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Fetichismo, Heterosexual, Incestos en Familia

Mi pequeña sobrina y sus sandalias (Parte 2)

Termino eyaculando sobre los pies de Priscila.
Priscila me correspondió el beso entrecerrando sus tiernos ojitos. Mientras sentía la humedad de su piel y su cabello, me abrazó débilmente. Ella estaba echada sobre mi cama, y yo sobre ella, le acaricié las piernas mientras mi verga se ponía cada vez más dura. Ella dobló sus piernas en el aire y me estrechó el cuerpo. Esa boca pequeñita me volvió loco. Me sentí en las nubes por un momento. Nunca había explorado ese territorio desconocido para mí al sentir ese cuerpo dócil que se arremolinaba y me pedía complacerla. Sentí la dureza de las nuevas sandalias sobre mi espalda y eso me dió vértigo. Había llegado a un punto en el que jamás pensé que podía llegarse hasta que ella, con un susurro que me heló el corazón y completamente indolente a mi dolor, dijo de golpe: Te amo, tío.

De pronto, volví de golpe a la realidad, y me alejé de su cuerpo, completamente aterrado. Ella estaba tendida sobre la cama, sorprendida de que me hubiera detenido.

– Discúlpame – dije.

Ella seguía tendida, con las sandalias puestas, con una expresión de asombro.

– ¿Por qué te detienes? ¿De verdad no te gusto? – dijo, expresando cierta tristeza.

Yo seguía muerto del susto:

– No es eso Priscila. Todavía estás muy pequeña. Disculpa, por lo que acabo de hacer.

Priscila dibujó una muñeca de fastidio:

– No tiene nada de malo. No se lo diré a mamá, si es que es eso lo que te asusta.

Temí lo peor. Pero eso me daba cierto alivio.

– ¡Vístete! Te haré el almuerzo – respondí y salí de la habitación.

Más tarde los dos almorzábamos en silencio pero pude ver su frustración y desánimo. Traté de hacer la conversación contándole que pronto terminaría de quitar la maleza y podría llevarla a comprar un helado. Pero ella permaneció silenciosa y distante

– ¡Vamos! No te enojes. Ya te dije que no se puede. Fue mi culpa. Te compraré el helado que quieras.

Y como ví que se levantó de la mesa sin terminar, solo me dispuse a recoger su plato medio vacío. La vi marcharse al patio, vistiendo mi camiseta que le presté y esas sandalias que mostraban sus hermosos pies. Iba caminando al compás de aquel sonido excitante de la suela de goma sobre sus suaves plantas que me volvió a poner la verga dura.

Me olvidé de ella y seguí recogiendo las últimas hierbas del patio hasta que terminé agotado. Recordé que Priscila había dejado su ropa sucia y fui al fregadero para lavarla, de paso también me quité la ropa con la que había estado trabajando para lavarla también. Me quedé en calzoncillos y me puse un par de sandalias viejas mientras lavaba la ropa. Primero lavé lo mío que era lo más sucio y luego me dispuse a lavar su pequeño vestido blanco. Cuando lo toqué, recordé lo que horas atrás había ocurrido en mi habitación. Recordé su cuerpo húmedo y su hermosa figura de niña, sus cabellos sueltos y mojados. La dulzura de su boca y sus bellas piernas. De golpe, se me hinchó la verga a mil. Acerqué el vestido a mi rostro y aspiré ese rico olor de mi sobrina, su inocencia y su aire de flores, hasta que mi verga se salió del canzoncillo. Entonces recordé que sus sandalias celestes estaban también ahí para lavarlas. Divisé a ambos lados por si ella no estaba cerca. Y me metí al baño para entretenerme un rato. Una vez dentro, me quedé desnudo oliendo y frotando sobre mi cuerpo ese oloroso vestido mientras me masturbaba. Mi verga estaba como una piedra, pidiendo a gritos penetrar a esa hermosa y tierna niña. Luego tomé sus chanclas y las olí mientras llevaba el vestido a mi verga, frotandolo compulsivamente al sentir el olor de los pies de Priscila. Recordando esos deditos exquisitos y la suavidad de sus plantas. Cuando me sentí en el paraíso, listo para eyacular sobre sus sandalias, levanté la mirada, y vi a Priscila, observando todo desde la parte de arriba del baño. Como el baño está en el patio, no tiene techo. Un error fatal del que no me percaté al cerrar la puerta. Y ahora mi pequeña sobrina descubría con asombro, no solo mi fetiche mas oscuro, sino también la debilidad que sentía por ella y sus pies. Trató de esconderse pero inmediatamente salí del baño a reprocharle por lo que estaba haciendo. Pero qué podía reprocharle, si yo estaba en una situación peor.

