LA CHICA DEL PEDO Y TODO EN REGLA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Morbograma.
Desde aquella primera vez, cuando nos conocimos, Catalina y yo habíamos logrado tener una relación ideal: solo hablábamos cuando era sobre sexo, morbosidades y perversión, y nos veíamos solo cuando queríamos revolcarnos y hacer cochinadas.
También, al principio, hacíamos “sexting” permanentemente, lo que traía problemas de concentración en la oficina; y solo en la oficina, pues como buenos “amantes” cualquier comunicación en las noches o los fines de semana estaba proscrita, salvo que alguna situación extraordinaria nos permitiera vernos.
No obstante, luego de un tiempo nos dimos cuenta que estábamos agotando las palabras y las fantasías pensando en los días que podíamos vernos, y entonces decidimos cortar un poco con el “sexting” y las llamadas morbosas.
Y no; no éramos amigos en realidad: no sabíamos mucho de la vida personal o laboral del otro; solo lo estrictamente necesario: ella estaba de novia y se iba a casar con su novio de tres años; yo ya me había casado y vivía con mi esposa.
Ella trabajaba en una empresa de seguros; yo trabajaba en una empresa de comunicaciones.
Ella era una chica católica de misa los domingos y eternos almuerzos familiares; yo cumplía a cabalidad con mis deberes maritales.
Ella se volvió adicta a cagar mientras le hacía sexo anal; yo me volví adicto a sus flujos vaginales.
Una mañana llamó a mi móvil y no le pude contestar.
Le hablé por el chat:
-Ahora te llamo.
Estoy en reunión.
-Bueno.
Pero no se te olvide; quedo pendiente.
Era de cierta forma extraño recibir una llamada sin previo aviso por el chat.
Todo era meticuloso y calculado para no ir cometer errores que nos pusieran al descubierto con nadie.
Su respuesta fue formal y no decía nada como: “no me bañé esta mañana porque quiero que me limpies el culo sudoroso con tu lengua” o “espero que tengas sed porque he mojado mis calzones toda la mañana”; como ya era costumbre.
Era un tono diferente, pero nada preocupante –me dije-
Cuando finalmente pude llamarla acordamos almorzar en un sitio equidistante entre su lugar de trabajo y el mío; un sitio discreto pero no tanto como para levantar sospechas si alguien conocido nos veía.
Teníamos solo hora y media para vernos antes de regresar a las oficinas.
-Quería agradecerte –empezó diciendo- Si no te hubieras arriesgado a proponerme tantas cosas pervertidas, yo seguiría siendo la misma chica ñoña que conociste en el bus.
Seguiría siendo como mi amiga de la oficina, Andrea, que es un desastre.
Me da pesar, porque no me aguanto sus historias románticas de princesa de Disney, mientras yo solo pienso en lo mucho que quiero tu verga entre mi culo…
Antes de que yo pudiera decir: ‘de nada’, ‘con mucho gusto’, ‘cuando quieras’, ‘no fue nada’, ella continuó:
-¡Yo sería igual de estúpida de no ser por ti! ¡Cuánto te quiero!
-(…)
-Cuánto te quiero… ¡entre mis piernas, ricurita! –aclaró mientras yo palidecía y ella soltaba una sonora carcajada-
Entre la sorpresa que me produjo lo que sería un chiste (mal chiste), reaccioné con rapidez y le dije:
-¡Si tanto me quieres entre tus piernas aprovechemos y busquemos un lugar adecuado para darte lo que quieres!
Sin dejar de reírse por esa broma pesada que me lanzó, contestó:
-No tenemos tiempo… Además me llegó la regla.
Tengo el periodo –recalcó-
Increíblemente, hasta entonces habíamos hecho casi todo el sexo grotesco que una persona ‘normal’ rechazaría de plano: lluvias doradas, cagar, tirarse pedos, escupir, hablar sucio, tomar fluidos genitales, y todo lo que se deriva de lo anterior; pero curiosamente nunca habíamos tenido sexo mientras tenía el periodo.
Simplemente no había coincidido.
-¡Eso no es problema! –afirmé vehementemente- No podré hacerte sexo oral completo: sólo por los lados y concentrado en el clítoris, ¡pero que se puede, se puede!
