La tentación del padre Tomás
La tentación del Padre Tomás» es una historia erótica que explora la lucha interna de un Carismático sacerdote, el Padre Tomás, y su eventual caída en la tentación con una monja, Sor María..
Sección 1: La llegada de Sor María
El sol brillaba sobre el pequeño pueblo de Villanueva, un lugar tranquilo y apartado, rodeado de verdes colinas y campos de trigo. La iglesia, una estructura antigua con paredes de piedra y vitrales coloridos, era el centro de la comunidad. El Padre Tomás, de treinta y cinco años, con una presencia imponente y una sonrisa cálida, era el sacerdote asignado a la parroquia.
La rutina diaria del Padre Tomás era sagrada. Oficiaba misas por la mañana, confesaba a los feligreses por la tarde y dedicaba sus tardes a visitar a los enfermos y necesitados. Era amado por la comunidad por su compasión y su dedicación inquebrantable.
Un día de verano, mientras el Padre Tomás regresaba de visitar a una familia local, su camino se cruzó con un carruaje que se acercaba a la iglesia. Dentro del carruaje, una figura femenina con un hábito negro y un velo blanco atrajo su atención. Había algo en su postura y en la forma en que la luz del sol se filtraba a través de su velo que lo intrigó.
El carruaje se detuvo frente a la iglesia, y una joven monja descendió de él. Tenía ojos color avellana brillantes y una sonrisa enigmática. Su rostro irradiaba una calidez y una bondad que cautivaron al Padre Tomás.
«Padre Tomás,» dijo la monja con una voz suave y melodiosa, «soy Sor María. He sido enviada para ayudarle en sus labores parroquiales.»
El Padre Tomás se sintió inmediatamente cautivado por Sor María. Había algo en su presencia que lo perturbaba. Era hermosa, sí, pero había una luz en sus ojos que sugería una profundidad de espíritu y una fuerza interior.
«Bienvenida, Sor María,» respondió el Padre Tomás, extendiendo su mano. «Estoy encantado de tener su ayuda. La parroquia es pequeña, pero hay mucho trabajo por hacer.»
Sor María asintió con una sonrisa. «Estoy deseando comenzar, Padre. Me han hablado de su dedicación a esta comunidad, y estoy ansiosa por servir junto a usted.»
A medida que pasaban los días, el Padre Tomás encontró difícil mantener sus pensamientos en orden. Sor María era dulce y amable, siempre dispuesta a ayudar a los necesitados y a ofrecer una palabra de consuelo. Pero también era hermosa, y su cercanía despertaba deseos que el Padre Tomás creía haber enterrado hace mucho tiempo.
La presencia de Sor María llenaba la habitación cada vez que entraba. Su risa era contagiosa, y su sonrisa podía iluminar incluso el día más gris. El Padre Tomás se sorprendió a sí mismo buscándola, deseando pasar tiempo con ella, tanto en sus labores parroquiales como en sus momentos de ocio.
Sor María parecía intuir la lucha interna del Padre Tomás. A veces, lo miraba con una expresión enigmática, como si pudiera leer sus pensamientos. Pero siempre mantenía una distancia respetuosa, consciente de sus respectivos roles y de los límites que debían mantener.
El Padre Tomás sabía que debía mantener sus pensamientos en orden. Sor María era una monja dedicada, y él era un sacerdote consagrado. Pero a medida que pasaban los días, la atracción entre ellos se volvía cada vez más difícil de ignorar. La tranquila parroquia de Villanueva estaba a punto de convertirse en el escenario de una tentación abrumadora.
Sección 2: Confesiones íntimas
El sol se estaba poniendo, bañando la iglesia en una cálida luz dorada. El Padre Tomás estaba en el confesionario, escuchando atentamente las confesiones de los feligreses. Era un día como cualquier otro, o eso pensaba él. Pero todo cambió cuando Sor María entró en el confesionario.
«Bendígame, Padre, porque he pecado,» dijo Sor María con una voz suave y temblorosa.
El Padre Tomás sintió un cosquilleo en la nuca. La voz de Sor María sonaba diferente, cargada de una emoción que nunca antes había escuchado.
