¿Me volví una perra por 50.000? – Parte 1
En esta primera parte, conocemos a la protagonista, una madre joven de 25 años con unas tetas descomunales y una vida cargada de tensiones. Entre la lactancia que su bebé rechaza, un novio que no la toca y un cuerpo gritando por alivio, un mensaje en una página oscura de internet la tienta..
Me llamo Kat, tengo 25 años, y vivo en un fraccionamiento tranquilo con mi hija, que llamaremos Tooru y mi pequeño, un cachorro de novio al que le llevo un par de pares de años. Mido 1.55, tengo un cuerpo que parece sacado de una fantasía porno o bien, así me han dicho. Lo que todos miran son mis tetas: 36F, gordas, redondas, con pezones tiesos y areolas perfectas que ahora mismo están a reventar de leche. Cintura muy bonita, ni tan delgada ni exagerada, con caderas anchas, un culo gordo en forma de corazón que se levanta como si pidiera nalgadas, y unas piernas con muslos gruesos que terminan en pies pequeños y delicados. Mi piel es suave, satinada, y mi coño tiene un monte de Venus carnoso que ahora lleva una marca que yo misma me hice, pero esa es otra historia.
Mi vida era un caos últimamente. Tooru, mi bebita de un año y par meses, dejó de mamar hace semanas. Nada de chuparme las tetas, solo me voltea la cabeza y me empuja con sus manitas, como si mis pechos fueran una ofensa. Yo, fiel creyente de que mi leche es oro líquido, me niego a rendirme, pero mis tetas no opinan lo mismo. Están pesadas, gotean sola cuando menos lo quiero, y duelen como si tuviera dos piedras metidas en el pecho. Mi pequeño, mi novio, no ayuda: es un cachorro dulce pero inútil en la cama. No me toca, se la pasa masturbándose, y yo aquí, con el coño seco y un cuerpo que grita por algo, cualquier cosa. Entre el estrés, la abstinencia y mis tetas a punto de explotar, estaba al borde.
Todo empezó el viernes 20 de diciembre de 2024. Era un día normal, lavando ropa como buena ama de casa mientras Tooru correteaba por la casa. Decidí probar algo que me rondaba la cabeza: andar en topless para que mi pequeña se acostumbrara otra vez a mis tetas. Me quité el bra y la playera, dejé mis chichis al aire, gordas y brillantes de sudor, y me puse a jugar con ella. La cargué, y me miró raro, como si mis tetas fueran extraterrestres, empujándolas con sus deditos. No funcionó, pero no me rendí. Hasta que olvidé que venían unos cabrones a arreglar la luz. Salí sin darme cuenta, pues tiendo a olvidar todo rapido, topless, y dos tipos me vieron todo: las tetas colgando, los pezones duros, la leche goteando un poco. Me metí corriendo, sudando como cerda, y les grité instrucciones desde dentro mientras mi cara ardía de vergüenza.
Después de esa mierda, seguí con mi plan. Me puse a cuatro patas, dejando mis tetas colgando como campanas, moviéndolas para que Tooru las tocara. Funcionó un rato: las agarró, las apretó, pero se aburrió y se largó a señalarme la papilla en la cocina. Estaba harta, pero mis tetas seguían pesadas, goteando si las tocaba, y el dolor no paraba. Esa noche, aburrida y sola, me metí a Twitter, hice clic en un link por error, en el que gracias al algoritmo y que posiblemente nuestros teléfonos leen nuestras mentes, acabé en una página rara: un sitio donde la gente ofrece y pide cosas bizarras. Sin pensarlo mucho, puse mis datos: 25 años, 36F, tetas llenas de leche, coño hambriento, culo gordo. No subí fotos, solo una descripción detallada de mi cuerpo, y me fui a dormir sin esperar nada.
A la mañana siguiente, el sábado, mi bandeja estaba explotando. Ofertas de $100 por mamar, $500 por videos, hasta un loco que ofrecía $10,000 por follarme sin condón y chuparme las tetas mientras me llamaba «mamá». Me quedé helada. El tipo de los $10,000 había mandado fotos de su verga (enorme, cabezona, venosa), su ID (mayor de edad, pero cara de niño, supongo que de ahí su fantasía), y un historial médico amplio y detallado diciendo que estaba limpio. Quería una fantasía madre-hijo, con guion y todo: yo entrando a «sorprenderlo» masturbándose, enseñándole «cosas de sexo», y dejándolo correrse dentro mientras mamaba. Mi coño se mojó solo de leerlo. No sé qué me pasó, pero le respondí por el chat de la página, que era seguro como bunker: nada de capturas, un QR raro que bloqueaba todo.
«¿En serio ofreces eso?», le escribí.
«Sí, eres la primera que me responde en meses. Muéstrame un escote y triplico: $30,000», contestó rápido.
Me temblaron las manos. Busqué un vestido viejo que ya no me queda, uno negro que me aprieta las tetas hasta hacerlas estallar, con un escote que deja ver todo menos los pezones. Me lo puse, mis chichis a punto de reventar la tela, y le mandé una foto: tetas gordas, piel brillando, leche goteando un poco por la presión. Su respuesta fue instantánea:
«Joder, eres perfecta. $30,000 ahora, más si aceptas todo. ¿Cuándo?»
Mi corazón se aceleró. No contesté de inmediato, pero mi coño estaba empapado. Hace meses que no me follan, mi pequeño no me toca, y este cabrón me ofrecía una fortuna por algo que mi cuerpo pedía a gritos. Me quedé mirando el chat, imaginando su verga gorda entrando mientras me chupaba las tetas, y no podía parar de tocarme. ¿Qué carajos estaba haciendo?
Esa noche, mientras Tooru dormía y mi pequeño jugaba videojuegos, el tipo volvió a escribir. «Subo $20,000 más, $50,000 total. No te vayas, por favor». Mandó más pruebas: documentos, fotos, su cara de niño con ojos suplicantes. Mi cabeza estaba en blanco, pero mi cuerpo ardía. ¿Aceptar? ¿Rechazar? No sabía qué hacer, pero algo dentro de mí ya había decidido. Lo que pasó después, eso es para la próxima parte…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!