez te voy a hacer sentir como nunca —dijo mientras sus ojos brillaban con deseo.
Me incliné sobre el lavadero con mis brazos y pecho apoyados, mis piernas abiertas, nalgas elevadas y listas para que él me tomara, sintiendo cómo su mano firme se posaba en mi cadera para sostenerme.
Con delicadeza pero con la certeza de un hombre que sabe lo que quiere, me jaló el cabello hacia atrás y me susurró al oído:
—Te voy a llenar hasta el fondo mi reina.
Su pene comenzó a rozar mi vagina, húmeda y preparada por los embates anteriores, y con un movimiento lento y decidido penetró suavemente. Sentí cómo llenaba mi vagina, cómo cada centímetro de su cuerpo entraba en mí, mientras un gemido profundo escapaba de mis labios.
—Aaayyyy síii mmm —susurraba mientras él comenzaba a moverse con un ritmo firme y constante, profundo, que hacía que mi vagina se apretara y se abriera a su vez para recibirlo mejor.
Cada embestida era un vaivén entre dulce y salvaje, sus manos firmes apretaban mis caderas mientras sus golpes dentro de mi vagina eran cada vez más intensos, acelerados, haciéndome perder el control.
—Uffff aaauuu que rico —jadeaba entre gemidos mientras sentía la lubricación natural que facilitaba cada movimiento, el roce húmedo y cálido que nos unía, ese contacto que me hacía explotar en placer.
El barbón no dejaba de morder suavemente mi cuello mientras sus embestidas penetraban mi vagina con fuerza y pasión, yo me movía con él, entregada a la sensación, dejándome llevar por ese placer salvaje que nos consumía.
—Aaayyy sigue así —jadeé con voz rota— mmm síii aaauuu —cada embestida dentro de mi vagina me llevaba más cerca del éxtasis, mientras sus manos firmes se aferraban a mis caderas para guiarme en ese baile íntimo.
Cuando sentí que el clímax se aproximaba, me aferré con fuerza al lavadero y solté un último gemido potente, mientras él seguía empujando dentro de mi vagina, lento y profundo, hasta llegar a su propio clímax, derramándose dentro de mí.
—Aaayyyy ya me tienes toda —susurró entre jadeos mientras sus movimientos se ralentizaban, y yo me quedé temblando, completamente satisfecha.
El otro albañil apareció con una presencia imponente, su gran tatuaje en el pecho era lo primero que llamaba la atención, esa mezcla de fuerza y misterio que me hizo estremecer apenas me miró. Sin perder un segundo, me acercó otra vez al lavadero donde seguía apoyada, piernas abiertas y nalgas levantadas, listas para ser tomada.
—Esta vez vas a sentir algo diferente —me dijo con voz grave mientras sus manos fuertes agarraban mis caderas con firmeza.
Me incliné aún más, dejando que mis brazos se apoyaran bien en el borde del lavadero, sintiendo el frío del cemento contra mi piel caliente, mientras él me jalaba suavemente del cabello hacia atrás para mantener mi cabeza erguida y atenta a cada movimiento suyo.
Su pene comenzó a acariciar la entrada de mi vagina, que ya estaba sensible y húmeda por todo lo que había pasado antes. Con lentitud, pero sin dudarlo, me penetró de nuevo, llenándome con ese volumen y fuerza que solo él tenía.
—Aaayyyy síii —gemí mientras sentía cómo su cuerpo se unía al mío por completo, cada embestida profunda y firme hacía que mi vagina se apretara y se abriera para recibirlo mejor.
El ritmo que marcaba era diferente, una mezcla de potencia y control que me hacía perder la noción del tiempo, sus manos me apretaban las caderas, guiando cada movimiento mientras yo respondía con suaves jadeos y gemidos:
—Mmm aaayyy que rico —decía mientras él aceleraba, cada penetración dentro de mi vagina era una ola de placer que me llevaba más y más lejos.
El tatuaje en su pecho parecía cobrar vida con cada golpe que daba, y yo me entregaba por completo, sintiendo la lubricación natural que hacía todo más suave y delicioso, el roce húmedo que me hacía temblar.
