Mi más reciente confesión
En este relato cuento lo que pasó recientemente cuando me confesé con mi amado primo, vicario en una diócesis y con quien he tenido relaciones sexuales desde jóvenes..
Ya he contado sobre Diego en “El primo diácono” y que siempre me confieso con mi primo le insisto que mi mayor pecado era querer seguir cogiendo con él toda la vida. Lamentablemente, por su situación, nuestra relación es secreta. Es difícil poder vernos debido a sus ocupaciones, pero a veces, cuando viene por acá, o vamos a la ciudad donde está asignado, me confieso con él y vuelvo a quedar en pecado que ambos lo tomamos como «venial» por el amor que nos profesamos.
Pues resulta que Diego tuvo que venir a la CDMX para atender un asunto eclesiástico, su cita sólo requería un día, pero en la diócesis le autorizaron dos días más para estar con su familia, al fin que ya había pasado todo el asunto de La Cuaresma. En la casa familiar sólo están mi hija y una de mis hermanas y allí decidió Diego recibir a otros familiares. Mi esposo y yo vivimos en otra casa, la nuestra, pero él aceptó que yo estuviera atendiendo a Diego esos días ya que mi hermana y mi hija tienen varias ocupaciones. ¡Yo, encantada de atenderlo!
Cada momento que estábamos solos era una sesión de arrumacos, manoseos y chupadas de sexo. Felices de estar juntos y coger sin molestias, pues era en la tarde cuando él recibía a las visitas. En la noche cada quien dormía en su cuarto (yo con mi hija), ¡claro!, era una casa decente.
La primera mañana, ya que salieron mi hija y mi hermana, retozamos en la cama para reponer el tiempo que no nos veíamos. También, después del baño, preparábamos la comida y bocadillos para los invitados. Yo andaba con falda amplia y una camiseta, sin más, por lo que se le antojara al primo, quien siempre andaba con la verga de fuera. Además, yo traía una bata encima, por si se presentaba alguien, no se notara que no tenía sujetador. Diego se sentaba en el sofá y yo, levantándome la falda, me sentaba en su erección. Así la pasábamos, entre remolineos de mis nalgas sobre él, besos en mis tetas y boca y suspiros o jadeos al venirnos.
–¿Cómo te trata tu nuevo marido? –me preguntó.
–Bien, pero no tan bien como yo quisiera– contesté
–¡Cómo es eso! ¿Te inflige por algo? –preguntó alarmado y consternado.
–Ja, ja, ja. No, él es un pan y de trato dulce, pero no quiere darme lechita en su biberón, sólo me chupa las tetas, pero la panocha no, porque “es antihigiénico” –me quejé.
–¡Dios me libre! ¿Y qué haces para completar tu “cuota”? – preguntó pues sabe que me fascina que me chupen la panocha y mamar verga.
–Sigo con José, él sí lo hace muy bien, desde hace como 30 años, pero…–me quedé dudando si le contaba lo que José y yo hacemos últimamente.
–¿Pero qué? Por lo que me has contado de José es muy buen tipo, ¿ya cambió? –volvió a preguntar con preocupación.
–Sí, ya cambió todo… –señalé e hice una pausa expectante.
–¡Cuenta! ¿Se molesta porque no lo dejas cogerte? –me instó por la continuación de mi respuesta.
–Ya cogemos y me lo hace riquísimo, casi como tú, pero ahora es mejor –señalé.
–¿Cuál es el problema? –preguntó frunciendo el ceño.
–Quiero confesarme ahorita –dije solemnemente poniéndome de pie.
Diego se levantó, se guardó la verga y fue a su cuarto por su estola morada y a ponerse su hábito. A regresar, se sentó en el sillón y yo me arrodillé ante él para que diera inicio el ritual, y entré en la relatoría de mis graves faltas.
–Padre, me confieso que siempre deseé a mi papá y yo pensaba que sólo era un capricho que me quedó al verlo coger con mi mamá.
–¿Tuviste relaciones o tocamientos con tu papá?
–No, y confieso que estoy arrepentida de no intentar seducirlo cuando él vivía, pues con el tiempo se volvió más fuerte mi deseo, pero me mantuve firme en no provocarlo, ¡pero ahora me siento mal por no haberlo hecho! –expresé con mucho dolor sabiendo que pecaba por mantener ese deseo.
–No caíste en la tentación y ahora te arrepientes de eso… ¿Crees que será pecado? Preguntó con una mirada bondadosa.
–Sí, porque ahora ya cojo con mi padre –espeté tajante.
–¡Por Dios! ¿Cómo puede ser posible eso? –preguntó Diego asombrado.
Entonces le relaté lo que sentí cuando creí que José era mi papá (ya lo conté en el relato “Nuevas experiencias”), y que, con anuencia de José, él y yo nos comportamos como padre e hija cuando cogemos, incluso lo peino y le recorto el bigote como usaba papá.
–El otro pecado es que te sigo amando y lo haré hasta el último de mis días –dije tomándolo de la mano y con los ojos llorosos.
–En penitencia, reza un Ave María por ti y un Padre nuestro por mí; para José la misericordia del Señor por darte el amor que siempre deseaste. También, ve a donde reposan los restos de tu padre y dile que, a pesar de que pudieras ofenderlo, siempre lo amarás. Respecto al amor de nosotros, Dios sabrá perdonarnos pues es el amor del que estamos hechos…
Recé en voz alta y le pedí a Diego que me acompañara al panteón, a la tumba de mi padre. Regresamos a casa y… seguimos con nuestro pecado venial, sólo nos quedaba un día.
«Pecado venial» Pues si el padre Diego lo dice, así debe ser. Regresó a su parroquia bastante exprimido de sus pecados…
Ja, ja, ja, sí, a mi amor procuro dejarlo seco cuando nos despedimos.
No pierdes oportunidad para estar con el amor de tu vida, ¡qué bueno! Diego sí sabe con cuántos has tenido que paliar su ausencia, y lo agradece porque te ama y sabe que, como él no podrá tenerte siempre, necesitas amor con labios que te enciendan y, también, el amor de «papi».
Hacemos lo que podemos, cuando podemos. Diego es muy comprensivo, él me inició en el amor y lo necesito.
Tú no los olvidas, y además refrendas el amor. En una de esas te volverás a tirar a tu ex, el padre de tu hija. Parece que Diego te da el cielo aquí y te perdona para que entres al Paraíso, aunque él se vaya al infierno.
No creo que nos volvamos a ver en una situación así, pero si se da, yo aceptaría compartir un poco de cariños, ¡chupa muy bonito y tiene un sabor delicioso!
Y respecto a Diego, él me da la absolución y nuestro amor eterno justifica lo que él hace.