ISABEL CAGA EN EL PLATANAR
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Isabel, segunda esposa de mi tío Wenceslao, es una mulata de grandes nalgas. Y sus tetas enormes parecen todavía más grandes por los piercings que mi tío la obliga a usar.
En el verano pasado nos visitaron en el rancho de la familia. Sus seis hijos vinieron también. El rancho se llenó de vida. Mi tía Isabel se adueñó del mando de la cocina y en las horas de comer, sus nalgas grandes hubieran sido para mí mejor manjar que cualquier comida que pudieran darme en un plato.
Yo me masturbaba viéndola moverse por toda la casa desde mi ventana, y aún más desde que la vi tener sexo salvaje con mi tío Wenceslao, quien le dio en aquella ocasión un gran orgasmo, penetrándole los senos con muchas agujas que la hicieron sangrar y gozar de una forma increíble.…
Durante las sesiones de sexo salvaje que practican seguido en la recámara que ocupan en el rancho, mi tío Wenceslao tira increíblemente de los piercings de las enormes tetas de mi tía Isabel, provocándole un dolor y un placer que transfiguran su rostro y le enronquecen la voz poco antes del orgasmo.
Yo conozco el sabor de la caca de Isabel, chocolate amargo y dulce que su cuerpo produce diariamente, desde que descubrí que ella no usa calzones y que deja sus pantalones para lavar en el cesto donde dejo los míos. De allí, me he masturbado hasta el cansancio aspirando el aroma penetrante de su sexo y lengüeteando la parte del pantalón donde va su culo.
Pero había algunos problemas en el rancho
El número de habitantes de la casa se había duplicado en unos días. El baño resultó ser insuficiente para la familia y dos o tres veces por semana alguien liberaba su vientre en el platanar que yo cultivaba a escasos diez metros de la casa. Mis padres se indignaron y preguntaron quién era el infractor. Naturalmente, nadie se delató, pero con mucha frecuencia tenía yo que recoger con mi pala el bulto de caca que alguien dejaba entre los árboles.
Por el olor dulzón de esa caca, yo sospechaba que era Isabel quien la ponía entre las matas de plátano. Así que, cada dos o tres días y casi con placer, sospechando que era de Isabel, yo recogía aquella caca y la depositaba lejos sin protestar.
Isabel me observaba mientras yo lo hacía, lo que me hacía reforzar la sospecha…
Y cada vez, al regresar de tirar lejos la caca, nuestras miradas se encontraban y se sostenían durante unos segundos, en un delicioso juego de complicidades. ¿Sería Isabel la culpable?
Una madrugada que volvía de una de mis contadas juergas en el pueblo, advertí sombras en el platanar. Me acerqué silenciosamente por detrás y vi. Era Isabel. Estaba acuclillada luchando por expulsar un enorme trozo de unos siete centímetros de diámetro que parecía aferrado a las paredes de su culo. Mi pene aumentó su tamaño unas seis veces y me paré unos dos metros detrás de Isabel quien justo acababa de lanzar al gran intruso desde su ano y había advertido mi presencia…
Eres tú- le dije- Eres tú la culpable.
Ella intentaba acomodarse el pantalón.
Yo le dije: ¿Así, sin limpiarte el culo?
Me acerqué a ella, me acomodé detrás de su culo y le dije: Déjame. Por favor: Yo te lo limpio. Bájate el pantalón.
Ella me complació. Se quitó completamente el pantalón, abrió sus piernas y, recargándose en un árbol de plátanos, se agachó lo suficiente para que mi lengua llegara hasta su ano.
Allí estuve, con los ojos entrecerrados y con la boca abierta, comiéndome la mierda que Isabel había dejado en su culo, hasta que no hubo más.
-Dame más- le dije- Dame otro pedazo, por favor.
Isabel hizo un pequeño esfuerzo y, sin problemas, un delicioso trozo de su caca, dulce y amargo, largo y firme, salió de su culo hasta mi boca, para completar mi cena de ese día de juerga.
A partir de entonces, espero ansioso la caca en el platanar…
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