Relatos de fede
Un relato sexual de un niño que se enamora de su padrastro tras varias situaciones sexuales y una conexion muy fuerte que desarrolla. El niño (Fede) intenta provocar a su padrastro para que guste de él, entre varias provocaciones el padrastro termina aceptando su amor y termina teniendo sexo con fede.
Mi padrastro, jorge, apareció en mi vida cuando yo tenía 8 años, poco después de la muerte de mi padre biológico. En ese entonces, yo era un niño alegre y curioso, de cabello rubio oscuro y ojos azul profundo.
Él era un hombre joven, de unos 29 años, con un físico cuidado y una presencia tranquila. Conoció a mi mamá, Maria, durante una serie de sesiones de masajes que ella recibió; mi padrastro es —y aún hoy sigue siendo— un masajista (solo de adultos) muy reconocido en Buenos Aires, que nos hizo pasar de ser clase media baja, a clase media alta.
Él se comportó como un padre normal —de hecho, mejor que mi padre biológico anterior—. Me escuchaba y tenía tiempo para jugar conmigo por las tardes. Me termine llevando muy bien con el, aunque me costaba, le empecé a decir papa con el tiempo.
Él es un trabajador muy dedicado. Como mencioné antes, es masajista, y yo solía aprovechar eso para pedirle masajes gratis cuando tenía tiempo libre. Sin embargo, él no quería hacerme masajes si no era en su ‘oficina’: una pequeña casa que alquilaba especialmente para atender a sus clientes.
La verdad es que nunca noté nada extraño en esos masajes. Eran completos, de pies a cabeza… y nada más.
Es recién cuando yo cumplo 10 años que empecé a notar, algo distinto en sus masajes y en como me hablaba.
Notaba que el hacia los masajes mas libremente. Su mano se le escapaba hacia la parte inferior de mi culo, con la excusa de hacerme un mejor masaje. Cosa que a mi no me molestaba, de echo me gustaba. Lo vi como algo normal ya que —yo solía estar con pantalón corto y de echo si mejoraba mucho los masajes—.
También note que me empezó a hablar mas libremente, ya me llamaba hijo y yo ya le decia papá. Pero lo que me molestaba es que, me dijiera «culon» «nalgon», todo porque el pensaba que tenia culo muy grande para tener 10 años pero lo peor es que —El era el unico que lo decia— mis otros conocidos no pensaban igual. Yo solo pensaba que era para molestarme y lo veía normal por el momento.
Un dia, con la misma edad, me recomendó un tipo de masaje que había empezado a practicar en su trabajo: un masaje con bambú. Consistía en usar varas de bambú como si fueran un rodillo de amasar, deslizando por todo el cuerpo, aunque generalmente se aplicaba solo en las piernas, los brazos y la espalda.
El detalle incómodo era que, para recibir ese masaje, había que estar cubierto únicamente con una toalla sobre las partes intimas. Además, él insistía en colocarme una venda en los ojos, diciendo que era con fines terapéuticos —aunque, sinceramente, yo no lo necesitaba.
Aun así, acepté. Llevábamos ya dos años viviendo juntos, y él se había comportado siempre como un padre ejemplar. Yo confiaba en él.
Me dio una toalla pequeña y me dijo que me cambiase en el vestuario que esta a un lado de su officina. Cuando salí, fue él mismo quien me ayudó a subir a la camilla y comenzó el masaje.
La verdad, me gustó mucho. Tanto, que incluso le pedí que me hiciera otro igual otro día. Probablemente me atraían tanto los masajes porque practicaba mucho deporte —fútbol y básquet—, y sentía cómo me aliviaban la tensión en las piernas, los pies y, sobre todo, en la espalda.
Mi papá, luego de varios meses ahorrando —si no recuerdo mal—, pudo comprarse un Nokia N70.
Yo estaba fascinado: era uno de los teléfonos más caros en ese momento. Me acuerdo de que tenía acceso a Internet, y se lo pedía todo el tiempo porque también traía ‘jueguitos’.
Pasaron algunos meses más, y un día encontré una carpeta llamada “Trabajo”. Dentro había varios videos de sus clientes recibiendo masajes… pero noté algo que me llamó la atención: entre esos videos, había uno donde aparecía yo, recibiendo uno de sus masajes de bambú.
Yo siempre fui muy curioso, y no me quedaba callado con nada. Preguntaba todo lo que pensaba, sin filtro.
—Papi —le dije con mi tono de siempre, curioso—, ¿por qué grabás los masajes?
—Es para saber si los estoy haciendo bien —respondió con tono normal, calmado.
—¿Pero ellos te dejan? —pregunté enseguida.
—Sí… sí, ellos me dan permiso, yo… les pregunto —dijo, bajando la mirada, algo nervioso.
—Bueno… —dije, y me fui.
Mi curiosidad no quedó satisfecha con su respuesta, así que comencé a revisar con más atención los videos que grababa. Por alguna razón, sin importancia aparente, la mayoría de sus clientes eran hombres, no mujeres.
Al cumplir 11 años, empecé a ver esos videos con un sentimiento difícil de entender… algo parecido a estar enamorado, aunque en ese momento no sabía realmente lo que significaba.
Un día, un amigo de la escuela llamado Bruno, me hizo una pregunta que no entendí en ese momento me pregunto en voz baja
—¿Vos te haces la paja? (masturbarse)
No le entendi
—¿Qué? ¿Qué es eso?— dije con confusión
—Es como, cuando miras porno y… para, ¿Miras porno? —
—No, ¿qué es?— dije sin entender nada.
—Em, bueno… es cuando un hombre tiene sexo con una mujer— dijo incrédulo de que yo. no supiese que era.
—Pero te haces la paja ¿si o no?
—No, creo que no, no sé que es eso— respondi otra vez con confusión
—A pero vos no entendes nada, es cuando vos miras porno y… — en ese momento lo interrumpe el sonido de la campana y no pude escuchar que dijo al final
Él era mucho mayor que yo, y había cosas que me decía que no entendía del todo.
Aun así, me quedé pensando a qué se refería con eso… ‘hacerse la paja’
Un día, recordando lo que había dicho Bruno, sentí mucha curiosidad. Mientras jugaba con otro amigo de 13 años, que se llamaba Juan, me animé a preguntarle:
—Che juan ¿vos ves porno?— Le dije con seriedad.
—¿Qué? ¿como que porno? — respondio nervioso.
—Si, porno, sexo y eso…— dije hablando alto.
—¡Baja la voz! Si… si veo eso pe- pero no le digas a nadie— dijo nervioso, evitando mirarme.
—Bueno, pero… no se… que ¿Qué es hacerse la paja?— Lo dije en tono de broma, aunque con verdadera curiosidad, porque no sabía exactamente qué era… aunque tenía una idea
—Es como… cuando… te tocas el pito… ¡ay dios! ¿por que me preguntás eso de la nada?— dijo un poco enojado y nervioso.
—Es que, quiero aprender que es eso, me mata la curiosidad— dije ansiosamente.
—No sé, eso se aprende solo —respondió, desinteresado, esquivando realmente la pregunta.
