Historia de mi familia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por wanttobelieve.
Conocí a la que ahora es mi pareja cuando ella tenía 12 años y me enamoré enseguida de ella. Yo tenía 23 pero su preciosa cara llamaba la atención de todos incluso antes de que su cuerpo mostrase curvas de mujer.
Tras varios años de relación secreta quedó embarazada poco después de cumplir los 15. La respuesta de su familia fue inmediata: la echaron de casa.
Desde ese momento vino a vivir definitivamente conmigo. Los planes juntos se iban formando al mismo tiempo que iba creciendo su tripita de embarazada.
Casa nueva, una vida nueva y con el paso de los meses el médico nos confirmó lo que yo deseaba: una preciosa hija en camino.
A los 5 meses de embarazo su cuerpo aún adolescente ya mostraba la pronunciada curva de la maternidad. La piel, joven, lisa y firme de su vientre se estiraba fuera de su delgada figura. Aunque nunca llego a tener mucho pecho si es cierto que su volumen aumento bastante de repente. En nuestras sesiones de sexo me prodigaba en caricias a su tripa, deslizando suavemente la mano sobre ella hasta bajar a sus muslos y terminar entre sus piernas. La besaba, la lamia sin dejar ni un milímetro sin mojar con mi lengua.
Con 8 meses el tamaño de su barriga era portentoso. Apenas había cambiado su aspecto general y su prominente tripa sobresalía de forma llamativa sobre su cuerpo. Como los últimos meses de embarazo coincidieron con el verano siempre usaba camisetas cortas que revelaban continuamente su tripa que había adquirido un bonito tono dorado. Yo me volvía loco por ella. Devoraba sus senos hinchados cuyos pezones había crecido más del triple de su tamaño normal. La areola se había oscurecido y yo la mamaba diariamente anticipando lo que nuestra hija comenzaría a hacer en breve. Y mientras de nuevo acariciaba su vientre al penetrarla comenzaba a pensar en el regalo que nos llegaba. Mi pareja sabía que me atraían los cuerpos jóvenes, infantiles, pero nunca habíamos hablado de lo que supondría la llegada de la pequeña a nuestras vidas.
Ya con 9 meses cumplidos llego el 16 cumpleaños de mi pareja. Y la naturaleza decidió regalarle ese día el mayor tesoro: a media tarde se puso de parto. Dada su juventud no le faltaron fuerzas para sobrellevar el momento y en breve tiempo nuestra hija estaba ya con nosotros. El hospital privado que había decidido permitirnos para el nacimiento nos acogió aquella primera noche como familia y me enternecía pero también me excitaba ver como daba de mamar a la niña aquella primera noche. Envidiaba en parte la posición que la niña me había arrebatado en los pechos de mi pareja. Ella lo advirtió. Con un gesto me atrajo hacia ella y mientas la niña se alimentaba de uno de ellos yo comencé a chupar del otro, por primera vez probando la leche de aquellos pechos aun adolescentes.
AL tercer día regresamos a casa desde el hospital. La situación de nuestra relación hacía que no tuviéramos mucha visita familiar que nos importunase, apenas algunos amigos que venían a dar la bienvenida a la pequeña. Pronto nos quedamos a solas los tres en nuestro hogar. Y de nuevo se dio el momento de la toma del pecho y de nuevo compartí pechos con mi hija en algo que no dudaba acabaría siendo costumbre. Mientras mamaba comencé a acariciar el vientre aun hinchado de mi pareja y la costumbre me hizo bajar la mano hasta su entrepierna pero ella se estremeció: aún no estaba recuperada. Viendo mi excitación y ante su imposibilidad de tener sexo fue ella la que bajo la mano hasta mi entrepierna y comenzó a masturbarme. Me incorporé hasta acercar mi polla hasta su cara y comenzó a lamerla lentamente. Todo esto mientras la niña, ajena a nosotros, continuaba alimentándose. De vez en cuando la niña apretaba más fuertemente el pezón y mi chica se tensaba en una mezcla de dolor y placer que transmitía apretando mi miembro con su boca. Cuando noté que iba a terminar me demoré demasiado en retirarme y acabe sobre el pecho que momentos antes yo había estado mamando. Fue una corrida abundante y bastante espesa pues hacia días que no eyaculaba. Cabrío casi por completo la areola. Me senté en la cama buscando algo para limpiarla pero en ese momento ella hizo algo que cambiaría nuestra vida en familia para siempre. Me dijo "No, mira", nada más, y vi como lentamente acomodó a nuestra pequeña para que dejara el pecho izquierdo que había estado mamando y pasara al derecho sobre el que yo me había descargado.
No podía apartar los ojos de ella. La pequeña chupaba con fuerza ese pezón cubierto de semen. La carita embadurnada de mi leche mientras veía como una buena parte acababa dentro de su boca. Se echó atrás un poco, quizá al reconocer un nuevo sabor y vi como los hilos de semen unían su boquita con el peñón de mi pareja. Esta la acercó de nuevo para que terminara de limpiar lo que yo había manchado. Cuando poco después se notó limpia retiro a la pequeña y al moverse se sonrió y señaló mi miembro: al quedarme mirando la escena no advertí que parte del semen había seguido saliendo y manchaba la cabeza de mi polla aún semirrecta. De nuevo hice ademán de coger un pañuelo y por segunda vez mi chica me detuvo. "Espera", me dijo, y esta vez se incorporó más con la niña en brazos hasta colocarla con su cabeza junto a mi verga. La cogió y se la acerco delicadamente a los labios a la niña. Esta de inmediato se aplicó a ella como lo había hecho antes con los pezones de su madre. Succionaba con fuerza, apenas la punta del glande dentro de su boca.
Yo era incapaz de dar crédito a lo que ocurría cuando mi chica se me acercó sin dejar de sostener a la niña mientras me mamaba y me dio un beso. U beso fuerte y violento, recorriendo mi boca con su lengua y mordiéndome los labios. Al retirarse vi un brillo de pasión en sus ojos. Se agacho y mientras la niña chupaba la punta de mi polla ella comenzó a lamer el resto del miembro.
No tardé mucho en sentir que terminaba y esta vez no me retiré: la leche comenzó a brotar dentro de la boca de mi hija, quien se apartó. El resto cayó sobre su cara mojándola en abundancia. Un hilo de semen caía de sus labios mientras yo dirigía los últimos chorros sobre su frente y su boca. Tenía a mis dos chicas sobre mis piernas, y por tercera vez me intenté mover para limpiarnos y por tercera vez mi pareja me detuvo. "No, déjala así, con la leche de su padre". Así lo hice, y en ese momento supe que mis dos niñas iban a ser el mejor regalo que ningún hombre puede tener.
Continuará…
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