La metamorfosis de mamá
«El único modo de deshacerse de una tentación es ceder ante ella» Ana Karenina.
El viento arrasaba con cualquier objeto que se interpusiera en las calles. Se levantaban sobre todo hojas caídas y el excesivo polvo que indicaba la falta de mantenimiento al vecindario. La tierra, que de por sí ya alcanzaba alturas considerables por el efecto del viento, se alborotaba aún más con los estrepitosos pasos de Daniel, quien caminaba con una prisa casi desmedida. Su mirada baja y los movimientos que hace con los dedos de sus manos denotaban una especie de ansiedad, pero absolutamente nadie, lo seguía, ni siquiera había muchas personas concurriendo las calles a pesar de ser un horario en el que habitualmente la gente tomaba su hora de comida en el trabajo, o los jóvenes estudiantes como Daniel salían de su turno de clases. Daniel parecía acelerar cada vez más el paso, al grado de casi correr, tragaba saliva con algo de dificultad, sintiendo una especie de cosquilleo tanto en el pecho como a la altura del abdomen. No habían sido un día fácil para el joven; ese día, desde tempranas horas, una serie de recuerdos de su infancia no le habían permitido tener concentración en sus estudios, provocando en él un aletargamiento temporal que creía ya haber logrado controlar desde hace un tiempo.
Daniel se apresuró a abrir la reja que daba entrada a su casa, una de las más bonitas y cuidadas del vecindario, pero se vio obligado a hacer una pausa indeseada de algunos segundos para recoger las llaves que se le habían resbalado de las manos por el mismo nerviosismo. Una vez dentro de la casa se disponía a subir las escaleras para dirigirse a su habitación, pero se vio interrumpido de golpe por su tía Constanza, con quien, junto con su tío Ramón, había estado viviendo los últimos años.
-Hola, hijo, ¿Cómo te fue? – le dijo la tía Constanza apenas mirándolo para no perder totalmente de vista la comida.
-Bien, tía…. Voy a mi cuarto un rato, vengo algo cansado.
-Sí, hijo, pero no tardes mucho, ya casi está la comida.
Daniel subió sin terminar de escuchar la última indicación de su tía. Cerró de golpe la puerta de su habitación detrás de sí, y se quedó unos segundos recargado tomando aire, reflexionando brevemente sobre las sensaciones que experimentaba en ese instante. Pero decidió dejar para después la reflexión al sentir su pene palpitando debajo sus pantalones, entonces botó la mochila y tomó algo de papel higiénico. Rápidamente se quitó los tenis mientras desabrochaba su cinturón. En cuestión de pocos segundos se encontraba desnudo de la cintura para abajo, con una erección bastante firme entre las piernas. Corrió hacia su armario, y al abrirlo comenzó a quitar varias cajas pequeñas y bolsas, hasta llegar a una caja un poco más pequeña que las que había retirado. De ella sacó un disco guardado dentro de un estuche de plástico transparente; prendió su ordenador; sacó el disco resguardo; y lo introdujo en su aparato electrónico. Tomó unos audífonos que estaban al lado suyo, y de igual manera, los conectó. Subió el volumen casi al máximo y se colocó los auriculares sobre los oídos. Mientras esperaba ansioso que el contenido del disco cargara para ser exhibido, con una mano ya había comenzado a masturbarse.
Se reprodujo finalmente el video. En el rostro de Daniel se dibujaba un placer tremendo. Fue entonces que tomó una almohada y la acomodó de frente a su computadora, en seguida, subió a la cama y colocó la parte de su entrepierna descubierta sobre la almohada, restregando con urgencia su parte íntima sobre el objeto en cuestión. Debido al alto volumen, de los audífonos se escuchaban unos leves gemidos y jadeos, que ahora eran acompañados por los propios del joven de 17 años, quien, ya totalmente acomodado, se restregaba sobre la almohada con más determinación, lujuria y vehemencia.
CAPÍTULO I: DE LA FICCIÓN A LA REALIDAD.