—Bueno… che, ¿hoy puedo ir a tu casa a jugar? —pregunté como siempre, porque él tenía una PlayStation 2 y su hermana siempre me dejaba pasar.
—Dale, vamos. Te quiero mostrar un juego nuevo para la Play —dijo emocionado.
Cuando llegamos a su casa, noté un silencio extraño…
—¿Y tu mamá? —le pregunté.
—Ni idea, seguro se fue a lo de mi abuela, que vive acá nomás —respondió, sin darle importancia.
Subimos a su pieza, jugamos un buen rato con la Play. En un momento cambiamos de juego y pusimos el God of War, que era el que él quería mostrarme desde el principio. Pero en una parte sexual en el juego… —si lo jugaste sabes de lo que hablo— recuerdo que queria saber que es hacerse la paja, y le insito:
—Eu, juan, dale enseñame a hacer la paja— le dije otra vez tocandole el hombro.
Me saco la mano del hombro y dijo —Ay, Dios… ¿en serio me estás preguntando eso otra vez?
Un momento pensando se me ocurrio un trato…
—Si me enseñás, te presto el GTA —el Vice City —.
Me acerqué un poco más, sin invadirlo, pero con la mirada firme.
—Pensalo, pero no te quiero obligar si no querés —dije, con tono comprensivo pensando que lo estaba molestando mucho.
Se tomó un momento para responder, pero al final dijo:
—Em… bueno… pero no le digas a nadie —mientras me miraba serio.
Entonces sacó un DVD que era una pelicula porno heterosexual, dijo que se la habia sacado a su papá y que en ese momento estaba trabajando
—Esto es lo que miras para hacerte la paja— dijo esta vez calmado sin estar molesto por tener que enseñarme.
Coloco el DVD en el reproductor… y empezó la pelicula, se bajo los pantalones, el calzoncillo y se puso a ver la pelicula mientras se masturbaba.
Yo lo miraba a él y a la pelicula, sin saber bien qué hacer. En un momento, se dio vuelta, me miró y me dijo:
—Dale, boludo, apurate, que seguro en un rato vuelve mi mamá.
Yo seguí sin saber que hacer y me daba verguenza sacarme la ropa. entonces él puso en pausa la pelicula, me bajo el mismo el pantalo y el boxer.
—Vos hace lo mismo que yo— dijo mientras se masturbaba, pero yo note que aunque mirase la pelicula y me masturbará, no se me paraba como a él —ademas seguia con verguenza—.
Movia mi pito flacido y pequeño de arriba para abajo pero nada, no funcionaba… me daba mucha verguenza, me estaba empezando a arrepentir. hasta que el me ve extrañado y dice:
—¿Que pasa te da verguenza?— dijo con un tono burlesco, yo dije —si— admití, bajando la mirada.
Se rio un poco mientras se acercaba:
—¿Y para que te pones nervioso? si es re normal esto—.
Hizo una pausa, pensativo, y luego agregó:
—Bueno, para… tengo una idea—
Entonces me empezó a masturbar el mismo.
—Para ¿que haces?— dije desorientado de lo que estaba haciendo.
—¿Que? ¿No querias que te enseñe?— respondió, como si no entendiera mi reacción.
—Vos relajate, que yo te ayudo—
Agrego, Mientras me masturbaba… pero algo estaba cambiando ahora mi pito flacido, estaba medio parado.
—No sé, no se me…— Dije pero no pude terminar la frase porque en ese momento senti mas sensibilidad en mi pene, se sentia bien, se me paro completamente.
Entonces me quede callado y el siguio masturbandome, hasta que me dijo —ahora te toca a vos, pajeame a mi— yo le agarre el pito y lo empece a masturbar como me lo hacia a mi,
Mientras se escuchaban gemidos de la pelicula, yo los estaba masturbando
—Muy bien… mas, mas rapido— me dice con la respiración ajitada, entonces cuando le empiezo a hacer mas rapido, note que me estaba gustando mucho. Entonces no pude evitar masturbarme yo también.
Pero senti en un momento algo y le dije —Siento ganas de mear— pare de masturbarlo, pero cuando me estaba levantando para ir al baño, el me detiene y me dice:
—Para, ya se que es— entonces me empieza a masturbar rapido, yo le decía —Para voy a mear— pero a él no le importo y siguió.
Yo no me podia mover en el fondo me gustaba la sensación, pero cada vez, tenia mas ganas y mas ganas de mear…
—Juan no aguanto mas— senti que me habia meado en su mano —perdon…— le dije.
El me responde —Perdon ¿por que? esto es masturbarse, esto transparente es lo que sale cuando te sentis muy bien—
Emocionado le dije —¿Enserio? entonces dejame ayudarte a vos— agarre su pito y lo empece a masturbar con velocidad
—ufff, gracias…— dijo mientras se recostaba hacia atras, yo segui hasta que escuche que empezo a hacer sonidos extraños, mientras lo masturbaba, escuchaba cosas como —ahh, ohh, uff, segui asi— hasta que senti que mi mano quedo empapada de algo blanco, el dijo fascinado —Se sintio super bien o ¿no?—
Yo le respondi igual de fascinado —¡Si! pero ¿por que mi coso es transparente y el tuyo blanco?—
Riendose dice —No se llama coso, se llama semen y con el tiempo te va a salir blanco como a mi—
Mientras hablamos escucho la puerta de la casa era su mama. Entonces me visto rapido el boxer al igual que el. Apagamos la televisión y, de los nervios, me caí mientras intentaba ponerme el pantalón. Por suerte, alcancé a terminar de ponérmelo justo a tiempo. Para cuando entro estabamos los dos vestidos.
yo estaba tirado en el suelo y los dos estabamos nerviosos, transpirados y las manos estaban con semen en especial la mia, escondi mi mano con semen.
—Hola, Fede, ¿cómo te va? —dijo mientras se acercaba y me daba un beso en la mejilla.
—Bien… ¿y vos? —respondí, aunque me faltaba el aire y el miedo me recorría la espalda como un escalofrío.
Le devolví el beso, apenas, y entonces se alejó, comentando:
—Qué calor hace en esta pieza… ¿quieren algo para comer?
Ambos respondimos al unísono:
—No.
Lo unico que no podia sacarme de encima era esa tormenta interna: adrenalina pura, miedo y una excitación que no entendía del todo —yo pensaba que era amor lo que sentia y me parecia extraño—. No sabía si me sentía bien o mal. Eran emociones demasiado intensas, nuevas, difíciles de nombrar. Nunca antes las había sentido así, tan de golpe.
Ningumo dijo una palabra sobre lo que pasó. Solo me fui, en silencio… pero el sentimiento de masturbarse no se salia de mi cabeza, esa misma noche, no podia dormir, necesitaba masturbarme con algo.
En silencio, aproveche que mi papa estaba ocupado con una visita y tome su telefono me fui a mi pieza cerre la pierta, subi a mi cama y me tape con unas sabanas. Busque «porno» me empece a masturbar ya no luchaba para que se pare ya no sentia verguenza.
