¿Me volví una perra por 50,000? – Bonus 2
El sábado 28 de diciembre de 2024, el pequeño de Kat, un adolescente tímido, encuentra una caja con mucho dinero bajo la cama mientras busca algo. La confronta, dolido y confundido, y ella confiesa la verdad: dos sesiones de sexo por dinero con un extraño..
Era sábado 28 de diciembre de 2024, un día después de mi segunda locura con el maniaco. Esa mañana, mis tetas estaban raras. El cabrón de ayer me las había chupado hasta secarme, y aunque dolían un poco, no goteaban como antes. Estaba en topless, como siempre, intentando con Tooru, pero la pequeña cabrona me apartó las chichis y gateó a jugar. Mi pequeño estaba en la sala, murmurando algo sobre un control perdido de su consola. Yo seguía dándole billetes de los $55,000 originales, poco a poco, pero ahora tenía otros $50,000 del viernes 27, escondidos en la misma caja bajo la cama. Casi $100,000 en total, guardados en una caja de zapatos vieja, esperando que él nunca preguntara.
A mediodía, pasó algo. Mi pequeño entró al cuarto mientras yo lavaba platos, con Tooru en su corralito. Entro a mi habitación, supongo que a buscar su control perdido. Yo no pensé nada, pero lo escuché hurgar, y luego un silencio pesado. “¿Qué es esto?”, soltó, saliendo con la caja en las manos. La abrió: fajos de billetes, mirándolo a la cara. Me quedé helada, mis tetas desnudas bajo la bata abierta, el collar ajustado brillando. “¿De dónde sacaste esto?”, preguntó, su voz temblando, sus ojos grandes llenos de confusión.
No podía mentir. No me gusta, y él merecía la verdad, aunque lo rompiera. “Siéntate, cachorro”, le dije, señalando el sillón. Me miró, rojo de vergüenza, y obedeció. Me senté frente a él, mis tetas gordas colgando, intimidándolo. “Hace una semana, el 20, dejé que un tipo me follara por $55,000. Ayer, 27, lo hice otra vez por $50,000 más. Me chupó las tetas, me metió la verga, y me pagó por eso. Lo hice porque no me tocas yo entiendo el por qué, porque mis tetas me mataban, y porque necesitaba algo, y entiendo verdaderamente que esto no es una justificación, porque no busco justificar mis acciones, nada de lo que hice tiene justificación”, confesé algo nerviosa, mirándolo fijo. Sus ojos se llenaron de lágrimas poco a poco, su cara palideció. “¿Por qué no me dijiste? ¿Por qué…?”, murmuró, bajando la vista.
“Porque eres un pequeño vergonzoso que no me mira como mujer”, respondí, sin filtro. Él se mordió el labio, sus manos temblando. “Yo… te quiero, Kat, pero me da pena. Eres… mucho”, balbuceó, mirando mis tetas y el collar. Se levantó, dejó la caja en la mesa, y se acercó, torpe. “Eres mía, o así dices siempre, ¿no?”, dijo, tocando la correa que había sacado de su mochila, aunque nunca me percate de cuándo. Asentí, mi coño mojándose un poco pese a todo. “Entonces… déjame intentarlo”, susurró, rojo hasta las orejas.
Me jaló suave por la correa, acercándome. Sus manos me agarraron las tetas, apretándolas con timidez. “Chúpalas, cachorro”, le dije, y él bajó la cabeza, metiéndose un pezón en la boca. No había leche, pero succionó duro, su lengua torpe pero caliente. Gemí, mi chocha sensible reaccionando aunque él no supiera qué hacía. “Más”, le pedí, y me chupó la otra teta, dejando mis pezones brillantes de saliva. No duró mucho; ya estaba duro en sus pants.
“Fóllame, pequeño”, le dije, quitándole los pants. Abrí mi bata, ahora mi coño estaba desnudo, la marca rosada arriba, los labios gordos mojados. Lo mire, su verga chica pero tiesa asomando. Me tiré en el sillón, piernas abiertas, y él se subió, temblando. Me la metió, torpe, y empezó a bombear. “Kat…”, gimió, y en alrededor de dos minutos se corrió dentro, un chorrito caliente que apenas sentí. Se desplomó, avergonzado, respirando rápido. “Lo siento”, murmuró, mirando al suelo.
“No pares, cachorro”, le dije, agarrándole la mano. La puse en mi coño, guiando sus dedos a mi clítoris. “Toca aquí”, ordené, y él obedeció, frotándome con vergüenza pero con ganas. Mi concha se mojó más, mis muslos temblando, y me corrí en su mano, gimiendo fuerte mientras mis tetas botaban. “Así, pequeño”, jadeé, y él sonrió, tímido pero orgulloso. No era el maniaco experimentado, pero me dio lo que necesitaba.
“¿Por qué lo hiciste, Kat?”, preguntó después, sentados en el sillón, él con la caja en las piernas, con aun un poco de lágrimas. “Porque estaba rota, cachorro, fui una puta lo se. Pero ya no más, ahora seré solo tu perra. Esto es tuyo, úsalo como quieras”, le dije, señalando el dinero. Él asintió, todavía dolido pero tranquilo. “No lo hagas otra vez, por favor”, susurró. “Nunca más”, prometí, y lo abracé, mi collar pegado a mi cuello, mis tetas contra su pecho, al ser joven, se permite perdonar cosas así, ¿Y yo? Yo soy una puta redimida.
Esa noche, Tooru durmió, y mi pequeño se quedó conmigo en la cama, la correa en la mesa. Mis tetas estaban vacías, mi coño calmado, y la marca dejó de arder. Los $100,000 eran suyos, mi castigo estaba pagado, o eso considero, y mi aventura había terminado. Por fin, era suficiente.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!