Mi vida como un trans sumiso
serie sobre mi vida de hombre transexual sumiso.
Mi nombre es Antonio. Soy un hombre transexual de 28 años con más de diez años de transición, por lo que es muy difícil averiguar que en un pasado fui mujer. Mi vida siempre estuvo marcada por el abuso. Mi padrastro se preocupó de iniciarme en la vida sexual a los 6 años y desde entonces no paró hasta que decidí huir de casa a los 18. Fueron doce años de ser su “putita” como siempre me susurraba al oído cada vez que me cogía.
El hombre, 30 años mayor que yo, me enseñó como complacerlo y, a decir verdad, también por miedo, aprendí rápido. Así es que a los 14 años ya era una experta en chupar vergas, dejarme follar e incluso, entregar mi culo si era necesario.
En la escuela era conocida como la chica fácil, por lo que siempre terminaba con alguna verga en la boca o abriéndome de piernas, sobre todo en las fiestas. Cuatro años de sexo desenfrenado que no disfrutaba del todo, pero que, de alguna manera, siempre creí que era mi lugar: servir a los hombres.
Cuando me gradué, había sido cogida por todo mi curso y gran parte de la escuela. No tenía amigas porque las chicas simplemente me odiaban, como no, si solía ser la amante de cada chico en la escuela, de populares o nerds, a nadie me negaba, pues, como dije antes, estaba convencida que para eso era las mujeres.
Gran parte de transición fue para escapar de esa vida. Si no me van a respetar como mujer, me convertiría en varón. Y así fue como hace diez años que vivo como hombre y me he cultivado como tal.
Tengo la suerte de ser alto para el común de los hombres trans. Mido 1.85 y con el tiempo, más la testosterona, he logrado desarrollar un cuerpo muy varonil y musculoso. Nadie imaginaría que entre mis piernas hay una vagina, lo cual me excita mucho en ocasiones impensadas. Como cuando estoy en reuniones de trabajo o cuando levanto peso en el gimnasio. Suelo pensar que sucedería si se enteraran de mi secreto ¿Me rechazarían? ¿les daría asco o me follarían todos como en mi pasado?
Con el tiempo me di cuenta que, por más que intente verme fuerte y masculino, mi cabeza sigue pensando como antes, es decir, sigo siendo un sumiso. No tengo éxito con las mujeres por razones obvias, jamás podrían superar estar con un hombre sin pene y una sola vez lo intenté con una prótesis realista que, aún así, no logró engañar a la chica en ese momento. Nunca me había sentido tan humillado. Arrodillado, totalmente desnudo frente a una mujer que no paraba de reír.
–¿Me estás diciendo que no tienes pene? ¿Naciste así o que diablos eres? ¿Una mujer?!– me decía entre risas. De pronto se acercó a mi y me guió a la cama hasta recostarme por completo. Me levantó las piernas y las abrió. Volvió a reír al mirarme. La imagen era hilarante: un musculoso hombre con vagina abierto de piernas y expuesto frente a una mujer que no dejaba de burlarse. Me dio una palmadita en el trasero antes de hablar.
–Solo te diré dos cosas, amiga… Preocúpate de estar siempre depilada porque te verías mejor y vuélvete gay… te iría mejor– comentó antes de soltarme las piernas y dejarme solo en mi cuarto sintiéndome el ser humano más patético del mundo.
Recuerdo que esa noche no dormí y medité las palabras de la chica. Calaron profundo en mi y decidí que no iba a ir en contra de mi naturaleza. Desde ese día decidí adoptar mi papel de sumiso con los hombres, que eran los que verdaderamente me excitaban.
Me depilé por completo, lo cual no se veía raro pues la gente del mundo del fitness solía hacerlo y yo encajaba en ese estereotipo. Me aseé bien y decidí salir a un bar gay, para probar suerte. Ese fue el inicio de lo que soy ahora, un esclavo de los hombres y un adicto a las vergas. De día me dedicaba a estudiar mi carrera de negocios y por la noche salía a putear a cada bar o disco gay que encontrara. Incluso llegué a ir a ciudades cercanas para poder disfrutar más y sin miedo a ser reconocido. Recuerdo que una vez terminé follando con los cinco cantineros al cerrar el local. Terminé desnudo sobre la barra, piernas abiertas, con una verga en mi culo, otra en mi vagina, otra en mi boca y masturbando a los otros dos. Fue un sueño. Me bautizaron como la “reina pasiva” y me dijeron que cada vez que fuera al bar debía complacerlos de igual manera. Por supuesto que cumplí hasta que hubo un gran cambio en mi vida. Hasta que conocí a Luis, mi amo. Van tres años de eso pero ha sido como si le perteneciera desde toda la vida. De alguna manera me recuerda a mi padrastro, pero Luis es un buen amo, me disciplina pero también me premia y eso hace que mi devoción hacia él sea completa. Al fin tengo un verdadero macho para venerar y complacer. Soy suyo en cuerpo y alma y no me arrepiento de nada. Pronto les contaré más de mis historias con él. De momento deben saber que firme un contrato y, actualmente, pertenezco a mi amo. Cedí todas mis posesiones a él y dependo de su voluntad para hacer cualquier cosa. Mi amo me deja trabajar pues hay que sostener el hogar, pero en la intimidad, soy su perra.
Vivo desnudo todo el día en casa, así mi amo me puede coger cada vez que quiera. Me sigo depilando por completo y a veces le gusta que vista como mujer, a pesar que ya ni atisbos tengo de mi antigua vida, pero lo complazco porque ese es mi trabajo. De vez en cuando me prostituye por diversión o me hace salir desnudo por la noche para dejarme violar por quien me vea. Tengo una historia divertida sobre eso y un vecino, pero se las contaré en otra oportunidad. Ahora debo dejar esto hasta aquí porque mi amo me necesita. Hoy vendrán tres de sus amigos más cercanos, unos de los pocos que sabe de mi existencia y de como vivo, así que tendré que servirlos a todos y para eso tengo que usar mi traje de perrito: plug con cola en mi culo, collar con mi nombre y mascara de perro. Será fabuloso.
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