Irene, Primer orgasmo siendo mu niña.
Me llamo Irene, y les contaré la primera vez que me masturbé..
No eran los primeros días de verano ni tampoco los últimos pero de aquellos días recuerdo el sofocante sol dorado que pintaba las paredes blancas de cal y la brisa amable que atravesaba la galería del jardín con el aroma a los jacintos de mi abuela, amaba visitar a mi abuela Adela siempre que se presentaba la ocasión pero en especial durante el verano, tenía la suerte que mis padres me dejaban quedarme con ella durante todo el verano y ella me adoraba le gustaba tenerme a su lado, siempre sentí una atracción por aquella casa y aún hoy es para mí un lugar muy especial porque en la casa de mi abuela aprendí lo hermoso de mi sexo, en aquella casa fue donde aprendí años después que las mujeres también saben dar placer porque nadie conoce mejor el cuerpo femenino y sus rincones secretos.
Antes debo detenerme un momento en mi relato para detallar el día a día en la casa de mi abuela Adela, ella vivía sola pues mi abuelo Héctor había fallecido antes de que yo naciera, en general no recibía muchas visitas más bien todo lo contrario ella visitaba mucho la casa de una vecina que vivía calle a bajo, era una de las viejas amigas del pueblo con las que durante el año se hacían compañía, por lo que en la casa éramos solo nosotras dos y eso me permitía ciertas libertades que no podía tomarme en la casa de mis padres, andaba por la casa usando alguno de mis vestidos de playa que eran de lo más frescos sin llevar debajo nada que cubriera mis pequeños pechos, mi abuela decía que las tetas debían estar sueltas, y cuando entraba a la piscina lo hacía usando solo la parte de abajo del bikini, era una liberación increíble y también un acto rebelde con sabor a permiso.
Recuerdo que tenía 12 años cuando descubrí el placer de mi cuerpo por primera vez y de la forma más inocente, sin buscarlo, habíamos terminado de almorzar con mi abuela y ya habíamos terminado de fregar los platos, ella hacia su siesta cumpliendo una ley marcial del pueblo y yo había entrado a la piscina, chapoteaba sin hacer mucho bullicio para no despertarla, aunque solo tenía 1m de profundo me zambullía y jugaba a bucear, pero no había nada que me gustara más que flotar boca arriba con los ojos cerrados igual que lo hacen las hojas que caen al agua. De pronto, las voces roncas de unos hombres al otro lado de la medianera irrumpieron el silencio de la tarde y mi paz, pese a saber que era imposible que pudieran verme me sentí incomoda y salí de la piscina y me cubrí rápidamente con mi toalla de koalas, no quise entrar a la casa porque sabía que mi abuela se molestaría si mojaba el piso, ella podía resbalar y caerse, siempre me lo recordaba.
Me fui a mi lugar favorito de toda la casa, el columpio de caños blancos con grandes almohadas mullidas que se escondía detrás de la casa, estaba en un lugar privilegiado vigilado por unos naranjos de los que dan naranjas dulces y grandes, entre el abrigo del sol de la tarde y acompañado por la brisa ligera que soplaba acariciando suave en el rostro, había colgado la toalla para que se secara sobre el saliente de una rama cortada de uno de los naranjos, y me había puesto uno de mis vestidos de playa, era solo un pequeño vestido de algodón un poco holgado a los costados pero el roce de aquella tela me provocaba un hormigueo agradable al andar.
En el columpio y con el va y ven y la brisa de la tarde, la tela del vestido se movía acariciando sutil mis costillas mientras la tela del frente en ocasiones rosaba mis pechos y golpeando suavemente mis pezones, poco a poco sentía la piel de los pezones como se estremecía y se ponían duros, era a penas molesto pero también aprendí a disfrutarlo, se erizaba mi piel mientras unos calores se concentraban entre mis piernas y sofocaban todo mi cuerpo, sentía mis mejillas acaloradas era una sensación inexplicable, intensa y nueva. Mis manos guiadas por un instinto furtivo palpaban sobre mi vestido buscaban a ciegas mi clítoris, con mi mano izquierda recorría mi vientre bajo mi vestido como una araña hambrienta hasta alcanzar mis pequeños senos, frotaba mis pezones y los apretaba entre los dedos mientras con la otra mano levantaba un poco el vestido, lo suficiente para colocarse entre la mi vientre y el elástico de mi bikini, sin esfuerzo mi mano desapareció bajo la tela y exploraba mi sexo, primero sentí con la punta de los dedos una delicada pelusilla, luego tropecé con la piel que cubría mi clítoris, pese a que mis primeros tocamientos eran torpes y toscos y que solo atinaba a repetir el mismo movimiento hacia arriba y hacia abajo, en unos pocos segundo con la yema de los dedos supe repetir movimientos circulares bien posicionados sobre mi clítoris, se volvieron certeros, seguía más allá del clítoris un poco más abajo masajeando y separando de a poco mis labios, cada vez se sentían más resbalosos, sin ningún esfuerzo me sorprendió como pude introducir un dedo en mi vagina, luego dos dedos, entraban y salían una y otra, y otra, y otra vez a mi vagina… luego mis dedos volvieron a girar sobre mi clítoris presionando aplicando más presión que antes, podía oler mi vagina estimulada mientras oía mis dedos resbalarse en mi vagina y la tela del bikini se pegaba empapada a mis dedos, aquel aroma me resultaba muy agradable, el columpio seguía moviéndose mientras mi cadera acompañaba y mi cuerpo se arqueaba totalmente excitada, deseaba más mi cuerpo me pedía más. Para este momento había terminado en el suelo, estaba arrodillada sobre la gran almohada que montaba frotando mi coño hacia adelante y atrás, con mi mano frotando frenética mi clítoris y con la otra mano sujetaba uno de mis senos y lo exprimía, estaba gimiendo pero debía tener cuidando de no elevar el volumen, este sentimiento ahora me dominaba y no iba a parar, había nacido un nuevo juego al que me estaba volviendo adicta, sabía que esa necesidad no solo de explorar mi cuerpo si también explorarme como mujer descubrir que me gusta y como se convertiría en una práctica recurrente bajo las sábanas de mi cama este juego o en la intimidad de mis baños, cada vez que me sintiera segura de que nadie me observaba, esa clandestinidad y ese miedo a ser descubierta me excitaba y me volvía una fiera, entendí que debía ser un secreto incluso a mi abuela con la que compartía muchas cosas que no me atrevía a contar a mi madre, había descubierto el placer mucho antes de ponerle nombre.
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