LA VISITA AL GINECÓLOGO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maduritaseconfiesa.
Fue después de haber tenido a mi hija. La verdad es que antes de aquello había ido al ginecólogo en pocas ocasiones; en mi época una iba cuando tenía algún problema y yo, personalmente, había tenido pocos. Pero después del embarazo y la cesárea me enteré de que era conveniente hacer revisiones cada año o dos años para comprobar que todo fuese bien, simplemente, y así fue como llegué yo a aquella consulta.
El trato, tanto con el ginecólogo como con la enfermera que lo asistía, fue tremendamente respetuoso, amable y cordial mientras me hacía las preguntas típicas en estos casos; si había tenido algún tipo de molestia, cuándo había sido la última menstruación, qué tipo de método anticonceptivo usábamos, si había habido algún cambio en las relaciones sexuales tras el embarazo… Bueno, lo típico.
Hasta que llegó el momento de ir a hacerme el reconocimiento. Yo acababa de dejar la lactancia materna hacía un mes o cosa así. Aún tenía los pechos un poco hinchados aunque ya no secretaba. Palpó mis senos con atención y paciencia, porque yo me había notado bultitos que no estaba segura de qué eran.
– Esto es totalmente normal, no se preocupe. Son las glándulas que todavía están un poquito inflamadas, pero es absolutamente normal.
Vale, ya me había quedado tranquila.
– Uf! Estaba un poquito asustada, menos mal.
Él, dándome unos golpecitos tranquilizadores en el brazo, fue a colocarse entre mis piernas. No sé si estarán todas las mujeres de acuerdo conmigo, pero es una situación extraña estar desnuda (o con el camisón de papel semitransparente que te dan en las consultas) abierta de piernas con los pies en los estribos de una camilla de ginecólogo y que te estén comentando que “esta noche dan una película muy buena por la tele”; es una sensación indescriptible por extraña, que no por excitante, al menos para mí.
Bueno, lo primero que hizo fue el jodido tacto rectal, no doloroso pero sí molesto, sobre todo cuando el facultativo empezó a girar el dedo en el interior para comprobar todas las paredes del final del recto. Bueno, acabó rápido. Se cambió el guante con ayuda de la enfermera y me introdujo el espéculo de plástico transparente, un poquito más… un poquito más… lo abrió… lo empujó un poquito más… ya hacía tope y él intentaba empujar un poco más…
– A ver, es que no lo veo siquiera. A ver si puede usted bajar un poquito.
Me recoloqué en la camilla, llevando el culo hacia el caballero (que con los pies en los estribos fue complicado, pero lo hice). Volvió a empujar hacia dentro el espéculo, lo abrió a tope…
– No, no. No llego ni a verlo.
– Pues yo no puedo bajar ya más, que me caigo.
– No, no. Usted está perfecta. No se mueva – y girándose hacia la enfermera le dijo- Dame aquel de allí, sí, sí, ese, el grande.
Me asusté un poco al oír esas palabras pero decidí confiar en el doctor, que estaba siendo más que cuidadoso.
– Éste estará más frío, que al ser metálico…
– Vale, vale. No se preocupe. Sabiéndolo…
La enfermera me miraba con ternura apoyando una mano sobre mi rodilla. Empezó a meter el nuevo espéculo… un poquito más… otro poquito más… otro poquito más… ya no entraba más… empezó a abrirlo también… más abierto… a tope…
– No, no. Ahora sí que lo veo, pero no lo alcanzo, ¡ni de casualidad!
– ¿Intento bajar más?
– No, no. Si es que está usted perfecta, de verdad, pero es que…- se volvió a girar a la enfermera y le dijo en voz baja -A ver si me puedes traer aquel que pedimos aquella vez, ¿te acuerdas?
– Sí, sí, ahora mismo lo traigo.
Y hablando ya para mí en tono normal:
– Pues la película que le decía es de Robert De Niro. Si sale él, mala no puede ser, porque es muy buen actor ese hombre. Me parece que es policíaca. Tengo muchas ganas de verla. Creo que empieza a las 10 y veinte…
Yo estaba agitada pensando en qué me iban a meter en mis partes esta vez, pero no pude hacer ningún comentario porque de seguida entró la enfermera con una sonrisa en los labios y ocultando de mi mirada el objeto que llevaba en la mano por más que yo estirase el cuello para verlo. Noté que estaba empezando excitarme, tal vez por la expectativa, y eso me avergonzó lo indecible, porque en esa situación no hay forma de disimular, reconozcámoslo.
– Éste, éste sí, ya verás! -le dijo, y dirigiéndose a mí – Está frio, ¿vale?
No había asentido aún con la cabeza cuando empecé a notar la introducción del nuevo espéculo… un poquito más… otro poquito más… otro poquito más… otro poquito más… empezó a abrirlo… un poco más abierto… otro poco más… abierto del todo… lo movió hacia abajo… lo movió hacia arriba…
– ¡Ahora! ¡Perfecto!
Ahora sí que estaba excitada, sentía como se engrosaban los labios y el clítoris hacía algún movimiento involuntario, y no hacía más que pensar “Por el amor de Dios, tía, piensa en la lista de la compra que eso enfría”.
La enfermera había dejado de mirarme a los ojos y estaba agachada mirando con cara de extrañeza hacia el hueco entre mis piernas, cuando el doctor le dijo sacándola del ensimismamiento
– Dame la pinza… la larga. -ella dio un bote y le acercó el objeto en medio segundo. – ¡Oh! ¡Por fin! – exclamó el buen doctor tomando la muestra para la citología.
Me sacó aquel tercer espéculo despacito (duró un siglo o así la extracción) y me dijo
– Bueno, ya está. Lo hemos conseguido -levantando un puño-. Es que tiene usted un canal del parto eterno, señora.
Después de ese comentario, yo empecé a pensar “Claro. Por eso me gustaban a mí de soltera las pollas grandes, a más grandes mejor. Si es que tengo un canal del parto eterno” y me reía para mis adentros.
Cuando llegué a casa le conté a mi marido la experiencia, entre risas y bromas. Al día siguiente, sin comentarme nada, fue a una Sex Shop a comprarme mi primer consolador; el más grande que encontró, o casi. Me lo dio envuelto para regalo, lo abrí con expectación y cuando vi aquel pollón de plástico, bastante realístico debo añadir, me quedé muy decepcionada. Después de mirarla un rato, por fin exclamé:
– ¡Pero esto es muy pequeño!
Mi marido me miraba con los ojos como platos.
– Cari, si eso es pequeño yo ¿qué tengo aquí? ¿Un micro pene?
– No, hombre. La tuya está bien, está genial porque la mueves tú, pero esto… La tienes que sujetar por algún sitio; quítale tú a esto cuatro dedos como mínimo para asirla… Se te queda en nada!
– Pues era la más grande… Bueno, la más grande no, que había una tamaño extintor que ya no me he atrevido, pero ésta es la que venía después!
Aquella noche la probamos. Reconozco que no sé por dónde la tenía sujeta, pero me convenció de que sí que era suficiente… más que suficiente; era perfecta. Aún la tengo. Le pusimos de nombre Frederich (es que yo necesito crear lazos, entendedlo).
Por cierto, el resultado de la citología llegó a las dos semanas por correo: todo perfecto.
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