«Hable, hija mía,» respondió el Padre Tomás, tratando de mantener su voz firme y tranquila.
Sor María tomó una respiración profunda antes de continuar. «Padre, he tenido pensamientos impuros,» confesó. «Pensamientos que no debería tener.»
El Padre Tomás se sorprendió, pero mantuvo la calma. «Todos tenemos pensamientos impuros de vez en cuando, hija. Dígame, ¿qué es lo que la perturba?»
Sor María se aclaró la garganta. «He estado teniendo fantasías, Padre. Fantasías sobre… sobre el acto físico del amor.» Su voz se quebró ligeramente, y el Padre Tomás pudo sentir su timidez y su lucha interna.
«Es natural que tengas curiosidad sobre el amor físico, hija,» respondió el Padre Tomás con gentileza. «Pero recuerda que has dedicado tu vida a servir a Dios. La castidad es una parte importante de tu vocación.»
«Lo sé, Padre,» murmuró Sor María. «Pero es difícil. A veces, me siento consumida por el deseo. Me imagino a mí misma en los brazos de un hombre, sintiendo su toque, sus besos…» Su voz se apagó, y el Padre Tomás pudo sentir su lucha interna.
El Padre Tomás se encontró a sí mismo tentado a cruzar la línea. Sor María estaba revelando sus deseos más íntimos, y él se sorprendió al descubrir que compartía algunos de esos deseos. Había algo en la forma en que Sor María hablaba, en la forma en que describía sus fantasías, que lo intrigaba y lo tentaba.
«Padre, ¿ha sentido alguna vez deseos similares?» preguntó Sor María con una voz apenas audible.
El Padre Tomás se quedó en silencio durante un momento, luchando con sus propios pensamientos. Había tomado un voto de celibato, pero eso no significaba que no tuviera deseos. «Todos tenemos tentaciones, hija,» respondió finalmente. «La clave está en cómo las manejamos.»
Sor María asintió, pero el Padre Tomás podía sentir que ella no estaba satisfecha con su respuesta. Había algo más que ella quería decir, algo que luchaba por expresar.
«Padre, ¿puedo hacerle una pregunta?» La voz de Sor María era apenas un susurro.
«Por supuesto, hija,» respondió el Padre Tomás, intrigado y un poco nervioso por lo que podría venir a continuación.
«¿Alguna vez ha… ha estado con una mujer, Padre?» La pregunta salió apresurada, como si Sor María no pudiera contenerla más tiempo.
El Padre Tomás se sorprendió por la audacia de la pregunta. Sintió un calor que subía por su cuello y se extendió por todo su cuerpo. «Hija, esa es una pregunta muy personal,» respondió, tratando de mantener la calma.
«Lo siento, Padre,» murmuró Sor María. «Es solo que… estoy confundida. Nunca he experimentado el amor físico, y a veces me pregunto si estoy perdiendo algo. Me pregunto si alguna vez ha sentido lo mismo.»
El Padre Tomás luchó por encontrar las palabras adecuadas. «La castidad es una elección, hija. Es una forma de dedicar tu vida completamente a Dios. Pero eso no significa que no tengas deseos o curiosidad. Es natural.»
Sor María asintió, pero el Padre Tomás podía ver la lucha en sus ojos. «Padre, ¿podría… podría darme un consejo?»
«Por supuesto, hija. Dime.»
«¿Cómo… cómo hago para no pensar en ello? ¿Cómo controlo mis deseos?» La voz de Sor María era suplicante, y el Padre Tomás podía sentir la intensidad de su lucha interna.
El Padre Tomás tomó una respiración profunda antes de responder. «La oración y la meditación pueden ayudar, hija. Concéntrese en su fe y en su dedicación a Dios. Pero también es importante que reconozca y acepte sus deseos. No los reprima, sino enfréntelos y encuéntrelos.»
Sor María asintió, y el Padre Tomás pudo ver un destello de alivio en sus ojos. «Gracias, Padre. Me siento un poco más tranquila ahora.»
