Por un seguro, voy a asegurar una cogidita 2
@Danytranssola mi telegram.
A mis 35 años, sigo viviendo mis dos vidas: afuera, un caballero respetable de 1.65, delgado, con pelo castaño ondulado y piel suave, vestido con jeans y camisetas discretas, sin levantar sospechas. Pero en la intimidad, soy una nena zorra, adicta a que me rompan como puta. Después de esa pajeada épica en mi departamentito, pensando en Diego y su verga de 18 cm, blanca, con cabeza rosada y huevos grandes, estaba más caliente que nunca. Me había corrido imaginando su leche en mi culito, pero no era suficiente; quería ser suya, que me usara como la zorrita que soy.
Al día siguiente, mi celular vibró con un mensaje suyo: «Hola, zorrita, porque eso eres. Sé que te mueres por mi verga, y yo deseo darte mi leche, puta barata. ¿Cuándo y dónde te dejas coger duro y lo más sucio posible?». Me quedé fría, mi corazón latiendo a mil, pero mi culito respondió antes que mi cabeza, apretándose alrededor del plug que todavía llevaba desde la mañana. Con dedos temblorosos, le escribí: «Hola, papi. Dime tú y yo voy». No tardó ni un minuto en responder: «Te espero en esta ubicación, ven lo más pronto». Abrí el enlace, y mi pulso se aceleró: era un lote baldío en las afueras, un lugar perfecto para mis fantasías de nena puta. «Voy ya», le contesté, y me puse a alistarme como la zorrita que soy.
Saqué mi outfit más caliente: una tanguita negra de encaje que me apretaba el pene pequeño, unas mallas negras transparentes que marcaban mi culito redondo, un top rosa ajustado que dejaba mi ombligo al aire, y un liguero negro con medias blancas hasta el muslo. Me calcé unos tacones de plataforma y aguja que me hacían caminar como nena traviesa, y metí mi dildo favorito de 20 cm, real y grueso, en un bolso pequeño junto con mi plug negro, que ya estaba en mi ano, dándome placer con cada paso. Por fuera, me puse una bata larga para cubrirme y mantener mi fachada de caballero. Llamé un taxi por app, y cuando llegó, el taxista, un tipo rudo de unos 35, con barba y brazos fuertes, me miró de reojo. «Qué guapa vas», dijo, y yo le sonreí, coqueteando un poco: «Gracias, papi, pero voy apurada». Intenté seducirlo, dejando que la bata se abriera un poco para mostrar mis medias, pero solo se rió y copió mi número antes de decir: «Quizá otro día, guapa». Me dejó pensando si me llamaría después.
El taxi me dejó en la dirección: un lote baldío, lleno de maleza, latas viejas y escombros, con una casucha destartalada al fondo, de paredes agrietadas y una sola ventana sucia. Bajé, mis tacones hundiéndose en la tierra, y caminé hacia la casucha, el plug rozándome el ano y haciéndome gemir bajito. Sentía una respiración pesada entre los escombros, como si alguien estuviera cerca, pero no vi nada. Mi celular vibró: «Tú solo camina», escribió Diego. Mi culito se apretó de emoción, y seguí hasta la puerta. Al llegar, se abrió de golpe, y antes de que pudiera reaccionar,ソー
La puerta se cerró tras de mí con un portazo, y ahí estaba Diego, semidesnudo, en un bóxer transparente que dejaba ver su vergota de 18 cm, dura y palpitante, con esa cabeza rosada y los huevos grandes que me habían vuelto loca en la foto. En la mano derecha tenía un tolete de madera, largo y grueso, y con la izquierda se tocaba el paquete, mostrándomelo. «Ponte de rodillas, zorrita», gruñó, su voz profunda haciéndome temblar. Me quité la bata despacio, dejándolo ver mi outfit de nena puta: la tanguita negra, las mallas, el top rosa, el liguero y los tacones. Sus ojos se oscurecieron, y yo, con una sonrisa de lujuria, obedecí, arrodillándome en el suelo polvoriento.
Se acercó, el tolete en una mano, y me lo metió en la boca. Era grande, apenas cabía, pero lo chupé con ganas, gimiendo como zorrita mientras él gruñía: «Qué puta eres, nena». Mi bolso cayó al suelo, y el dildo de 20 cm rodó fuera. Diego se rió: «Vaya, putita, vienes preparada para jugar». Lo miré con ojos de zorra y dije: «Aquí estoy, papi, seré tuya como quieras». Eso lo encendió al cien; su verga soltó un chorro de líquido preseminal que me salpicó la barbilla. Me levantó, me puso contra la pared, y mientras le chupaba la verga por encima del bóxer, metió el tolete en mi ano, ya lubricado por el plug. «Joder, qué mojada estás, zorrita», dijo, presionando el tolete dentro de mí, haciéndome gemir mientras mi culito se abría.
Me llevó a una cama vieja en la esquina, llena de polvo, y me acostó boca abajo. Sacó el tolete y el plug, y me lamió el ano, su lengua caliente hundiéndose mientras yo gritaba: «Sí, papi, cómemelo». Luego tomó el dildo y, en un 69, me lo metió en el culo mientras yo le chupaba la verga, sus huevos peludos en mi cara. Durante 20 minutos jugamos así, él metiéndome el dildo, el tolete y su lengua, yo gimiendo como puta, mi pene goteando en las mallas. «Ya estás lista, zorrita», dijo, y me puso en cuatro.
Me folló duro, su verga de 18 cm entrando y saliendo, golpeándome el fondo mientras yo gritaba: «¡Soy tu puta, papi, rómpeme!». Él gruñía: «Eres la zorra más sucia, nena», cacheteándome el culo hasta dejarlo rojo. Miré hacia la ventana, y ahí estaba: un hombre maduro, de unos 50, con camisa a cuadros sucia y jeans gastados, un albañil, mirándonos con ojos de lujuria. Me hizo una señal para que no dijera nada, y yo, cachonda, seguí gimiendo. Diego aceleró, su verga llenándome, y se corrió con un rugido, su leche caliente inundándome el culo, goteando por mis muslos mientras yo me corría, salpicando las mallas.
Diego se dejó caer, jadeando. «Qué rica puta eres», dijo, y se levantó para irse. «Tengo que irme, zorrita, pero esto se repite». Se fue, dejando la puerta abierta, y yo me quedé tirada, el culo lleno de leche, las mallas rasgadas, temblando. Entonces entró el albañil, su respiración pesada. «Estuvo rico, ¿eh?», dijo, tocándose el bulto. «Yo también quiero, pero hoy no puedo». Me guiñó el ojo y se fue, dejándome con ganas de más, sabiendo que esta aventura no terminaba aquí.
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@Danytranssola
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