Me hago cargo de la pequeña Paolita, hija del pescador.
La pequeña Paola de 10 años, se queda huérfana. Me hago cargo de ella y la hago mi mujer, disfrutando del mejor sexo a su lado junto al mar..
Mi nombre es Sebastian, vivo en un pueblo de la costa junto al mar. Me dedico a la pesca desde que era un niño, y actualmente tengo 40 años. Nunca me casé ni tuve hijos, pero eso no impidió que viviera algunos romances. Uno de los mas memorables fue con la pequena hija de 10 años de un amigo fallecido en altamar.
Desde joven me sentí atraído por la pureza de las pequeñitas que veía bañarse en la costa, cuando el verano estaba en todo su esplendor, sus cuerpos delgados, y su piel suave resistiendo los embates del sol. Sus risas y juegos me llenaban de alegría y también de excitación. Sin embargo, fue un invierno el que me dió una oportunidad con Paola, una tierna niña de 10 años que vivía no muy lejos de mi casa. Como vivimos cerca al mar, en una aldea de pocas casas, casi todos nos conocemos. Y si bien, no conocía mucho de cerca a Paola, sí conocí a su padre con quien muchas veces salimos en la misma embarcación de madrugada para capturar la pesca del día. Así llegamos a ser buenos amigos y ayudarnos con los problemas diarios. Mi amigo Pedro, que en paz descanse, se quedó solo en el mundo con Paolita, pues su esposa murió en el parto. Desde entonces Paola creció solo con su padre, a quien yo le llegué a tener mucha estima. Algunas veces veía a Paola, cuando visitaba a Pedro, que estaba enfermo de los pulmones y que cada dia podía moverse menos. Me saludaba con timidez “Pase don Sebas”y luego se marchaba a tender la ropa en el patio. Muchas veces, conversando con Pedro, divisé el cuerpo menudo de Paolita tendiendo la ropa en el patio. Siempre llevaba una minifalda cortita, un polo muy pequeño que le terminaba en la cintura, y unas sandalias que dejaban casi desnudos sus pies. Alguna vez, conversando sobre temas serios con Pedro, no pude resistir la tremenda vision de Paolita vestida así tan sexy con el cabello suelto, estirándose y parando la colita para tender la ropa. Y yo como estaba con short, debía hacer un enorme esfuerzo para ocultar mi erección. Un día Pedro se dio cuenta de lo que veía:
– Te gusta mi pequeña ¿no?
– No compadre. ¡Cómo cree! Todavia está pequeña.
– ¿Pequeña? ¿La condenada esa? Si supieras todo lo que ya ha aprendido. Hasta me roba el ron.
Luego cambiamos de tema pero esas palabras se me quedaron grabadas hasta el día del funeral de Pedro, un par de meses después.
Pedro, en vista del poco dinero que disponía, se había ido con un grupo de pescadores a emprender una nueva ruta marítima de madrugada. Debió ser la intensa niebla o cosas del diablo que la embarcación no apareció hasta dos dias despues con todos los tripulantes muertos. Eran los ultimos dias del invierno así que especialmente ese fue uno de los ingratos últimos dias con mucha niebla. Cuando encontraron la embarcación se armó una colecta en la aldea para finalmente hacerse cargo del entierro y ayudar a la pobre Paolita que se habia quedado huerfana.
Por cosas del destino, una de las vecinas preguntó que si yo no podía hacerme cargo de la niña puesto que luego de tanto tiempo siendo vecino de Pedro, practicamente éramos como de la familia. Yo acepté el cargo sin vacilación pero temiendo la suspicacia de otras personas que podían ver en mi un peligro. Felizmente no fue así pues mi buen trato era bien aceptado entre todos, lo que diluía la sospechas de que algo malo podia sucederle a Paola.
Así terminó viviendo conmigo. Al principio ella tímidamente se esforzaba por tratarme de “señor” pero acabó por llamarme «Don Sebas». A diferencia de la convivencia con su papá, yo le hacía el desayuno antes de marcharme por la madrugada a pescar. Ella tomó estas actitudes generosas como una prueba irrefutable de mi amabilidad y comenzamos a tener un trato mas distendido. Cuando yo volvía a casa, conversábamos un poco y luego la dejaba salir a jugar con sus amigos en la playa. Ella tenía toda la energía de su edad y casi siempre por la tarde traía moluscos o conchas que había encontrado en la costa y que coleccionaba en su habitación.