Antes de que ella dijese algo me acomodé justo a su lado en el sillón, que estaba ubicado contra una de las paredes del restaurante, y comencé a acariciar su entrepierna, subiendo un poco su minifalda y moviendo mis dedos sobre sus medias veladas.
La complicidad de la mesa me ayudaba a disimularlo todo.
– Oyeee, ¡¿Estas loco?! ¡Nos pueden ver! ¡Me pueden oler!
Cerró las piernas y mi mano izquierda quedó aprisionada entre ellas lo que me permitió sentir ya no un protector pequeño sino una toalla de buen tamaño, abultada, quizá porque no la había cambiado en toda la mañana –pensé-
Miré alrededor; no había nadie en las mesas cercanas, los meseros estaban distraídos conversando entre ellos o sirviendo platos en otras mesas; como pude alcancé el iPad que Catalina llevaba en la cartera y comencé a fingir que leíamos algo interesante en la pantalla, para disimular cualquier gesto y movimientos.
-Hazte la interesada.
Como si estuviéramos leyendo algo sobre Tarantino o sobre Christopher Nolan.
-¡¿Sobre quién putas?! –preguntó sin interés-
Ella trató de acomodarse y sacar mi mano pero el movimiento que hizo solo permitió que mis dedos se apoyaran en el lugar correcto para acariciarla sin misericordia.
Poco a poco sus piernas se fueron abriendo entregándose al placer sin mucho esfuerzo.
Sus mejillas comenzaron a ponerse coloradas y la respiración en lapsos de trote o carrera de 100 metros.
Mientras trataba de mirar un punto fijo en la pantalla del iPad, en realidad sus ojos enfocaban los alrededores como dos cámaras de seguridad.
-Súbete un poco la falda.
–Me miró con reproche, pero lo hizo-
Entonces metí la mano por entre las medias y los calzones hasta llegar a su vagina, hasta sus hermosos y carnosos labios que se sentían más grandes y viscosos que nunca.
El anterior de mi mano rozaba la toalla que también se sentía mojada, muy mojada, el clítoris también se sentía más grande y ella hacía un enorme esfuerzo para no gemir ni gritar.
Yo con cada movimiento sentía más humedad entre mis dedos, más viscosidad, más calor, trataba de alargar uno de los dedos para llegar al ano y untarle con los flujos descontrolados.
Ella comenzó a acariciar el pene por encima del pantalón.
Como pudo abrió la bragueta y con el tirón propio del caucho de los boxers sentí su mano deslizarse agarrando mi mástil con firmeza y fogosidad.
Cada vez que mis dedos separaban los labios de la vagina y acariciaban el clítoris, ella apretaba mi pene con fuerza, como avisándome que estaba a punto del orgasmo.
En este momento ya su falda estaba a la altura del estómago, las medias veladas a mitad de los muslos y los calzones desacomodados y casi desgarrados a la altura de la pelvis.
Sin mucho cuidado, ella sacó mi pene por entre la bragueta, (más tarde me daría cuenta que tenía un pequeño corte por la cremallera); y comenzó a masturbarme como si nadie estuviera allí.
Yo, como un digitador profesional, movía los dedos y la mano propiciando espasmos y contracciones vaginales sin igual.
-Me voy a venir… me voy a venir… sigue tocándome así, dale, así, dale, dale… -susurraba-
Ella tenía el brazo izquierdo sobre la mesa, cerró el puño, yo sentí que me estrangulaba el pene con la mano derecha, agachó la cabeza, quizá para disimular el gesto, y oí un gemido gutural, casi en secreto, mientras yo sentía en mi mano izquierda un chorro de flujos muy húmedos y viscosos saliendo de la vagina con algo de presión.
Ella seguía con su mano derecha apretándome el pene pero ya no me masturbaba, solo me refregaba el glande con el dedo gordo lubricado por el esperma que se había logrado escapar.
Yo sentía que la corriente de esperma iba a salir escupida para todos lados por la presión, dejé caer el iPad para liberar mi mano derecha, aparté su mano, agarré a mi mejor amigo, me di media vuelta hacia la izquierda, y me derramé sobre su pubis que había dejado al descubierto mientras la masturbaba.
Cuando volví en mi ella estaba con la espalda completamente recostada hacia atrás, sostenida por el espaldar, chupándose el dedo gordo con el esperma que le había quedado untado; con las mejillas coloradas, y mirándome con deseo.