Pero recordaba que lo que me hacia sentir bien era cuando juan me masturbaba, sentia que no era lo mismo. Entonces entre todos los videos abrí un video gay, me gusto me excito, me encanto, no podia parar, me imaginaba que Juan me masturbaba, termine acabando, en mi ombligo y manchando las sabanas.
Pensando y tomando fuerzas se me ocurrio volver al otro dia con mi amigo, Llevaba el juego en la mano cuando recordé que ese día le tocaba estar con su papá. Sus padres estaban separados y no lo vería por al menos cuatro días.
Sentí un vacío raro en el pecho, algo que no sabía cómo explicar. Di media vuelta y me volví a casa, en silencio.
Intentaba hacer mi tarea del colegio, pero no paraba de pensar en cosas perversas. Otra vez necesitaba masturbarme, otra vez agarre su telefono en silencio, pero esta vez no fue una buena idea, era de dia y el no estaba ocupado.
El termino entrando a mi pieza y me vio tapado masturbandome…
El arrepentimiento fue instantaneo, me llego otra vez la sensacion de miedo, miedo porque lo que yo menos queria, es que él viera que veo porno gay.
Entonces saque el porno lo mas rapido que pude pero el se acerca preguntando —¿Que estas haciendo? ¿Que estabas mirando?— agarra el telefono y se fija el historial, ahi revisa todo lo que habia buscado… —eso… eso no es mio, no estaba mirando eso— le dije extremadamente nervioso, mientras intentaba sacarle el telefono. Pero para sorpresa mia el estaba calmado y tranquilo asi que lo deje mirar el historial tranquilo.
Se sentó al lado mio en la cama, Suspiro y me dijo —No pasa nada, fede, a tu edad yo hacia lo mismo, es normal— me explico tranquilamente porque me sentia, excitado, acelerado y con necesidad de masturbarme. Lo escuché en silencio, sin interrumpirlo, hasta que me miró fijamente y preguntó con voz baja:
—¿A vos qué te gusta?
Me tomó por sorpresa.
—No sé… no tengo idea —dije, algo incómodo. La pregunta me había descolocado y no habia entendido bien a que se referia.
El me volvio a preguntar yendo al grano —¿Que sentis cuando ves porno?— Yo, aun incomodo tarde en responderle, pero le dije:
—Me… me siento bien… creo que me gusta, me siento…— ¿Excitado? — interrumpio el, completando lo que queria decir.
—Si… Me siento excitado— Le dije, mientras algo dentro de mí se aligeraba, como si me quitaran un peso invisible de los hombros.
Otra vez me mira y me pregunta, calmado:—Bueno, pero ¿Qué te excita mas hijo? ¿los hombres o las mujeres?—
Otra vez su pregunta me había descolocado y le respondi en voz baja, con los ojos clavados en el piso —Creo que me excita mas los hombres, PeroPero porfavor no te enojes— le dije asustado por su reacción.
Pero lo único que hizo fue levantarme la mirada con su mano y decir, con una calma que no supe cómo interpretar:
—No pasa nada, fede, es normal. a mi no me molesta, no me voy a enojar.
En ese instante, algo dentro de mí se aflojó. Sentí una especie de alivio extraño, como si me hubieran dado permiso para no tener miedo. También apareció una atracción silenciosa, leve pero insistente, difícil de nombrar. Y, muy al fondo, una sensación parecida al amor… aunque no el amor que conocía, sino uno nuevo, confuso, tibio, que me dejaba inmóvil.
No supe qué decir. Solo asentí despacio y me quedé ahí, en el silencio que compartíamos sin entender del todo qué significaba.
Luego de un rato lo abraze y le pedi
—Por favor no le cuentes a mamá
—Bueno… no sé por qué, pero tranquilo. No le voy a contar nada — dijo con una media sonrisa, como si no le diera tanta importancia.
Despues de hablar esto con él, entendi lo que sentia, que tal vez quien me gustaba era juan y no, como me masturbo. Yo quería hablar con Juan. A medida que pasaban los días, la idea de que me gustaba se volvía cada vez más fuerte y real. Fantaseaba, imaginaba escenas románticas en mi cabeza… me había obsesionado un poco con él en ese poco tiempo.
Cuando llegó el día en que Juan debería estar en su casa, tomé coraje. Metí el juego en la mochila y fui hasta su casa con una sensación extrañamente tranquila, como si nada hubiera cambiado.
Toqué el timbre, esperando verlo aparecer como siempre. Pero no salió nadie.
Esperé. Volví a tocar. Silencio.
Caminé hasta la casa de al lado y la vecina salió enseguida.
—Hola… ¿no lo viste a Juan? —pregunté, con la voz aún serena.
Ella sonrió como si no supiera todo lo que eso iba a significar para mí.
—No, se mudaron hace unos días… ¿no te contó?
No. No me contó.
Y ahí fue cuando algo se apagó. Sentí una mezcla rara de vacío, desorientación y pérdida, como si me hubieran robado algo que ni siquiera sabía que era importante hasta ese momento.
No dije nada más. Apenas un “Ah… no”, y me fui.
Caminé de vuelta a casa con la cabeza baja y el corazón haciendo ruido. Al entrar, mi papá estaba en la cocina, tomando algo. Me miró, notó algo en mi cara, y se acercó.
—¿Qué pasó? —me preguntó, con su voz calma de siempre.
Me costó un poco, pero se lo dije.
—Juan… se mudó. No me avisó.
No dije más. Él tampoco. Solo me pasó un brazo por encima del hombro y me apretó contra su costado, como si entendiera todo sin necesidad de explicarlo.
Y ahí me quedé. Con ese silencio compartido. Con ese tipo de tristeza que no grita, pero pesa.
Pasaron los días y no tenía noticias de él. No sabía a dónde se había ido, y tampoco me atrevía a andar preguntando por todos lados, desesperado. Algo en mí entendía que, si no me lo había dicho, era porque simplemente tenía que desaparecer así, sin aviso.
Pasó el tiempo. Y lo fui aceptando. Y olvidando.
Esa etapa de mi vida se fue desdibujando como un sueño raro que uno recuerda borroso al despertar. A veces volvía en pensamientos sueltos, como una imagen fugaz o una sensación sin nombre… pero cada vez menos.
Un año después, yo ya con 12 años estaba entrando a la secundaria.
Todo era nuevo. Nuevas caras, nuevos horarios, otras rutinas. Me sentía diferente, más grande, como si lo que había pasado el año anterior perteneciera a otra versión de mí.
Yo seguía. Como se sigue cuando algo termina sin explicación, y uno aprende a no preguntar más.
…
Pero con algo que sí me quedé pensando todo ese tiempo, fue en la conexión que sentí con mi papá. Casi sin decirle nada, entendió todo a la perfección.
No me hizo preguntas incómodas. No buscó explicaciones. Solo estuvo ahí, presente, como si supiera exactamente qué necesitaba en ese momento. A veces pienso que fue la primera vez que sentí que alguien me veía de verdad, sin que yo tuviera que hablar.
Con el tiempo, esa conexión con mi papá empezó a crecer. Sin forzar nada. Sin charlas largas ni confesiones dramáticas. Era como si, desde aquel día en que no dije casi nada, él hubiera empezado a prestarme atención de otra manera. Más presente. Más cerca. Mucho más cercana.
