Lavando platos para mi tía.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Me habían castigado por sacar malas notas en los pasados exámenes, de manera que mis padres y mi hermana, se fueron de paseo a la playa, dejándome a mí en la casa de mi tía. Tenía catorce años, y mientras descansaba sobre un sillón, extraje de mi mochila una revista porno. Creí que mi tía no se daría cuenta de esto, pues según yo estudiaba. Sin embargo, absorto yo en las fotos de unas mujeres ataviadas en látex, me sorprendió la hermana de mi padre. Me arrebató la revista, y mirándome de brazos cruzados, me dijo con voz autoritaria lo siguiente:
__ ¡Vaya con el jovencito! Si no desea que su padre se entere de esto, hará usted exactamente lo que yo le ordene.
Hizo una pausa mi tía, y mirándome directamente, mientras hacía rollo la revista, tomó de nuevo la palabra:
__ Vamos a ver. ¿Qué castigo será bueno? Puesto que te gusta ver este tipo de mujeres, ha de ser justo que sea usted tratado como una de ellas. ¡Anda, por lo pronto desnúdese, que ya regreso! Y no piense en escapar, que el castigo que su padre le dará será peor que el que yo le daré.
Miré con asombro como mi tía se dirigió a su cuarto, y yo con total extrañeza para mi edad, comencé a desvestirme, aunque por pudor me dejé los calzoncillos. En pocos minutos regresó, cargando un delantal de plástico negro, una peluca con largos cabellos rubios, un par de guantes de hule rosas y unos zapatos de charol de plataforma alta con transparente arco para introducir los pies.
__ ¡Póngase esto que le traje! Así se verá usted como una de esas con las que su mirada se deleitaba hace poco.
Con cierto temor, pero no deseando que mi padre se enterase, me vestí con aquello. Los zapatos me quedaron perfectos, y los guantes me llegaban hasta los codos. La tía me miró con malicia, pero no comprendí a esa edad su propósito. Giró alrededor de mí, y tomándome de la mano, me llevó a la cocina, justo al fregadero donde había una pila de trastos sucios.
__ Su castigo será dejar esta cocina brillante y limpia, de modo que empiece ya su labor.
Abría el grifo, y comencé con aquella tarea, notando que mi tía se introducía a su cuarto. Lavé algunos platos y vasos, y observé con impresión extraña que mi tía regresaba. Ahora ya no usaba sus pantalones de tela holgados ni sus pantuflas rutinarias, o su blusa que le hacía ver flaca. Más bien, estaba ataviada con un corpiño de látex ceñido al torso, del cual caía un liguero con sus hilos desabrochados. Y se veía más alta que de costumbre, pues usaba unas botas negras de charol ceñidas a sus blancas piernas, de un tacón tan alto, que sin pensarlo de solo verlas, me provocó una furiosa erección. Se acercó mi tía haciéndose un molote sobre su cabeza, el cual ajusto con unos pines, y me excito más al ver su cuello largo y blancuzco. Para ser una mujer de cincuenta, se veía muy sexy. Se acercó a mí, y mientras me tocaba la espalda, con las mano derecha, abría un cajón de los de la alacena, y de este extrajo un par de guantes de hule de rojo color. Se los colocó con suavidad, a lo cual yo absortó y confundido, pero caliente a más no poder, sentí duro mi falo como nunca. La tía entonces, me tocó aquel tieso miembro, y comenzó a masturbarme, a lo cual cerré los ojos, pues no podía con aquel deseo. En eso, me echó abajo los calzones, y tomándome de las manos, dijo:
__ ¡No crea que será tan fácil jovencito! Venga acá y recuéstese boca abajo en mis piernas.
Lo hice con algo de temor, pero la calentura que me cargaba, me pedía seguir adelante con aquello. Una vez en sus piernas, comenzó a darme suaves nalgadas, con sus guantes humedecidos. Después, aumentó el ritmo en sus nalgadas, hasta dejarme rojo el trasero. Pero hizo alto a sus nalgadas, siguiendo una suave sobada con el líquido cristalino con el que lavaba los platos. Giraba la vista, y entre los rubios cabellos de la peluca, notaba que el rostro de mi tía se excitaba con aquello. Sacaba su húmeda lengua paseándola entre sus labios rojos. En eso, comenzó a meterme uno de sus dedos ahulados en mi ano, lo cual lejos de dolerme lo disfruté. Luego fueron dos dedos, y yo como si lo hubiese hecho antes, pedí más y más. Hizo caso a mi petición, y envió a mi interior cuatro dedos, que entraban y salían. Entonces, me ordenó pararme, y seguir con mi labor.
__ ¡Continúe lavando platos muchacho sucio!
Me dirigí a donde el fregadero, y ella se inclinó de cara a mi trasero. Una vez ahí, me lamió el culo, y jugaba con los dedos de sus enguantadas manos. Después, me pidió el jabón líquido, y echándose un chorro sobre su mano derecha. Me abrió las piernas y comenzó a penetrarme lentamente con su mano. Movía hacia arriba y abajo, hasta que logró meter toda su mano, a lo cual sentí un vivo dolor, pero ella me tomó por el talle, y no pude moverme sino solo disfrutarlo. Me colocó en el piso como si fuese un perro, mientras tenía yo los guantes rosas llenos de espuma de jabón, y allí me fisteaba de nuevo. Yo gemía de placer y ella por igual jadeaba. Se puso de pie cuando creyó que era aquello suficiente, pero regreso en unos momentos, colocándose un arnés sobre su cintura, del cual colgaba un dildo enorme como de treinta centímetros color marrón. Se sentó en una silla, y me ordenó acercarme, a lo cual obedecí ciegamente. Me paseó aquel miembro plástico por la cara, ordenando que la mamase. Inmediatamente la llevé a mi boca, mientras ella se metía sus manos enguantadas a su orificio vaginal.
__ ¡Eso jovencito pervertido! ¡Ahora le voy hacer ver las estrellas y algo más!
Me ayudó a levantarme, y como estaba más que alto por aquellos zapatos, me apoyó el dildo sobre mi ano, y yo descendí lentamente sobre este. En un principio, me dolía sobremanera, pero después poniendo mis manos rosas sobre los hombros de mi cachonda tía, sentía aquel monstruo horadar toda mi caliente cavidad.
__ ¡Eso, usted puede meterlo todo en su culito!
Tras decir esto, mi tía me apretó por la cintura, y empujándome hacia abajo, supe que todo aquel falo invadía mi ano. Notando que me correría todo mi semen, mientras aquel marrón miembro continuaba guardado en mi interior, hice a un lado el delantal de hule, y exploté sobre el pecho y cara de mi tía, quien se corrió sobre mí. Pero aun así, me pidió que la penetrara con otro dildo igualmente largo y ancho, regresándole yo el castigo que me había propinado.
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