—Aaayyyy sigue así —susurré sin poder contener más mi excitación— uffff mmm síii aaauuu —cada embestida profunda en mi vagina me hacía explotar en placer, mientras sus manos seguían firmes en mis caderas, dominando nuestro ritmo.
Cuando el clímax se acercó, me aferré al lavadero y solté un último gemido profundo, mientras él seguía dentro de mí con movimientos lentos y largos hasta que se derramó adentro de mi vagina, llenándome con su calor.
—Aaayyy ya estás toda mía —murmuró jadeando, mientras nos quedamos temblando, enlazados en ese instante perfecto.
Cuando los albañiles ya empezaban a subirse los pantalones para vestirse, les solté una sonrisa pícara y les dije —¿Eso fue todo? Qué poquito me duraron—. Los miré directo a los ojos sintiendo cómo se encendía el fuego entre nosotros.
Ellos me respondieron con risas bajas y miradas hambrientas —¿Quieres más? — me preguntaron casi al unísono, la tensión creció al instante.
Sin pensarlo, les dije con voz firme y provocadora —Y qué acaso no me van a dar anal?—. En mi mente sabía que estaba lista para eso, después de todo, ya me había hecho mi limpieza y hasta lubricante me había puesto para que todo fuera perfecto y sin dolor.
Me coloqué frente al lavadero con las piernas abiertas, apoyando el torso con mis brazos y pecho, dejando mis nalgas alzadas hacia el cielo en la posición perfecta para lo que estaba por venir. Sentí cómo el albañil más alto se acercaba, la respiración pesada, la mano firme jalando suavemente de mi cabello para sostenerme, mientras su otra mano sujetaba mi cintura con determinación.
Entonces, sentí la punta de su verga caliente y gruesa rozando mi delicado ano ya lubricado. Se detuvo un instante para darme tiempo a acostumbrarme al contacto y entonces, de un empujón fuerte y decidido, me penetró profundo. Un gemido desgarrador, mezcla de dolor y placer, escapó de mi garganta —Aaayyyy ufff síiii aaayyyy—.
Su miembro me llenaba completamente, cada centímetro entrando en mí con fuerza y firmeza, arrancándome jadeos y suspiros ahogados. Sentía cómo mi ano se tensaban y luego cedía lentamente mientras él me poseía sin piedad.
Empezó a moverse en un ritmo frenético de embestidas, profundas y rápidas, golpeando mi ano con intensidad, haciendo que mi cuerpo chocara contra el borde del lavadero con cada impulso. Su mano seguía en mi cabello, tirando de él mientras sus labios susurraban en mi oído con voz grave —Así te quiero, puta y entregada—
Mi cuerpo respondía a cada movimiento con gemidos entrecortados —Aaahhh mmm sí sí sí aaay que rico— mientras la mezcla de dolor y placer me consumía, aumentando mi excitación. La lubricación hacía que cada embestida fuera un vaivén delicioso, húmedo y salvaje, con fluidos mezclándose, sonidos de piel contra piel y el roce fuerte contra el lavadero.
Cinco minutos de sexo anal frenético, un ir y venir que me hacía temblar, vibrar, perder la noción del tiempo y el espacio. Mis piernas abiertas, mis nalgas alzadas, el calor abrasador y la furia de sus embestidas me llevaban a un clímax inminente.
Finalmente, él bajó la intensidad, suavizando sus movimientos mientras me besaba el cuello, susurrando palabras que solo aumentaban mi deseo —Eres mía, nadie más podrá darte así—. Se retiró lentamente, dejándome temblando y con el cuerpo ardiendo, lista para lo que siguiera.
Cuando el albañil alto, terminó y se apartó para recomponerse, el albañil bajito se acercó con una sonrisa pícara y mirada llena de deseo. Aún sentía el calor dentro de mí, la piel sensible y mis nalgas alzadas, listas para más.
—¿Quieres que te dé más, hermosa? —me preguntó mientras sus manos fuertes me agarraban suavemente por las caderas, acercándome aún más al lavadero.