Con los meses, se volvió una costumbre: compartir pequeños espacios, gestos mínimos, pero llenos de algo que antes no estaba. Un amor extraño sentía… mezcla de felicidad, seguridad y una conexión profunda que no sabía cómo nombrar, pero que me hacía bien.
A veces, cuando llegaba tarde de trabajar, se sentaba un rato a tomar algo conmigo en la cocina, aunque no habláramos mucho. O me preguntaba si quería acompañarlo al almacén, como excusa para caminar un rato juntos. Y yo iba, aunque fuera en silencio. Había algo en esos momentos simples que me hacía bien, aunque no supiera por qué.
Un día, me enteré de que, entre los dos —mi mamá y él—, estaban ahorrando para comprarme un celular. Cuando lo supe, me emocioné muchísimo. Era un gesto enorme. Empecé a esforzarme más en la escuela, subí mis notas y me propuse tener buenas calificaciones para poder usarlo durante todo el verano.
Fue un detalle, sí. Pero en ese momento, lo sentí como una forma de amor. De esas que no se dicen, pero se entienden.
…
Con 12 años y en plena pubertad, recuerdo que el masturbarme era casi una rutina todas las noches lo hacía, ya tenia mi propio teléfono. Esto provocó que busqué distintas formas de masturbarme, ya no simplemente la tradicional, ahora lo hacia con el culo cada que tenía la oportunidad, ademas—ya me salia el semen blanco que recordaba —el masturbarme era mucho mas placentero ahora.
Pero hay un contenido que desde siempre me gustó del Porno gay, el de padre y hijo, no se por qué, pero eso era lo que mas me excitaba entre todos los videos. Empece a buscar casos reales de padre y hijo, novelas en donde contaban su amor y mejor si eran teniendo sexo.
…
Ese verano, fue mamá la que decidió que necesitábamos irnos de vacaciones. Lo dijo una noche, mientras cenábamos, con esa forma que tiene de decir las cosas como si ya estuvieran resueltas:
—Ya hablé con una señora que alquila casas en Córdoba. Es una zona tranquila, hay río cerca, sombra, naturaleza… nos va a venir bien.
Papá levantó la vista del plato y asintió sin decir nada. Yo tampoco pregunté mucho. Estábamos acostumbrados a que ella organizara todo: viajes, horarios, valijas. Pero esta vez, aunque su voz sonaba igual que siempre, había algo en su forma de hablar, en cómo evitaba mirarnos demasiado, que me hizo pensar que no era solo por el descanso. Como si estuviera haciendo un esfuerzo por mantener todo en pie. Como si el viaje fuera una manera de sostener algo que ya venía tambaleando.
Viajamos en auto. El camino fue largo, con paradas para comprar agua, para ir al baño, para estirar las piernas. Mamá iba adelante con papá, hablaban bajo, pero se notaba un ambiente incomodo entre ellos dos. Yo iba atrás, con la mochila al lado y la ventanilla abierta, dejando que el viento me pegara en la cara.
La casa era de piedra, rústica, con techos altos y un porche amplio lleno de plantas colgantes. Al llegar, la señora nos entregó las llaves y nos deseó buen descanso. No había vecinos cerca. Solo monte y cielo abierto.
Los primeros días fueron extraños. Mamá cocinaba más relajada, papá salía temprano a caminar solo, y yo me pasaba horas sentado en la galería leyendo, escribiendo, o simplemente mirando cómo las hojas se movían con el viento. Había paz. Pero también un silencio que, a veces, se sentía pesado. Como si todos estuviéramos pensando demasiado.
Una tarde calurosa, yo andaba sin camisa y con pantalon corto, mientras mamá dormía la siesta, papá me llamó. Estaba arreglando la unica silla que encima estaba rota en el patio.
——¿Me das una mano?
No tenía muchas ganas, pero igual me acerqué. Él sostenía la parte de madera mientras yo apretaba los tornillos con una llave oxidada.
—Creo que ahí va —dijo, probando la firmeza con la mano—. No es perfecta, pero aguanta.
La puso en posición y se sentó primero. Probó el respaldo, se acomodó. Después, mirándome con una media sonrisa, se corrió un poco hacia un costado.
—Dale, entramos los dos si te hacés finito.
Me reí, medio sin querer, y me intente sentar con cuidado al lado suyo, pero no entraba asi que el me agarro y me sento sobre sus piermas y me abrazo un rato. Era incómodo, pero de alguna forma, estaba bien.
Nos quedamos ahí, los dos en la misma silla, con las piernas estiradas y la vista perdida en los árboles.
—¿Te gusta estar acá? —me preguntó.
—Sí —dije—. Es tranquilo.
—Yo pensaba que eras más inquieto
Yo también —contesté, y los dos sonreímos apenas.
Pasó un rato sin que ninguno dijera nada. Se escuchaban los bichos, las ramas moviéndose con el viento, un perro ladrando a lo lejos.
—¿Extrañás a alguien? —preguntó, en voz baja.
Tardé en contestar.
—A veces sí… pero más que nada, extraño cómo me sentía en ese momento. Aunque tampoco sé si era bueno.
Él no dijo nada enseguida. Solo me abrazo devuelta.
—A veces no es bueno ni malo. Es solo lo que fue.
Asentí despacio.
—No es tan fácil olvidarse.
—No, pero tampoco hace falta correrlo —dijo—. Con el tiempo, las cosas se acomodan solas, si uno las deja estar.
Nos quedamos ahí un buen rato más, compartiendo la silla, el calor, el silencio. Pero mientras yo sentia que podia contarle cualquier cosa.
—Tengo algo que contarte, que me da mucha verguenza— dije rompiendo el silencio.
—bueno… ¿Que?— dijo curioso.
—No sé si esta bien que te cuente, pero yo cuando fui a la casa de juan…
—No fue para jugar nada mas, yo queria aprender a hacerme la paja— le dije con confianza y un tono de voz firme.
—¿Qué, cómo, en serio?— dijo rapidamente de la sorpresa.
Tome aire y le conte todo lo que paso.
—El me empezo a pajear y me enseño
—Me sentia muy bien, jamas me senti igual
El se quedo en silencio escuchando, pero luego de un silencio incomodo, yo segui contandole otras cosas.
—Me gusto tanto que, me entere que me puedo meter un dedo en el culo cuando me hago la paja.— dije medio arrepentido por contar algo tan intimo, pero en el fondo me gustaba.
—Ahora lo hago cada vez que puedo
Pero de repente siento como algo me empuja el culo, no entendia que era hasta que se puso mas duro, era su pito.
Yo no entendia por qué, pero no me sentia incomodo, no me molestaba. Me sentia comodo, me empece a excitar y le segui contando mas y mas cosas que hacia, casi como si quisiera que ese pito empujando mi culo se agrande cada vez mas.
—¿Alguna vez lo probaste? se siente re bien.
Me estaba excitando mucho la situacion, se me empezo a parar mucho a mi tambien. Entre todo el silencio podia escuchar su respiracion nerviosa y acelerada, podia sentir su pito, cada vez mas, pero en un momento.