La confesión de Sor María había terminado, pero el Padre Tomás sabía que algo había cambiado entre ellos. La línea entre lo sagrado y lo profano se había difuminado, y ambos se habían atrevido a explorar territorios desconocidos. La tranquila parroquia de Villanueva estaba a punto de convertirse en el escenario de una pasión abrumadora.
Sección 3: La caída en la tentación
La iglesia estaba tranquila, bañada por la luz suave de la tarde que se filtraba a través de los vitrales. El Padre Tomás y Sor María se habían quedado solos después de que los feligreses se fueran. El silencio entre ellos era cargado, y la tensión sexual era palpable. El Padre Tomás luchaba por mantener su compostura, pero la presencia de Sor María lo estaba consumiendo.
Sor María se acercó al Padre Tomás, sus ojos brillaban con una mezcla de timidez y deseo. «Padre, debo confesar que sigo luchando contra mis propios deseos,» murmuró. «No puedo sacarlo de mi mente.»
El Padre Tomás se sintió abrumado por la cercanía de Sor María. Podía oler su perfume suave y sentir el calor que emanaba de su cuerpo. «Hija, debemos ser fuertes,» respondió, su voz sonaba más ronca de lo habitual. «Nuestra fe nos guía y nos da fuerza.»
Sor María asintió, pero su mirada no se apartaba de los ojos del Padre Tomás. «Lo sé, Padre. Pero es difícil. Especialmente cuando estoy cerca de usted.»
El Padre Tomás se sintió aturdido por sus palabras. Sor María lo miraba con una intensidad que lo hacía sentir desnudo. Podía ver el deseo en sus ojos, y sabía que ella podía ver el suyo también.
«Padre, ¿puedo hacerle una pregunta?» La voz de Sor María era apenas un susurro.
«Por supuesto, hija,» respondió el Padre Tomás, su voz sonaba ronca y entrecortada.
«¿Alguna vez ha luchado contra sus propios deseos, Padre?» Sor María lo miraba directamente a los ojos, su mirada era directa y desafiante.
El Padre Tomás se sintió expuesto. Sor María había tocado una fibra sensible, y él sabía que no podía mentir. «Sí, hija. Todos tenemos que luchar contra la tentación.»
«¿Y qué hace cuando la tentación es demasiado fuerte, Padre?» Sor María se acercó un poco más, y el Padre Tomás podía sentir su respiración en su rostro.
El Padre Tomás tragó saliva, luchando por mantener la calma. «Rezo, hija. Enciendo un incienso y rezo hasta que la tentación pasa.»
Sor María sonrió, una sonrisa que revelaba tanto inocencia como picardía. «Pero, ¿qué pasa si la tentación no pasa, Padre? ¿Qué pasa si sigue ahí, ardiendo dentro de usted?»
El Padre Tomás se sintió abrumado por la intensidad del momento. Sor María estaba a solo unos centímetros de él, y podía sentir su calor. «Entonces, hija, debemos confiar en que Dios nos dé la fuerza para resistir.»
Sor María asintió, pero no se movió. «Padre, ¿puedo hacer algo por usted? ¿Puedo ayudarlo de alguna manera?»
El Padre Tomás se sintió abrumado por la oferta. Sor María estaba ofreciéndose a él, ofreciéndole un alivio a su lucha interna. Sabía que no debería aceptar, pero la tentación era demasiado fuerte.
«Padre, puedo ver el deseo en sus ojos,» murmuró Sor María. «Y sé que usted también puede ver el mío.»
El Padre Tomás se acercó a Sor María, su cuerpo actuando por cuenta propia. «Hija, debemos tener cuidado,» susurró. «Estamos jugando con fuego.»
Sor María asintió, sus ojos brillaban con anticipación. «Lo sé, Padre. Pero a veces, el fuego puede ser purificador.»
El Padre Tomás se acercó aún más, hasta que sus cuerpos estaban casi pegados. Podía sentir el calor que emanaba de Sor María, y su perfume lo embriagaba. «Hija, temo que estemos a punto de cometer un pecado,» susurró.
Sor María levantó la mano y acarició suavemente la mejilla del Padre Tomás. «Quizás, Padre. Pero, los pecados pueden ser perdonados.»