—Claro que sí —le respondí con voz baja y seductora—. Y no se te olvide que quiero sentirlo por aquí —dije señalando mi ano, recordando lo lista que estaba, lubricada y preparada para recibirlo.
Me sostuvo firme y acarició mi espalda, bajando su mano hasta mis nalgas para acomodarlas mejor, mientras su otra mano seguía jalando mi cabello, obligándome a mantener la cabeza baja y la mirada fija en el lavadero.
Sentí el contacto frío al principio de la punta de su verga contra mi ano, luego el calor abrazador que me llenaba con solo rozar la piel. Me dio un momento para prepararme, y después, sin aviso, de un empujón fuerte me penetró profundamente.
Un gemido escapó de mis labios —Aaayyyy mmm síii aaayyyy uuffff— mientras él comenzaba a embestirme con un ritmo firme pero menos violento que el primero, sus movimientos eran controlados pero intensos, buscando darme placer y hacerlo durar.
Cada empuje hacía que mis nalgas chocaran con el borde del lavadero con un sonido húmedo, la lubricación haciendo todo suave y resbaladizo. Sus manos se aferraban a mis caderas con fuerza, tirando y empujando para que me abriera más y él entrara más profundo.
—Eres tan deliciosa así —susurró en mi oído mientras sus embestidas seguían—. Quiero que sientas cada parte de mí dentro de ti.
—Aaahh sí sí sí —contesté con voz jadeante, sintiendo cómo el placer crecía con cada movimiento—. Que rico, no pares —añadí, hundiendo las uñas en el lavadero para sostenerme.
Cinco minutos de un ir y venir apasionado, mi cuerpo temblando, los músculos del ano dándome una mezcla de dolor y placer exquisito, los gemidos llenando el aire mientras él me poseía con firmeza y deseo.
Al final, bajó la intensidad, susurrando en mi cuello —Eres mía, nadie más te va a tratar así— mientras se retiraba dejando mi cuerpo vibrando y esperando al siguiente.
Justo cuando el albañil bajito, se apartaba aún jadeante, el albañil barbón apareció con esa sonrisa traviesa y ojos llenos de fuego que me hacían temblar de anticipación. No perdí tiempo en decirle lo que quería.
—¿Y tú qué esperas para darme más cariño? —le dije mientras me mantenía inclinada en el lavadero con las nalgas bien alzadas, sintiendo la humedad de la penetración anterior aún caliente en mi ano.
Él me tomó de la cintura y con un tirón suave me obligó a arquear aún más la espalda, mientras con la otra mano acariciaba mi cuello y tiraba de mi cabello con cariño salvaje.
Sentí la punta de su verga presionando contra mi ano, esa mezcla de frío y calor, y justo antes de que comenzara, él me miró directo a los ojos y dijo:
—Prepárate para sentir lo que nadie más te ha dado —y sin más, de un empujón fuerte y decidido entró profundamente en mí.
—Aaayyy mmm síiii uufff aaauuu —salió de mis labios mientras sus embestidas comenzaban con un ritmo fuerte y constante que me hacía vibrar todo el cuerpo.
Sus manos agarraban firmes mis caderas mientras sus caderas chocaban con las mías en un vaivén perfecto, llenando el lavadero con el sonido húmedo de nuestra piel y el roce de sus movimientos.
Sentía cada centímetro suyo dentro de mí, cada embestida un placer brutal, mis músculos anales cediendo poco a poco para recibirlo con ansias y deseo.
—Eres fuego en este lugar —susurró en mi oído—. No quiero que esto termine nunca.
—Aaahh sí sí sí —jadeé, sintiendo la mezcla de dolor y placer mientras mi cuerpo se entregaba por completo—. Más fuerte, no pares —exigí, hundiendo mis uñas en el cemento del lavadero.
Cinco minutos frenéticos de entrega absoluta, de placer intenso, de un vaivén explosivo que me hacía perder el control y gritar cada vez más alto.
Cuando terminó, se quedó un momento pegado a mí, susurrándome al oído —Eres mía para siempre— antes de apartarse para dejar que el otro albañil tomara su turno.
