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Fetichismo, Gays, Intercambios / Trios

Internado para varones «San Ignacio» Capítulo 4: La capacitación

Ante sus ojos una veintena de profesores despojados de cualquier prenda, tenían una orgía donde los protagonistas eran… ¿niños?.
Parte 1: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/fetichismo/internado-para-varones-san-ignacio-capitulo-1-el-primer-dia/

Parte 2: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/fetichismo/internado-para-varones-san-ignacio-capitulo-2-fiebre-adolescente/

Parte3: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/dominacion-hombres/internado-para-varones-san-ignacio-capitulo-2-la-confesion-del-pasado/

 

Ángel

Día de capacitación.

Ángel había regresado de la capilla; sintiéndose más calmado, como si hubiera soltado una enorme roca que su espalda cargaba. Confesar por primera vez en voz alta lo que había hecho con Dani tiempo atrás, lo hizo sentir liberado.

Había salido del baño, únicamente usando el pantalón cómodo de su pijama y sin camisa.

La humedad de su reciente baño, le hacía brillar su blanco y trabajado abdomen desnudo.

Tocaron la puerta.

Era Jorgito, su alumno de tercero. Llevaba una simple pijama completa blanca.

Lucía somnoliento. «Y muy bello…»

El pequeño le comentó que había tenido una pesadilla y su compañero de cuarto no había llegado aún; el único cuarto de un docente que conocía era el suyo —por alguna extraña razón—.

Ángel lo dejó entrar en lo que buscaba una camisa para llevarlo devuelta a su habitación.

El pequeño Jorge, no despegaba su mirada del imponente pecho desnudo de su profesor, lo que hizo sonrojar a Ángel.

—¿Y si me deja quedarme, maestro? Es que me da miedo estar sólito.

—No puedes quedarte a dormir en mi habitación, Jorge. Está prohibido.

Jorgito corrió y se aferró a la cintura de Ángel, quedando justo a la altura de su sexo.

Jorge hizo presión en su entrepierna de Ángel, y por culpa de la tela tan ligera de su pijama, el maestro sentía el toque como si no llevara nada.

Quiso apartar a su alumnito, pues en nada su cuerpo comenzaría a reaccionar. Jorge no cedió.

Volteó su rostro y Ángel tuvo que ahogar un gemido al sentir el rostro del pequeño justo en su verga.

El pequeño se aferró aún más al cuerpo de su maestro que incluso pudo sentir sus respiraciones acariciarlo.

Poco a poco, su entrepierna cobró vida, estirando de forma obscena la tela de su ropa. No había forma de parar aquella vergonzosa erección.

Jorgito sintió aquella protuberancia, miró embelezado la entrepierna de Ángel y acercó su manita.

Ángel suspiró, sintiendo el pequeño tacto de su alumnito sobando su erección. La mano era tan pequeña, que no podía cerrarla en el grosor de aquel trozo.

Como si el pequeño Jorge lo hubiera congelado, Ángel no podía moverse ni impedir lo que ocurría enfrente suyo.

El pequeño tomó las esquinas de la ropa de su maestro y comenzó a tirar.

La tela de la pijama comenzaba a estirar y revelar aquel mástil eréctil…

—No, Jorge. Por favor… —susurró lamentable—.

Tomó la mano de Jorge y detuvo la escena.

—No vuelvas a hacer eso Jorge. Soy tu maestro y me vas a respetar.

El pequeño saltó del susto y sus ojos comenzaron a rebosar de lágrimas.

Condujo al pequeño a la salida del edificio y lo dejó atrás de modo cortante mientras la voz de pequeño se desvanecía en una suplica. «Por favor maestro… castigar…»

Por primera vez desde que llegó, se sintió valiente y durmió plácidamente feliz de haber roto un ciclo.

 

Eran las siete y media de la mañana. Ángel había dormido tan tranquilo consigo mismo que no había escuchado su alarma. Se alistó rápidamente, poniéndose los primeros pantalones que encontró: unos negros —que próximamente tendría que cambiar por lo apretado—, y una camisa de vestir blanca.

Mientras se dirigía a la capilla de docentes, pudo ver a los niñitos yendo a la plaza cívica para la misa con el sacerdote.

Llegó muy nervioso a la capilla y notó que era el único que llevaba material para anotar, lo que lo hizo sentir avergonzado.

