ME GUSTA EL CHUTO Y TODO LO QUE SEA DARME PLACER POR EL CULO.(I) Por Putita Trav
Soy Juana, La Loca y mi nombre de batalla es Putita trav. Les contaré paso a paso qué ha sido de mi vida desde que descubrí lo mucho que adoro el miembro viril y el placer que provoca su introducción en mi canal excretor..
Soy Juana, La Loca y mi nombre de batalla es Putita trav. Les contaré paso a paso qué ha sido de mi vida desde que descubrí lo mucho que adoro el miembro viril y el placer que provoca su introducción en mi canal excretor.
INICIOS
Marco el principio del goce anal en las continuas lavativas y enemas que recibía en mi infancia agobiado por el estreñimiento. Obvio porque la dieta nunca fue balanceada y provista de frutas y verduras que habrían facilitado la expulsión de las heces. Por el contrario, dulces y golosinas, pasteles y otras deliciosas pero poco sanas ingestas hacían que mi intestino no procesara adecuadamente y soltara con fluidez lo que debía ser eliminado.
Poco a poco me di cuenta del placer que me producía la introducción de la cánula y el chorro de varios ml de líquido tibio que me producían sensaciones que aún recuerdo e intento reproducir cuando estoy en el WC en las mañanas. No solo el ingreso sino la expulsión era satisfactoria y aún más: anhelada.
Bueno, el pene lo recibí tempranamente y de un maestro en el arte de la pedofilia: un sacerdote al que llegué a adorar por esa iniciación sagrada y realizada con todos los pasos de la seducción. A tal punto fue un proceso delicado y sigiloso que más de alguna vez deseé con algo de violencia y quise ser desflorado con fuerza y dolor.
A los nueve años después de la primera comunión fui seleccionado como acólito por mi fluidez en la lectura del ritual que se hacía en latín. Ayudaba en las misas al cura que después me llevaba a su dormitorio y me consentía: me sentaba en sus rodillas, me servía nueces e higos y me acariciaba los muslos que mis pantalones cortos dejaban al aire. Un día esa caricia se arriesgó un poco más y sentí sus dedos suaves en mis nalgas que eran sobajeadas con sutileza.
Ya se había prendido en mí la poderosa luz del deseo de mariconcito larvado. Anhelaba que el cura diera otro paso más hacia ese lujurioso objetivo que aún provoca excitación en mí mientras escribo con la verga dura y el poto palpitante.
Una tarde después de una jornada por las zonas rurales en las capillas donde celebraba misas dominicales, el cura se despojó de sus vestimentas y quedó solo en camiseta y calzoncillos. Nunca lo había visto así. Siempre se cambiaba de sotana solamente. Esta vez mi corazón dio un vuelco. Me subió a sus rodillas ahora desnudas y fuertes y sus manos se deslizaron por todo mi cuerpo. Me producía la sensación de una serie de fogatas que se iban encendiendo a medida que las manos del cura tocaban mi piel.
Pronto y sin darme cuenta, su mano se deslizó por entre mis pantalones y el calzoncillo y ya no solo eran acariciadas las nalgas sino directamente mi rajita virgen. Posó el dedo medio en la abertura cerrada y mi ano se abrió para recibirlo en un acto lascivo de aprisionarlo y obligarlo a entrar. Cosa que el cura, agitado, hizo. Sentí su dedo ingresar hasta el fondo mientras mi culo se abría y cerraba en sucesivos estertores que delataban lo mucho que había esperado para que ello sucediera al fin.
Lo que vino después lo recuerdo como chispazos de claro oscuro de una película del más alto contenido erótico:
Por un instante vi los ojos del cura desorbitados y enrojecidos como si en ellos hubiera evidencia de alguna droga. Asocié de inmediato que habíamos compartido un brebaje dulzón que asemejaba al zumo de duraznos. Un calorcillo agradable invadió mi cuerpo. Sentía como si fuera una muñeca de trapo que se entregaba totalmente al arbitrio de quien manejara los hilos del placer.
Fui llevado en vilo hasta el lecho revuelto y mi rostro se hundió en las sábanas que aprisionaban el olor del macho. Absorbí ese aroma ácido y dulzón de los humores del cura. Me di cuenta de que retenía aquello que se me imaginaba el semen seco de sus masturbaciones. Me vino a la mente que se masturbaba con aquella mano hasta eyacular cada vez que me tocaba las nalgas.
En un segundo me desprendió de mis ropas y quedé a culo desnudo y nalgas ansiosas esperando lo que pensé sería una violenta -y muy deseada- penetración. Sentí la húmeda y suave punta de su lengua posarse en mi flor carnívora. Abierta y palpitante, sentí la punta gruesa de su pico en la entrada. Un primer intento y un intenso dolor me arrancó un gemido. La cabeza del chuto estaba atascada en la entrada del esfínter. Un tirón hacia atrás y cuando creí que se saldría, vino el segundo empujón que me desgarró el interior. Un grito ahogado por la poderosa mano del cura no logró salir. Dos tercios de su verga ya estaba alojada en mi culo sorprendido que no esperaba ese suplicio. Pasaron algunos minutos en que el cura me abrazaba y acariciaba las tetillas. Mis pezoncitos se endurecieron. Una mano me tomó los testículos y sobó mi pequeño pene que poco a poco volvió a endurecerse.
Ahora ya no había dolor y mi pichula se endureció mientras en fraile la masturbaba. En un momento en que el orgasmo era inminente el cura aprovechó para meter de un golpe lo que faltaba de su grueso chuto. Ahora ya no estaba en espera sino en plena acción y los mete y saca se volvieron rápidos, fuertes y profundos. Nada me dolía y sentí que mi culo había logrado dimensiones de dilatación en que el miembro del cura entraba y salía sin aparente esfuerzo. En cambio, la fricción que producía en mi pasadizo anal, era de un placer jamás sentido ni imaginado: enloquecí al recibir varios disparos de semen directo en mi interior y al sentir que su pene se engrosaba y mi esfínter lo resentía hasta ser llenado de esa grumosa y caliente sustancia.
Mis piernas sintieron el desborde cuando el pene salió dejando mi hoyo abierto y vacío. Esa sensación de haber sido usado y haber servido de receptáculo de la ávida lujuria del macho es la que busco en las decenas de chutos que han pasado por mi puto culo. Algunos sin dejar huella, pero otros me lo abrieron y hasta rasgaron para mezclar el semen, el sudor y la sangre… Y el deseo de ser culiado, sometido, azotado, meado…
Mis queridos lectores, ahora saben la causa de mi gusto por el chuto y el placer que me provoca la sodomización.
(CONTINUARÁ)
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Te felicito por este relato. Es muy excitante el paso a paso como llegaste a disfrutar de la verga, pinga, pico o chuto como le llamas. Sobre todo como te llevó a quitarte el virgo anal ese cura. Hay mucho de similitud en tu historia y la mía.
Solo que el cura que me inició no era ni paciente ni seductor. Todo lo contrario, me cogió con fuerza y me produjo fisuras y desgarros en el culo que tardaron en sanar. Por mucho tiempo deje de frecuentarlo hasta que recaí. No puedo negar que después es muy rico ser culiado. Mi morbo es ser forzado y ser cogido con dureza.
Espero seguirte leyendo.