—Bueno, pará… ya está, bajate —dijo, mientras intentaba agarrarme de la cadera para hacerme bajar.
Me empujaba la espalda, pero lo único que lograba era excitarme aun mas, podia sentir como su pito se movia por mi culo.
hasta que en un momento, por intentar bajarme, senti que una de sus manos me rozo el pito, en ese momento me baje.
—Perdón —alcancé a decir, y salí corriendo hacia la casa.
Subí las escaleras sin mirar atrás, cerré la puerta de mi pieza de un portazo y me tiré en la cama. Me tapé la cara con las sábanas, como si pudiera esconderme del mundo… o de mí mismo. El pecho me latía fuerte. No podía creer lo que había dicho. Ni lo que había hecho. La vergüenza me ardía en la piel, como si fuera fuego.
Pero algo que no podia parar era mi erección, trate de no pensar en la situacion como algo excitante, pero no podia en mi cabeza solo estaba como senti su pito por mi culo y tambien estaban las veces que me tocaba el culo en los masajes.
Casi imboluntariamente me empece a manosear el pito con el pantalon corto puesto. No podia aguantar, hasta que acabe en toda mi ropa desde el boxer hasta mi pantalon.
Pasó el verano. Un verano raro, lleno de momentos compartidos en silencio, de gestos medidos, de miradas que no terminaban de cruzarse. Después de aquella situación, ninguno de los dos dijo nada. Todo quedó suspendido en un lugar incierto, ninguno de los dos queria hablarlo.
Volvimos a casa. El viaje de regreso fue tranquilo, pero el silencio se sentía más denso que el calor del auto. Mamá hablaba como si no notara nada, o tal vez hablaba más para que no tuviéramos que hacerlo nosotros. Yo iba mirando por la ventana, volviendo una y otra vez a lo que había pasado en el patio. No sabía si buscaba una disculpa, una razón que calmara la vergüenza, o simplemente una forma de convencerme de que no se había dado cuenta. Pero en el fondo, sabía que sí.
Una vez instalados de nuevo, todo siguió… pero no igual.
La casa estaba más callada. Las comidas eran más breves, con menos charla. Papá parecía más distraído, más ausente. Yo también lo estaba, como si una parte de mí se hubiera quedado allá, atrapada en ese momento que no sabíamos cómo nombrar.
Volví al colegio. Empezaron las clases, los cuadernos nuevos, las caras de siempre. Intenté meterme en la rutina, como si eso pudiera borrar lo anterior. Pero no era tan simple. Había algo en mí que seguía distinto. No sabía bien cómo sentirme con todo eso… ¿me había gustado? ¿por qué se me paro? ¿era algo que no podía evitar? como fue que termine… acabando si es… mi papa…
A veces, cuando volvía del colegio y papá estaba en casa, me lo cruzaba en la cocina o en el pasillo. Me saludaba con un gesto o con un «¿cómo te fue?», pero no cruzábamos muchas palabras. Había una distancia cautelosa. Como si los dos estuviéramos esperando que el otro diga algo… sin saber qué.
Y sin embargo, en medio de todo eso, había una certeza silenciosa: los dos sabíamos. Y aunque no habláramos, lo compartíamos. De una forma rara, incómoda, pero real.
Fue culpa mia lo sabia, pero lo que no sabia es… Por qué no pare cuando la situación escaló, ¿por excitarme?, ¿por egoismo?, ¿por mi perversion?
Con el paso de los días, me di cuenta de que lo que pasó no iba a desvanecerse como si nada. Fue intenso, inesperado… inevitable para mi mente perversa. Y aunque intenté convencerme de que solo fue un momento, algo en mí quedó distinto. No sé si fue deseo, curiosidad o algo más profundo que no quiero nombrar. No quiero enredarme, no quiero sentir esto. Pero sé que no puedo seguir esquivándolo. En algún momento voy a tener que hablar con él. Aunque me aterre lo que pueda descubrir.
A veces pensaba en la posibilidad de que él fuera gay. No lo decía en voz alta, ni siquiera me lo admitía del todo. Pero la idea aparecía, cada tanto, como un pensamiento que no terminaba de irse. No porque eso cambiara algo entre nosotros —o tal vez sí, no lo sabía—, sino porque necesitaba entender lo que había pasado en el patio.
Porque, sinceramente, no podía sacarme de la cabeza lo que sentimos. Es imposible que no sea gay y haya tenido una erección con solo escuchar lo que le decía. No fue casualidad, no fue inocente. Y por más que me repita que no significó nada… mi cuerpo también reaccionó. Y eso me jodía más de lo que quería aceptar… era mi papá…
Hasta que un día me decidi a resolver todas mis dudas, sin planearlo demasiado, hable con él. No sabía exactamente qué iba a decir, ni cómo empezar.
Estábamos en la cocina. Él preparaba un mate, como si fuera una mañana cualquiera. Yo lo miraba, con las palabras atascadas en la garganta, hasta que me animé:
—Sobre lo que pasó ese día… en el patio.
Levantó la vista. No se sobresaltó, pero dejó de moverse por un segundo. Se quedó en silencio, como si buscara cómo responder sin decir demasiado.
—Sigo pensando en eso —dije, bajando un poco la voz
—. No sé qué fue, pero… ¿Por qué se te paro? — lo mire fijo.
Asintió muy levemente, sin mirarme del todo. Después apoyó el mate en la mesada y suspiró, como si le pesara tener que hablar de eso.
—Mirá… a veces el cuerpo reacciona sin que uno lo controle. Capaz estaba pensando en otra cosa, no sé. Es algo que pasa, no tiene por qué significar nada.
Lo dijo sin nerviosismo, pero con una calma demasiado medida, casi mecánica. Como si tuviera esa respuesta guardada de antemano.
—¿Pensando en otra cosa? —pregunté, sin ocultar del todo mi incredulidad.
—Sí… no sé —respondió, evadiendo mi mirada—. No le des más vueltas. Fue un momento raro, nada más.
De alguna forma, logró desviar el tema. Como si en el fondo hubiera algo que no quería —o no podía— decir. Y yo, aunque lo noté, no lo presioné. Me quedé en silencio, con esa sensación ambigua flotando entre los dos: algo no resuelto… pero tampoco completamente roto.
…
Después de esa charla, algo cambió. No fue lo que dijo —porque no dijo mucho—, sino lo que no dijo. Esa respuesta, la forma en que desvió el tema y puso excusas… me quedó resonando. Como si no quisiera abrir una puerta que tenía cerrada hace tiempo.
Pero mi curiosidad me mataba. Quería saber qué ocultaba.
No por morbo, ni por enojo. Era otra cosa. Una necesidad de entender. De saber quién era realmente mi papá, más allá del que conocía. El que cocinaba los fines de semana, el que a veces se perdía en su cabeza, el que nunca hablaba demasiado de sí mismo.
Un día, sin planearlo, encontré la oportunidad. Él se metió a bañar y dejó su celular en la mesa. Yo estaba solo en el comedor.
