Pequeños detalles pero grandes placeres.
El chico del badoo que lo tenía algo peque jajaja.
Tenía 22 años, era una nena ingenua que apenas empezaba a explorar su lado zorrita. Mido 1.65, delgada, con un culito redondo que ya entonces volvía locos a los chicos, pelo castaño ondulado y una piel suave que me hacía sentir sexy. Vivía sola en un departamentito pequeño, con una cama de sábanas desordenadas y un espejo grande donde me miraba cuando me ponía mis tanguitas de encaje. Por esos días, pasaba horas en redes sociales, chateando con chicos, coqueteando como la nena curiosa que era. Ahí conocí a Marco, un tipo de 24 años que me cayó bien desde el principio: gracioso, directo, con fotos que mostraban un cuerpo normal, no muy musculoso pero atractivo, y una barba corta que me gustaba.
En el chat, Marco fue honesto desde el principio. Una noche, entre mensajes subidos de tono, me dijo: «Oye, te cuento algo… tengo el pito pequeño, ¿te importa?». Yo, ingenua y sin experiencia en esas cosas, me reí y le dije: «Nah, seguro no es para tanto, ven a visitarme y vemos qué pasa». No tenía idea de lo que hablaba, solo quería conocerlo y dejarme llevar. Le di mi dirección, y una tarde calurosa de verano, quedamos en que vendría a mi casa.
Me preparé como nena zorrita: me puse una tanguita negra que me apretaba el pene y dejaba mi culito al aire, una faldita plisada rosa que apenas cubría mis nalgas, y un top blanco cortito que mostraba mi ombligo. Me miré al espejo, mi pene pequeño ya medio duro de la emoción, y me pinté los labios con un gloss brillante para verme más puta. Cuando sonó el timbre, mi corazón dio un brinco. Abrí la puerta, y ahí estaba Marco: más guapo en persona, de unos 1.70, con una camiseta gris ajustada, jeans gastados y esa barba que me había imaginado. «Hola, nena», dijo, con una sonrisa nerviosa, y yo lo hice pasar, contoneándome para que viera mi falda subir con cada paso.
Nos sentamos en mi cama, el colchón chirriando un poco, y empezamos a charlar. Yo estaba cachonda, así que no perdí tiempo. Me acerqué más, puse una mano en su muslo y la fui subiendo despacio, hasta que toqué su verga por encima del pantalón. Sentí un bulto pequeño pero duro, y me mordí el labio, imaginando cómo sería. Pero él me agarró la muñeca de repente y dijo: «Para, espera… te dije que es pequeño, no quiero que te decepciones». Su voz temblaba, como si tuviera miedo, y eso me calentó más. «No me importa, papi, déjame verlo», le susurré, mirándolo con ojos de nena traviesa, y me lamí los labios para tentarlo.
Marco dudó, sudando, pero al final se rindió. «Está bien, zorrita», dijo, y se desabrochó los jeans, bajándoselos junto con los bóxers. Ahí estaba su micropene: apenas unos 8 cm, el más pequeño que había visto, pero duro como piedra, rodeado de un nido de pelos negros y rizados, con venas marcadas que lo hacían verse potente a pesar de su tamaño. Me calentó al instante, no sé si por lo inesperado o por lo cachonda que estaba, pero mi culito se apretó de ganas. «Es perfecto», le dije, y me arrodillé frente a él, mi falda subiendo para dejar mi tanguita a la vista.
Sin esperar, me acerqué y lo lamí, saboreando el calor y el sudor de su verga peluda. «Joder, nena», gimió, y yo me la metí entera en la boca, fácil por su tamaño, chupándola con ganas mientras mis labios rozaban sus pelos. La sentía latir, las venas pulsando contra mi lengua, y yo gemía como zorrita, mi pene duro bajo la tanguita. «Qué rica boquita tienes, puta», dijo, agarrándome el pelo, y empezó a mover las caderas, follándome la boca despacio pero con fuerza, como si quisiera demostrar algo.
Me levantó de un jalón, me tiró a la cama boca abajo, y me arrancó la tanguita de un tirón, dejándola rota en el suelo. «Mira ese culito de nena», gruñó, y me escupió en el ano, un salivazo espeso que me resbaló entre las nalgas. Lo sentí arrodillarse detrás, sus manos abriéndome el culo, y de repente su lengua estaba ahí, lamiéndome el ano con hambre, su barba rascándome la piel. «Qué rico sabes, zorrita», dijo, y metió un dedo, luego dos, abriéndome mientras yo gemía contra las sábanas, mi pene goteando en la cama.
«Te voy a coger como mereces», dijo, y se puso encima, su micropene buscando mi culo. Lo sentí entrar, pequeño pero tan duro que me hizo jadear. No era grande, pero Marco sabía usarlo: empezó a embestirme rápido, sus caderas golpeando mis nalgas, su verga entrando y saliendo con un ritmo que me volvía loca. «Toma, puta, esto es lo que querías», gruñó, cacheteándome el culo hasta dejarlo rojo. Me agarró las caderas, levantándome en cuatro, y me dio más duro, sus bolas peludas chocando contra mí, el sonido húmedo y sucio llenando el cuarto.
Me dio vuelta, me puso boca arriba, levantándome las piernas hasta los hombros, mi falda arrugada en la cintura. «Mira cómo te cojo, nena», dijo, y me la metió otra vez, follándome cara a cara, sus ojos clavados en los míos mientras su verga me golpeaba el fondo. Era pequeño, pero sabía moverse, girando las caderas, tocando cada rincón de mi culo, y yo gemía como zorrita, pajeándome el pene mientras él me escupía en el pecho y me decía: «Qué rica eres, puta». Me puso de lado, una pierna en alto, y me dio más, embistiéndome como loco, su sudor goteando en mi piel.
«Quiero llenarte, zorrita», gruñó, y aceleró, su micropene palpitando dentro de mí. Se corrió con un rugido, un chorro caliente que me llenó el culo, no mucho pero suficiente para sentirlo resbalar. Yo me corrí al mismo tiempo, mi semen salpicándome el top, y él me miró, jadeando, diciendo: «Joder, nena, qué culo tan rico». Se quedó un rato, besándome el cuello, antes de subirse los jeans y decirme: «Esto lo repetimos, putita». Cuando se fue, me quedé tirada, el culo lleno de leche, la tanguita rota y mi cuerpo temblando, sabiendo que ese pene pequeño me había dado la cogida de mi vida.
En el próximo relato les cuento cuando lo hicimos en la calle 😉
Si deseas conocerme escríbeme al telegram:
@Danytranssola
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!