Yo había hecho un reguero enorme que ahora escurría por todo el vientre de ella, desde el pubis hacia su vagina, entre un vello púbico no tan frondoso como en otras ocasiones, pero tan sexy como siempre.
Saqué completamente mi mano izquierda de su entrepierna para constatar lo inevitable: estaba llena de sangre, combinada con una mucosidad transparente y viscosa, olía no tan fuerte, pero tenía ese aroma vaginal concentrado que a mi me enloquecía; yo, como un catador, comencé a refregarme la regla entre los dedos de la mano mientras ella observaba con curiosidad.
– ¿No te da asco? Me mojé demasiado, ¿no? Fue mucho, ¿no? –Dijo como si estuviéramos recostados en la cama luego de cualquier polvo-
– No.
Esto es delicioso.
Aún no vuelvo en mí del todo.
Me encanta.
Entre más mojada estés, más excitado me vas a poner.
– Qué rico.
Yo no me imag… –interrumpió súbitamente- Viene, viene, viene.
– ¿Qué pass…?
Volteé a mirar.
Una mesera se acercaba por el flanco derecho, mi flanco.
Catalina estaba semidesnuda, chorreando semen por todas partes; yo con el pene afuera, una mano untada de esperma y la otra bañada en regla.
La mesa y los asientos ayudaban a cubrirnos bastante de lejos, pero de cerca, la mesera podría verlo todo.
Con la mano untada de esperma hice el ademán de: ‘la cuenta, por favor’ tratando de evitar que se acercara, esperando que diera media vuelta para ir por la factura, pero siguió avanzando hacia nosotros.
Instintivamente nos acomodamos hacia el frente para tapar con el torso lo que la mesa no alcanzaba a cubrir, Catalina puso sus dos brazos sobre la mesa y yo los puse debajo de ésta mientras mirábamos a la mesera con una sonrisa.
– ¿Puedo retirar los platos? –Preguntó mientras movía sus fosas nasales como cuando uno quiere identificar un olor- ¿Les gustó la comida? –Se reclinó sobre la mesa para alcanzar toda la vajilla-
– Delicioso –dije-
– Qué bueno.
¿Van a querer postre? -Preguntó mientras seguía olfateando como un sabueso-.
– Nnno, nno, muchas gracias, contestó Catalina.
Ya debemos irnos.
Finalmente la mesera se fue por la cuenta y aprovechamos para ponernos en orden.
Catalina acomodó sus panties, las medias veladas y la falda como pudo.
Yo acomodé el ‘mercado’ e intenté organizar un poco mi camisa sin mucho éxito, cuando vimos que la mesera regresaba presurosa.
– Cuando uno quiere que se tome su tiempo le da por ser eficiente a esta.
En ese instante interrumpió Catalina-
– ¡Mierda! ¡Mira el charco que hemos hecho bajo la mesa!
– Parece que hubiéramos volteado un vaso con agua o quizá una Coca-Cola –dije-
– Pero el charco más grande está entre mis piernas.
Se va a dar cuenta -alcanzó a decir antes de que la mesera nos entregara la factura-
– ¿Todo correcto?
– Sí señorita –y le alcancé la tarjeta de crédito para el pago-
Fueron segundos eternos mientras la transacción se realizó.
Dimos de nuevo las gracias y nos despedimos.
Finalmente Catalina se puso de pié y salió por su costado de la mesa mientras yo hice lo propio por mi lado.
Caminamos un par de pasos cuando oímos:
– Señorita.
Espere, por favor…
Catalina quedó paralizada, ni siquiera se volteó.
La mesera en dos pasos nos alcanzó y me apartó para hablarle a Catalina al oído.
Cuando la mesera terminó de hablarle, Catalina volteó la cabeza y me miró con cara de: ‘te lo dije’ y ‘es tu culpa’.
Entonces ambas mujeres caminaron hacia un costado del restaurante y yo comencé a seguirlas hasta llegar a un corredor de servicio con algunas puertas a los costados.
Mientras caminaban noté que Catalina apretaba un poco el culo y las piernas y al bajar la mirada era evidente una mancha roja y espesa que escurría por una de sus piernas.
– ¿Quiere que le traiga unos paños húmedos señorita? ¿Puedo ayudar en algo?
