Mi pequeña sobrina y sus sandalias

Mi sobrina de 11 me visita en sus vacaciones de verano.
Siempre me he sentido atraído por los pies de las mujeres. Y el verano es el mejor momento para poder dar rienda suelta a mis fantasías. Ver a las chicas en sandalias de verano me pone la verga bien dura. Me considero tímido a mis treinta años, aunque eso no me ha impedido llevar a cabo mis fantasías más profundas.

Vivo solo desde que murieron mis padres, y unicamente tengo una hermana que me visita cada vez que puede en nuestro pueblo natal. Ella tiene una hermosa hija llamada Priscila a quien yo ayudaba a cuidar luego que su ex pareja decidiera abandonarla. La vida no fue fácil para ella por lo que normalmente me fui haciendo cargo de la niña hasta que mi hermana, por cosas del destino, rehiciera su vida con un nuevo hombre en la capital donde consiguió un trabajo mejor pagado. Eso me alejo de Priscila a quien le tengo mucho cariño. Al principio la veía cada verano cuando mi hermana decidía volver a la casa de nuestros padres pero luego dejó de visitarme y así pasó el tiempo. Años después, mi hermana tuvo otro hijo con su nueva pareja, y eso le demandaba más esfuerzo. Es así que decidió enviarme a Priscila de vacaciones. Yo estaba encantado de volver a verla. Aunque mi sorpresa fue enorme al ver lo mucho que había crecido. Seguía siendo una dulce y tierna niña pero ya veía en ella la picardía de la adolescencia que encarnaba.

Desde el momento que me saludó, me quedé sin aliento. Traía un vestido corto sin mangas de color blanco. El cabello sujeto con una cinta blanca y unas hermosas sandalias celestes que dejaban ver sus hermosos pies. Cuando me di cuenta de este último detalle, tuve una erección inmediata. Nunca pensé que mi sobrina pudiera causarme semejante reacción. La invité a pasar y le pregunté si le había sido difícil llegar hasta la casa. Si luego de varios años, recordaba aún el camino.

-Fue fácil tío – dijo ella – Mi mamá me embarcó en el bus y la parada no está lejos de aquí.

Le dije que tenía buena memoria y ella me sonrió mientras se sentaba en el mueble. Minutos después me llamó mi hermana (Priscila le había mandado un mensaje por Whatsapp diciendo que ya había llegado). Contesté la llamada y conversamos un momento.

-Muchas gracias por ayudarme con ella. Ya está grande así que no te causará problemas.

Le dije que no era ningún problema y que no tenía planes de salir del pueblo por lo que podía llevarla a pasear y pasar el rato con ella.

Cuando terminó la llamada Priscila no estaba. La llamé y ella respondió desde el patio: «Wow, todo está igual. Incluso la iguana disecada». Le mostré la casa, que no había sufrido grandes cambios. Luego la llevé hasta su habitación. «Aquí dormirás. Te puse sábanas nuevas» le dije. «Pensé que dormiría contigo, como antes» me respondió. Tuve que hacer un esfuerzo por contener el rubor que se me dibujo en el rostro, ya que tenerla tan cerca diciéndome eso me excitó demasiado.

Como era el mediodía y hacía calor. La invité a bañarse en la ducha del patio. Y ella con toda naturalidad. Se sacó el vestido de un solo tirón y se quedó desnuda, solo en calzón y sandalias. Se veía hermosa así. Su piel era clara aunque algo quemada por el sol, su vagina suave y un culito paradito y terso. Luego volteó hacia mi mientras se deshacía el nudo de la cinta en el cabello, y me pidió ayuda. Yo contenía la respiración tratando de ver su delicioso cuerpo mientras el pantalón de trabajo me apretaba el pene.

-No estás con ropa muy cómoda – me dijo.

– Estaba trabajando quitando la maleza del patio – me excusé.

– ¡Estás sudando tío! Necesitas bañarte también.

Fue un momento imposible para mí. Pero mis ganas de seguir viéndola pudieron más.

– Antes nos bañábamos juntos también – dijo.

-Si. Pero antes eras una niña.

Ella se quedó pensando.

-¿Entonces ahora soy una mujer? ¿Me ves como mujer?

Traté de evitar responder del todo:

-Sí. Eres toda una mujercita. Ahora anda a bañarte. Yo tengo que seguir quitando la maleza del patio.

Mientras ella se fue al baño. Recogí su vestido blanco y comencé a olerlo y a recordar sus hermosos pies calzados en esas sandalias de niña. Escuchaba la ducha del patio y no resistí la tentación de acercarme. De pronto se detuvo el sonido del chorro de agua y alzando la voz dijo: Tío, no hay jabón.

Inmediatamente reaccioné y traté de recordar dónde había alguno. Me acerqué hasta la ducha y viéndola de reojo estiré el brazo dándole el jabón.

– ¿Seguro que no quiere bañarte? El agua está riquísima.

Le respondí que no podía aún. Y la dejé sola. Minutos después cuando yo estaba usando la carretilla para retirar algo de tierra, ella salió radiante de la ducha. Había tardado unos veinte minutos bajo el agua, y su piel lucía más hermosa que antes. Estaba desnuda, solo con las chanclas puestas y levantando los brazos, estirándose. Nunca antes ninguna mujer me pareció tan hermosa como esa niña que levantaba la cabeza recibiendo el calor del sol, con el cuerpo aún húmedo por el agua. Caminó unos pasos y el sonido de sus chanclas mojadas me excitó nuevamente.

De pronto, nuestras miradas se cruzaron.

– Te gusto ¿Verdad? – dijo.

Me puse nervioso.

– No digas tonterías. Anda a cambiarte. No puedes estar desnuda en el patio.

-No puedo. Mi vestido está sudoroso y sucio.

Entonces recordé que no había traído maleta. Ella me explicó que mi hermana se había equivocado y había mandado la maleta en un bus equivocado. Me molesté ligeramente:

– Ni modo. Te prestaré algo de mi ropa.

Ella pareció alegrarse. Lo único que encontré fue una camiseta larga de deporte que le sentaba bien pues le cubría hasta los muslos (incluso así se veía excitante).

– Mis chanclas están sucias también.

Eso me dió una idea:

– Buenos. Yo te las lavaré luego. Quítatelas ahora.

Y como no podía ponerse mis zapatos le ofrecí un par de sandalias negras de verano que acababa de comprar.

– Son nuevas – dijo.

– Las compré para ti – respondí.

– Mentira. Me quedan grandes ¿Ves?

Y sentada al borde de la cama levantó su pierna calzando la nueva chancla. Yo, parado delante de ella, pude ver cómo se abría su hermosa vagina al levantar el pie. Luego  hizo girar la nueva chancla hasta que mi erección se hizo visible. Ella bajó la mirada hasta dar con mi entrepierna. Yo reaccioné avergonzado. Entonces ella dijo «Yo sé que te gusto» y luego agregó «Tú también me gustas».

Entonces perdiendo pleno dominio de mi mismo la eché en la cama y comencé a besarla. Ella me correspondió, cerrando los ojos.

……….

Continúa en la segunda parte.