Perro flaco, verga gorda
había escuchado ese dicho muchas veces, pero no conocía su verdadero su significado.
Cuando camino por la calle me gusta mirar discretamente las fundas de los perros callejeros. Aquellas peludas capuchas que protegen sus jugosas herramientas de estar completamente a la intemperie. Simplemente se me hace agua la boca al ver esa abultadas fundas con la puntita roja apenas asomándose provocativamente y colgando de un lado a otro sin pudor, como invitándote a desfundarlas ahí mismo: «te la quiero mamar hasta tragarme toda tu lechita, mi amor», «que putas ganas de ordeñartela todos los días» son los pensamientos que nublan mi mente cada vez que me cruzo un macho canino de buen tamaño. Generalmente solo prestaba a los perros grandes, ya que tontamente creía que solo un perrote podía poseer una vergota de esas con las que suelo fantasear todos los días, afortunadamente el «chato» llego para demostrarme lo equivocado que estaba.
Conocí al chato en mis primeros días en la ciclovía que empecé a utilizar para hacer ejerció, justo al pasar por un pequeño tramo baldío. Me es imposible identificar la raza del chato ya que es el típico perro corriente mezclado con un poco de todo lo que hay en el barrio, pero si solo tuviera que describirlo sería como el callejero flaco, feo y decrepito de color café amarillento. Su aspecto es casi como el de un coyote pero muy zarrapastroso, lleno de costras de suciedad en su tieso pelaje y legañas verdosas espesas brotando por el borde de sus ojos.
El chato empezó a caminar despreocupadamente al lado de mi bicicleta, dando saltitos y ligeras embestidas mientras me observaba fijamente, como pidiéndome que me detuviera. Al principio el chato no me llamo nada la atención, y trate de ahuyentarlo: «Quítese pinche perro mugroso, úshcale pa’ya», no quería que se metiera entre las llantas de la bici así que aminore la marcha para amedrentarlo con una patada. Pero fue en ese momento cuando me di cuenta de algo qué sí que capturo totalmente mi atención; al ritmo de la alegre caminata del chato un par de huevos gordos y negros se balanceaban entre sus patas traseras. Nunca había visto unos huevos así de grandes en un perro mediano más bien tirando a chico, y ahora quería verlos de cerca…
Sabiendo que algún ciclista podría pasar en cualquier momento trate de actuar rápido guiando al callejero a fuera de la pista hasta llegar a una de las columnas rodeadas de maleza que sostienen el metro elevado y que hacía de un escondite más que modesto: «A ver que guardas aquí, chiquito…», susurre mientras acariciaba la cabeza del chato con una mano y deslizaba la otra lentamente por su barriga hasta sentir la humedad de su punta, con las yemas de mis dedos la estimule un poco antes de retirar mi mano por el momento, ya que no quería excitarlo todavía. El chato cerraba los ojitos de gusto al sentir mis caricias por todo su cuerpo, restregando su hocico en mi mano y dando vueltas sobre su propio eje.
Me quedo muy claro que era un perro de lo más dócil a pesar de su asqueroso aspecto físico y de vivir en la calles, viéndolo bien no parecía tener heridas visibles ni ningún otro rastros de peleas con otros callejeros, así que sin temor a recibir una mordida repentina me decidí a tomar sus testículos por fin: Un escroto negro y bastante pesado reposaba sobre la palma de mi mano, cada bola se marcaba perfectamente como si fueran un par de brillosos aguacates. Las hacía rebotar sobre mi palma sorprendido por su tamaño, el chato ni se inmutaba con mi juego de pelotas caninas. Inconscientemente me acerque para olfatearlas un poco; como era de esperar un olor nauseabundo y muy concentrado a can emanaba de esos huevos callejeros, aun así hundí la punta de mi nariz en su escroto y la restregué de izquierda a derecha como si quisiera hacerle cosquillas. Sin poder aguantar más le di unos cuantos besos a cada testículos antes de pasar al plato principal.
-Me encantan tus huevitos, mi amor, los tienes bien llenitos, ¿quieres que te saque tus cachorritos, verdad que sí…? Quiero comérmelos todos directo de tu biberón.
Empecé a masturbar al chato por encima de la funda provocándole movimientos de contorsión, pero me di cuenta de algo extraño; su pene se sentía a reventar pero su bilé rojo simplemente no emergía de su escondite como es natural. Me agache para analizar mejor y una olorosa sustancia viscosa y amarillenta colgaba en la entrada de su capucha, la punta ya goteaba su liquido preseminal pero su verga permanecía atrapada. Habría que extraerla manualmente y sin más dilación me dispuse a sacarla con ambas manos.
Poco a poco y con más esfuerzo del que creí necesario fui desenvainando tremenda arma que no era otra cosa que una majestuosa verga perruna, la más grande que haya visto hasta la fecha, se me caía la baba solo con mirarla escupiendo cantidad de líquidos trasparentes al suelo; era más gruesa que sus patas y las hinchadas venas que recorrían el rojizo bulbo saltaban con cada espasmo del imponente trozo de carne canina curtida en las calles.
-Qué rica se ve tu verga, papito chulo… me la quiero comer toda, ¿me dejas mamartela, chiquito? -le susurré al chato mientras mordía su oreja con mis labios.
Pase la verga del chato entre sus patas traseras para comenzar a chuparla, sus huevos gordos y apestosos quedaron aprisionados a un lado. Sin pensarlo dos veces me prense a la mamila de carne de mi nuevo amante, el sabor era repugnante pero me obligue a succionarla con fuerza buscando extraer su esperma cuanto antes.
-Dame tu lechita de cachorros, sé que tienes mucha guardada… no seas malo, papi -murmuré mientras le daba besitos a la punta de su cohete que ya empezaba a soltar chorros con consistencia más espesa. -Te está palpitando tu ano, ¿te gusta mucho que te la chupe cómo si tu verga fuera biberón, verdad?
Casi como si pudiera entenderme en ese momento el chato respondió con unos gemidos que me pusieron más caliente; «ghfff… mmhfff…ghff», mis succiones se volvieron aún más intensas que antes, hasta el punto de que el chato trato de escapar de mi boca soltando un gañido, afortunadamente su nudo me daba la empuñadura perfecta para mantenerlo en su lugar.
«Ya, ya… es que necesito tu semen, mi amor. Dámelo todo aquí en mi lengua, aaaaah».
Chaqueteé con ambas manos la verga de mi amante canino, era difícil masturbar completo ese tronco grueso y caliente pero finalmente las contracciones anales del chato se volvieron intensas haciendo que espesos y ligeramente blanquizcos chorros de esperma perruno sean disparados directo a mi garganta. Luego de unos segundos me puse a mamarle como becerro ese chilote rojo tragando cada chorro que me regalaban las nueces de mi chato.
Mientras su verga se ponía flácida en mis labios y la ultimas gotas de su semilla eran eyaculadas admiraba al perro flacucho y chato que era dueño de tan maravillosa herencia genética, y recordé un dicho que había escuchado muchas veces antes pero no entendí hasta ese día: «Al final perro más flaco resulto tener la verga más gorda».
Limpiándome la cara de los restos de amor de mi querido amante callejero se me ocurrió preguntarle: ¿Te gustaría ir a mi casa, chatito? Prometo ordeñarte tus huevitos todos los días… ¿Qué dices…?
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