La santa mierda II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Yilbert.
Fabiana iba a mi lado, arropando con su mano mi verga y mis pelotas que asomaban por un lado de la pequeña pantaloneta.
Yo manejaba con cuidado, en medio de un tráfico intenso y de una noche calurosa que se hacía cómplice de las caricias lúbricas que de cuando en cuando nos prodigábamos dentro del coche.
Ïbamos camino a la hermosa casa de Lucrecia, un travesti muy madura que aún conserva una figura cautivadora, adornada por una enorme verga, un culo redondo, unas grandes tetas y un cerebro que aloja las más exquisitas perversiones.
Lucrecia pertenece a la Cofradía Secreta del Santo Culo y la Santa Mierda, regentada por un ex obispo luterano que ama los culos sucios rebosantes de mierda y las vergas sucias que se hunden en lo profundo de esos huecos ansiosos.
En sus homilías, previas a las orgías, reflexiona sobre el poder espiritual que nos confiere el hedonismo de la corrupción moral cuando nos entregamos a los misterios de la lubricidad del sexo puerco y entramos entonces en una vida de goce perfecto.
De esta cofradía salió Fabiana, que fue usada y orientada no solo por el exobispo, sino también por Lucrecia que le ofreció la más esmerada educación en el placer coprofílico.
Cuando llegamos a la casa de Lucrecia ya iba yo con la verga semierecta y asomaba el gran capuchón por un lado de la corta pantaloneta.
Fabiana llevaba un minishort de yin, abierto en el culo, en donde había alojado un juego de bolas chinas.
Lucrecia salió a nuestro encuentro con un camisón transparente levantado a la altura de su gran verga erecta.
La abracé y nos chupamos las lenguas.
Le dije: “Sabes a mierda, tienes sabor a culo”.
Riendo me respondió: “Me estoy alimentando papi”.
Fabiana quiso probar también y metio su lengua glotona en la garganta de Lucrecia.
“Uffff! Cómo me encanta” sentenció Fabiana.
“Ven, entremos”, dijo Lucrecia.
“Les mostraré lo que cacé anoche”, dijo sonriendo…En su espaciosa alcoba había un dulce olor a mierda y en la cama inmensa un hombre corpulento, peludo, desnudo, tirado bocabajo, abierto, con una pierna recogida, yacia con un gran mojón junto a su enorme culo.
Lucrecia había cazado un gran oso blanco, pues los pelos que cubrían ese cuerpo gigantesco eran del color de la nieve.
Fabiana no resistió la tentación y fue derecho al hombre, abrió con sus lindas manos el culo peludo y hundió su lengua en la roseta abierta.
Luego pasó su lengua por el mojón y lamía lentamente, en un acto ritual que engrandecía su degradación.
Entretanto, yo me incliné y empecé a mamar la verga de Lucrecia, que estaba untada de mierda.
Fue una felación también lenta, saboreando, degustando, mientras me pajeaba y metía cuatro dedos en su culo.
Me fascinaba tocar con mis dedos su santa mierda, empujarla, meterla más adentro de sus intestinos.
Alcé a mirarla y sus ojos estaban cerrados y todo su cuerpo rígido, como en éxtasis, en un trance orgásmico.
Volvió en sí cuando el oso blanco dijo que quería un puño en el culo, deseaba que lo fistearan…Fabiana dejo su adoración al mojón y al culo del oso y éste se puso en cuatro, muy abierto…Desde atrás veíamos su verga gigantesca y sus pelotas enormes y esa roseta abierta que invitaba a meter una lengua o una verga o un puño como él quería.
Lucrecia fue directo a su culo, lo lamió con placer, su lengua viciosa entraba y salía del orificio blanco.
Untó su mano de gel y empezó la inmersión, muy despacio, sin prisa, sobando las paredes del culo, tocando la santa mierda que aún quedaba dentro.
Yo me acerqué a Lucrecia que tenía su culo en pompa y la penetré.
Ese culo que había sido entrenado para cerrar sus paredes alrededor de una lengua o de una verga.
Era como una boca que succionaba con ansias….
El placer era inmenso….
Fabiana, entre tanto, me dejo sentir la voluptuosa caricia de su lengua en mi culo…Después sus dedos, después su pequeña verga que me bombeó hasta provocar mi cagada…Se agachó y comió y repartió la santa mierda desde su boca a las otras bocas que esperaban la sucia golosina….
El oso era profundo, pedía más adentro el puño y Lucrecia lo hundía sin misericordia….
Estábamos embriagados de la más asquerosa lujuria, sumergidos en esos marranos placeres que nos hace seres vitales, libres y felices.
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