¿Me volví una perra por 50,000? – Parte 4 (Final)
En esta cuarta parte, Kat lidia con las secuelas del sábado y su autocastigo del domingo. Con el collar puesto y la marca ardiendo en su coño, enfrenta a su pequeño, que sigue distante, y sigue intentando con Tooru, que no mama. Entre la culpa, el alivio y los $55,000 que planea darle a su novio..
El domingo 22 de diciembre de 2024 seguía avanzando, y yo estaba atrapada en mi propia cabeza. Eran pasadas las 2 de la mañana cuando terminé de escribir lo de la marca y el collar, sentada en la cocina con una taza de café frío que ni toqué. Mis tetas, esas 36F gordas y pesadas, estaban ya sintiendo la presión, sintiendo el goteo fantasma de leche por los pezones tiesos si las rozaba. La marca en mi monte de Venus, el logo helado de mi pequeño, ardía como si me hubiera tatuado con fuego, lógicamente; cada movimiento me recordaba la zorra que fui el sábado. El collar de cuero negro apretaba mi cuello fino, la placa con “Kat” pegada al cuero, me sentía como una perra marcada, pero no en el mal sentido. Lo merecía, y eso me calmaba.
Mi pequeño dormía en su cuarto. No hablamos del collar después de que lo vio en mi cuello; solo me miró con esos ojos nerviosos que tiene, frunció el ceño, y se fue a su rutina, supongo: videojuegos y pajas solitarias. Yo no entendía por qué no me tocaba. Tengo 25, un cuerpo de puta de lujo, caderas anchas, culo gordo en forma de corazón, piernas gruesas, tetas que revientan cualquier bra, y él, mi cachorro, prefiere pajearse a follarme ¿Es por ser aun adolescente?.
A las 10 de la mañana, el fraccionamiento estaba tranquilo. Tooru despertó, correteando con sus pasitos torpes, y mi pequeño salió de la cama con cara de zombie. Yo seguía en topless, mis tetas al aire como siempre esos días, intentando que mi pequeña se enganchara otra vez. La cargué, mis chichis gordas rozándole la cara, la leche goteando un poco por la presión. “Vamos, Tooru, chupa, mamita te necesita”, le dije, casi suplicando. Ella me miró con esos ojitos curiosos, tocó un pezón con sus deditos, y luego me empujó, señalando la cocina como diciendo “papilla, pendeja”. Me reí, pero por dentro me dolió. Mis tetas pesaban otra vez, el dolor subiendo desde las costillas hasta los hombros, y no había cabrón de $50,000 para aliviarme hoy, ni nunca más.
Mi pequeño pasó por el lado, mirando el collar. “¿Por qué te lo pusiste?”, soltó, rompiendo el silencio. Me quedé helada, mis tetas desnudas brillando de sudor, la placa brillando sobre el cuero. “Porque soy tuya, cachorro”, respondí, mirándolo fijo con mis ojos almendrados. Él tragó saliva, se rascó la nuca, y murmuró: “Qué rara eres”. No dijo más, pero vi algo en su cara: confusión, quizás celos, pero nada sexual. Se fue a la sala, y yo me quedé con Tooru, sintiendo la marca en mi coño picar bajo los pants.
Decidí enfrentar el día como venía. Me senté en el sillón, topless, con Tooru jugando a mi lado. Mis tetas colgaban, los pezones duros y por la costumbre, sentía leche goteando por mi abdomen. Agarré un trapo, me exprimí un poco las chichis como si fueran ubres, y la leche salió a chorros, salpicando el suelo. “Mierda, qué desperdicio”, murmuré, riéndome sola. Tooru me miró, gateó hasta mí, y por un segundo pensé que iba a mamar. Tocó una teta, apretó, y un chorrito le cayó en la mano. Se rió, pero se limpió en mi pierna y siguió jugando. “Eres una cabrona, pequeña”, le dije, y me resigné a que no volvería a mis tetas pronto.
El dolor seguía, pero lo aguantaba. Lo merecía, pensé otra vez. Los $55,000 estaban en la caja bajo la cama, y cada vez que miraba a mi pequeño, sentía que ese dinero era suyo. No lo necesitaba; él sí, aunque fuera un inútil que no me metía la verga. Esa tarde, saqué $500 y se los di sin explicaciones. “Toma, cachorro, para tus cosas”, le dije, pasándole los billetes. Me miró raro, el collar brillando en mi cuello, pero los agarró. “Gracias”, soltó, y se fue a comprar algo. Así iba a ser: poco a poco, todo para él.
A las 6 de la tarde, me tiré en la cama, exhausta. Mi cuerpo estaba tranquilo desde el sábado, pero ahora era diferente: la marca en mi coño, el collar en mi cuello, y las tetas llenas otra vez me mantenían en un limbo raro. Me toqué la marca, la piel rosada y sensible bajo mis dedos, y recordé al cabrón chupándome las tetas mientras me follaba. Mi coño se mojó un poco, pero no hice nada; era un eco de ayer, no una invitación a más. Me puse de lado, mis tetas aplastándose contra el colchón, y dejé que la leche goteara sola. “Esto es lo que soy ahora”, pensé, una mezcla de puta liberada y perra castigada.
Esa noche, mi pequeño se acercó mientras lavaba platos. El la placa del collar brillando por la luz tenue, mis tetas desnudas bajo una bata abierta. “¿Siempre vas a usar eso?”, preguntó, señalando la placa. “Sí, cachorro. Soy tuya, aunque no me quieras como mujer”, le dije, sin mirarlo. Se quedó callado, y sentí sus ojos en mi culo gordo, pero no pasó nada. Se fue a dormir, y yo me quedé mirando la correa en su mochila, preguntándome si algún día la usaría.
A medianoche, Tooru dormía, mi pequeño roncaba, y yo estaba en paz, o algo así. Mis tetas dolían, la marca ardía, el collar me apretaba un poco, por la costumbre de nunca haber usado algo así, pero lo había aterrizado todo. El sábado me dio $55,000 y un polvo que nunca olvidaré; el domingo me castigué y me até a mi cachorro con cuero y alambre. No sabía si Tooru volvería a mamar, ni si mi pequeño me follaría algún día, al menos no pronto, pero por ahora, esto era suficiente. Mi odisea había terminado, o eso creía…
Necesito saber que mas sigue, muy bien escrito 10/10
Necesito saber que mas sigue,
muy bien escrito 10/10