Un día llegó más tarde que de costumbre y la reprendí, luego me acerqué al verla tambaleando y descubrí que había bebido alcohol.
– Muchachita malcriada. Tan pequeña y ya estas en malos pasos.
Paola me pidió disculpas, y fue esa noche que, sin darme cuenta, se había ido a meter a mi cama.
Sentí su respiracion de madrugada cuando el profundo silencio me hizo percatarme de su presencia en la oscuridad. Encendí la vela sobre el velador y descubrí su cuerpo semidesnudo a mi lado. Paola solo dormía en calzon por lo que esa vision cercana de la niña me puso la verga bien dura. ¨Por qué haces esas cosas tan malas, eh niña¨ dije casi en susurro. Me dispuse a cubrirla bien cuando ella despertó:
– Disculpe Don Sebas.
Mi corazón comenzó a latir a mil. Luego por inercia extendí mi mano hasta su brazo y maquinalmente comencé a acariciarla “Paolita, ay Paolita” dije sin voz.
Ella se volteó boca arriba y se quitó la sábana que la cubria.
– Puede hacerme lo que usted quiera Don Sebas. Me he portado como una niña mala.
Me quité la sabana también, y algo nervioso le pregunté:
– ¿Ya has hecho esto antes, Paolita?
– Solo con mi papá.
Entonces descubrí que mi compadre ya se había hecho con ese dulce manjar:
– Estas muy pequeña para el sexo, Paolita.
– Pero me gusta mucho.
Entonces, me relató brevemente, en cuanto le pregunté, cómo había empezado toda esa locura. Y Paola, me detalló algunas cosas. Todo había empezado desde los seis años en que se bañaban junto a mi compadre que le había hecho probar las delicias del sexo. Le había chupado la conchita y poco a poco la había empezado a penetrar hasta desflorarla.
– Siempre me decía que me parecía mucho a mi mamá.
Paola se puso triste al recordar a su madre a quien nunca conoció. Me preguntó algunas cosas sobre ella, que yo no pude recordar bien, pues su fallecida madre, y esposa de Pedro, era una mujer muy reservada y casi apática.
– Tú eres más bonita que ella – dije.
La niña sonrió, y entonces siguió contándome las cosas que ocurrieron antes de que Pedro muriera.
– Yo empecé a darme cuenta de lo que me hacía y siempre tenía que forzarme para aceptar sus ganas. Empecé a portarme mal en el colegio, pero nunca le conté nada a nadie lo que papi me hacía.
– Pero ¿Te gustaba cuando te lo hacía?
-A veces sí, pero a veces se ponía muy tosco y me dolía. Sobre todo cuando estaba borracho.
Recordé los últimos dias de Pedro, y en efecto casi siempre bebía como si supiera que su muerte estuviera cerca.
Paola observaba la vela que se consumía sobre el velador, debian ser las dos de la mañana y viendo esa delgada luz, continuó relatándome lo que yo nunca había sabido:
– Cuando veía que yo no quería sexo con él, traía alguna puta del puerto y me despertaba para que viera cómo debía yo hacerlo. Así empecé a sentir asco de todo, pero igual no podía evitar algunas veces sentir mi conchita mojarse cuando veía algún chico que me gustaba. Mis amigos son ahora mas grandes que yo.
– ¿Te pedían ellos que les robaras las botellas de ron a Pedro?
– Sí ¿Cómo sabes eso? ¿Te lo contó mi papá?
– Sí.
– Mis amigos me decían que podia jugar con ellos si les traía ron. Y ahí aprovechaban y me hacían tomar mucho hasta que empezaban a manosearme entre todos. Pero tenían miedo de meterme verga.
– Te has portado muy mal ¿no crees?
– No sé por qué lo hacía. Solo no quería estar sola.
– Y ahora ¿cómo te sientes? ¿Estas mareada?
– ¡No! Estoy bien.
– Y ¿cómo has llegado hasta mi cama?
Paola sonrió, pensando en mentirme, pero al final dijo:
– Tenía ganas.
Entonces pensé que si mi compadre, que en paz descanse habia podido hacer todo lo que quería. Yo también tenia ciertos derechos:
– Acuéstate boca arriba – le pedí.
