Historias mínimas 1: Pene pequeño pero saleroso
Chiquitita, pero me hizo ver las estrellas que brillan por mí allá en lo alto….
Siempre relatamos historias protagonizada por vergas de más de 20 cm y del ancho de nuestro brazo, tipos varoniles y atractivos y a caches épicos. Pero todos también tenemos un puñado o más de un puñado de experiencias que por uno u otro motivo dejamos de lado: o eran feos, o no tan dotados, cachaban mal, olían mal… La mayoría han sido olvidadas hasta que regresan como un recuerdo entre cómico y patético.
Yo tengo varias historias de ese tipo y las reviviré aquí, para quien quiera leerlas.
La primera que quiero compartir es la de un chico que conocí por chat, probablemente mIRC o LatinMail. Él y yo nos conocimos en lo que era una “sala gay de Lima” y, luego de describirnos mutuamente por una especie de sala privada, acordamos encontrarnos frente a la PUCP, no recuerdo por qué.
Nos encontramos. Él iba limpio y bien vestido. Medía 1.72 y tenía contextura gruesa; era llenito, pero no gordo. Cabello lacio negro y tez trigueña. La camisa dejaba ver una interesante mata de pelo en pecho. No era guapo, pero tampoco era feo; era un chico entre normal y agraciado, con un alto porcentaje de masculinidad. De mi edad en aquella época, 20 años o menos. Al parecer nos gustamos y, entre que él estaba arrecho y yo también, cuando nos saludamos medio que cargamos el ambiente con electricidad.
Chibolos al fin y al cabo, ni él ni yo teníamos dinero para un telo… y tampoco es que, en mi caso, conocera alguno por aquella zona. Pero mi mente fue por vía libre y recordé que, al lado de Plaza San Miguel, lo que hoy es un concurrido centro comercial antes era el mismo centro comercial, solo que desolado, oscuro y un toque peligroso. No había gente, pocas tiendas funcionaban y casi no tenía luces; incluso a esa hora, una de la tarde, sus pasillos eran una boca de lobo. Así que, sin decirle a este chico que mi plan era llevármelo a ese centro comercial y tener sexo en alguno de sus baños, le propuse caminar en esa dirección.
Por el camino conversamos bastante, nada trascendente que yo recuerde salvo una pregunta que, en un primer momento, me pasó desapercibida: “¿y a ti te importa mucho el tamaño del pene?”. Mi respuesta honesta y sin detalles fue que no. La suya: “¡Ah, qué bueno!”. Y continuamos caminando y conversando.
A los veinte años nadie entra en vainas. Llegamos al centro comercial y le dije “entremos y busquemos un baño donde podamos hacer algo”. Eso hicimos y ubicamos uno en el segundo piso, en un lúgubre pasadizo y entramos como si no nos conociéramos, él hacia el urinario y yo hacia una cabina. Había dos tipos: uno se lavaba las manos y otro parecía personal de limpieza; ambos se fueron al mismo tiempo. Solo quedaba alguien cagando en una cabina, a juzgar por los sonidos y el olor.
Llegó el chico que acababa de conocer a mi cubículo, empujó la puerta que estaba sin cerrojo y entró, cerrándola con cuidado. Se puso frente a mí y yo, sin perder tiempo, me agaché. Bajé su bragueta mientras él desabotonaba su jean; abajo pantalón y calzoncillo y… pues… Descubrí que no había sido por las huevas que preguntó lo de “¿te importa mucho el tamaño del pene?”
Jamás había visto en mi vida una pinga tan pequeña. Pensé que era imposible. Ya estaba dura y erecta y no superaba los 7 cm ¡y estoy siendo generoso! Su grosor era tal vez como de dos cigarrillos juntos. Mi alto sentido de la diplomacia se reconstituyó en un segundo, de tal forma que no hice comentario alguno y más bien procedí como si fuese otro lunes en la oficina; retiré el prepucio, grueso y abundante, solo para descubrir que, sin él, era más delgada y corta, tal vez 50% menos, y que además olía horrible. Hasta hoy no tengo palabras para describir aquel hedor.
En esos años yo creía en dios, así que le envié una plegaria veloz pidiendo que me ayude en lo qué hacer. Al parecer la escuchó e hizo que el chico en cuestión se ponga un preservativo para que se la chupe. Igual no bloqueaba el espantoso olor, pero el sabor era a purito jebe.
Por el tamañito, su verga entró en mi boca sin problemas, casi a medio paladar, y mi lengua se solazó con el enorme rango de movimiento. Di rienda suelta a mi mejor mamada, total, como quiera, tal vez no vuelva a ver una pichula tan chica enana (ojalá). Y parece que fue demasiado para él, pues entre respiraciones agitadas y gemidos eyaculó en medio minuto, cogiéndome fuerte de los pelos, azotando mi nariz con su pubis; tal vez alucinaba que estaba atorando. Y sí, mas no por el tamaño sino por la asfixiante peste.
Al sacarla de mi boca, vi que el condón rebosaba de leche.
Me puse de pie y, cuando me disponía a abrir la puerta para salir, me dijo que me quede porque quería cacharme. “Ya, pues; ¡qué chucha!”, pensé y me bajé el pantalón dándole la espalda para que tenga a bien metérmela y terminar pronto con el asunto. Pero él empezó a besarme el cuello, acariciar mis tetillas, a morderme la oreja y acariciarme el pubis sin tocarme la pija… lo cual me excitó. Acto seguido, me puso frente a él y me dio una magnífica chupada de tetillas con la que casi me vengo. Volvió a darme vuelta, me tomó de la cintura y con una mano empujó mi espalda hacia abajo, para que me agache y quiebre y me la clavó en una. No dolió en absoluto, pero no mentiré: sí la sentí, y rico. No sé, me hacía cosquillas o algo. Como era de esperarse, él la sacaba toda y la metía toda… porque no había otra posibilidad con ese dedo meñique entre sus piernas. Y entre ese movimiento pausado y sus caricias, mordidas de nuca y susurros en mi oreja, terminé eyaculando en un orgasmo más que aceptable.
Él tuvo su segunda deslechada y me la sacó con las mismas. Nos acomodamos la ropa y le dije “yo salgo primero”, a lo que respondió “dale, y me esperas junto al teléfono”. Le dije que sí y salí del baño y patitas para qué las quiero, hui hasta la avenida más cercana y tomé un taxi. Ya en casa, procedí a bañarme y, mientras me quitaba la ropa, sentí como que el interior de mi culo estaba demasiado mojado. Me metí el dedo y, al sacarlo estaba completamente mojado y apestaba igual que su pene. Lo cual era extraño porque, si al mamársela no sentí sabores raros, tampoco tendría que dejármelos en el culo… salvo que la cachada haya sido sin condón y con preñada. ¿Tenía sentido que haga eso? Como me di vuelta y lo dejé hacer, tal vez aprovechó para cachar a pelo, y tal vez por primera vez en su vida.
Pasé un buen rato lavándome el culo con todos los jabones y champús que tenía a la mano, más cremas, talcos y qué sé yo. El olor no se fue de mis manos ni de mi culo en varios días. Y en mi cama, por las noches, el olor me daba morbo y, como sea que me gustó su cachada, me la corrí dos o tres veces recordando lo que hicimos, agregando la hipotética preñada.
No recuerdo su nombre. La cosa es que el micropipí anónimo me hizo venirme sin tocarme y sin que mi pene roce con algo. Por eso, confieso que, casi 30 años después, aún lo recuerdo y, a veces, lo evoco en una paja.
Excelente relato… como sigue?
como sigue?