Casi 4 horas de viaje estaban a punto de llegar a su fin. Un trayecto tedioso y complicado para cualquiera, sin embargo, Daniel, a pesar de sus 9 años, logró sortearlo con éxito gracias a su gusto por la lectura, que lo había mantenido entretenido la mayor parte del tiempo. «Anna Karenina» era el libro que lo había acompañado; una obra que cualquier persona consideraría bastante compleja para un niño. pero para el tío Ramón (también un lector empedernido) era mejor ir acostumbrando a los niños desde temprana edad a la buena literatura para implantar el buen gusto en ellos. Este había sido el regalo del tío Ramón para Daniel antes de emprender el regreso a casa. Al pequeño, a pesar de ciertamente estarse exigiendo con el libro en cuestión, le daba gracia que la protagonista de la novela llevara el mismo nombre de su madre, siendo la primera de nacionalidad rusa.
Daniel cerró de golpe el libro cuando de la ventana del autobús logró vislumbrar a su madre parada a unos metros esperando por él. Daniel creía poder identificar a Ana, su madre, desde kilómetros de distancia; ya que para esto se basaba en un solo criterio, «buscar a la mujer más guapa»; y razón no le faltaba. Ana, una mujer en ese entonces de 33 años, a pesar de ser una madre soltera, y llevar el ritmo de vida que esto conlleva, se mantenía con un físico bastante llamativo, incluso para sus compañeras de trabajo: De 1.67 m. de estatura; una tez clara; cabello castaño oscuro ondulado que llegaba un poco por debajo de los hombros; ojos y pestañas que hacían juego con su cabello; nariz respingada; unos labios delineados y siempre bien humectados; un buen cuerpo, no de modelo, pero sí poseía una figura esbelta que acompañaba un busto mediano pero firme a pesar de haber amamantado. Pero, sin duda, muchos hombres coincidían que a nivel de cuerpo, el punto más alto de Ana, era de cintura para abajo, dónde derrochaba, de manera involuntaria, sensualidad con sus torneadas y carnosas piernas, que complementaban un trasero, que a pesar de no contar con unos glúteos de Jennifer López, resultaba lo suficientemente firme como para llamar la atención de una que otra mirada.
Daniel saludó a su madre por la ventana cuando el autobús estaba estacionando, ella le devolvió el saludo con una sonrisa. Sin pensarlo, Daniel corrió a abrazar a su madre, a quien tenía casi un mes sin ver. Ana recibió a su pequeño hijo con un abrazo de vuelta y un par de besos en la cabeza.
- ¿Cómo estás cariño?
- Bien, má, te extrañé mucho.
- Yo también te extrañé mucho, cielo, ¿Qué tal tus vacaciones?
- Bien, mamá
- ¿Sí?, ¿Te portaste bien con los tíos?
- ¡Sí!
- Qué bueno, cielo. A ver, platícame, ¿A qué jugaste con tus primos?
Ana ayudó a su hijo con la mochila, mientras éste, tomado de la mano de ella, le contaba a detalle todas sus aventuras vividas en casa del tío Ramón y la tía Constanza.
Desde luego que criar a un hijo sola no es fácil, es un trabajo pesado y extenuante, se vierte tanto tiempo, energías, dinero, etc. A pesar del amor que se interpone a todo lo anterior. Ana lleva este estilo de vida desde hace 4 años, cuando enviudó del padre de su hijo debido a un soplo en el corazón que acarreaba desde hace tiempo atrás. El seguro y demás apoyos les sirvieron para mantenerse un tiempo, pero Ana, para sostener en condiciones óptimas a su único hijo, se vio en la necesidad de entrar a trabajar nuevamente. Era hoostes en un restaurante desde entonces, un empleo que detestaba con todo su ser, no solamente por el escaso salario que percibía y la obligaba regularmente a pedir ayuda económica de sus padres, sino también porque constantemente resultaba objeto de fuertes regaños de sus jefes respecto al código de vestimenta, y el repentino acoso de algunos clientes con una prepotencia exacerbada. Daniel resultaba su único apoyo y sostén durante todo ese periodo.
Ya en casa, Ana y Daniel se dispusieron a ver la televisión juntos un rato. Daniel yacía sentado en el sofá mientras Ana llegaba con palomitas en la mano y se acomodaba al lado de su hijo.
- ¿Y tú que hiciste, má?
- ¿Cómo?
- ¿Tú que hiciste cuando estuve de vacaciones?