Samuel lo saludó desde una banca al frente, suspiró relajado y se sentó.

Samuel no paraba de hablar sobre cuánto amaría la capacitación y Ángel no podía entender porqué. Sus capacitaciones en el preescolar eran tan aburridas que iba con cero expectativas.

El director Salvatierra salió elegante vestido con su traje clerical. Lucía muy atractivo el día de hoy. Luego, se avergonzó de haber pensado aquello.

El Padre inició dando una bienvenida corta y pasó a los típicos anuncios de inicio de ciclo: códigos de vestimenta, logros y metas escolares.

—Sé que les encanta jugar con los niños. —guiñó Salvatierra—. Pero no olviden que esto es una escuela y se viene a estudiar.

«Déjenme darles una bienvenida a los nuevos docentes de este ciclo. —prosiguió el Padre—. Maestro Luis Sala de historia y maestro Zuriel Valle de deportes.

Ángel admiró a los docentes nuevos, Zuriel un moreno bastante grande y Luis un delgado joven.

—Un aplauso más especial al maestro Ángel Figueroa de tercero por venir con una experiencia intachable. —sonrió Salvatierra—. Sin más preámbulos, iniciemos con la capacitación.

Un niño hermosamente moreno subió al estrado. Parecía ser de segundo grado. Lucía nervioso.

Salvatierra tomó de la espalda a Ángel y lo dirigió al despacho parroquial, con la excusa de que los nuevos llevaban una capacitación aparte. Se sintió más tranquilo al ver a Samuel seguirlo detrás.

–Sé que ha sido una semana fenomenal, maestros. —El padre lucía más feliz de lo normal—. Pero hay reglas para no llamar la atención y habrá que aprenderlas.

«Maestro Ángel, habiendo desvirgado un pequeño de preescolar, debe enseñarles a estos novatos como tratar a un niño…

¿Qué? ¿Qué intentaba decir el Padre? Ángel comenzó a temblar. No era posible que este hombre… este Padre dijera tales palabras. Que supiera la verdad…

—Así como ven al maestro Ángel, logró disfrutar de un pequeño y salirse con la suya, ¿no es cierto, maestro?

Sintiéndose abrumado, Ángel retrocedió y abandonó el lugar con prisa, mientras la voz de Samuel se iba perdiendo detrás suyo.

¿Era esto una trampa? ¿Cómo sabían de Dani? ¿Por qué aseguraba que pasó, cuando el caso cerró con él como inocente?

Regresó al prebisterio y su respiración se interrumpió. No creía lo que estaba apreciando.

Ante sus ojos una veintena de profesores despojados de cualquier prenda, tenían una orgía donde los protagonistas eran… ¿niños?

¿Qué carajos estaba viendo? ¿Era un sueño? Más bien una pesadilla.

Haciendo caso omiso al horrible espectáculo, salió disparado del lugar.

Estaba en medio de un ataque de pánico, las manos le temblaban, su respiración era irregular y posiblemente estuviera llorando.

—¿Estás bien? —consoló Samuel al llegar—.

—¿A dónde putas me trajiste, Samuel? ¿Qué es este lugar? —dijo con una voz entrecortada—.

—Creí que entendías donde te estabas metiendo. No podemos hablar tan libremente de lo que hacemos aquí. Pero pensé que con cuatro días, ya habías tenido alguna experiencia de…

—¿Abusan de niños? Es eso. Una escuela de enfermos.

— Tú y yo sabemos lo que hiciste Ángel. Cuando me enteré de lo que pasó con ese niño en el kinder supe que era momento para unirte.

— No sabía que tenías esos deseos…

— Siempre tuve la impresión de que tú también. Notaba tu atención a los pequeños en nuestros años de universidad, simplemente tuve que confirmarlo con lo que le hiciste a ese niño.

Ángel logró calmarse. No sabía qué decir, qué pensar.

—Relájate bro. ¿No te sientes mejor dejando de fingir? De ver esos cuerpecitos y no pretender que quieres hundir tu verga en ellos. Que quieres rellenarlos y sentir su tierna boquita rosadita, y esos suaves culitos tan apretados. Deja de mentirte, Ángel.

No podía… no quería… no debía…

¿Por qué ahora? ¿por qué cuando ya sentía que había dejado todo eso atrás?

