HELLDERR
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por estef.
Hellderr (I)
Un papel sobre la mesa.
Lo miraba y veía reflejados sus sentimientos humanos.
En blanco, esperando ser estrenado, vacío como su existencia.
Miró a su alrededor, el local era tal cual lo había imaginado. ¿ La decoración ?, exacta a la que se utilizaba hacía varias generaciones, cuando las personas todavía se consideraban vivas.
De todos los ruidos que había escuchado en su vida, el que sonaba de fondo le agradaba, en sus registros cerebrales encontró la palabra : Música.
Repasaba mentalmente su existencia : según la dijeron, respiró aire en lugar de los líquidos en que se desarrollo su embrión, un fin de año, cuando el laboratorio se encontraba prácticamente vacío.
Pasó los primeros años de su existencia bajo campos magnéticos que inducían en su cerebro lo que alguien había decidido que debía aprender.
Pero nada pudo evitar que investigase en los conocimientos sobre generaciones anteriores, su forma de vida, sus costumbres, sus respuestas biológicas.
Todo aquello clamaba en su interior, necesitaba saber más, quería sentir y tocar la vida por ella misma, no por inducción de sabiduría.
Y tuvo la suerte de encontrar aquellos viejos libros, perdidos y clandestinos, donde se hablaba del hombre, de su historia.
Devoró y analizó. Noche tras noche cuando volvía de cumplir con su obligación diaria. En el casi seguro refugio de lo que debía ser un hogar.
Miró de nuevo a su derecha y a su izquierda, a sí misma repasando su atuendo.
Había estado una semana preparándose para aquel encuentro, aprendiendo a usar esos ropajes antiguos. Los mayores problemas los tuvo para aprender a caminar izada sobre aquello que llamaban zapatos de tacón, en lugar de las cómodas y seguras bolsas de gel de carbono.
Durante esa semana, los largos dedos de sus pies se habían apretado uno contra otro, dando una forma más alargada a sus ya de por sí estilizados pies. Y el andar casi de puntillas endureció los musculos de sus pantorrillas y el tendón, remarcando sus tobillos.
Una falda ajustada, una camisa, un pañuelo anudado por detrás de su cabeza recogiendo su largo pelo ondulado y una gabardina, que se había quitado al entrar al local y reposaba en la silla junto a la que estaba sentada, completaban su vestimenta.
Todo en tela, como la que hacía ya muchos años dejó de utilizarse.
Según había leído, se llevaba más ropa debajo, la que llamaban interior o lencería, pero no la pudo encontrar a ningún precio.
Hubiera dado por ella incluso aquella fina cadena de oro que adornaba su cuello y que sujetaba por ambos lados una plaqueta donde se podía leer su nombre HELLDERR.
Era el único recuerdo familiar que la quedaba, la misma que lucía en su cuello quien donó el óvulo, cuatro generaciones antes, de donde partieron las sucesivas órdenes ovulares.
Se sentía libre, podía moverse y lo hacía, cruzaba y descruzaba sus piernas desnudas, sentía el roce de la piel de sus muslos bajo la falda. Se miraba a sí misma y la agradaba lo que veía.
Otro objeto que había llegado a su poder al morir los donantes de sus genes, lo entregó a cambio de este viaje, aún a sabiendas de que podía ser un fracaso.
Se trataba de una esfera indestructible de holocris que contenía, al vacío, en su interior lo que se llamaba hacía siglos sello y se utilizaba para pagar el transporte de papeles entre personas.
Una reliquia como esa podía alcanzar un valor incalculable. Poco holocris se había fabricado también. La luz sólo podía atravesar su transparencia una vez y si la intentaba traspasar de nuevo, se reflejaba.
En la esfera, se mirase por donde se mirase siempre se veía su contenido, reflejado en un espejo cóncavo.
Pero todo valdría la pena. La ropa, el viaje a la zona prohibida, el posible encuentro con aquellos dos extraños seres.
Ningún científico pudo analizarlos. No se sabía que les mantenía vivos, que sustancia interior segregarían.
Llevaban varios siglos recorriendo galaxias.
Se injertaron, en lo que un día fueron sus ojos, unos captores de imágenes y, por todo su cuerpo unos corpúsculos orgánicos de memoria conectados a las neuronas.
Almacenaban en su interior gigaflops de imágenes que sólo ellos sabían compartir e intercambiar.
Sus recuerdos se remontaban más allá de toda historia conocida.
Y seguían, inexplicablemente, vivos.
Hellderr esperaba, la habían asegurado que esa noche Nilo y Tripleté pasarían por aquel local de la zona prohibida.
Quería conocer más, que la hablasen del pasado, de la verdad que ella intuía y no estaba al alcance de nadie.
El papel en blanco en la mesa. Su sensación permanente de vacío.
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