El teléfono vibró. Una notificación de la galería. Por reflejo —o excusa— lo agarré. Sabía el patrón de desbloqueo. No pensé demasiado. Lo abrí.
Fui directo a las fotos, buscando algo, sin saber bien qué.
Las primeras imágenes eran normales: viajes, comidas, alguna selfie familiar. Pero más abajo, entre carpetas, había una sin nombre. Sin portada. Apenas visible si no se prestaba atención.
La abrí.
Al principio, eran fotos de él con otros hombres. Algunas en lugares cerrados, otras al aire libre. Nada escandaloso. Pero había algo en las poses, en las miradas, en la forma en que uno se apoyaba en el otro, que me hizo detenerme y analizar bien las imágenes.
Después encontré los videos. No muchos. Grabados como con cuidado. Solo necesité unos segundos para entender. Eran momentos íntimos con hombres, grabaciones que él mismo había hecho. No eran del todo eróticas, sucias o sexuales. Pero estaban ahí. Ocultas.
No podía encontrar una prueba certera de que el era gay o al menos, eso creía… hasta que abrí el último video.
Aparecía él, junto a un chico que no debía tener más de 17 años. Al principio todo parecía normal, incluso algo ensayado, como si siguieran un guion. Pero entonces… El lo empieza a desvestir lentamente mientras, le empieza a tocar la entre pierna. No tardo mucho en escalar la situacion y empezaron a cojer, no pude dejar de ver a mi papa desnudo, era casi hipnótico. Sus gemidos…
Sentí el cuerpo ardiendo. La cara caliente. Como si el corazón me latiera en los oídos.
Bloqueé el teléfono de inmediato no lo pude ver al video por completo. Dejé el telefono en donde estaba.
Me quedé sentado, con la mente en blanco.
Papá era gay.
No lo decía. No lo mostraba. Pero ahora lo sabía.
Y por alguna razón, no sentí rechazo. Sentí, más bien, una mezcla de tristeza y ternura. Tristeza por todo lo que debía haber escondido durante años. Y ternura por ese secreto guardado con tanto cuidado que, aún sin quererlo, me revelaba algo de su verdad.
No le dije nada.
Guardé el secreto. Como si, de alguna forma, así lo protegiera.
Pero desde ese día, lo miré distinto. Como si finalmente estuviera viendo algo que siempre estuvo ahí, esperándome en silencio.
Esa noche no pude dormir.
Me acosté temprano, o eso intenté. Pero apenas cerraba los ojos, las imágenes volvían. Volvían lo más explícitas posibles. Volvían las fotos, Las caras, los gemidos, su cuerpo desnudo, su pito, todo aparecia como una ola cada que cerraba los ojos.
Me di vuelta en la cama mil veces. Sentía el cuerpo tenso, como si me contuviera.
Me pregunté desde cuándo.
Si mamá lo sabía.
Si alguna vez había estado enamorado de verdad.
Si todo ese silencio, todas esas distracciones suyas, venían de ahí.
Pensé en la idea que tenía de él. ¿Era falsa? ¿Lo había conocido alguna vez por completo?
Me tapé hasta la cabeza, como si eso pudiera apagar los pensamientos. Pero no sirvió.
Me hice mil preguntas.
No tenía respuestas.
Pero sabía una cosa: algo había cambiado. En mí, en mi forma de mirarlo, en la manera en que el pasado empezaba a reacomodarse con esta nueva pieza del rompecabezas. Esos videos a sus clientes, esos masajes sutiles en mi culo… ¿eso le hacia a sus clientes? ¿tenia otro tipo de trabajo?.
A la mañana siguiente me levanté distinto.
No era solo el cansancio por no haber dormido. Había algo adentro que pesaba. Una especie de enojo que no terminaba de estallar, pero que tampoco se iba. No era furia… era más como una punzada. Silenciosa. Persistente.
Me movía por la cocina como si todo estuviera normal, pero no lo estaba. Cada vez que lo miraba —mientras preparaba el café, mientras leía el diario como siempre—, me costaba no pensar: ¿Por qué no me lo dijo?
Nosotros hablábamos de todo. O al menos eso creía. Él había sido la persona con la que más me había abierto en los últimos años. Después del verano, después de Córdoba, después de todo lo que pasó, pensé que algo se había roto para bien. Que por fin estábamos hablando de verdad.
Y ahora… me doy cuenta de que había un mundo suyo que me ocultaba. No uno pequeño. Uno enorme. Invisible. Uno que explicaba cosas, que llenaba vacíos, que respondía preguntas que nunca me animé a hacer. Como aquella vez que descubrió el historial del teléfono y se dio cuenta de que yo era gay. Nunca se enojó, ni me dijo nada. Y ahora empezaba a entender por qué no le molestó.
Y me sentí un poco tonto. Traicionado, incluso.
Como si él supiera algo de mí que yo ni siquiera entendía aún, y aun así no se atrevía a mostrarme quién era él.
Tomé el mate sin ganas.
Lo escuché decir algo del clima, del tránsito, de cualquier cosa. Le asentí, pero no respondí. Lo miraba, sin decirle nada, como si estuviera viendo a otra persona.
No era odio. No era rechazo. Era un ligero dolor, ese dolor incomodo en el pecho, que aunque se sienta ligero es agobiante.
En el fondo, yo quería que me lo hubiera contado, —yo lo, hubiese podido manejar— me decia inocentemente, pero ahora poniendome de su lado no era facil.
No por curiosidad, ni por control. Sino porque cuando uno quiere a alguien, necesita que las cosas estén sobre la mesa. Aunque duelan. Aunque cuesten. Aunque no sepamos cómo reaccionar.
Guardé todo eso para mí. Por ahora.
Esa noche, otra vez, no pude dormir. Cerré los ojos y volvió la escena del patio, como una película mal grabada que se repite sin que uno la quiera ver. Volví a sentir el calor en la cara, el pecho caliente, mi cuerpo tenso. Pero esta vez no fue solo eso. Se mezclaron otras cosas. El video que encontré, las fotos escondidas, su sonrisa, su cuerpo desnudo. Todo empezó a enredarse en mi cabeza, Tapé mi pito con la sábana, como si estuviese conteniendo algo. Cada vez tenia recuerdos mas y mas perversos, más míos. Eso provocó…
Una erección, no queria sentirme asi… pero tampoco me disgustaba, me fue gustando cada vez mas. Todas esas historias padre e hijo que leí, esos videos porno que veia, todo se parecia a esas situaciones en mi cabeza. Me hacia sentir liberado, como si dijiera —Si me gusta, no. me importa.— y soltara todas mis restricciones para no sentirme excitado, ya no sentia ese peso de encima, me empecé a masturbar, descaradamente, sin vergüenza. Ya no me importaba que fuera mi papá solamemte queria masturbarme.
