La mascara escarlata – parte 3
¿Qué nuevas aventuras le esperaran a mascara escarlata?.
La madrugada envolvía la ciudad en un silencio roto solo por el crujido de las botas del hombre contra el suelo húmedo. El Cuervo, como lo apodaba la policía, abrió la puerta de su apartamento, un lugar oscuro y desordenado que olía a tabaco rancio y metal oxidado. Las paredes estaban cubiertas de recortes de periódicos, fotos de sus víctimas, y trozos de ropa íntima colgados como trofeos macabros. Sonriendo, cerró la puerta tras de sí y caminó hacia la sala, sacando del bolsillo de su abrigo negro una prenda íntima de encaje blanco, aún cálida. La sostuvo entre sus dedos, oliéndola con un placer enfermo, pavoneándose por su última conquista: otra mujer que había doblegado esa noche.
El sol comenzaba a filtrarse por las cortinas sucias, tiñendo la habitación de un naranja pálido. El Cuervo se dejó caer en un sofá gastado y encendió el televisor, esperando con una sonrisa torcida que las noticias hablaran de él una vez más. Pero lo que vio lo tomó por sorpresa. Los presentadores, con un tono casi teatral, anunciaban una noticia bomba: “El club de strippers más infame de la ciudad, El Paraíso del Placer, ha caído. El cabecilla fue capturado anoche tras un operativo impecable. Un grupo de mujeres secuestradas fue liberado, y la policía ahora tiene pruebas suficientes para acabar con la red de trata”.
El Cuervo frunció el ceño, molesto. ¿Qué mierda es esta? Se inclinó hacia adelante, apretando la prenda en su mano. Los presentadores dieron paso a un reportero frente a la comisaría, prometiendo una exclusiva. —Tenemos una entrevista con una de las víctimas, cuyo rostro y nombre serán protegidos por su seguridad —dijo el reportero.
La pantalla mostró a una chica, su rostro borroso, su voz temblorosa pero firme. —Estuvimos encerradas semanas, algunas más. Pero anoche… alguien nos salvó. Era una mujer, llevaba solo unos guantes rojos, botas rojas hasta los muslos, y una máscara que le cubría la mitad de la cara. Estaba desnuda, pero no le importó. Nos sacó de ahí, noqueó a todos esos tipos. La llamaría… Máscara Escarlata.
El reportero, atónito, interrumpió. —¿Dices que estaba desnuda? ¿Te entendí mal?
—No, no me entendiste mal —respondió la chica, con seguridad—. Estaba desnuda, pero ¿eso qué?lo importante, es que ella nos salvó.
Entonces, la transmisión se cortó abruptamente, y los presentadores en el estudio balbucearon una disculpa. —Lamentamos la interrupción, continuaremos tras los comerciales —dijo uno de ellos nervioso.
El Cuervo se quedó inmóvil, y la prenda íntima cayó de su mano. —¿Una superheroína nudista, eh? —murmuró, y una sonrisa sucia se dibujó en su rostro. Sus ojos brillaron con un deseo retorcido. Esto tengo que verlo con mis propios ojos. La idea de una mujer desnuda enfrentando criminales lo encendió de una manera enfermiza. Decidió que la buscaría, que confirmaría si esa tal Máscara Escarlata era real.
Tras los comerciales, las noticias retomaron. —Y en otros titulares, anoche se reportó una nueva víctima del violador en serie conocido como El Cuervo… —El hombre sonrió, su ego hinchado, pero su mente seguía fija en esa heroína. Máscara Escarlata, te encontraré.
Mientras tanto, en el colegio, Clara estaba sentada en su escritorio, los estudiantes inclinados sobre sus exámenes. Y ella apenas podía concentrarse. Su mente seguía en el club, en los hombres cayendo bajo sus puños, en las chicas agradecidas. Miró al suelo, y ahí estaba en su bolso entreabierto, la máscara escarlata. Una sonrisa tímida se le escapó. Lo hice. Realmente lo hice. Pero la emoción venía con un peso agridulce: hice algo bueno, pero ahora todos saben de Máscara Escarlata, y su cuerpo desnudo. Y quién dirá que ella, es la tímida profesora de este colegio.
