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Fetichismo, Heterosexual, Incestos en Familia

Mi pequeña sobrina y sus sandalias (Parte 3)

Mi sobrina de once años me entrega su virginidad. Me deja chupar sus ricos pies y terminó follandola hasta llenarla de leche. .
Dejé de observar las sandalias celestes de Priscila y decidí ir a buscarla, pensando «Si ella quiere, entonces así será».

Caminé algo lento mientras veía la sombra de los arbustos del patio donde el sol aún seguía fuerte iluminando parcialmente mi habitación. El techo de mi cuarto era de calaminas y la única ventana daba al patio. Yo estaba desnudo, solo cubierto por mi calzoncillo que apretaba mi pene contra la tela. Mis sandalias aún mojadas comenzaron a hacer ruido al caminar. El corazón se me salía al saber que Priscila estaba sobre mi cama, probablemente desnuda, esperando que yo siguiera con ese juego perverso.

La entrada de mi habitación estaba abierta, y la luz se filtraba sobre mi cama donde mi pequeña sobrina seguía con la playera que yo le había prestado. Estaba descansando, quizá dormida. La contemplé desde el umbral, viendo ese rico cuerpo de niña recién lavado por el agua. Estaba de costado volteada contra la pared y una pierna flexionada que me dejaba ver sus deliciosas plantas, sus deditos suaves y sus tobillos tiernos. Luego alcancé a ver sus piernas hasta que la tela de la playera  que cubría ese rico culito de nena aún sin conocer el placer del sexo.

Tener esa visión cercana de ella, lista para mi disfrute, me puso nuevamente la verga dura. Mi cuerpo pedía a esa niña, que por cosas del destino, sería estrenada por mi.

Avancé lentamente, y una vez junto a la cama, empecé a tocar suavemente sus piernas hasta olvidarme de mi soledad y de todos esos años de abandono en que, junto a mi hermana, se mudó a la ciudad. «La vida ha querido que madures para mí», pensé. De pronto, sentí que solo nos separaba esa delgada tela de la playera, y comencé a subirla hasta ver su culito suave, me incliné y nuevamente me di con su hermosa vagina. No tenía ningún vello, era suave como el pan recién hecho. «Priscila, Priscila» susurré. Pero ella seguía de espaldas a mi, esperando que yo siguiera tocándole, para que no existiera la culpa, ni las explicaciones.

Priscila se hizo la dormida mientras yo avanzaba. Eso me hizo entender que no quería que conversáramos más. Entonces me quité las sandalias y mi calzoncillo, se liberó mi pene erecto, y me recosté a su lado abrazándola por detrás. «Priscila, Priscila, te amo también» susurré. Y ella se dejó subir la playera más mientras mis manos volvían a tocarle el cuerpo desnudo. Me recliné un momento y le pasé la verga por los pies, ella movió los deditos mostrándome las uñas limpias. No resistí más y comencé a lamerle la planta de un pie mientras me frotaba la verga con su otro pie. Estuve así varios minutos. Luego le dije: Ya sé que no duermes.

– Te quiero tío. Hazme lo que quieras.

-Lo que haremos no se lo puedes decir a nadie ¿Ok?. Sino me meterás en un problema.

-No tío. Te juro que no lo haré.

Entonces nos besamos mientras le quitaba la playera, y ambos quedamos desnudos sobre la cama. El sol había cambiado de posición pero seguía iluminando el patio. Dejé la puerta y la ventana abierta, para mantenernos frescos.

Luego de los besos, le dije «Te volveré a besar abajo otra vez». «Me gustó cuando lo hiciste en la ducha, tío». Entonces, empecé a abrirle los labios vaginales y le introduje mi lengua. Con mi otra mano le sobé el pie derecho, y ella por inercia buscó con el otro pie mi verga, que comenzaba a lubricar sobre sus deliciosos deditos de niña. Priscila gemía mientras le chupaba la vagina y traté de abrirle un poco con mi dedo meñique su huequito. Ella sintió una leve punzada y emitió un pequeño quejido. Me detuve.

-¿Te duele amor?

-No. Sigue, tío. Puedo aguantar.

Le dije que era el momento de lo mejor.

-Me lo vas a meter ¿Verdad tío?

-Solo si quieres.

Ella dudó un poco. Luego aceptó:

-Sí. Quiero que me hagas tuya.

Procedí a lamerle sus tiernos pezones mientras ella cerraba los ojitos sintiendo la excitación a flor de piel. Entonces le levanté las piernas en el aire y me las puse al hombro:

-Tranquila. Relájate. Solo al principio te dolerá.

Y así fue. Introduje mi pene despacio sintiendo esa vagina suave. Priscila volteó el rostro cerrando los ojos hasta que al final mi pene cedió y empezó a sentir el interior de mi sobrina que lanzó un débil gemido que me excitó más. Me incliné para besarla:

– Ahora sí eres mía.

Ella siguió besándome con su pequeña lengüita al sentir mi verga que se deslizaba con un poco de esfuerzo dentro de ella. Luego comenzó a lubricar y mi verga pudo deslizarse mejor. Entonces comenzamos a hacer el follar.