El albañil con el gran tatuaje en el pecho se acercó sin perder ni un segundo. Su mirada era una mezcla de deseo y concentración que me hizo estremecer.
—¿Quieres que te demuestre cuánto puedo hacerte sentir? —me dijo mientras sus manos fuertes me agarraban de la cintura para ayudarme a inclinarme más sobre el lavadero.
Mis brazos y pecho descansaban sobre el cemento frío mientras mis piernas abiertas y mis nalgas levantadas lo invitaban a entrar. Sentí la punta de su verga presionando contra mi ano y con un empujón firme me penetró profundo, arrancándome un gemido fuerte de sorpresa y placer.
—Aaayyy mmm síiii aaayyy uufff que rico —exclamé mientras él comenzaba a embestirme con fuerza y ritmo constante.
El roce de sus caderas con las mías, la humedad y los sonidos de nuestro sexo llenaban el aire. Su mano se enredaba en mi cabello, tirando con delicadeza y al mismo tiempo con intensidad que me hacía perder el control.
Pero entre tanto movimiento y mis empujones involuntarios, el lavadero empezó a tambalearse peligrosamente. Sentí cómo se aflojaba y casi se cae conmigo encima.
—¡Ey para un momento! —le dije mientras lo miraba preocupada— creo que este lavadero no aguanta más.
El albañil sonrió divertido y asintió.
—Mejor seguimos en otro lugar —dijo mientras me ayudaba a levantarme.
Nos alejamos del lavadero hacia el pasto fresco del jardín, respirando y preparándonos para lo que vendría después.
El albañil se recostó boca arriba, el pasto fresco me rozaba la piel mientras me acomodaba encima de él, con toda la intención, abriendo mis piernas para dejar que su verga se deslizara lentamente dentro de mi vagina. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío y cómo su punta rompía la entrada de mi piel con suavidad primero, luego con más firmeza. Un gemido escapó de mis labios cuando su miembro entró profundamente, estremeciéndome de inmediato. Mis pezoncitos rosados se endurecieron al instante, asomándose al aire libre, tan sensibles que el viento me hacía cosquillas. Mi pecho se alzaba y caía con cada respiración agitada, sintiendo esa mezcla de placer y necesidad que me quemaba por dentro.
Los movimientos comenzaron lentos, suaves, y luego él aumentó el ritmo. Sentí cómo su verga entraba y salía de mí una y otra vez, llenándome, golpeando con cada empujón la parte más profunda de mi feminidad, haciéndome estremecer. Mis caderas se movían a su ritmo, mis manos aferradas a sus muslos, sintiendo cada vibración que recorría mi cuerpo. Era como un baile sincronizado de deseo y entrega total.
Pero entonces sentí detrás de mí otra presencia. Una verga que rozaba y presionaba mi ano con insistencia hasta que la punta se deslizó con lentitud, y de repente, de un empujón firme y profundo, me penetró analmente. Un gemido fuerte y mezclado de dolor y placer salió de mí. Mi piel se erizó y una oleada de fuego intenso recorrió mi columna, desde el centro mismo de mi feminidad hasta la punta de mis dedos. La sensación dual de estar llena por ambos orificios era casi abrumadora y exquisita.
Mientras él seguía entrando y saliendo de mi ano con ritmo y fuerza, sentía simultáneamente cómo la otra verga seguía haciendo lo mismo dentro de mi vagina. La combinación de esas dos sensaciones distintas, pero complementarias, me hacía perder el control. Mi ano se abría y cerraba a cada embestida, mientras mi vagina se contraía, atrapando cada movimiento, cada empuje, intensificando el placer hasta niveles casi indescriptibles.
Mis pezoncitos, expuestos al aire y duros como nunca, vibraban con cada golpe. La piel de mi pecho se tensaba y temblaba, y el aire fresco me rozaba con cada movimiento frenético de mis caderas y esos cuerpos que me poseían con tanta fuerza. El olor de la tierra y el calor del sol se mezclaban con el sudor y el deseo, y me sentía viva, poderosa, mujer en su máxima expresión.