Estaba en una escuela de pervertidos y no quería ser parte.

«Mientes Ángel, mira abajo nada más»

Las palabras de Samuel lo habían dejado duro y su erección era aprisionada a un lado por sus ajustados pantalones.

—Date una oportunidad. —Samuel lo tomó delicadamente de un brazo y lo condujo devuelta adentro—.

Se dejó llevar sin objeción. No tenía fuerza para negarse.

Al ingresar no pudo despejar su vista del espectáculo.

Ahora veía todo con otros ojos. Ojos perversos.

Dos maestros completamente desnudos apuntaba sus vergas a la boca de un pequeño que solo llevaba camisa. El niño succionaba ambas vergas morenas con gran destreza.

La entrepierna de Ángel estaba dura.

Otros dos profesores compartían largos besos de lengua mientras un pequeño moreno masturbaba la verga de uno, mientras mamaba la otra.

La entrepierna de Ángel estaba en su erección máxima.

La mayoría de profesores se masturbaban en sus asientos mientras los demás usaban tan naturalmente las bocas de aquellos niños que deberían estar cuidando. Como si aquello fuera normal. «Es normal para ellos…»

En total, Ángel divisó cuatro pequeños de no más de diez años, atendiendo a distintos grupos de perversos y hambrientos maestros.

La entrepierna del pantalón de Ángel estaba apunto de explotar.

Samuel lo condujo devuelta a la oficina parroquial.

Dentro, el Padre Salvatierra veía fijamente a los maestros nuevos, quienes compartían un morboso beso mientras dos pequeños atendían sus erectas vergas.

Salvatierra no decía nada, simplemente estaba perdido en la escena del frente, mientras acariciaba la enorme obscenidad que resaltaba en su pantalón.

Samuel lo sentó en una silla y le susurró.

—Déjate llevar. Estás en casa.

Tomó el rostro de uno de los niños que atendían a Luis y Zuriel, dejó al otro a cargo de ambas vergas y condujo al primer pequeño al frente de Ángel.

— Mateo, porqué no le enseñas a el maestro Ángel cómo juegas al caballero y los trolls.

«El juego del que jorgito habló el primer día»

—Toma la espada de Ángel. —dijo Samuel con una voz más profunda—. Juega con él.

El pequeño Mateo le sonrió. Un bello niño de ojos avellana y bellos rizos que adornaban su angelical rostro blanco.

Mateo sobó la erección de Ángel y su tacto le electrizó todo el cuerpo. Su verga estaba aprisionada de lado, apunto de romper ese pantalón si seguía creciendo.

Intentó sacar la verga de Ángel de la cremallera pero el pantalón estaba tan apretado que le era difícil al pequeño.

En su desesperación, Ángel tomó con sus grandes manos la cremallera, y con un solo movimiento, deshizo la entrepierna del pantalón. Su verga estaba libre.

Mateo parecía un muñequito al lado de tan gruesa y venuda verga.

El pequeño suspiró asombrado.

Tomó el tronco de Ángel y se llevó la cabecita a su boca. Pronto, Ángel con los pantalones rotos, disfrutaba de la mamada de aquel pequeñín.

El niño era sorpresivamente un gran mamador y aunque no podía con el gran tamaño de Ángel, lo estaba haciendo sentir en las nubes con un cuarto de verga en él.

Se había perdido tanto en la boquita de Mateo, que no había visto como Samuel se masturbaba su verga con los pantalones ya en el suelo. De alguna forma, ver a su amigo consintiendo su propia virilidad mientras un pequeñito le engullía la verga, lo puso más caliente de lo que debía estar.

Tomó la cabeza de Mateo y comenzó a embestir la boca del niño, subiendo y bajando su pelvis a su propio ritmo. Nunca despegó su mirada de la verga morena de su mejor amigo, tan venosa, tan grande. Tan peluda. ¿Cuánto le mediría? Fácil unos veinte centímetros. Adornada con una base velluda y unos huevos tan grandes y colgantes de leche. Se preguntó cuántos niños ya habrían disfrutado ese palo.

Mateo había comenzado a tener arcadas debido a la velocidad de las embestidas de Ángel. Paró un segundo, tomó la cabellera del pequeño y lo ensartó en su grueso palo. El niño soltó la verga y pudo visualizar la erección de Ángel, con el glande rosa y lleno de babas.

