Lucero Preludio: Rodrigo y Lucero
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por RogerSandriz.
A Lucero la conocí en el Instituto cuando yo tenía 15 años y ella 13. No fuimos amigos, pues los dos éramos socialmente marginados. Yo era un nerd clavado en la entonces naciente ciencia de la informática y ella era una estudiante inteligente, seria y recatada que no se metía con nadie. Me gustaba su figura rubia, alta y delgada, pero con formas redondeadas que sus faldas amplias y blusas de manga larga no podían esconder. Ella se llamaba Lucero, venía de un pueblo pequeño, y sólo estuvo un año en mi escuela, aunque entonces no supe porqué se fue.
EL tiempo pasó, yo estudié informática y apenas a los 22 tenía el trabajo soñado por todo nerd: administrando mis propias páginas porno. Un día salimos con mi equipo a reclutar putas en la zona más guarra de la ciudad, para un nuevo proyecto de hard-extreme & fetish; el más putañero de nosotros nos llevó a las afueras de la ciudad, donde a la orilla de la carretera habían casas de campaña hechas con lonas y mantas. Afuera de cada tienda había uno o dos padrotes, que por una módica entrada por persona dejaban pasar a cualquier número de hombres, mujeres e incluso perros, para hacer cualquier cosa, y era casi absolutamente cualquier cosa, con la puta que tenían adentro. Las únicas restricciones eran no matarlas ni mutilarlas, no tardar más de 30 minutos y no quejarse de que nos pegaran una enfermedad.
Fuimos visitando uno por uno los improvisados tinglados, pero en la mayoría eran putas viejas y fofas, casi inconscientes de tanto alcohol y droga. Casi arrepentidos, en el último remolque nos pidieron el triple que en los demás, porque era nueva en el lugar, para no desperdiciar más dinero decidí entrar sólo. Nada más entrar me quedé anonadado: una puta de cuerpo espectacular, tatuada y anillada, con muchas cicatrices pero de rostro angelical, estaba abierta de piernas en el suelo con un bate metido en el culo y tratando de meterse una pelota de beisbol por el coño. Al verme se paró dejando resbalar poco a poco el bate al suelo y de su vagina salieron una tras otra 3 pelotas de béisbol además de la que tenía en la mano. Me quedó viendo fijamente unos segundos y me llamó por mi nombre: “¡Rodrigo!”
Vino hasta mí corriendo, se arrodilló y me sacó mi erecta verga que mamó con ansía y maestría los tres minutos que tardé en correrme.
Por supuesto, era Lucero.
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