El Padre Tomás cerró los ojos, disfrutando de la sensación de la mano de Sor María en su rostro. «Hija, temo que estemos cruzando una línea de la que no podremos regresar.»
«Quizás, Padre. Pero ¿y si vale la pena?» Sor María se acercó y rozó sus labios con los del Padre Tomás.
El Padre Tomás se sintió consumido por el deseo. Sabía que estaba a punto ir contra su vocación eclesiástica, pero en ese momento, la tentación era demasiado fuerte. Rodeó a Sor María con sus brazos y la atrajo hacia él, uniéndolos en un beso apasionado.
Sor María respondió al beso, su cuerpo temblando en los brazos del Padre Tomás. Ella había deseado este momento, había fantaseado con él en sus momentos más íntimos. Pero ahora que estaba sucediendo, se sentía abrumada por la culpa y la confusión.
El Padre Tomás la abrazó con fuerza, sus manos explorando su cuerpo. Sentía la suave curva de su cintura, la delicadeza de sus caderas. Sor María era una mujer pequeña y delicada, y el Padre Tomás la sostenía como si fuera frágil.
Sor María se perdió en la sensación de ser sostenida por el Padre Tomás. Podía sentir la fuerza de sus brazos, la firmeza de su cuerpo. Había deseado esto durante tanto tiempo, había fantaseado con ser tocada y abrazada por él.
El Padre Tomás bajó sus manos hasta la cintura de Sor María, acariciando suavemente su piel a través del hábito, después con un lento movimiento tomó las nalgas redondas y perfectas de la joven ansiosa. Sor María cerró los ojos, disfrutando de la sensación de ser deseada y tocada.
El beso se intensificó, convirtiéndose en algo más urgente y apasionado. El Padre Tomás separó los labios de Sor María con su lengua, explorando su boca con una intensidad que reflejaba su deseo. Sor María respondió con igual fervor, sus manos enredadas en el cabello del Padre Tomás, tirando de él hacia ella.
El Padre Tomás bajó sus manos hasta las caderas de Sor María, acariciando sus curvas a través del hábito. Sor María gimió suavemente en su boca, y el Padre Tomás sintió un calor que se extendía por todo su cuerpo.
«Padre, por favor,» susurró Sor María, su voz entrecortada por el deseo. «Lo he deseado durante tanto tiempo.»
El Padre Tomás se sintió abrumado por las palabras de Sor María. Nuevamente un pensamiento fugaz pasó por su cabeza recordándole sobre las faltas cometidas, pero en ese momento, no podía detenerse. Sor María era como una llama que lo consumía, y él no podía resistirse.
Con manos temblorosas, el Padre Tomás desabotonó el hábito de Sor María, revelando la delicada ropa interior que había debajo. Sor María se ruborizó, pero no apartó la mirada. Había deseado este momento, había fantaseado con ser descubierta y deseada por el Padre Tomás.
El Padre Tomás deslizó sus manos por la suave piel de Sor María, sintiendo la suavidad de su abdomen plano, el calor y firmeza de sus senos aún cubiertos por el sujetador. Sor María cerró los ojos, disfrutando de la sensación de ser tocada y deseada.
El Padre Tomás bajó sus manos hasta las piernas de Sor María, acariciando sus muslos y sintiendo su piel delicada y tersa excitarse bajo su toque. Sor María gimió suavemente, su cuerpo tembloroso y expectante. El Padre Tomás la sostuvo con más fuerza, su boca reclamando la suya en un beso apasionado.
Sor María se perdió en la sensación de ser deseada y tocada por el Padre Tomás. Había soñado con este momento, había fantaseado con sus manos en su cuerpo, con su boca en la suya. Ahora que finalmente estaba sucediendo, se sentía abrumada por el deseo y la culpa.
El Padre Tomás levantó a Sor María en sus brazos y la llevó hasta un banco cercano. La sentó suavemente, y ella lo miró con una mezcla de deseo y miedo en los ojos. El Padre Tomás se arrodilló frente a ella, sus manos temblorosas mientras desabotonaba su propia camisa.
Sor María miró el torso desnudo del Padre Tomás, admirando la definición de sus músculos, la suavidad de su piel. Había deseado tocarlo, sentir su calor, y ahora ese deseo estaba a punto de hacerse realidad.