Recordaba su cuerpo desnudo, su cara de excitación, podia recordar todo el video a la perfeccion. Me sentia tan bien, que por primera vez hice un gemidos —ahh, uff, ohh—, me enderece hacia arriba apretando mi cuerpo mientras me mordia ligeramente el labio, —fap fap fap— se echcuchaba, y en un intenso orgasmo —ahhh— eyacule… Pero nunca habia eyaculado de esa manera, era muy explosiva, no podia controlar hacia donde eyaculaba como las otras veces, termine no solo manchando mi ombligo, manche hasta mi pecho y hasta mi remera. Mi eyaculacion mi semem nunca había llegado tan lejos, nunca habia estado tan calido, blanco y pegoso…
Me sentía bien. Como si, mi semen estuviese cargado de todo —irá, dolor, dudas, preguntas— todo lo que me hacia mal y yo simplemente lo haya tirado con todas mis fuerzas con esa eyaculacion.
Senti algo nuevo clavado en mí, era lo que pasó en el patio, pero ya no era —verguenza, incomodidad, miedo— ahora todo eso se transformo en —placer, excitacion, felicidad, amor…
No solo me gustó, me encanto. Lo supe en ese momento, aunque no quise admitirlo. Y estoy seguro de que a él también. Aunque intentó ocultarlo, yo lo noté. Lo sentí. esa risa extraña, esos ojos engañosos. sentia que podia ver adentro de el, todo lo que pensaba.
Esa noche, me dejé llevar.
Me imaginé cosas que no pasaron. Situaciones eróticas, imposibles quizá, pero mías. Tan vívidas que al día siguiente, sin pensarlo demasiado, las escribí en una hoja.
La hoja decia:
«Una tarde, en Córdoba, mi papá y yo estabamos arreglando una silla.
El calor era sofocante, una ola de fuego que parecía envolverlo todo. Apenas llevaba ropa: la remera había quedado descartada hace rato, y lo único que cubría mi cuerpo era un pantalón corto de gimnasia, rescatado de la maleta. Tan ligero y pequeño que podía guardarse en cualquier rincón, pero en ese instante, era la única prenda que me acompañaba en la batalla contra el calor.
Mi papá no iba muy distinto, el tenía puesto un pantalon corto de playa y nada mas.
En un momento el me dice —¿Me pasas el destornillador? — pero cuando me agachó para agarrarlo, el me pega una nalgeada suave y me dice —Dale culon apurate.
Cuando arreglamos la silla yo me queria vengar entonces…
Cuando él se sento en la silla, rapido, me sente encima suya y puse sus manos sobre mi cadera, y le dije con un tono sensual, pero tranquilo —papi— ¿Alguna vez hiciste un masaje de pito?
—¿Que? ¿Que decís? ¿como que masaje de pito? No, eso no lo hago— dijo nervioso, sacando las manos de mi cadera.
—¿Como que no? ¿Enserio? — dije mientras me empece a mover despacio hacia adelante y hacia atras simulando acomodarme en sus piernas.
—em… e-eso… eso yo no lo hago— balbuceó con la voz temblorosa,
—Y ¿masaje de culo? ¿no te gustaria? Como el que me haces a mi, ese si lo haces ¿no? — Dije con voz atrevida
—Si… digo no… no, no me gustaria— dijo como si cada palabra le costara el aliento.
Yo podia sentir su pito medio parado pero no por completo entonces…
—¿A no? y… ¿Por qué se te para? — dije mientras apretaba el culo agarrando su pito que ahora se habia parado por completo.
hace un quejido de satisfacción
—¿Que pasa? ¿entonces te gustan los masajes de pito?— dije mientras aflojaba el culo y lo volvia a apretar.
Podia escuchar su respiración acelerarse pero, notaba que no me podia responder.
—Tranquilo pá, esta vez yo te hago un buen masaje— Me movi de arriba a abajo tratando de hacer que su pito rosé la parte interior de mi culo con cada subida y bajada.
Lo unico que hacia eran gemidos —uff, no… ahh— era lo uno que podia decir, pero en un momento —Listo me cansaste— dijo enojado.
Siento que me agarra de la cadera y me empuja hacia abajo mientras el empujaba su cadera y su pito hacia arriba.
Despues de eso los dos nos levantamos completamente excitados y con la respiración rapida, el llega a decir —Termina lo que empezaste— señalando a su pantalon con una eraccion enorme.
—Bueno… — Dije mientras me sacaba toda la ropa y le sacaba toda la ropa a el, con su pito en mi cara, el me agarra de la cadera me da media vuelta y me señala la silla.
El dice mientras se sienta —Veni.
Entonces me monto en su pito, pero de frente a el, cara a cara al mismo nivel y yo con su pito en el culo, decido besarlo de lengua.
Un rato después de tantos besos el me agarra de la cadera y es el mismo quien me sube y baja, para poder cojerme.
—Que livianito que sos dijo— mientras esta vez me agarro de la parte de atras de mi culo, eso hizo que no tenga la misma estabilidad que cuando me agareaba de la cadera, entonces me incline hacia delante y lo empece a besar mientras me levantaba y me bajaba una y otra vez
Se escuchaban como aplausos cada que me la metia —clap, clap, clap— lo sentia completamente adentro, como si fuera parte de mi. todo mi cuerpo se quemaba.
Gemidos cada vez mas fuertes y orgasmos cada vez mas salvajes se escapaban de nuestras bocas.
—Ahora viene lo mejor— dije mientras aprete mi culo con su pito adentro.
—uff, ahh, ahh
En un momento escuche que dijo —Voy a… — no pudo terminar la frase, que ambos terminamos acabando a la vez, yo en todo su pecho hacia abajo y el en todo mi culo.
Yo no tenia fuerzas para salir de su culo asi que nos quedamos ahi besandonos hasta que escuchamos a mi mama despertarse de su sienta. »
Esa era la historia más hermosa y erótica que había escrito hasta el momento. El simple hecho de pensarla y dejarla fluir en el papel la volvía real en mi cabeza, como si no la estuviera inventando, sino recordando. Era una sensación fantástica: una mezcla de concentración total y, al mismo tiempo, la impresión de perderme entre las letras, entre los gestos, entre esa escena imaginada que me envolvía por completo.
Por un rato, todo lo demás desaparecía. Solo existía ese instante, ese mundo que iba creando palabra por palabra. Mientras escribía, no había nada más: solo eso, solo lo que nacía entre mis manos. Y en ese lugar secreto, todo —por fin— tenía sentido para mí.
Al terminar de escribir, en ese preciso momento, ya lo tenía decidido. Sabía lo que quería. Como si, de pronto, un plan que llevaba meses gestándose en algún rincón de mi cabeza se revelara de golpe, nítido, inevitable. No era solo una idea: era una certeza. Y, aunque todavía no sabía cómo ni cuándo, entendí que tenía que hacerlo. Que no podía seguir con todo eso guardado.
El plan…
Era que su mente de padre intacta…
Se pervertiera, que guste de mi…
Su hijo. La persona que mas lo amaba y el no sabia.
Quiero que se entere que lo adoró…
Lo amo muy produnfamente…
No me importaba, si salia mal o bien…
Solo quiero que vea lo que siento. muy dentro mio.
Ya no podía seguir callado y encerrado.
No después de todo lo que sentí…
Intenté seguir con mi día, hacer la tarea, copiar lo del pizarrón… pero era imposible. Las palabras en el cuaderno se borraban solas, los números no tenían sentido. Mi cabeza estaba en otro lado.