Ángel sonrió. Sonrió como nunca lo había hecho.

Esta vez posó su vista en las otras presencias del lugar. Luis tenía al otro pequeñito mamando su delgada verga. No era descomunal como la de Zuriel, Samuel o él mismo, pero tampoco estaba mal.

El menor se llevaba todo el trozo de Luis con mucha facilidad, él joven maestro se retorcía en su lugar. Del otro lado, Zuriel abría el culito del pequeño y lamía con tanta pasión.

El niño moreno claro, parecía disfrutar la atención de aquellos hombres, ya que en ningún momento paró ni abrió los ojos.

Nada le prendía más a Ángel que la diferencia de tamaño; ver a Zuriel, tan grande y masculino, abriendo con sus enormes manos el culito de un frágil niño. Ángel nunca había estado tan duro.

Samuel se deshizo completamente de su ropa, su morena verga apuntaba al cielo y parecía una roca de tanta excitación.

—Comparte. No acapares. —Samuel levantó a Ángel de la silla y la tomó—.

Se recostó en la silla y acercó a Mateo a su verga. El niño sin perder un segundo, se llevó la erección de Samuel y mamó con desesperación.

Ángel copió la escena de al lado y comenzó a mamarle el culo al pequeño.

Tenía un buen culo, era redondo y muy firme. Tan lampiño como solo un niño podría.

Su lengua llenaba de babas el culo de Mateo, el niño incluso levantaba más la colita para dejar a la lengua de Ángel hacer su trabajo.

Inclinado tras el menor, la verga de Ángel llenaba el piso de precum. Oía el pequeñito gemir, su voz ser ahogada por la vergota de su mejor amigo. Estaba en el cielo.

Siguiendo el ejemplo de los demás en la sala, se quitó su pantalón, quedándose únicamente con su camisa blanca, repleta de sudor y pegada a sus enormes pectorales.

—¿Ya cambiaste de opinión, cabrón? —Samuel hundía la cabeza de Mateo en su verga—.

—¡No mames! Siento que me va explotar la verga.

—Bienvenido a San Ignacio. —sonrió Samuel—.

Su amigo levantó a Mateo y lo colocó en cuatro hacia él. Llevó su verga a la entrada del menor y punteó.

El niño se quejaba y siseaba de ardor, pero Samuel nunca paró.

Mateo comenzó a gruñir mientras la verga del profesor iba abriéndolo. Vio al niño morderse el labio.

Tomó su tronco, cada vez más venoso y rebosante de precum.

Tomó al pequeño y lo recostó de tal forma que pudiera recibir dos vergas al mismo tiempo. Los veinte centímetros de Ángel por la boca y los veinte de Samuel por el culo.

La habitación comenzó a llenarse de bufidos adultos. Ángel no podía despegar sus ojos de la verga morena de su amigo y cómo esta desaparecía en el pequeño culo de Mateo, dejando solo a la vista, su peluda base.

De su lado, Mateo mezclaba sus babas con el precum de Ángel. El niño lamía, chupaba, succionaba como todo un experto.

Pronto, el pequeño dejó de mamar para gritar de excitación, cuando Samuel comenzó a taladrarle el culo. Los sonidos del golpe de la piel de Mateo y los huevos cargados de Samuel, eran la mejor música.

Del otro lado del lugar, el Padre estaba liberando su entrepierna lentamente, quitándose el cinturón, bajando la cremallera. Y finalmente, sacando una descomunal verga venosa, tan gruesa como nada que hubiera visto. Era un tono más oscuro que la clara piel del padre, de él colgaban dos huevos enormes. El Padre tomó su tronco, escupió en su enorme glande y comenzó a masturbarse disfrutando como cuatro maestros adultos, se cogían dos pequeñitos.

Luis y Zuriel tenían a su pequeño mamando sus dos vergas a la vez, mientras ambos se daban un largo beso lleno de saliva.

—César. Muestrales a los maestros como montas. —dijo el Padre con una voz ronca y su mano masturbando el pedazo de carne erecto—.

César sonrió y se levantó. Zuriel tomó ventaja y se sentó en la silla. El pequeño se subió en él y se clavó en la verga morena del maestro de deportes.