Aquí está la versión editada de su historia:
«El Padre Tomás se inclinó hacia Sor María, besando su cuello y sus hombros. Sor María cerró los ojos, disfrutando de la sensación de sus labios en su piel. El Padre Tomás bajó sus manos por la espalda de Sor María, desabrochando los pasadores de su sostén, dejándolo caer al piso y revelando dos hermosos senos copa 34B, blancos como la leche, firmes e imponentes coronados por pequeños pezones rosados. Ante esta vista, el padre acercó sus manos, sintiendo lo que veía y pareciendo un sueño, luego acarició suavemente sus pezones con las yemas de los dedos, sintiendo su dureza naciente.
Sor María gimió suavemente, su cuerpo precipitándose hacia el Padre Tomás. ‘Padre, por favor’, susurró. ‘No puedo resistir más.’
El Padre Tomás sonrió, una sonrisa llena de deseo y tentación. ‘Hija, ya no hay vuelta atrás. ¡Te deseo!’.
Con manos temblorosas, el Padre Tomás bajó la ropa interior de Sor María, revelando un sexo hermético y pequeño de color rosa.
El Padre Tomás bajó la cabeza, besando y lamiendo los senos de Sor María. Sor María gimió y se arqueó hacia él, enredando sus manos en su cabello. El Padre Tomás tomó uno de sus pezones en su boca, chupando y mordisqueando suavemente.
Sor María se sentía consumida por el deseo. Se había masturbado múltiples veces imaginando este momento. Ser tocada y mimada por el Padre Tomás excedió sus fantasías más salvajes. Cada caricia, cada roce hacía que ella vibrara como la cuerda de una guitarra bien afinada. ¿Cómo podría ser un pecado algo que se sentía tan bien? pensaba la monja en medio de las sensaciones del placer de la carne.
El Padre Tomás bajó sus manos a la cintura de Sor María, acariciando suavemente sus caderas amplias y sensuales, bajando por sus muslos, acariciando su hermoso trasero y aspirando los aromas que emanaba la bella mujer. De repente, una de sus manos abandonó su agarre y sus dedos delgados y estilizados recorrieron el surco que componía el sexo de la mujer, abriéndose camino entre los muslos de forma agresiva y tocando la zona húmeda y sensible con deseo.
Sor María abrió las piernas, invitando al Padre Tomás a explorar más. El Padre Tomás bajó sus manos, acariciando el interior de sus muslos. Sor María gimió y se retorció, su cuerpo respondiendo a cada toque.
El Padre Tomás se inclinó y besó los tobillos de Sor María, rodeando cada uno con besos ardientes que subían por sus piernas, llegando a los muslos como si fuera una serpiente enroscándose en torno a su presa. De repente, un aroma a hembra interrumpió el avance de los besos del padre, y él, sin poder hacer más, se lanzó a conquistar ese territorio inexplorado por el hombre, esa vagina virgen y casta que hoy tendría un dueño legítimo.
Con una expresión acalorada, Sor María mantenía la vista entrecerrada, observando al hombre que se acercaba a su sexo puro. De repente, se vio sacudida por un relámpago que alteró su sistema nervioso. El padre Tomás se encontraba a milímetros de la vagina de Sor María, y así, el hombre sacó la lengua, y bajo su toque, ella se sacudió y él continuó lamiendo, gradualmente con más glotonería y deseo. La parroquia se vio inundada por los gritos excitados de Sor María, que sin poder contenerse, se deshacía en deseo y lujuria.
Sor María gritó y se arqueó hacia el Padre Tomás, sujetándolo firmemente del cabello. El Padre Tomás exploró profundamente su intimidad con su lengua, saboreando su esencia. Sor María se retorció y gimió, su cuerpo temblando de placer.