El día pasó rápido. Terminó sus clases, corrigió exámenes, y regresó a casa. Mientras almorzaba, ordenaba su apartamento y preparaba las lecciones para el día siguiente. Cuando un pensamiento le hizo reconsiderar: la ciudad me necesita. Así que no podía quedarse de brazos cruzados. Vio el reloj: 6:30 de la tarde. Perfecto. Corrió a su habitación, abrió el bolso y tomó la máscara. Se paró frente al espejo y se la puso. Inmediatamente, su corazón latió con fuerza mientras veía como su ropa se desvanecía. Los guantes rojos y las botas, aparecieron abrazando sus y sus piernas. Sus pechos se levantaban, su cintura se volvía más estrecha, y su trasero relucía con curvas prominentes. Entonces, se miró orgullosa y se dijo:
Antes de salir… —O sea, si voy a ser una heroína, necesito una frase —dijo, hablando sola frente al espejo—. Algo que deje a esos idiotas temblando. —Probó, alzando un puño—. “¡El crimen termina aquí!” —Se rió—. No, qué cursi, parezco de cómic barato. —Intentó de nuevo, posando con las manos en las caderas—. “¡La justicia ha llegado!” —Rodó los ojos—. Dios, Clara, eso es horrible. —Pensó en su apariencia, en cómo los hombres la miraban. Sonrió con picardía—. Vamos, algo que vaya mas con esta apariencia, que tal algo como: “¡Hora de apagarles la calentura, chicos!” —Soltó una carcajada—. No, demasiado obvio. —Se giró, mirando su trasero en el espejo—. “¡Prepárense, porque este culo les hará ver estrellas!” —Se tapó la boca, riendo hasta que le dolió el estómago—. ¡Eso es ridículo! —Finalmente, se puso seria, mirándose a los ojos—. “Ríndanse, o este cuerpo los hará arder… de dolor.” —Asintió, satisfecha—. Y una más, por si acaso. —Se lamió los labios, guiñándose al espejo—. “Miren todo lo que quieren, por que será lo último que verán.” —Rió, sintiéndose poderosa. Esas están perfectas.
Eran casi las 8. —¡Mierda, cómo pasa el tiempo! — Así que respiró hondo, y salió disparada a supervelocidad. Las calles eran un borrón, pero cuando veía una sombra donde esconderse, se detenía, para observar desde lejos. Mientras la ciudad estaba viva, pero también oscura, y llena de secretos.
Esa misma noche, El Cuervo estaba en un callejón, disfrazado de mendigo, con una botella vacía en la mano y un olor a licor falso impregnado en su ropa. Con una mirada oculta bajo su capucha, y que asechaba desde la oscuridad. Quería verla, a esa tal Máscara Escarlata. La noche avanzaba, y nada. Estaba a punto de rendirse, cuando cerca de su escondite, un grupo de traficantes de drogas hacía un intercambio en el callejón. Pero ni siquiera le prestaron atención, pensando que era un borracho más.
Entonces, mientras parpadeaba, la vio. Una figura apareció de la nada detrás de los traficantes. Desnuda, salvo por las botas, los guantes rojos, y una máscara que le cubría la mitad del rostro. Pero que no le ayudaban, a disimular su trasero redondo y firme que brillaba bajo un poste. Inmediatamente, el Cuervo sintió un calor subiéndole por el cuerpo, su miembro se endurecía bajo los harapos. Pero antes de que pudiera moverse, ella habló, con su voz cargada de mucha sensualidad.
—Chicos, ¿quieren jugar? Porque este culo esta listo para hacerles ver estrellas.
Los traficantes se giraron, atónitos, con sus ojos devorando su cuerpo. —¡Qué carajo! —gritó uno, pero antes de que pudieran reaccionar, ella se lanzó. Y noqueó al primero con un puñetazo, haciendo que sus pechos reboten ligeramente por el impacto. —Miren todo lo que quieran, pero este coño no es para ustedes —dijo, levantando su pierna y pateando a otro en el pecho. Mientras sus labios vaginales quedaban bien expuestos. El Cuervo, desde el suelo, fingiendo estar drogado no podía apartar la mirada. Hasta que ella, al fin derribó al último traficante de un codazo, burlándose. —Duerman bien, chicos, que la justicia está caliente esta noche.
Entonces, Clara se acercó al “mendigo” inclinándose. Y mientras sus pechos colgaban cerca de su rostro (él trataba de contenerse casi desesperado por tocarla, lucía muy ansioso). —Pobre tipo, la droga te tiene así —dijo ella, con lástima—. No te preocupes, limpiaré esta ciudad. — Y se dio la vuelta, mostrando su trasero, mientras el cuervo veía como sus nalgas rebotaban en lo que ella desaparecía en las sombras del callejón.
Y ahí se quedó, el Cuervo inmóvil hasta estar seguro, de que ella se había ido. Entonces, se levantó con su respiración agitada, y se decía: Así, que esa zorra es real. Mientras su mente sádica ya la imaginaba suplicándole, desnuda y rota. Decidió que ella sería su próximo objetivo. Y esa misma noche, compró unas gafas de visión nocturna, dispuesto a cazarla.
Las noches siguientes, el Cuervo acechó, disfrazado de mendigo con esas gafas bajo su capucha. Observó a Clara, estudiando su rutina. La vio refugiarse en las sombras, noquear a delincuentes con facilidad, mientras sus pechos saltaban en el aire y su trasero temblaba. Y él, sonreía pensando que solo usaba los puños, sin sospechar que su piel era invulnerable. Así que una noche, se escondió en un callejón con los pantalones abajo y su miembro erecto, esperando tocarla. Y de pronto, como la brisa Clara apareció a centímetros de él en la oscuridad, con su trasero expuesto a milímetros de su pene, mientras clara observaba hacia donde moverse y refugiarse. Cuando de la nada, al ver un policía retrocedió hacia atrás, y sintió algo deslizarse entre sus piernas.