– Está bien, muchas gracias –y cerró la puerta de un baño exclusivo para empleados al que la llevó la mesera-
– Que cosas, ¿no? Uno nunca sabe por las que pasan las mujeres; un accidente así… Menos mal se dio cuenta aquí adentro y no en la calle –comenté como para quebrar un silencio incómodo con la mesera-
– Por lo visto usted también ha sufrido un accidente entonces.
– ¿Perdón?
– ¡Sí, porque o su novia ha manchado como un caballo o usted se ha cortado la mano izquierda con el cuchillo del filete que ordenó!
– (…)
No tuve que explicar nada: mi expresión lo había dicho todo.
Me dio risa nerviosa y solo podía mirar de reojo mi mano untada de regla.
– Espere aquí.
-Dijo la mesera-
– (…)
– Cata… Cataa, -grité frente a la puerta- ¿Todo bien?
– Estoy manchadísima.
Me puedo limpiar, pero la ropa quedó tan manchada que debo oler a kilómetros.
No puedo volver así a la oficina…
– ¿Quieres que vaya y compre algo de ropa? –Me sentía un poco culpable-
– (…)
– Señorita, ¿esta bien? –volvió la mesera-
– Tal vez sí me puede ayudar –dijo Catalina con la puerta entre abierta-.
¿Tiene algo de ropa que me pueda prestar? ¿Un pantalón o una falda?
– Es probable.
Me tocaría mirar en el locker.
– Le agradezco si puede.
Se la devolvería mañana, sin falta.
Voy a terminar de limpiarme.
–dijo mientras cerraba la puerta-
Yo estaba distraído, mirando para otro lado, cuando la mesera me tomó la mano manchada.
– Traje paños húmedos para ayudar a limpiarlo también, luego debe lavarse la mano y sobre todo las uñas.
Mientras decía eso la mesera levantaba mi mano izquierda hacia su pecho y cogiendo un paño húmedo comenzó a refregarla.
– Este olor es inconfundible –dijo con la mirada clavada en mi mano-.
La menstruación de su novia no huele tan fuerte; aunque creo que al masturbarla debió salir tanto flujo que fue la cantidad la que produjo el olor penetrante que capté al acercarme a su mesa… Olor a mujer excitada y con la regla… ¿Le gusta el olor de la regla?
Al tiempo que decía eso sus pezones comenzaron a erguirse entre su blusa haciéndolos completamente evidentes.
Eran dos teteros perfectos, señalándome sin pena.
En el corredor de los acusados.
– En realidad no es mi novia –dije- Y bueno, ya que lo pregunta, sí, sí me gusta el olor de la regla.
– Ahhh.
¿Son compañeros de trabajo?
– No.
Somos… Somos como amigos.
La mesera ya me miraba a los ojos con un gesto coqueto y cómplice.
– Cuando tengo la menstruación a veces tengo que ponerme dos panties, uno sobre otro para disimular un poco el olor.
Huelo muy fuerte y me da pena estar cerca de la gente porque creo que se dan cuenta –remató con una sonrisa-
– ¿Algunas vez lo has hecho con la regla?
– No.
Pero ahora viéndolos a ustedes…
En ese instante Catalina abrió la puerta del baño.
– ¿Qué hacen ahí? Dígame; ¿ya consiguió algo de ropa para mí?
– Ahh, disculpe señorita.
No.
Ya vengo –dijo la mesera mientras soltaba mi mano y se alejaba-
– ¿Qué te dijo la mesera? ¿Está furiosa? ¿De qué hablaban?
– No, no está furiosa.
De hecho le ha dado curiosidad lo que hicimos y me estaba contando que cuando tiene la regla su olor es muy fuerte.
Catalina me miró con actitud de novia; como con cara de reproche; como si yo estuviera coqueteándole a la mesera.
– Bueno, deja el drama –dije- Ya es ganancia que solo ella se haya dado cuenta.
En esas volvió la mesera con un pantalón.
– Esto fue lo que conseguí.
Espero que le quede.
Catalina, ya sin cerrar la puerta comenzó a ponerse el pantalón negro que había traído la mesera.
– Creo que no me va a quedar –dijo Catalina-
– Señorita, perdone que le diga… Pero… Qué pena decirle, pero… Alcanzo a ver sus panties y están empapados y completamente manchados.
Sería mejor si se los quita para no mojar el pantalón y así evitar que le quede una nueva mancha en la entrepierna.
