LA CHICA DEL PEDO Y MÁS COSAS DELICIOSAS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Morbograma.
Soy muy morboso, pervertido y me gusta el sexo muy sucio.
El problema es que hasta entonces solo conocía a una mujer que compartía mis gustos y ella vivía a miles de kilómetros de distancia.
Hasta ese día normal que me pasó lo que quiero contarles.
Una mañana cualquiera dejé mi coche en un estacionamiento y fui al paradero del bus para ir a mi trabajo.
En la fila una chica de unos 26 años se hizo al lado mío saludándome con un gesto amable; pura cortesía citadina.
Ella iba vestida de chaqueta azul oscuro, blusa blanca, pantalón del mismo color de la chaqueta un tanto ajustado y tacones medios; un atuendo normal para una oficinista en esta ciudad.
Una mujer de contextura normal: no era gorda, pero tenía las carnes bien puestas.
Pelo negro largo, ojos café y un bronceado normal.
Una chica inocente y sexy según la ocasión y el observador, pero sin duda una niña bien de clase media.
La chaqueta abultada adelante dejaba ver unas tetas de buen tamaño; calculé que podían ser unas 36 y su pantalón dejaba ver un culo de mediano a grande, que se movía con movimientos pequeños sin que se notara flácido.
Se le marcaba un calzón grande, parecían unos cacheteros de esos que parten las nalgas por la mitad.
A la espera del bus comencé a notar un olor fétido cercano.
Era un olor fuerte, quizá asqueroso, pero llamativo de alguna forma.
Yo observé a esta chica, buscando alguna pista del origen de este olor, y ella me miró apenada, casi queriéndose ocultar.
Era evidente: se había tirado un pedo fenomenal.
No había podido aguantar, y se le había escapado este aire espeluznante dese su propio trasero.
Aunque los demás de la fila notaron el olor, sólo yo supe el origen verdadero y aquella chica lo sabía.
Yo en ese momento pude imaginar que tenía unos calzones blancos, manchados levemente por este pedo que se acababa de tirar; imaginaba ese olor a culo sudado y casi cagado y me excitaba pensar en todo lo que podía pasar con esta chica si mi imaginación superara la realidad.
Una vez nos subimos al bus, quedamos nuevamente lado a lado, de pié en el corredor, un poco apretados por la cantidad de gente.
Yo no dejaba de mirarla aunque trataba de disimular.
De repente ella se dirigió a mi:
-Discúlpame –dijo- sé que te diste cuenta de lo que pasó y me muero de la pena.
No se qué decir para disculparme.
-No te preocupes –repliqué- esas cosas le pasan a todo el mundo, no hace falta que te disculpes, entre otras cosas, porque yo lo he disfrutado.
Sí.
Lo dije.
Se me salió el sucio, tal vez por la excitación, tal vez porque, era una oportunidad.
Ella me miró con algo de desagrado, pero también con algo de curiosidad.
– ¡¿Te gustó?!
– Sí.
No se muy bien por qué, pero te confieso que me parece sexy cuando una mujer comparte ese tipo de intimidades conmigo; así sea sin querer.
Ella, asombrada, me miraba como queriendo decir algo pero sus labios no respondían.
Yo, ya jugado, decidí avanzar sin cautela, esperando como mínimo una cachetada:
– Si no te molesta –hablando en voz baja- me gustaría comprar los calzones que llevas puestos.
Ponles un precio y yo los compro.
Incluso podemos pasar por un almacén y yo te compro unos nuevos, para que no andes sin ropa interior el resto del día.
– (…)
Temí lo peor.
Ella me miraba entre asombrada, asqueada y vulnerada.
Pensé que iba a gritar ¡pervertido! y me iba a poner en evidencia, casi ad portas de una querella judicial por acoso.
Hizo incluso un ademán para alejarse, pero el bus estaba tan lleno que no había para donde ir.
Yo dejé de mirarla como quien con un gesto dice que es mejor dejar las cosas así.
Pasado un minuto o una eternidad, ya no sé, ella me volvió a dirigir la palabra:
– La verdad me parece asqueroso.
No entiendo cuál es la gracia de quedarte con mi ropa interior, más aún sabiendo lo que pasó en el paradero.
Creo que eres un pervertido.
¡Y no te conozco! ¡Y no me conoces!
– Sí soy un pervertido.