- Pues que más…. trabajando, limpiando la casa, lo de siempre, y bueno, ya ves que a veces te llamaba. A veces me ponía a ver una película cuando llegaba muy cansada.
Daniel comía palomitas mientras encendía el DVD.
- Oye, Dani….
- ¿Mande?
- De hecho, también, un día escombrando me encontré con unas fotos mías cuando era joven, en un pueblito muy bonito y tranquilo donde pasamos unas vacaciones, ¿te acuerdas que una vez te conté?
- No
- Bueno, como sea, la cosa es que me surgieron todos esos recuerdos y me dieron ganas de volver a visitar ese pueblito.
- ¿Por qué?
- Porque te digo que estaba muy bonito, y tranquilo, además cuando fui había muchas festividades y bailes por estas fechas, la gente que conocí era muy amable, y el… bueno, en fin, estaba pensando que para tus últimos días de vacaciones fuéramos para allá. Podríamos salir mañana en la noche del autobús, llegamos el viernes temprano y nos regresamos el domingo en la tarde, para que entres el lunes bien. ¿Qué te parece?
- Pero es que…. acabo de llegar.
- Pero van a ser otras vacaciones, nada más tú y yo, es un descanso para los dos.
- ¿Y por qué no descansamos aquí? Estamos cómodos y no tenemos que viajar en autobús
Ana cambió su semblante y retiró la mirada de su hijo para ponerla sobre el televisor con un aire de derrota en sus ojos.
- Está bien, nada más era una idea – dijo dando por terminada la conversación.
Daniel, sin terminar de entender a su madre, decidió secundarla y centrar su atención en la película que estaba por comenzar. Antes de medio metraje, Ana se levantó de sofá.
- Estoy cansada, Dani, ya me voy a dormir.
Y sin más, Ana se retiró a su habitación. Daniel se mantuvo unos minutos más en frente al televisor, pero la culpa y las ganas de estar bien con su madre a su regreso a casa lo hicieron poner pausa, levantarse y dirigirse al dormitorio de ésta, quien ya se encontraba en pijama.
- Mamá…
- ¿Qué paso, Dani?
- Ya lo pensé bien, si quiero ir al pueblito que dices
- ¿Enserio?- Daniel asentó.
Ana abrió los brazos para atraer a Daniel a ella, quien, sin dudarlo, fue directo al encuentro con su madre. Ana lo abrazó fuerte y le propinó varios besos en el rostro. Daniel se sentía contentísimo.
- Muchas gracias, amor. Vas a ver que lo vas a disfrutar tanto como yo cuando fui. ¿Por qué no duermes conmigo esta noche? Te extrañé mucho, cielito.
Ana jaló a su hijo a su cama, quien se dejó maniobrar sin problemas para caer sobre el colchón y quedar prendado de su hermosa madre. Esa noche Daniel sintió algo raro en la zona de su entrepierna.
Ana cobró las vacaciones que le debían desde hace tiempo y compró dos boletos de autobús a la tarde siguiente para salir esa misma noche. Daniel iba continuando el libro que le había regalado su tío Ramón, pero como era de suponerse, en algún punto de la noche se quedó profundamente dormido sobre el hombro de su madre. Ana por curiosidad tomó el libro de su hijo, y después de echarle un vistazo, lo abrió para leer un par de páginas, pero nunca fue una mujer muy asidua a la lectura, por lo que lo cerró antes de que los párpados se le hicieran pesados.
Fue un viaje más largo de lo esperado, arribaron a su destino cerca del medio día. «San pedro» era el nombre del dichoso pueblo. No cabía duda que el paso del tiempo le había cobrado factura, quedaba muy poco de lo que Ana vio cuando lo visitó por primera vez. Tal era el caso, que hasta los hoteles habían disminuido considerablemente, lo que provocó que madre e hijo estuvieran vagando un buen tiempo encontrando un lugar donde quedarse. Pasaron por muchas calles del pueblo, por varias casas, pero fue en una en específico, dónde una mujer mayor sentada fuera de su casa, con varios niños jugando al lado de ella, se quedó mirando a los turistas un momento mientras pasaban, como si los reconociera. Inmediatamente volteó hacia otra mujer un poco más joven y le dijo algo señalando a Ana y su hijo con la mirada.