Ella obedeció, y no solo se puso boca arriba sino que tambien abrió sus piernas, mostraándome su conchita de niña, suave como una almeja recién abierta.
– Estas preciosa, Paolita.
Ella sonrió y me acerqué hasta esa dulce vagina para lamerle cada centímetro mientras lanzaba pequeños gemiditos que se ahogaban en el silencio de la habitación. Yo contenía la respiracion rogando que el tiempo se detuviera para seguir lamiendo esos labios vaginales hermosos. Luego, cuando mi verga estuvo más dura que una roca, le levante las piernas y aproveché para besarle los pies:
– Tienes unos ricos pies, Paolita.
– ¿Te gustan?
– Mucho, princesita. Tienes unos pies pequeñitos y hermosos.
Y mientras le chupaba los pies fui introcudiendole mi verga “ahhh, qué rico Don Sebas”la follé despacio primero sintiendo cómo se le humedecía la vagina. Ella seguía mi ritmo, suspirando ante cada golpe a tope de mis bolas. Leugo me tendí sobre ella y empecé a besarla.
– Don Sebas. Qué rico lo hace usted.
– Te gusta Paolita? Te gusta recibir verga no?
– Me encanta.
Despues de besarla, le chupé sus pequenos pezones donde todavia no habian crecido sus tetitas.
– A la mierda. Qué rica que estás Paolita.
– Siga Don Sebas. Quiero leche.
– Quieres leche mi amor?
– Si.
– Tan pequeñita y tan putita.
– Ahhhhhh….
Paolita se movía debajo de mi, entonces entendí que ella también quería doblar sus caderas como la mujercita buena en que se convertía.
Entonces de un solo giro, la puse sobre mi y le pedí:
– Ahora si salta lo que quieras, Paolita.
Y así lo hizo, se retorció como un gusano primero y luego como una buena amazona que cabalga sobre un potro erectil.
– Sigue asi Paolita, sigue, sigue. Puta madre, qué rico que lo haces.
– Le gusta Don sebas? – gemía ella mientras seguía calbalgando sobre mi verga.
– Sigue….. sigue.
– Quiero leche. Me estoy mojando.
– Bien, preciosa. Tus deseos son ordenes.
Entonces le saqué la verga. La tumbé boca abajo. Y volví a chuparle los pies mientras la embestía fuertemente hasta que de tanto darle y darle haciendo chocas mis huevos contra su raja, un fuerte chorro de semen me salió, dejandole adentro todo mi esperma.
– Ahhh. La puta madre, qué rica que estás Paolita.
Fui dando pequeñas embestidas hasta que le saqué la verga. Ella se quedó sobre la cama, agarrandose los pies en el aire. Entonces vi como mi leche salía desde esa tierna conchita hacia afuera.
– Me mojó toda la vagina Don sebas.
– Te gusta amor?
– Mucho.
– Ahora serás solo mía.
Ella se alegró. Le había gustado cómo se lo había hecho. Luego vi que eran las tres y media de la mañana, y me dispuse a salir a pescar.
– Hoy no pude hacerte el desayuno, tienes que hacertelo tú.
– No se precoupe Don Sebas.
Salí de la habitación apagando la vela sobre el velador, y dejandola llena de mi leche.
Todo el día no pensé más que en ella. Fue un dia común si no fuera porque el recuerdo de Paolita me artormentaba todo el día. Cuando volví de pescar, la encontré en el muelle. Estaba vestida con un short cortito, una playera, y sus sandalias. Se había hecho dos colitas en el cabello. ME habia esperado que regresara.
– Paolita, desde qué hora estas aquí?
Mis compañeros de la pesca me hiceron bromas “YA está grandecita tu nueva hija””Está bonita la hija del finado Pedro. Estás haciendo un bien trabajo”Ningun comentario despertó suspicacias. Dejé todas mis cosas y llevamos el pescado hasta las tiendas del muelle, Paola me seguía en silencio. Una de las mujeres que vendía pescado dijo:
– Ya está grande. Puede ser de ayuda aquí. Me faltan manos para cortar.
Así entendí que era mejor si Paola, ocupaba sus ratos libres de vacaciones. Era verano, y sin escuela, Paola podía meterse en problemas. Entonces accedí que pueda trabajar un poco ahí hasta que yo llegara de pescar y podamos volver juntos a casa, como padre e hija, aunque todos supieran que realmente no fuera hija mía.