Y perdona si te ofendí o te molestó la propuesta, pero en todo caso es peor no intentarlo cuando se puede.
En un acto de valentía o insensatez o ambasme atreví a decir:
– Dime si sí o si no me vas a vender tus calzones.
El bus siguió avanzando parsimoniosamente hasta llegar a mi paradero sin que ella dijera una palabra.
Agarré mi maletín y me dispuse a salir del bus sin mirarla.
Caminé hacia la puerta y una vez en el paradero me bajé.
Caminé unos cuantos pasos cuando escuché su voz:
– Bueno, y ¿cuánto estás dispuesto a pagar por mis calzones?
Yo me volteé sorprendido y como si hubiera practicado un libreto le dije:
– Te pago lo justo y te compro unos calzones nuevos.
Le di una cifra cualquiera y añadí:
– Hagamos esto: vamos al almacén que queda allí cerca, me ayudas a escoger tus nuevos calzones y me das los tuyos ahí mismo.
Así ¡fácil!
Ella, dudó un poco pero accedió, motivada quizá por el dinero.
Salimos de la estación y caminamos hasta el almacén.
No sabía como se llamaba ni a qué se dedicaba; no hacía falta intercambiar nombres ni teléfonos.
Un par de anónimos que caminan para cometer un delito, un pecado, una afrenta contras las buenas, e incluso, contra las malas costumbres.
Llegamos; nos dirigimos a la sección de ropa interior femenina y entre algunas sonrisas y reproches ella escogió los calzones que le parecieron mejores.
– Bueno, me voy a cambiar.
Ya vengo.
Yo, con esta mente perversa propuse algo peor:
– Te pago más si vamos juntos a los vestidores y me dejas ver cómo te los quitas.
Ahí adentro cambiamos las prendas y te doy el dinero.
– ¿Qué crees, que soy? ¿Una stripper? ¿Una puta? ¡Te vas yendo a la mierda!
– Mira –dije casi rogando- soy un adicto al sexo y un pervertido; de solo pensar en tus calzones manchados tengo una erección descomunal, ya he empezado a gotear algo de esperma entre mis boxers; y aunque te propondría mil porquerías para hacer juntos, solo puedo pretender oler tus calzones y masturbarme con ellos hasta quedar tranquilo.
Ya llegamos hasta aquí; con esto tu ganas y yo gano; un negocio perfecto.
Las mujeres de estas tierras aunque conservadoras y difíciles para el sexo, al menos que haya dinero y/o buena estampa de por medio, parecen tener una particularidad: les gusta que los hombres lleven la delantera en el sexo.
Mi discurso de adicto-vulnerable pareció despertar en ella algo de misericordia, y bajó la guardia.
– Está bien, -dijo con un dejo de picardía- ¿me quieres ver? Vamos a los vestidores.
Entre nerviosos y expectantes los dos llegamos a los vestidores.
Me cercioré de quitar la marquilla con el precio de los calzones para pagarlos luego, agarré una blusa cualquiera de un mostrador y le dije a la señorita de la entrada que acompañaría a mi novia a probarse la blusa; para aconsejarla –dije-.
Entramos, cerramos la puerta, ella ya desabrochaba el pantalón.
Sus calzones eran de color blanco –como los imaginé- tenían un pequeño encaje en los bordes y a medida que se fue desvistiendo, no solo resultaron ser unos cacheteros sino que dejaban ver un vello púbico creciente en su entrepierna y un protector femenino en el forro.
– Me gustan tus calzones; pero me gusta más que tengas vello púbico y el protector.
Ella pareció recibir con agrado el cumplido y como en tono jocoso comenzó a modelar sus calzones para mí.
Tenía un culo delicioso y unas piernas en buena forma.
Yo solo miraba fijamente la entrepierna y el culo en cada vuelta.
Como si lo hubiéramos hecho antes ella fue deslizando sus calzones lentamente hasta que dejó su pubis completamente al descubierto.
Yo sin apresurarme le ayudé a sacarse sus bragas blancas.
– No.
¡No quites el protector! Allí es donde se concentra gran parte del placer –dije-
Y comencé a oler sus calzones en un éxtasis casi subliminal.
Aunque era temprano en la mañana, el protector tenía un color amarillo opaco y olía a sudor vaginal combinado con orines y flujos.
Por detrás había una leve mancha café y olía a sudor de culo con un leve ‘buqué’ de mierda.