Al principio mis embestidas fueron suaves pero pronto la frecuencia comenzó a subir. Y Priscila gemía con todo su ser sin temor a que los vecinos la escucharán. «Te quiero mucho tío» decía, mientras le penetraba con todo mi ser. Sintiendo la humedad de su conchita recién abierta para mí. Puso los pies sobre mi pecho, y aproveché para chupárselos. Le lamía las plantas y los deditos «Mi amor, tienes los pies más ricos que nunca he visto», le decía. Y ella sobre la cama con las piernas hacia arriba solo balbuceaba: Te quiero tío, te quiero mucho… Volví a besarla y me recosté sobre ella evitando aplastarla con mi peso.

-¿Me dejas echarte la leche adentro, amor?

-¿Qué es eso? – respondió ansiosa – Pero tú puedes hacerme todo.

-¿Chuparte también los pies amor?

-Me gusta sentir eso.

Entonces entendí que no existía el límite. Y entre tantas embestidas mi pene estaba duro como roca. Estaba gozando de esa tierna nena que solo era para mí.

Al cabo de varios minutos y listo para eyacular, le dije: ¿Lista amor? Ahora serás toda una mujer. Y metiéndole toda la verga dentro comencé a llenarla con mi esperma que salió a borbotones y le mojó toda la vagina.

-Ahhhh… Amor. Qué rica que estás – le decía mientras me salían las últimas gotas de leche.

Priscila se quedó tiesa con la mirada en mi y los ojos entrecerrados, sintiendo los espasmos de la excitación. Entonces ví que un líquido salía de su vagina. Se había mojado ella también.

– ¿Estás bien amor? – le pregunté al verla casi inconsciente.

Ella trató de volver en sí y dijo: Nunca había sentido algo tan rico tío. Me gustas mucho.

Le di un tierno beso mientras iba sacando mi verga. Una vez que la saqué un chorro de semen salió desde adentro. Mientras ella veía con asombro lo que salía.

-¿Esa es tu leche tío?

-Sí amor.

Ella cogió un poco y trató de olerlo.

-Se ve rico. Puedes dejarme tu leche adentro las veces que quieras tío.

Me tendí a su lado, abrazándola. Seguimos desnudos, sin hablar. El sol de la tarde comenzó a caer y las cigarras se oían a lo lejos. Había desvirgado a mi pequeña sobrina. Y si eso me metía en problemas, no me importaba. Ella era feliz y yo también.

Luego de un largo silencio, ella dijo:

-¿Lavaste mis sandalias?

-Sí, amor.

Me quedé pensativo en lo que vendría en los próximos días.

-La próxima vez, me puedes hacer esto con mis sandalias y mi vestido puestos. Yo sé que te gustaría eso.

Me sonreí y la besé en la frente, pensando que eso y más cosas ocurrirían en los siguientes días.

A partir de entonces comenzamos a follar todos los días y en cada momento. Haciéndola mía cada vez que pude. Le compré sandalias de colores, vestidos, bikinis, y follamos en todas partes de la casa. En la ducha, en el patio, en la sala, en la cocina. En todos los lugares que quise. Le eyaculé en la cara, en los pies, en el culito. Ella se entregó por completo a mi en el sexo, dejándose hacer de todo. Gemía con su dulce voz de niña sin preocuparse por nada. Durante los intervalos, modelaba las nuevas sandalias que le compraba en el mercado del pueblo, y me excitaba cuando ella me ponía sus pies en la cara.

Siempre quería excitarme con cada juego hasta que acababa poniéndome la verga dura y preguntaba sonriente «¿Ahora me darás leche?». Le enseñe a moverse como una putita, a parar la colita, a cabalgar sobre mi verga, y todo cuanto pude y se me ocurrió.

Es imposible relatar todo lo que hicimos pero siempre recurríamos al fetiche inicial que era el más rico de todos. Ella se ponía sus sandalias celestes y su vestido blanco, atravesaba la puerta principal y me pedía que le hiciera el amor. Entonces se cabalgaba sobre mi, que estaba sentado en el sofá, y se introducía mi verga caliente sin quitarse la ropa. Se movía rico moviendo sus pies en sus sandalias que rechinaban, recordándome la primera vez que la vi así vestida, hasta que le decía «Voy a eyacular amor» y se sacaba mi verga y levantaba sus chanclas celestes mientras me sacudía la verga, hasta que terminaba echando mi leche sobre sus sandalias y sus pies. Era delicioso siempre hacerlo así. Lo más rico era que Priscila provocaba estos juegos que me excitaban mucho.

He tratado de recordar en estos años todo lo que hicimos juntos pero trataré de detallar cada momento. Amé a Priscila con todo mi ser, recordar todo lo que hicimos es prueba de cuánto la quise a ella, a su hermoso cuerpo, y sobre todo a sus deliciosos y tiernos pies, que hasta hoy escucho cuando recuerdo un par de chanclas mojadas rechinando.

….

Continúa en la parte 4.

16 Lecturas/11 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Locurafetiche
Etiquetas: culito, follar, hermana, putita, semen, sexo, sobrina, vagina
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