El Padre Tomás, consumido por el deseo, no pudo resistir más. Con una mano fuerte empujó a Sor María para que se reclinara aún más en el banco, quitándose el pantalón de forma presurosa pronto estuvo entre las piernas de la monja que se encontraban abiertas de par en Par para recibir al que sería el dueño de su cuerpo. El padre con la inexperiencia, producto de su voto de celibato, empezó a acercar su miembro ansioso a la pequeña vagina primero acariciándola en línea recta, desde su tierno clítoris apenas visible, hasta su entrada virginal casi invisible. Así estuvo el Padre unos minutos, con la mirada expectante de Sor María, de repente el padre presionó con fuerza y determinación, venciendo la estrechez de aquel orificio, abriéndose paso unos centímetros, sintiendo la fuerza de aquellas carnes de mujer que estrechaban su miembro erecto, tomando de la mano a su amante el Padre, se siguió abriendo paso, viendo como se abrían los genitales de la antes virginal monja.
Sor María gimió, su voz resonando en la habitación. El Padre Tomás la sostuvo firmemente, sus manos en su cintura, mientras empujaba hacia adelante, reclamando lo que era suyo. Sor María sintió dolor al principio, pero pronto se convirtió en placer puro. Ella empezó a moverse de forma tímida e inexperta, enterrando el miembro del padre cada vez más profundo en su interior, Sor María consumida por el deseo empezó a moverse, choques de caderas y humedad fueron los sonidos que llenarían la estancia, siendo los ciegos testigos del pecado que se estaba cometiendo.
El Padre Tomás besó a Sor María apasionadamente, sus lenguas luchando mientras sus cuerpos se movían como uno solo. Sor María envolvió sus piernas más apretadamente alrededor de él, sintiendo su miembro duro y fuerte dentro de ella. El Padre Tomás la penetró profundamente, reclamando cada pulgada de su ser.
‘Padre, por favor’, gimió Sor María, sus manos teniendo cautiva a una de las manos grandes del santo hombre. ‘Más, te necesito más.’
El Padre Tomás obedeció, moviéndose con más fuerza y pasión. Sor María correspondió a cada empuje, sus cuerpos sudorosos deslizándose uno contra el otro. El Padre Tomás la penetró una y otra vez, su deseo por ella consumiéndolo.
Sor María se sintió cerca del clímax, su cuerpo tenso y su vejiga a punto de estallar, en ese momento la monja sintió tanto placer que perdió la razón de sí misma, siendo presa del placer de tener a un hombre dentro de ella, acariciando prácticamente su útero con la punta de su pene.
El Padre Tomás la penetró una vez más, y Sor María gritó su nombre, su cuerpo temblando en éxtasis y su vagina liberando fluido por un poderoso orgasmo. El Padre Tomás la siguió, derramando su pasión dentro de ella, reclamando su virginidad y marcándola como suya.
Se quedaron quietos, respirando con dificultad, sus cuerpos aún unidos. El Padre Tomás besó suavemente a Sor María, sus manos acariciando su cabello. ‘Te quiero, susurró.
Sor María sonrió, su rostro radiante. ‘Yo te amo’, respondió. ‘Nunca supe que el pecado podría sentirse tan bien.’
Se quedaron en silencio, disfrutando de la intimidad del momento. El Padre Tomás finalmente se separó, ayudando a Sor María a vestirse. Sabían que lo que acababa de suceder era un secreto que debían guardar, pero también sabían que su conexión era algo especial, algo que trascendía las reglas y regulaciones de su fe.
A partir de ese día, Sor María y el Padre Tomás encontraron formas de estar juntos, robando momentos de pasión y explorando los placeres de la carne. Su amor prohibido floreció en secreto, un recordatorio de que a veces, las reglas están destinadas a romperse.»
Agradezco a los lectores por sumergirse en esta historia de pasión y tentación. Espero que hayan disfrutado leyendo sobre el Padre Tomás y Sor María tanto como yo disfruté escribiéndola. Su apoyo y entusiasmo significan mucho para mí, y me inspiran a continuar creando historias que entretengan, exciten y toquen las fibras más íntimas de sus corazones. Si desean más, no duden en buscarme en Telegram (@ambigua02). Estoy encantada de conectarme con ustedes y explorar juntos los placeres de la literatura erótica. ¡Gracias por su tiempo y disfruten del amor en todas sus formas!
Excelente relato su trama es sensual erótica sin caer en lo vulgar me gustaría seguir leyendo tu trabajo