¿Me volví una perra por 50,000? – Bonus 1
Una semana después del viernes 20 de diciembre de 2024, el maniaco de los $55,000 vuelve al chat, obsesionado con Kat. Ofrece otros $50,000 por una segunda ronda, esta vez grabada (sin su cara), con un contrato que él mismo propone para garantizar que el video sea solo suyo..
Era viernes 27 de diciembre de 2024, una semana después de que mi vida se pusiera patas arriba. Esa mañana, mis tetas estaban otra vez pesadas, goteando leche como si fueran grifos rotos. Estaba en topless, como siempre, intentando que Tooru chupara, pero la pequeña cabrona me apartó las chichis con sus manitas y señaló la cocina. Mi pequeño jugaba videojuegos, ignorando los $55,000 que le iba dando poco a poco de la caja escondida. Me tiré en el sillón, exprimiéndome las tetas con una toalla, la leche saliendo a chorros y manchando mis muslos gordos, cuando mi celular vibró. Era él, el maniaco perfeccionista del 20, el de la bandeja y la verga gorda, escribiéndome por el chat de esa página rara.
“Kat, soy yo. No te saco de la cabeza. $50,000 por otra vez, pero quiero grabarlo, sin tu cara. Todo legal, te hago un contrato”. Mi coño dio un salto; recordaba su polla llenándome, sus labios vaciándome las tetas, y los $5,000 de propina que me dejó. “¿Por qué yo otra vez?”, le escribí, con las manos temblando. “Porque eres perfecta, mamá. Me pajeo tres veces al día viendo tus tetas en mi mente, tu coño apretándome. Nadie me dio eso. Necesito más”, respondió, mandando una foto de su verga tiesa, venosa y cabezona, con un fajo de billetes al lado. Mi vagina se mojó al instante.
“Hotel, condón, y el video no sale de ti.”, le puse, sabiendo que le gustaba todo bien puesto. “Claro, yo hago el contrato. ‘Video exclusivo para uso personal, penalización de $500,000 si se difunde’. Firmado y legal. ¿Cuándo?”, contestó, enviándome un PDF con su ID y firma. El cabrón era un enfermo del orden, y eso me calentó más. “Hoy, 8 p.m., hotel del centro”, cerré. Mandaría a mi pequeño y Tooru al parque otra vez; mi cuerpo ya decía sí.
A las 7:30, dejé a mi familia jugando y me largué. Llegué al hotel con un vestido negro que me apretaba las tetas hasta hacerlas estallar, sin bra, los pezones duros marcándose pequeños picos. Él estaba en la habitación, bandeja en mano con su celular y lentes, una cámara en trípode, y $50,000 en billetes sobre la mesa. “Firma, mamá”, dijo, pasándome el contrato: “Video solo para mí, $500,000 si lo subo, derechos tuyos”. Lo firmé y él sonrió como loco. “Desnúdate”, ordenó, encendiendo la cámara. Me saqué el vestido, mis tetas gordas cayendo libres, leche goteando por mi abdomen, mi culo desnudo brillando. La marca en mi coño picaba aún, pero mi concha ya chorreaba.
“Chúpame primero”, gruñó, sacándose la verga. Era un monstruo: gruesa, venosa, la cabeza gorda palpitando. Me arrodillé y me la metí en la boca. Me la folló duro, agarrándome el pelo, la cámara grabando cómo me atragantaba con su polla. “Qué zorra, mamá”, jadeó, corriéndose en mi garganta. Tragué, la leche de mis tetas salpicando mientras gemía como puta.
Me levantó, me tiró boca arriba en la cama, y sacó un vibrador de su bolsa. “Para mi mamá”, dijo, metiéndomelo en el coño mientras chupaba mis tetas. El juguete zumbaba, mi vagina apretándolo, y su boca sacándome leche a chorros. Me corrí rápido, gritando, mis muslos gordos temblando. “Fóllame ya”, le dije, montándome en vaquera invertida. Mi culo gordo rebotaba en su cara, mis tetas botando mientras lo cabalgaba, el condón brillando con mis jugos. Me nalgueó, dejando marcas rojas, y chupó mis chichis desde abajo, bebiendo hasta casi secarme.
“Te voy a partir”, gruñó, poniéndome en cuatro. Me clavó la verga, el condón apretado, y me folló como perro. Mis tetas colgaban, goteando lo poco que quedaba, y mi coño se corrió otra vez, chorreando por mis piernas. “Dame todo, cabrón”, gemí, y él se corrió dentro del condón, rugiendo como bestia. Fueron 2 horas de polla, leche y orgasmos que me dejaron mareada, mi cuerpo temblando en la cama.
“Eres mi diosa”, dijo, apagando la cámara. “Eres una puta, mamá”. Se vistió, recogió su bandeja, y se largó con el video en una USB. Yo me quedé tirada, las tetas vacías, el coño palpitando, y $50,000 a la mano.
Volví a casa pasada la medianoche, Tooru y mi pequeño dormidos, el dinero escondido con el resto. Mis tetas estaban aliviadas, mi cuerpo roto de placer, pero ese video me rondaba. ¿Qué pasaría si alguien lo veía? Esa pregunta me siguió, y algo más iba a moverse pronto, pensé…
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