Me senté en una butaca que había allí.
Creo que mis movimientos y el éxtasis que yo estaba sintiendo la calentaron a ella, así que se acercó con su pubis desnudo a mi cara pasada por sus calzones usados.
– ¿Quieres olerme? ¿Quieres olerme de verdad? Ven acércate a mi vagina; huele, siente mi sudor –me dijo ya en un tono casi pornográfico-
Acerqué mi cara a esa maraña de vellos hermosos; olían un poco a champú y un poco a sudor; a algo realmente delicioso.
El roce de mi nariz con sus vellos e incluso con sus labios hizo que ella se excitara bastante.
Ella, de pié, forzó mi cabeza hacia su vagina con sus brazos.
Yo, ya despojado de cualquier reserva, comencé a lamer sus ricos labios y a lanzar lengüetazos a su clítoris.
Su vagina era preciosa: los labios menores sobresalían bastante, eran largos y carnosos, estaban recogidos como esperando que una boca húmeda los chupara, eran de un rosado oscuro, pero una vez estirados se volvían rosado intenso; su clítoris era como la cereza del pastel: oculto entre los labios sobresalía de la vulva cuando comencé a tocarlo con la punta de la lengua.
Ella trataba de no gemir mucho, no fuera que nos sacaran del vestidor a patadas, pero se notaba que estaba pasando de maravilla porque comenzó a producir mucho flujo y a moverse cada vez con más fuerza contra mi cara.
Mi nariz, mis pómulos y mi boca estaban untados de su flujo.
Yo solo atinaba a saborear esos manjares.
En un momento subió una de sus piernas para darle más cabida a mi cara y así poder lamer con más precisión su raja jugosa; momento que yo aproveché para atacar su culo; ese orto apretado y ahora muy sudoroso que pedía a gritos mi lengua.
No oíamos a nadie afuera y la excitación ya no cabía en mis pantalones.
Como pude me desabroché el pantalón y dejé salir mi virilidad que estaba como el asta de un velero.
Con la otra mano sostenía los calzones usados, como una especie de tóken; de premio.
Ella ya entregada desabrochó su chaqueta, arrancó los botones de su blusa de un jalón y sacó sus tetas con los pezones señalándome como culpable de esta faena.
Eran dos preciosos melones con los pezones café claro de tamaño proporcional a cada teta.
Yo saqué la cara de su culo y sucedió lo deseable: se tiró un pedo exquisito; había sonado fuerte porque su hoyo estaba lleno de saliva mía y aunque el olor era menos fétido que el de la mañana era igual de atractivo.
– Oops, ¡perdón! –exclamó-
– Me vale una verga.
Hazlo cada vez que quieras.
Conmigo no tienes problema de ser la más sucia que te imagines.
– ¡Estoy muy excitada! Siento que me voy a venir ¡que me voy a orinar! Me siento sucia pero esto me vuelve looocaaa.
En ese momento nos tiramos al suelo y comencé a penetrarla tratando de meterle al mismo tiempo un dedo en el culo.
Quizá ya los gritos que daba llamaron la atención de la señorita que cuidaba los vestidores y escuchamos: “¿Qué pasa ahí adentro? ¡Voy a llamar a seguridad!”
Un pésimo momento para que esta perra nos interrumpiera.
Casi arruinado el momento, y para evitar un espectáculo bochornoso para ambos, nos incorporamos rápidamente y comenzamos a vestirnos.
– Toma tus nuevos calzones, te los mereces, estás muy bonita, hueles y sabes exquisito –atiné a decir- casi drogado por sus flujos vaginales.
– No.
Espera.
No me los des aún.
Busquemos un lugar.
No puedo dejar esto a medias.
No así; no sin venirme como Dios manda –alcanzó a decirme-
Salimos apresurados.
Como pude pagué los calzones nuevos y la blusa que había servido de excusa para entrar al vestidor; pues esta chica había destrozado los botones de su blusa.
Un precio justo por este momento impensable una hora antes.
– Estoy que me orino.
Tenemos que encontrar un lugar pronto o me voy a mear en los pantalones.
No tengo calzones puestos para mojar, además.
En efecto.
Los calzones usados estaban en uno de mis bolsillos y los nuevos en su cartera.
– Aguarda ahí, no te hagas que quiero verte mear.
Su cara ya no fue de sorpresa ni de asombro sino de afán y placer.