La verdad, el pantalón era para una mujer con menos caderas y menos culo que Catalina y le iba a quedar bastante apretado.
Así que ella hizo un gesto de aprobación y comenzó a quitarse los pantalones y los panties al frente nuestro.
La mesera se quedó mirando la entrepierna de Catalina fijamente como quién curiosea la escena de un crimen.
Yo me fijé más en los panties completamente húmedos.
– Creo que va a necesitar un tampón… Ya lo consigo.
– Yo tengo toallas en la cartera.
– Pero no tiene panties para ponerse, así que no tiene donde colocar la toalla
– ¡Qué bruta! Sí.
Tiene razón.
Estoy un poco lenta.
Mientras nuestra mesera salía rauda por el corredor Catalina me miró con picardía y dijo:
– Esta chica está bastante interesada en ayudarnos, ¿no? Me miró como con ganas, ¿no te parece?
Antes de que yo dijera algo Catalina sentenció:
– ¡Espera y verás!
La mesera regresó con el tampón.
– Aquí tiene señorita; una compañera me lo ha regalado.
– ¿Me lo puede ayudar a poner por favor?
Dijo Catalina con una seguridad pasmosa y en un tono bastante inesperado, tanto para la mesera como para mi.
La mesera muy sorprendida, casi paralizada, solo dijo:
– Señorita, discúlpeme yo…
– ¡Por favor! Ya limpié tanto mis manos que no quiero ensuciarme y aquel –refiriéndose a mi- no tiene idea como ponerlo.
La mesera no apartaba la mirada de la vagina de Catalina.
– Señorita es que me parece esto un poco inapropiado.
– Pues si te pareciera tan inapropiado ya te habrías ido.
¡Ven! Hazlo sin pena.
Ayúdame un poco.
Tu eres una mujer, ¿no? Sabes como se hace.
La mesera me miró como buscando aprobación y yo, que no me habría imaginado este postre, afirmé con mi cabeza para darle ánimo a la mesera.
– ¿Cómo te llamas? –Preguntó Catalina-
– Vanessa
– No te preocupes.
A nosotros no nos da pena esto.
No tiene por qué darte pena a ti.
Dijo Catalina mientras nos agarraba a Vanessa (por fin tuvo nombre) y a mi por los brazos para entrar todos al baño de servicio.
Catalina se puso de pie al lado del sanitario y abrió sus piernas para darle espacio a Vanessa quien ya desempacaba el tampón y lo acomodaba entre sus manos con la posición adecuada.
Yo me acerqué en un ángulo ideal para ver esa deliciosa penetración.
En ese instante Vanessa se arrodilló frente a la vagina de Catalina y con su mano izquierda comenzó a separar los carnosos labios de su hasta hace poco comensal, mientras preparaba el acercamiento final con su mano derecha.
– Hazlo despacio… con calma –dijo Catalina- a una decidida y asombrada Vanessa-
Nuestra, hasta entonces, mesera comenzó a introducir el tampón con mucha delicadeza, mientras Catalina llevaba su cabeza para atrás en una especie de gesto erótico.
Los labios de Catalina eran tan grandes y hermosos que los dedos de Vanessa comenzaron a mojarse con los flujos y la regla que nuevamente comenzaron a fluir.
Vanessa miraba tan fijamente los labios que parecía que fuera a pintarlos de memoria luego en un lienzo.
Tuve incluso la alucinación de que Vanessa abalanzaba su cabeza entre las piernas de Catalina para probar sus jugos, pero en ese instante Catalina reparó:
– ¡Gracias! Te quedó bien puesto.
Vanessa volvió en sí de un trance y con voz entre cortada escasamente dijo:
– Fue un gusto servirle señorita.
– Ahh, ¿te puedo pedir otro favor?
– Claro, dígame.
– Seguramente este hombre se ha acomodado los boxers sin limpiarse.
Se derramó como un toro.
¿Me puedes regalar un paño húmedo de esos que traes, ¿por favor?
– Seguro –dijo como nerviosa-
– Tranquila Vanessa quédate con nosotros –le pidió Catalina-
Ella comenzó a desapuntar mi pantalón y bajó mis bóxers hasta que mi miembro quedó afuera en toda su expresión.
Catalina comenzó a refregarme el pene mientras Vanessa lo miraba fijamente.