Ambos nos quedamos en silencio frente a frente. Y finalmente me dijo:

– No necesitas hacer eso, si me tienes aquí.

Entonces perdí el dominio de mi mismo y la llevé, jalandole del brazo, dentro del baño. Abrí la ducha y le dije: Entonces nos bañaremos juntos como antes. De un solo tirón le quité mi camiseta y se quedó desnuda en chanclas. Abrí el chorro del agua mientras mi verga seguía dura y comencé a jabonarle todo el cuerpo. Los pequeños pezones, su cuello, su espalda, hasta llegar a su vagina y su culito. Metí mis dedos entre sus piernas y ella soltó un pequeño gemido que me sobreexcitó:

– ¿Eso querías no? – le dije, continuando metiendo mis dedos en su vagina.

Ella solo asentía en silencio, dejándose llevar. Esperando que yo tocara cada centímetro de su cuerpo bajo el agua. Me agaché, mientras ella seguía de pie, de espaldas a mi, apoyada sobre la pared de la ducha y con la mirada hacia abajo, cerrando los ojos. Entonces me arrodillé y comencé a lamerle esa dulce panochita y ese culito terso mientras iba masturbándome con más fuerza. Ambos desnudos salpicados por el agua de la ducha que caía sin parar y salpicando en el suelo que reverberava con la luz de la tarde. No había nadie ahí, solo Priscila y yo gozando de lo prohibido. Hasta que no pude más y un chorro de semen salió disparado de mi verga y le ensució sus pies y sus sandalias. Ella movió los deditos al ver esa cosa blanca y gelatinosa que se deslizaba entre sus pies. Sacó el pie derecho de una sandalia y, desde el ángulo que me encontraba, ví mi leche que comenzó  bañar toda la suela. Era un momento delicioso para mí.

Ella aún con los brazos sobre la pared me dijo «Te quiero mucho tío. Puedes repetirlo todas las veces que quieras. No le diré nada a mamá. Te lo juro».

Y yo, consciente de lo que acababa de ocurrir, y sin temor al futuro, la voltee aupándola y cargándola sobre mi y le di un largo beso que ella correspondió estrechando sus piernas sobre mi cuerpo. Mi erección bajaba y las últimas gotas de semen caian sobre el piso de la ducha.

Luego en silencio y sin decirnos nada, terminé de bañarla y bañarme yo también. La mandé a secarse a mi habitación y le dije que me esperara ahí mientras yo terminaba de lavar su ropa. Antes de irse preguntó en voz baja «¿Qué sandalias me pongo?» Agarré el par de sandalias negras, que le quedaban grandes, y las lavé rápido en la ducha quitándoles el semen restante. Se las puse, primero un pie y luego otro. Entonces ella se fue a mi habitación, haciendo ese ruido excitante de la goma mojada al compaz de cada paso de las chanclas húmedas. Se perdía ese sonido mientras yo volvía a la realidad para meditar lo que acababa de ocurrir.

Una vez que toda la ropa estuvo colgada en el patio, volví a ver sus sandalias celestes que se habían quedado tiradas en el suelo. Habían pasados unos veinte minutos desde que había eyaculado, y una pequeña erección volvió a mi al ver esas sandalias celestes de niña. Las lavé sin dificultad, pensando en lo transtornado que yo debía estar para seguir con ese juego perverso que podía meterme en un serio problema. «A la mierda» pensé. «Lo que tenga que pasar, tiene que pasar» Y mientras ponía las sandalias de Priscila en el borde del patio para que se secaran bajo el sol, imaginaba que probablemente la niña estaba esperándome desnuda en mi habitación, para llevar hasta las últimas consecuencias aquel peligroso juego.

……….

Continúa en la parte 3

77 Lecturas/1 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Locurafetiche
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