Su gordo culo moreno, no tardó en recibir sin ningún problema el grosor de Zuriel. El pequeño César se arqueó cuando la verga llegó al final.

Zuriel bufó con mucha agresividad y comenzó a embestir al niño.

Salvatierra sonrió sin dejar de masturbarse.

El maestro Luis con la verga erecta, llevó su trozo a la boca de César para que se la mame mientras era embestido por otra verga.

Ángel estaba luchando para no venirse con tanto espectáculo a su al rededor.

Samuel abandonó el culo de Mateo y este sonó huevo al ser destapado.

Ángel tomó su lugar y abrió el culo del pequeño. Casi se viene solo verlo, ahora estaba completamente abierto, mojado y rojo por la verga de Samuel.

Clavó al pequeño y comenzó a penetrarlo tomando más velocidad cada vez. Mateo gemía al ritmo de cada choque.

Samuel tomó al pequeño sacándolo de la verga de Ángel y lo acostó en la silla boca arriba, abrió la boca de Mateo y dejó ir su verga en él. Ángel rápidamente volvió a penetrar al niño.

Ahora, el niño era penetrado por la boca por Samuel y por su culito por Ángel.

El pequeño Mateo disfrutaba cómo sus maestros usaban sus dos hoyitos, con su micro verguita dura y apuntando al cielo.

Zuriel dejó de penetrar a César, lo levantó y dejó al niño en cuatro sobre la silla.

Luis tomó su turno y llevó su delgado trozo al ano del pequeño, comenzó a embestirlo levantándolo del cabello.

Zuriel palpó su gruesa y mojada verga. Se acomodó y se la dejó a ir a Luis. El delgado maestro gritó.

Zuriel tomó las caderas de Luis y salvajemente, comenzó a embestirlo. Luis gemía salvajemente mientras él clavaba al pequeño. Ahora, los dos maestros y el niño, gemían exageradamente en un trenecito de pasión.

Ángel perdió la razón y aumentó agresivamente sus penetraciones, haciendo que Mateo se ahogara en la verga de Samuel.

No aguantaba más, sus huevos iban a explotar. Los sentía cargados y llenos de presión.

Sacó su verga y se corrió siete veces en el cuello de Mateo. Verlo, hizo que Samuel sacara la verga de la boca del niño y se corriera en él.

Mateo de siete años, se encontraba bañado en el espeso esperma de sus dos maestros. El liquido blanco resbalaba de la piel tierna del niño, quien solo sonreía feliz de haber deslechado a dos machos.

Por su parte, Luis bufó y sacó su verga del pequeño César, corriéndose en el culo del pequeño.

Zuriel tomó la lechita que escurría del pequeño y la restregó en la cara de César. Tomó su tronco y comenzó a masturbarse freneticamente hasta aventar más de seis chorros en la boca del pequeño.

Siseando, el Padre Salvatierra se unió a la lluvia blanca, tomando a los dos pequeños y corriéndose en ellos.

Ocho chorros calentitos y espesos, fueron repartidos en los rostros de César y Mateo, quiénes intentaban llevarse a la boca, todo el semen que podían.

Ángel suspiró, exprimiendo hasta la última gota de semen en su verga gruesa.

Pensó en la puerta que acababa de abrir. Un mundo sin remordimientos, un lugar con gente como él, con días como este.

Ahora, Ángel juro que disfrutaría los cuatro días anteriores que se la pasó lamentándose. Los repondría.

Se dejó caer en la silla y por los gritos que venían de la capilla, se dió cuenta que la capacitación había acabado.

 

Nota: Hola, nuevamente yo. Me disculpo por quiénes me contactaron y no se concretó nada. Es que, había seleccionado a mi editor, lamentablemente tuvo un percance y no podrá ayudarme más.  Así que la convocatoria sigue en pie. Busco un editor, quien lea los relatos, dé ideas, opine y me sugiera que cambiar. Repito, lo ideal es que sepa de redacción. Les vuelvo a dejar mi user únicamente para el puesto: Yes12098

Gracias por el apoyo y mi más sincero amor por todo.

 

7 Lecturas/31 diciembre, 2025/0 Comentarios/por El autor
Etiquetas: baño, culito, culo, dominacion, mayor, padre, semen, sexo
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