– En este punto ya puedes hacerme lo que quieras.
–Reafirmó con decisión-
Entramos a un hotel que yo conocía, no muy lejos de donde estábamos.
En el elevador ya habíamos comenzado a besarnos y a manosearnos sin tregua.
Abrí la puerta de la habitación, ella corrió al baño y yo detrás de ella.
Nos fuimos desvistiendo; ella dejó caer sus pantalones hasta la rodilla y se sentó en el sanitario.
– Levántate un poco.
Quiero ver tu chorro en todo su esplendor.
Quiero ver tus labios mojándose y quiero lamer las gotas que queden.
– Voy a mojarme toda y seguro te mojo a ti…
Yo sabía que por la forma de sus labios iba a mojar todo a su alrededor.
– Mójame todo.
Quiero quedar empapado, quiero todo lo que salga de tu vagina encima mío.
Ella aceptó, se levantó un poco y comenzó a orinar.
Era una corriente fuerte, sin mucho olor, cuando de repente otra vez su culo me premiaba por tercera vez en el día.
Ella cerró los ojos y gimió de placer como si ese pedo lo estuviera guardando para un momento especial.
En ese momento le acaricié la vagina con una mano mientras orinaba
– Me muerooo –exclamó- Tómate todos mis jugos, huele todos mis pedos, lámeme como a un helado, cómete mis flujos; dame tu leche, ¡haz conmigo lo que te venga en gana!
En este punto ya valía todo.
Yo decía porquerías y ella gemía y aprobaba, pedía más, proponía posiciones y trataba de mearse encima mío y de tirarse más pedos.
Nos tocábamos todo, nos besábamos todo, nos mamábamos todo.
No había nada vedado.
Salimos del baño y caminamos hasta la cama, mientras yo le decía cosas sucias y ella respondía con otras igual.
En la cama nos revolcamos mientras hacíamos todo lo que podíamos con nuestros cuerpos.
Ella comenzó a mamármelo y a lamerlo sin límites; su saliva escurría por todo el pene hasta mi culo.
¡Y lamía mi culo como una hambrienta! Yo agarraba sus tetas, metía los dedos por todos los orificios, besaba y lamía.
De repente dejó de moverse.
Me miró fijamente y me dijo:
– Tanto movimiento a esta hora de la mañana… Siento… creo que tengo que cagar…
Y en seguida se tiró otro pedo gigante.
– Yo te limpio el culo si me dejas entrar al baño contigo o si te cagas allí en el suelo, con las piernas abiertas hacia mí; donde pueda verte bien.
Me agarró el pene con fuerza y se penetró ella misma con él.
Yo hacía un esfuerzo enorme por no venirme.
Trataba de controlar el orgasmo pensando en otras cosas mientras intentaba cambiar de posición para hacerle sexo oral.
Buscaba su placer, sus jugos vaginales que eran cada vez más y más húmedos.
Cada vez que me apartaba de su vagina y de su culo, quedaban colgando flujos y gotas que yo inmediatamente regresaba a tomar y a saborear; lo que aumentaba más la presión sobre mi propio orgasmo.
– Me volvieron las ganas de orinar –dijo jadeando- pero si me orino no solo mojo la cama sino que me cago.
Yo aproveché para sacarlo de su vagina y así demorar la venida inminente y le dije:
– No te cohíbas.
Ya sabes que a mi me excita todo eso; si le encuentras algo de placer a cagar delante mío, dale, hazlo con confianza.
Si ella ya había sobrepasado sus límites, esto se podía convertir en el cierre con broche de oro o en un final flojo y anticipado de esta exquisita faena…
– Me ha gustado tirarme pedos delante tuyo.
Veo como te excita, cómo te endurece la verga, como se dilatan tus pupilas.
Me ha excitado orinarme sin parar para mojarte, para que me veas y para que me saboreés… ¡Como hueles mis calzones, por Dios! Disfruto cuando me lames el ano y me lo acaricias, cuando me metes los dedos; ¡ya me he venido dos veces! Creo que disfrutaría ver cómo te excitas mientras me cago, pero te confieso que me preocupa la limpieza luego, y los olores, y qué vayas a pensar de mi después de todo esto, cuando pase todo.
En ese instante soltó otro pedo, pero esta vez casi silencioso y largo, el preámbulo de que ya venía el plato principal.