No paraba de gemir, de sentir cómo el placer me invadía por completo, cómo esos dos cuerpos dentro de mí se movían al unísono, balanceándose en un ritmo frenético, profundo, entregado. Era como si cada embestida fuera una ola que rompía en mi interior, sacudiendo mi alma, despertando cada fibra de mi ser. Y yo me dejaba llevar, me abandonaba a ese vaivén salvaje que me hacía sentir completa, única, infinitamente deseada.
Seguimos ahí, en el pasto fresco que se sentía delicioso contra mi piel sudada y sensible. Ellos comenzaron a intercambiar posiciones sin pausa, con ese ritmo intenso que me hacía perder la noción del tiempo y del espacio. El que estaba debajo se levantaba para descansar un momento, mientras otro tomaba su lugar, y el que estaba detrás cedía su puesto al que antes estaba en frente. Así, todos iban turnándose para disfrutarme y hacerme suya de diferentes formas.
Yo seguía montada en la posición de amazona, mis piernas abiertas dejando que la verga caliente y firme de cada albañil se deslizara dentro de mi vagina, sintiendo ese ir y venir poderoso que me arrancaba gemidos profundos. A la vez, por detrás, la otra verga entraba y salía de mi ano con un ritmo que me hacía estremecer. La sensación dual me envolvía por completo, el placer me subía desde las entrañas hasta el pecho, mientras mis pezones duros y rosados se erizaban con cada movimiento.
Los dos albañiles que estaban arrodillados frente a mí recibían todo mi deseo en la boca. Mis labios se abrían ansiosos para recibirlos, y mi lengua se convertía en un instrumento de placer para ellos. Les lamía con hambre y delicadeza, jugando con la punta de sus vergas, succionando con fuerza y sabor, explorando cada centímetro, mientras sus respiraciones se hacían entrecortadas y sus manos se aferraban a mi cabello y espalda.
Me sentía infinitamente poderosa, siendo el centro de sus miradas y deseos. Sus gemidos me excitaban aún más, alimentando ese fuego que nos consumía a todos. Cada cambio de lugar traía nuevas sensaciones: ahora uno de los que antes estaba delante tomaba la posición trasera para la penetración anal, y el que estaba atrás bajaba frente a mí para recibir el placer de mi boca, mientras el que estaba debajo me daba golpes más profundos y vehementes.
El vaivén era frenético, fuerte, pero con una sincronía perfecta. Sentía mis músculos apretándose y relajándose al ritmo de sus cuerpos, la piel de mis muslos y abdomen estremeciéndose, y mis gemidos saliendo con fuerza, llenos de deseo y entrega. El calor subía sin freno, mi respiración se aceleraba y mis sentidos explotaban con cada caricia, cada empuje, cada roce.
Entonces llegó el momento en que el placer alcanzó su punto máximo. Un orgasmo poderoso me atravesó, un clímax que me hizo gritar y temblar, y de mi cuerpo salió un squirt abundante y liberador que sentí deslizarse por mis muslos. Me sentí femenina y plena, consumida por la pasión que había nacido entre nosotros.
Sin dar tiempo a la tregua, ellos se derramaron en mi boca. Sentí la cálida, dulce y salada leche de cada uno llenando cada rincón, mezclándose con mi saliva, mientras mis labios y lengua los recibían con devoción y agradecimiento. Era su recompensa para mí, su manera de decir que me habían disfrutado por completo, que yo era suya y ellos míos, unidos en ese momento de éxtasis y entrega total.
Cuando todo terminó, respiré profundo, satisfecha, con el cuerpo todavía temblando y el corazón acelerado, feliz y llena de un placer que nunca imaginé experimentar.
Después de que todos terminaron y se vistieron rápido, me quedé un momento con ellos en el pasto, todavía temblando por lo que habíamos vivido. Con una sonrisa un poco inocente pero coqueta, les dije:
—Oigan, ¿me harían un favor? El lavadero se cayó mientras me cogían ahí y, pues, si mi tía se da cuenta seguro me regaña… ¿Me lo podrían arreglar ustedes? No tengo dinero para pagarles, espero que no me cobren, porfa.