– ¡Mira lo duro se está poniendo otra vez! Acércate, agárralo y siéntelo…
Vanessa con una timidez deseosa se acercó lentamente.
Las dos mujeres comenzaron a masajear mi pene de una forma deliciosa.
Catalina dejó el miembro en las manos de Vanessa mientras ella me acariciaba las bolas.
– ¿No te parece rico Vanessa? –preguntó Catalina-
– Sí, señorita.
– Muévelo más rápido y arrodíllate, creo que van a darte un lindo regalo.
Vanessa se arrodilló frente mío mientras Catalina se acomodó a un costado sin apartar sus manos de mi miembro.
– ¡Eso! ¡Así Vanessa! ¡Recibe lo tuyo! ¡Dale, dale con fuerza, dale!… -gemía Catalina.
– Ahhh, ahhh, ahhh
Vanessa abrió la boca sin que nadie se lo pidiera.
Yo no podía aguantar más y mientras apretaba el culo de Catalina y Vanessa me masturbaba como una desesperada me vine con lo que había quedado después del almuerzo.
Chorros de esperma caían sobre la boca, los labios y las mejillas de Vanessa y ella de nuevo en un trance increíble lo metió en su boca para limpiarme con su lengua.
Vanessa no paraba de lamerme la verga con los ojos cerrados.
Catalina miraba la escena abrazada a mi por un costado mientras yo agarraba su culo delicioso.
Luego de un buen rato en ese plan Catalina dijo responsable:
– Te deben estar esperando afuera –dijo mirando a Vanessa- Y a nosotros en las oficinas.
– Msi, msi, señorita; tiene razón.
Deben estar buscándome.
Todo pasó tan rápido que yo…
– Tranquila Vanessa.
Cuando salgamos yo me encargo de hablar con tu jefe y explicar cualquier cosa.
No te preocupes.
Eso sí, límpiate bien que tienes la cara llena de semen… O mejor, acércate a mi…
En un abrir y cerrar de ojos Catalina comenzó a lamer la cara de Vanessa como quien relame la cuchara de un postre exquisito; gesto que Vanessa devolvió con un beso profundo y húmedo.
Después de unos minutos de ese beso intenso Vanessa se compuso:
– Disculpe señorita.
No era mi intención… Ehh, me tengo que ir.
Vanessa salió rauda mientras Catalina y yo nos acomodábamos.
Luego de un minuto salimos al salón principal del restaurante.
– Te ha fascinado, ¿verdad?
– ¡Qué delicia! Si lo hubiera planeado no sale así de bien –dije-
– ¿Dónde quedaron mis calzones?
– No sé.
¿No los agarraste tu?
– No quedaron en el baño, yo revisé bien.
Ambos nos miramos con asombro y dijimos al unísono:
– Vanessa…
Al salir al salón principal del restaurante vimos a Vanessa limpiando la mesa en la que habíamos estado, y por los utensilios que había llevado, seguramente se estaba encargando de limpiar el desastre que habíamos hecho.
– Mira.
Qué buena chica –resalté- Está borrando cualquier evidencia de nuestro paso por el restaurante.
– Mmsíii –afirmó una dudosa Catalina- Presiento que nos la va a cobrar.
– Ya se quedó con tus panties.
Quizá se los ponga o los use para masturbarse o algo así –dije- mientras el administrador del lugar se acercaba a nosotros
– ¿Todo bien?
– Sí señor.
Muchas gracias.
–Respondió Catalina- Sabe: no le dejamos una buena propina a la mesera, ¿podría usted entregarle a Vanessa estos billetes, por favor?
Además de los billetes Catalina le entregaba una tarjeta de presentación de la empresa donde trabajaba.
Luego de las despedidas protocolarias de rigor salimos finalmente del restaurante.
– ¿Quieres volverla a ver? –Pregunté un tanto asombrado-
– De cualquier forma tengo que devolverle el pantalón.
Mejor tener la situación controlada.
Además, sí me he divertido y tu ni se diga…
Catalina tenía razón.
No sería la última vez que la veríamos, pero eso da para otra historia…
Amigos.
Espero que les haya gustado la segunda parte de la historia anterior y si ha sido así, no duden en dejar sus comentarios.
Vendrá seguro una tercera.
¡Ahí nos leemos!
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