En la tarde al volver a casa, volvimos a follar ni bien entramos.
– Te has vestido muy hermoso, amor – le decía mientras le manoseaba el culito y me inclinaba para besarla.
– Te gusta? Me puse así bien putita para ti.
– Quieres verga, otra vez? Me voy a bañar primero. Estoy sucio de pescado.
– No importa. Follame así.
Entonces solo le quité la playera y le bajé un poco el short, me senté en el sofá de la sala, y le pedí que se sentara sobre mi verga caliente.
– Uff qué rico Paolita.
Y mi niña, empezó a saltar sin parar mientras sus coletas saltaban sobre su espalda. Yo tenía las piernas por debajo y Paola a horcajadas sentada sobre mi. Su peso era poco, si me proponía podía cargarla como una red de pocos kilos. Ella se excitaba cada vez mas y volteba para ver mi expresión. Me acerqué para besarla al ritmo que ella seguía saltando sobre mi. Desde atrás le masajee las tetitasy divisaba sus pies. Seguía con las sandalias puestas.
– Qué rica te ves cuando te pones sandalias, mi amor.
– Te gusta ? Así puedo vestirme siempre.
– Sí amor?
– Sí. Pero siempre dame tu leche.
– Así será amor.
Perdí el dominio de mi, y eché de perrito sobre el sofá y comencé a embestirla con mas fuerza mientras ellas gemía de placer hasta que se sentí los espamos de la eyaculación inminente:
– Volteate pequeña y abre la boquita.
Paolita me hizo caso y sacó la lenguita. Entonces lancé un largo chorro de semen que me mojó toda la carita.
-Ahhhhh… La puta madre. Estás cada vez más rica.
Ella se sonrió y estuvo con la cara llena de mi semen hasta que empezó a lamer mi glande que estaba aun sensible.
– Despacio mi amor. Ufff…
Luego nos fuimos a duchar juntos donde seguí tocandole el cuerpo a mi antojo y ella me chupó la verga que reaccionó a su boquita y traté de darle más sexo pero esta vez ya no pude eyacularle tanto.
Desde ese día dormimos juntos. Y empezamos una nueva rutina. Yo le dejaba el desayuno preparado como siempre, y luego me iba a trabajar. Luego ella llegaba al amanecer al puerto y cortaba el pescado con la señora del puesto. Yo terminaba mi jornada e iba buscarla, entonces volviamos a casa para follar sin parar hasta que luego de tanto ejercicio, nos cansabamos y hacíamos el almuerzo.
Así los dias pasaron, y disfruté de mi deliciosa Paolita, hasta que las cosas empezaron a ir mal en el mar que comenzó a calentarse y la pesca ya no era buena. Fue una catastrofe para todos, pero más para mi, porque cuando la ayuda del gobierno vino, se percataron que Paola no era hija mia, y la enviaron a la capital a un casa hogar huerfanos. Nunca pude recuperarme de eso.
Un año despues la pesca volvió a la normalidad pero Paola ya no estaba conmigo. Traté de hacer el papeleo para adoptarla cuando la visité pero no me lo permitieron porque no disponía de recursos para darle un buen futuro. Al final solo me quedó vistarta las veces que pude. Paola comenzó a crecer y a hacerse más fría. A perder la inocencia que tanto me habia cautivado. Pasó de alegrarse al verme hasta rechazar mis visitas. Cuando su carácter cambió tuve miedo de que forzarla al verme gatillara una venganza contra mi, y me expusiera con calumnias. Eso nunca sucedió, porque mi pequeña y adoraba Paolita, por cosas del destino, acabó sucidandose a los quince años. Lloré en cuanto lo supe. Y solo loo supe porque de la casa hogar me enviaron una de sus cartas que iba dirigida a mi con algo breve: Gracias por ser mi segundo papá, siempre te voy a querer, pero hoy me siento más triste que nunca.
Desde entonces dejé de ir a la capital, y ahora vivo solo frente al mar. Cada vez me dedico a la pesca menos porque mi salud se ha deteriorado. Siempre pienso en Paola y en lo lindo que fue mientras vivió conmigo. Lamento siempre nuestro destino. Pero ella ahora puede conocer a su madre, y espero irme pronto de este mundo para volverla a ver yo también.


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