Mi Pastor parte 1
Siento dolor en mi cuerpo, mi estómago está cargado de su semen, que no rozó mis labios ni mi lengua, fue descargado en lo más profundo de mi garganta. Tengo sentimientos encontrados dentro mío, una mezcla de satisfacción y culpa. Solo les pido que no me juzguen hasta haber leído toda mi historia..
Siento dolor en mi cuerpo, mi estómago está cargado de su semen, que no rozó mis labios ni mi lengua, fue descargado en lo más profundo de mi garganta. Tengo sentimientos encontrados dentro mío, una mezcla de satisfacción y culpa. Solo les pido que no me juzguen hasta haber leído toda mi historia.
Mi nombre es Isabella (en adelante Isa para ustedes). Nacida en Rosario y mudada a Mar del Plata a mis 17 años. Mi madre evangélica devota no sabía cómo su dulce niña se había extraviado tanto. Mis enormes senos y ojos miel habían sido la perdición de mi alma vagabunda.
Mi verdad y mi historia. Recién llegada a la feliz mi madre me obligó a asistir a las reuniones en un cine, donde encontré algo de alivio para todas mis angustias y juntamente con ello una atracción indescriptible por el pastor que de ahora en adelante llamare Osvaldo. Un hombre que para los 60 años que tenía en aquella época tenía una imagen imponente, una voz fuerte y una mirada que derretía.
Al regresar de la reunión no tuve más remedio que cerrar la puerta de la habitación y descargarme. Comencé a tocarme no desde mis pezones ya erectos, ni en mis labios hinchados por la excitación, sino desde mi cabeza que aún tenía el recuerdo de su mano apoyada firmemente sobre ella. Hicieron falta cuatro dedos enterrados muy profundo para concluir esa noche con un orgasmo infinito.
Esa semana, Alicia una amiga de mamá, llegó a casa a contarle de la esposa de Osvaldo hacía más de tres meses que estaba sufriendo una severa enfermedad que la tenía alejada de todo, incluido el contacto físico con su marido. Y en ese momento decidí que yo le devolvería un poco del alivio que él me había dado.
Las siguientes reuniones intenté acercarme con pocos resultados, no pude más que saludarlo y tocarle su mano. Demás está decir que esto alcanzó de sobra para excitarme y masturbarme pensando en él.
Una tarde mientras realizaba tareas de voluntariado en los pasillos subterráneos fue que divisé su imagen en una de las pequeñas oficinas de ese laberinto. Me deslicé sin que nadie se diera cuenta y cerré la puerta detrás de mí. Él me miró con asombro y yo sin titubear y con toda la experiencia que había tomado en mi mala vida me arrojé de rodillas frente a él para tomar la iniciativa.
Tardó en reaccionar, no entendía mis intenciones, hasta que lentamente empecé a sobar con dulzura su entrepierna. Intento detenerme, decirme que estaba mal. A lo que respondí. «Dijiste que hagamos algo bueno y en eso estoy».
Osvaldo se resistía, pero su cuerpo pedía a gritos liberar la tensión acumulada. La erección no tardó en llegar y con ella tome valentía y baje su cremallera, desde la que asomo un regio pedazo de carne palpitante. Intenté meterla en mi boca pero recibí un fuerte empujón que me arrojó de espalda a la pared. Se levantó deprisa. mi corazón latía rápidamente, una pequeña lágrima se escapaba por mi mejilla y pensé «soy una idiota cómo se va a fijar en mi».
Para mi sorpresa, al llegar a la puerta, puso seguro y se acercó hasta donde yo estaba. Mi cara entre excitación, admiración y asombro, le dieron permiso para hacer de mí lo que quisiera. Acarició suavemente mi pelo llegando hasta mi barbilla, tomó mis manos que estiró por sobre mi cabeza, dejó caer su pantalón e introdujo su miembro en mi boca hasta producir una fuerte arcada que no impidió que llegara con él hasta mi garganta.
Me encontraba en un éxtasis total. Por fin había encontrado un hombre que cumplía con todas mis expectativas. Y ahora estaba donde justo lo necesitaba. Poseyéndome, convirtiéndome en el objeto de su deseo y furia.
Sus testículos cargados de leche fresca y añeja chocaban fuertemente contra mi barbilla mientras el resto de su cuerpo sometía al mío a golpes contra la pared. Sus embestidas eran cada vez más rápidas y violentas. Más de una vez sentí que me faltaba el aire pero sabía que él me necesitaba y para mí eso era suficiente.
Tardó pocos minutos en alimentarme con su leche, les mentiría si les digo que probé su sabor, porque fue tan profunda su última embestida que descargó directamente en la profundidad de mi garganta. Para quedar con todo el peso de su cuerpo aplastando el mío contra la pared.
Me quedé inmóvil mientras escuchaba calmar su respiración. Me miró con una mueca de angustia y vergüenza a la que respondí con un beso en su ya flácido miembro y agachando mi cabeza en muestra de respeto y sumisión. Volvió a acariciar mi cabeza con ternura, acomodó su ropa y se marchó. Me dolía el cuerpo pero tenía el alma satisfecha de haber aliviado la tensión de mi pastor.
Tomé compostura y salí al húmedo corredor a terminar mi tarea. Cuando escucho a mis espaldas «Hola, vos debes ser Isa, lo viste a Osvaldo, mi papá» quedé muda por un instante a lo que continuó «Te ves cansada, si ya terminaste en el entrepiso hay una café. Te invito algo»…
Esto no es todo, solo es el comienzo, quiero seguir contando mi verdad.
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