– Verte cagar en el sanitario sería excitante, pero si te pones en esta posición, casi de parto, –hice la pose- sería espectacular y me harías venir como nunca.
Solo pones tus brazos contra el piso y atrás sosteniéndote… Mira –señalé un periódico sobre la mesa de noche- podrías hacerlo allí en el piso, sobre éste papel y cuando todo termine simplemente recogemos todo y ya.
Ella miró al suelo, miró el papel y me miró a mi con cara de picardía y dijo:
– ¿Cómo un perro?
– ¡Como una perra en realidad! dije yo; y ambos soltamos tremendas carcajadas.
– OK.
Yo nunca he hecho esto, pero a estas alturas estoy tan llevada y excitada que quiero experimentarlo todo –afirmó-
En seguida pusimos el papel periódico en el suelo, bien grueso para no quedar untados de mierda al final y una vez terminado el trabajo logístico ella se puso en posición.
– Tanto pedo esta mañana es porque no alcancé a cagar antes de salir de casa.
Desayuné algo rápido que dejé anoche –dijo mientras abría más las piernas- No me imaginé terminar haciendo esto en mi vida.
Yo me senté justo al frente de sus piernas abiertas con una mano en el pene y otra en el suelo.
Era como asistir a un autocine porno o a un show privado en Asia donde estas cosas son más comunes de lo que uno cree.
– Me encanta ver como te masturbas.
Me excita por montones que se te ponga duro de solo verme… ¡No hables! Espera…
Ella hizo un gesto de placer mientras se tiraba otro pedo, esta vez muy sonoro y contundente.
– Me voy a meaarrr, qué ricooo…
Y de su vagina salió un chorro que alcanzó a mojarme todo el vientre y parte del pecho.
Era una fuente muy fuerte.
Yo ya estaba extasiado.
En ese momento comenzó a salir por su culo un enorme cuerpo cilíndrico café, sólido escasamente viscoso, mientras ella hacía gestos de placer y gemía y jadeaba como si le estuviera haciendo sexo anal.
Su ano dilatado era de un tamaño enorme.
Un chorro de orines salía lentamente por un costado de su vagina mojando sus nalgas y la mierda que ya era de una talla considerable.
Ella comenzó a restregar su clítoris con los dedos de la mano derecha mientras se sostenía con el otro brazo.
Yo me masturbaba apretando muy duro la cabeza del pene para no venirme.
– Ven.
Acércate un poco más.
Yo obedecí como un lacayo y ella comenzó a orinar otra vez, mojándome un poco más, solo que en esta oportunidad vi como salía una abundante cantidad de mierda, en un estado blando y de un color más claro.
Ella mantenía su cara de placer y casi de éxtasis mientras esforzaba su vientre para que sacara más mierda por su culo.
Al momento el ano dilatado solo dejaba escapar uno que otro pedo corto y húmedo.
Estaba terminando.
– ¡Qué puta delicia! –exclamé de placer-
– ¡Soy una perra asquerosa y me gusta! Huéleme, límpiame, culéame.
Párteme en dos y hazme venir –jadeó al final-
Me levanté y aún chorreando orines fui por un poco de papel higiénico para limpiar su culo.
– ¿No vas a lamerme?
– No.
Me excita verte cagar, oler tus pedos e incluso tu mierda, puedo probar gotas de tu orina y todos tus jugos, pero lamer mierda me da pánico; temo enfermarme.
Tanta prudencia produjo en ella un gesto de decepción –increíblemente- pero no fue lo suficiente como para apagar el momento.
Ella, un poco más empoderada y recién cagada me cambió el rumbo:
– Deja el papel.
Trae los calzones que me compraste ahora y limpia mi culo con ellos.
Así te quedas con en ‘antes’ y el ‘despues’ –dijo con autoridad-
Ella se puso en cuatro y yo comencé a limpiar su culo lentamente mientras ella gemía.
Por alguna razón el olor a mierda no me disgustaba para nada y la cagada sobre el papel periódico no me incomodaba.
En esas acerqué uno de mis dedos a su orificio y desde arriba escupí un poco para lubricar.
– Quiero metértelo por el culo.
– Nadie me ha dado por el culo.
Soy vírgen por ahí y dicen que duele como un parto.
– No, si está dilatado y se hace con cuidado.
No quería avisarle pero me parecía peor dañar el momento con una penetración forzada y obligada.
– Inténtalo, pero te advierto que si me duele te pateo las bolas.