Me miraron con complicidad y uno respondió:
—Claro que sí preciosa, cómo crees, ahorita lo arreglamos no te preocupes.
Me fui a bañar y ponerme algo limpio antes de que llegaran mis tíos, para que no sospecharan nada. Cuando ellos llegaron con las bolsas del mandado, justo los albañiles estaban sacando cemento, herramientas y materiales para reparar el lavadero.
Les expliqué que se había roto mientras yo estaba lavando y que ellos me ayudaban con la reparación. Mis tíos se quedaron un poco extrañados de que no me cobraran nada, pero lo aceptaron como un favor amable de los vecinos, clientes de los albañiles.
Los albañiles les contaron que me vieron echándole ganas lavando y que cuando se rompió el lavadero decidieron ayudarme sin cobrarme nada. Lo tomaron como un gesto de buena voluntad, aunque fue raro, pero no preguntaron más.
Así, mientras ellos trabajaban en la reparación, yo guardaba en mi memoria cada roce, cada caricia, y el recuerdo intenso de ese verano que no olvidaría jamás.
Los albañiles terminaron de recoger sus cosas y, antes de irse, sin que mis tíos vieran, les di un beso de lengüita a cada uno.
—Muchas gracias por todo, de verdad que nos ayudaron muchísimo —dijo mi tío con una sonrisa.
—Sí, gracias, en serio, se pasaron —añadió mi tía.
Yo les sonreí coqueta y les dije:
—Gracias chicos, no sé qué hubiera hecho sin ustedes.
Ellos respondieron con complicidad:
—Para eso estamos, señorita. Cualquier cosa que necesiten, con confianza.
Nos dimos un último saludo y ellos se fueron dejando un aire de satisfacción y complicidad que todavía me hacía sonreír.
—¿Cómo les fue con el doctor? —pregunté a mis tíos mientras les ayudaba a meter las bolsas a la cocina.
—Bien, hija —respondió mi tía mientras colocaba unas cosas en la alacena—. Solo falta comprar unas medicinas y tomarse una radiografía para la próxima cita.
—¿Y no las compraron?
—No, ya no nos dio tiempo —dijo mi tío.
—Si quieren, yo voy —me ofrecí enseguida—. Me vendría bien estirar las piernas.
—¿Sí? Ay, gracias, hija. Aquí está el dinero —dijo mi tía, y me entregó el efectivo sin más preguntas. En casa me tenían plena confianza.
Salí a paso tranquilo, pero sabía muy bien lo que necesitaba hacer. Fui primero a la farmacia, pedí las medicinas tal como estaban en la nota, y luego, con toda la calma del mundo, pedí también la pastilla de emergencia. No fue necesario disimular demasiado. Ya tenía claro lo que iba a hacer: pedí los tickets por separado. No porque me lo pidieran… sino porque soy lista, cuidadosa, y sabía que era mejor no dejar rastros. Mis tíos confiaban en mí, pero yo no pensaba arriesgarme a que algo se malinterpretara.
De vuelta en casa, entregué las medicinas junto con el ticket correspondiente. Nadie me preguntó nada. Todo estaba en orden, como debía ser.
El domingo pasó sin novedad. Los albañiles no aparecieron. Y aunque una parte de mí tenía ganas de asomarse, de volver a ver esos cuerpos bronceados y sudorosos, me contuve. Sabía que era mejor mantenerme al margen. No quería levantar sospechas, ni correr riesgos innecesarios.
Por la tarde salimos a caminar al centro. Mis tíos me llevaron a comer unos tacos deliciosos cerca de la plaza. Caminamos entre turistas, música de mariachi y tiendas de tequila artesanal. Yo iba tranquila, pero por dentro, aún sentía el eco de todo lo que había vivido. Mi cuerpo seguía resentido, adolorido, como si me hubiera cruzado una estampida… pero con una sonrisa interior que nadie podía ver.
El lunes temprano hice mi maleta, me despedí de ellos con un abrazo sincero. Durante el camino de vuelta a casa, me coloque mi vibrador vaginal para ir disfrutando, al recordar cada momento, cada roce, cada gemido que me había estremecido.
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Alexandra Love.


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