—Pero ¿Qué fue eso? —susurró Clara, asustada. Y corrió al otro callejón, pero recordó. Bah, pero si nada puede hacerme daño. Así que volvió al lugar, pero solo vio un carro de supermercado abandonado, con una botella sobresaliendo de un lado. —Estúpida, era solo una botella, se decía aliviada, y siguió su camino.
El Cuervo, escondido tras el carro, sonrió. Había estado tan cerca. Y esa noche, en su apartamento se masturbó como nunca, pues no podía olvidar cómo su miembro se había deslizado entre esos muslos suaves. No es más que una cobarde que se esconde en las sombras. La tendré, definitivamente la tendré… decía. Y comenzó a planear su trampa.
Mientras tanto, Clara estaba feliz. La semana estaba por terminar, y ya había atrapado a diez delincuentes, entregándolos al detective Diego. Quien se quedaba boquiabierto cada vez que la veía, pues sus ojos, no podían despegarse de su cuerpo desnudo. Ella lo sabía, así que lo provocaba, disfrutando en secreto su reacción. Y así, cuando llego el viernes, Clara salió de la sala de profesores, despidiéndose con una sonrisa, recordando cómo había atormentado a Diego con su presencia.
Pero al salir del colegio, oyó una voz. —¡Clara! —Era su padre, el hombre que siempre la había apoyado, el que le decía que sería una heroína. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y corrió hacia él como una niña, abrazándolo fuerte. —¡Papá! ¿Qué haces aquí?
—Vine por unos documentos, pequeña —dijo él, sonriendo—. Tu madre está bien, pero quise aprovechar para verte.
Clara no podía creerlo. —¡No te vas sin pasar el día conmigo! —dijo, emocionada. Lo llevó a recorrer la ciudad, pasearon por el parque, comieron tacos en un puesto callejero, riendo mientras el picante los hacía toser. Cuando anocheció, Clara insistió en ir al cine. —¡Es el estreno de esa película que te gusta, papá! La del actor que siempre nombras.
Él aceptó, emocionado. Compraron entradas, palomitas, y disfrutaron la película. Al salir, Clara fue al baño, revisando su bolso. La máscara estaba ahí, bien escondida entre sus libros. No quiero que papá la vea se dijo, y salió de ahí, para reunirse con él. Al verlo afuera, su padre dijo: —Ya debo irme pequeña. Mi autobús sale a las 10 pm.
Eran las 8:50 pm, y Clara decidió acompañarlo a la estación. Pero las calles estaban llenas de un desfile nocturno, las fiestas de la ciudad en pleno apogeo. Tuvieron que tomar una ruta alterna, pasando por una gasolinera abandonada. Su padre dudó. —Esto no me gusta, Clara.
Ella, sabiendo que llevaba la máscara, sonrió. —Tranquilo, papá. La ciudad es más segura ahora. Hay una heroína cuidándonos.
—¿Una heroína? —preguntó curioso.
Y de la nada, un empujón lo tiró al suelo. Clara gritó, viendo a su padre caer. Mientras desde las sombras, emergió El Cuervo, con un sombrero ladeado y un abrigo largo, sonriendo con malicia. —Déjame contarte de esa heroína, anciano —dijo, su voz cargada de veneno—. Es una zorra calenturienta, pavoneándose desnuda por las calles, escondiéndose en las sombras como una rata. Pero están de suerte, quizás la vean esta misma noche.
Clara abrazó a su padre, temblando. Si me pongo la máscara, sabrán quién soy. El Cuervo separó al padre de un tirón y le dio un puñetazo que lo dejó semiinconsciente. Clara gritó, indefensa sin sus poderes. El villano sacó un machete, acercándose con una sonrisa enferma.
—Quítate la ropa, preciosa —dijo, con su voz asquerosa—. O tu papá no lo cuenta.
Clara, acorralada, empezó a quitarse los zapatos con manos temblorosas. Se desabrochó el saco y se lo quitó, luego, siguió con la blusa y dejó sus pechos expuestos bajo el sostén. El Cuervo se lamió los labios, y su miembro se iba endureciendo bajo el abrigo. Clara, con lágrimas en los ojos, comenzó a bajarse el pantalón, y su corazón, no dejaba de latirle con terror. Y su padre, en el suelo gemía, incapaz de ayudarla. Entonces, el Cuervo se acercó más con el machete brillando bajo la luz de la luna, y con risa maquiavélica, llenando el aire.
—Vamos, pequeña, muéstrame todo —dijo, regocijado, sabiendo que había ganado.
Clara, con el pantalón a medio bajar, miró a su padre, luego al villano, su destino estaba sellado.
Continuará…
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