Su ano estaba muy dilatado por cuenta del cilindro de mierda que había sacado en el primer intento, al tiempo estaba lubricado por la consistencia blanda de la segunda tanda de mierda.
Yo masajeé un poco, escupí para lubricar más y comencé a penetrarla lentamente.
Ella no se incomodó para nada, se dejó penetrar con facilidad y entre más profundo llegaba jadeada y gemía de placer con más intensidad.
Yo tenía la erección de un semental romano y mientras bombeaba por detrás mi pene salía untado de mierda lo que hacía más fácil la penetración y la sensación más intensa.
Para completar, aproveché tenerla en cuatro y con los dedos de la mano izquierda refregaba su clítoris.
Ella ya gritaba, yo gruñía y gemía.
– Qué rrricoooo mi amorrrr.
Dame por el culo así, todos los días después de cagar.
¡Estoy que me vengo!
– No puedo más, no puedo máaasss.
Qué delicia Me voy a estallar y te voy a dejar un lago de semen en el anooo, me voy a venir, ¡¡¡me voy a venirrr!!!
Como si faltara algo más sentí en mi mano que ella se venía a chorros, se orinaba de la excitación y se cagaba nuevamente mientras gritaba: ¡¡¡me vine; puta, me vineeee!!! Yo sentía que me venía pero al mismo tiempo mi pene salió de su culo por una enorme presión: rollos de mierda comenzaron a salir de su culo untando el pene y al mismo tiempo recibiendo mi semen caliente, el cual yo ya sacaba con ayuda de mi mano untada de mierda.
Ella terminó de descargar su culo y su vejiga, mientras yo aún seguía sacando esperma.
¡Qué riiiicooo! Me siento en otro mundo –dijo ella mientras cruzaba los brazos sobre su cabeza; aún en cuatro, dejando más expuestos su vagina y su culo.
Yo apenas volvía en mí de un viaje increíble y sucio, y miraba alrededor como quien no cree lo que ve.
No sé cuánto tiempo duramos así, en esa posición sin decir una palabra, hasta que ella dijo:
– No fuimos a trabajar… Ahora me tienes que ayudar a inventar un excusa creíble para mi jefe.
– ¿Quieres bañarte? -Pregunté estúpidamente-
– Primero debemos recoger toda esta mierda, ¡no voy a dejar que las aseadoras del hotel limpien esto y me denuncien por cochina!
La habitación olía a mierda –literal- así que abrimos las ventanas, y limpiamos como pudimos tratando de no dejar rastro de caca.
Ya con el cuarto más o menos presentable nos fuimos a bañar.
La ducha era de buen tamaño así que cupimos sin problemas.
Mientras caía el agua yo observaba su cuerpo con más detenimiento y menos afán, era una mujer naturalmente bella…
– ¿Cómo te llamas? -preguntó mientras jabonaba su vello púbico-
– Santiago, ¿y tu?
– Catalina
– Ha sido la mejor mañana de mi vida –repliqué-
– La mía la más extraña.
Pero he pasado delicioso.
¿Crees que volveremos a vernos?
En ese momento comprendí que ella no había fingido nada, qué se había dado todo por suerte y que en ella se había despertado la pervertida que yo había soñado; sin embargo, no todo podía ser perfecto:
– Eso sí –advirtió dándose una vuelta para darme el culo- solo te podría ver en las mañanas porque mi novio me recoge en las tardes.
Más ahora cuando estamos organizando nuestro matrimonio.
– Vaya, pues qué bueno que lo dices.
Estar en igualdad de condiciones reduce los riesgos, pues mi esposa me espera en las tardes.
Lo que sí me preocupa es que cada vez que quiera verte tenga que ofrecerte algún dinero –me atreví a decir- casi insultándola sin querer.
Ella se volteó con sus tetas erguidas con su vello púbico mojado y mientras ponía mi mano bajo su vagina, rozando sus largos y deliciosos labios sentenció:
– El único pago que necesito es el semen que me vas a dar cada vez que te vea, cada vez que te lo pida o cada vez que quieras dármelo; y en seguida comenzó a orinar mi mano…
Esta historia continuará…
Espero que les haya gustado mi primera historia en SST y espero que me hagan comentarios… Nos leemos pronto.
La verdad que si es un enfermito de mierda del scat XD pero cada quien con sus minusvalías pues jaja