Ana estaba cada vez más preocupada por no encontrar un lugar, se comenzaba a sentir decepcionada, y este sentimiento se incrementó cuando, pasando por una calle de un corte más «descuidado», se toparon con un par de prostitutas paradas en una esquina. Ambas llevaban vestidos sumamente entallados y cortos, con zapatos de plataforma bastante altos. En una de ellas, que estaba de espaldas, se podía observar que portaba una tanga debajo del vestido, dejando ver, desde luego, una parte de sus glúteos. Daniel al ver a esas mujeres quedó sorprendido (sobre todo por la segunda), y se quedó mirándolas un tanto atónito. Reacción natural para un niño que nunca antes había tenido acercamiento alguno a los temas de la sexualidad, derivado, en parte, a la falta de apertura de educación sexual en las escuelas de ese entonces; pero también producto de una falta de orientación materna provocada por una escases de tiempo, y también, ha de decirse, por cuestiones conservadoras y prejuiciosas que habían regido a Ana desde temprana edad.
Las mujeres al notar la mirada curiosa de Daniel, y la mirada estigmatizante de su madre, únicamente optaron por emitir unas risas socarronas de manera ligera. Una de ellas, la de la tanga, incluso saludó a Daniel con la mano, pero éste solo continuó mirándola. Ana tomó a su hijo y lo pasó al lado contrario de donde iba, dejando a Daniel lo más distanciado posible de aquellas mujeres, quienes se seguían cuchicheando entre sí aparentemente burlándose de aquella madre y su hijo.
- Mamá, ¿Qué hacen esas mujeres? – preguntó Daniel a su madre.
- Cosas malas, vulgares, cuando veas a alguien así, aléjate.
- ¿Qué cosas malas?
- Cosas malas que ya sabrás después, pero eso que hacen, es lo peor que puede hacer una mujer.
- ¿Son pobres?
- Pues…sí, por eso hacen lo que hacen.
- ¿Y no tienen ropa propia?
- No sé, ¿Por qué preguntas?
- Es que a las dos parecen que sus vestidos les quedan chicos, y a una de ellas hasta parece que el calzón le aprieta.
- ¿Y tú qué andas viendo ahí? – replicó Ana a su hijo algo indignada y haciendo una pausa de un par de segundos – Y eso no es un calzón, la gente decente se pone ropa decente, no esas porquerías. Esas vulgaridades son solo para mujeres como esas, mujeres a las que ya ven como cualquier cosa, que ya no tienen reputación. Así que ya te dije, si ves a una de esas, te alejas.
- Sí, má.
Para suerte del pequeño Daniel, la reprenda repentina de su madre se vio interrumpida gracias a que en el trascurso de su caminata finalmente lograron dar con un pequeño hotel ubicado en las periferias del poblado. Ana y Daniel corrieron para tratar de alcanzar una habitación.
El lugar distaba mucho de ser la clase de hotel que ambos esperaban. Se notaba de manera inmediata la falta de mantenimiento desde hace años, además de que solo contaba con el dueño en la recepción, un anciano poco amable y atento con sus potenciales huéspedes; pero ante la escases de opciones en ese momento, madre e hijo no tuvieron mayor remedio que acceder a la oferta de aquel hombre.
Solo tenían habitaciones con una cama, por lo cual, Ana y Daniel tendrían que dormir juntos otra vez. El espacio era reducido y había pocos canales en la televisión, pero, aun así, Daniel pudo notar que su madre, quien no se despegaba de la ventana, no perdía todavía su entusiasmo por regresar a aquel pueblo que le traían tan buenas memorias de su adolescencia.
- Ya sé no es como te lo hubieras imaginado – dijo Ana a su hijo al voltear a verlo – pero vas a ver que nos la vamos a pasar bien estos días, te lo prometo.
Este es la primera parte de un relato que pretende componerse por varios capítulos, los iré subiendo conforme vea la respuesta y apoyo de ustedes al escrito. Déjenme en los comentarios sus opiniones, críticas e incluso sugerencias para poder brindarles el mejor relato posible.
incredible inicio, esto se pone bueno, espero con ansia los siguientes capitulos, se me hace que daniel y ana la van a pasar muy bien en sus vacaciones..