No dejaba de pensar en él. En cómo hacerlo. En cuándo. En si tendría el valor.
La hona que escribi estaba guardada en mi mochila, doblado en cuatro, como si ardiera.
Sentía que lo llevaba encima como una bomba de tiempo.
Cada tanto, lo tocaba para asegurarme de que seguía ahí.
Me pasé horas imaginando cómo haria para que guste de mi….
No podía pensar en otra cosa.
Era como si todo mi cuerpo estuviera ocupado por una sola idea, latiendo fuerte, empujando desde adentro.
Volví a casa como en piloto automático. No recuerdo bien cómo llegué. Caminé las cuadras sin mirar nada, con el ruido del mundo apagado. Solo una idea me golpeaba una y otra vez desde adentro, sin dejarme respirar del todo.
Apenas entré, lo vi. Estaba en la cocina, de espaldas, preparando algo. La luz le daba justo en la nuca, y por un instante todo se detuvo.
Y ahí…
Ahí se me ocurrió.
Fue como si algo hiciera clic. Una chispa. Una salida. Una forma.
Sentí el corazón saltarme un golpe. No lo pensé más.
Corrí directo a mi pieza. Cerré la puerta. agarre un boxer que estaba por tirar. El bóxer estaba tan viejo que la tela casi no ocultaba nada. Se podía ver más de la cuenta, si uno se fijaba bien. No era muy explicito pero, para mi funcionaria. Me saque toda la ropa excepto las medias y me puse el boxer.
Él estaba en la cocina. Yo con solo el boxer y unas medias… me diriji hacia la cocina.
Mientras cruzaba el pasillo, algo dentro de mí empezó a vibrar con fuerza. No era miedo, no del todo. Era esa sacudida dulce y vertiginosa que nace cuando el corazón se anticipa a algo importante.
Sentía los latidos golpeando con intensidad, como si mi pecho intentara hablar por mí. La adrenalina fluía, sí, pero envuelta en una ternura que me empujaba hacia adelante. Era amor. Puro, claro, palpitante.
Y cuanto más me acercaba, más se aquietaba todo por dentro. Como si con cada paso, en lugar de asustarme, me estuviera encontrando. El temblor seguía presente, sí, pero ya no me detenía: era impulso. Una fuerza suave que me guiaba, que me decía —estaba bien, esta bien, no esta mal sentirse enamorado… de tu papa— Me decia a mi mismo aunque sabia que era raro, yo seguí.
Cada paso me acercaba no solo a él, sino a lo que siempre había sentido y por fin me atrevía a mirar de frente. Era solo un paso más, pero podía ser el que lo cambiara todo. Como si ese simple acto —acercarme— pudiera abrir una puerta que ninguno de los dos se había atrevido a tocar.
No sabía exactamente qué iba a decir, pero sí sabía como iba a actuar frente a el.
La luz cálida de la cocina se filtraba por la puerta entreabierta. El sonido del cuchillo contra la tabla, el aroma del ajo y algo más, quizás tomillo, flotaban en el aire. Estaba ahí, de espaldas, cocinando, como si fuera un día cualquiera. Pero para mí, no lo era.
Me apoyé suavemente en el marco de la puerta.
—¿Qué haces? —pregunté, buscando sonar casual.
Él giró apenas la cabeza, sonrió, y volvió a centrarse en lo que estaba cortando.No me habia visto…
—Pasta. Tenía ganas. ¿Querés?
—Siempre quiero —respondí con una risa leve.
Entre y me acerque para ver como cocinaba. El temblor seguía ahí, pero no era ansiedad: era energía, como si todo lo que sentía empezara a ordenarse en forma de movimiento. Me calmaba, pero no me detenía. Era solo un paso más… aunque uno que podía cambiar muchas cosas.
—Huele bien —dije, y él alzó la mirada por un instante y me vio, me vio de abajo para arriba.
—Gracias —murmuró.
El silencio se hizo por un segundo, y entonces, sin querer, rozó con el codo un vaso de plástico que estaba cerca del borde. Cayó al suelo cerca suyo.
—Deja, yo lo agarro—dije…
Era mi oportunidad, me agache para agarrar el vaso a espalda suya, pero aproveche el momento y lo empuje con mi culo aproposito.
Tenia la situacion perfecta que buscaba, mi culo estaba completamente apuntando hacia el, se lo estaba regalando completamente.
—Uy, disculpá —dije mientras sentía esa sensación de estar siendo observado. No podía evitar ponerme nervioso, como si algo invisible me estuviera apretando el pecho. Levanté el vaso con cuidado y lo devolví a su lugar.
Cuando lo miré, él seguía como si nada. Cocinando. Tranquilo. Casi indiferente. No era lo que había imaginado, no era la escena que había ensayado tantas veces en mi cabeza. Ninguna tensión, ninguna señal. Solo él, revolviendo la salsa, como si yo no significara nada especial.
—¿Por qué usás ese bóxer todo viejo y medio roto? —preguntó de repente, con su tono calmo, casi distraído.
—Por… porque hace calor, y me entra un poco de viento —respondí, forzando una risa nerviosa.
No estaba pasando lo que yo quería. No había una chispa, ni una mirada que dijera “yo también te amo”.
Y por dentro, algo empezaba a apagarse.
No estaba funcionando…
Sentía cómo el aire se espesaba, no por lo que pasaba, sino por lo que no pasaba. Por todo lo que había imaginado y no estaba ocurriendo. Quise decir algo más, hacer algo que rompiera el silencio, pero nada me salía.
—Igual… te queda bien —dijo, sin mirarme, con una pequeña risa escondida en la voz.
Me quedé quieto. Fue una frase simple, rápida. Pero por dentro, algo se movió.
Y eso bastó para que algo dentro de mí volviera a encenderse. Chiquito, pero real. Como una esperanza tímida que, aún sin permiso, se atrevía a asomarse. Entonces dije…
—Lo importante es que cumpla su función.
Él sonrió, todavía enfocado en la salsa, como si no le sorprendiera la respuesta.
—Claro. La comodidad ante todo, ¿no?—dijo bromeando.
—Es viejo, pero cómodo —dije, mirando la olla como si fuera lo más interesante del mundo.
—Se nota —contestó él, mientras me volvió a dar otra mirada rápida.
Fue rápido, pero distinto. Como si hubiera algo más detrás de esos ojos. Una chispa, o una duda, o las dos cosas a la vez.
Me quedé un rato más en la cocina, sin decir mucho. Él seguía cocinando, moviéndose tranquilo, como si nada. Como si ese «te queda bien» hubiese sido solo una frase más.
Me fui a mi pieza sin decir mucho más. Cerré la puerta despacio, como si eso pudiera evitar que algo se desarmara adentro mío.
Me dejé caer en la cama, de costado, con la cabeza en la almohada. Todavía podía sentir el roce leve de su mirada, ese instante en el que sé que me vio… pero no sé si le gustó.
Lo pensé de nuevo. El comentario. Su tono.
“Igual… te queda bien.”
Había sido rápido, casi al pasar. Pero lo dijo. Y no me miró después. No del todo.
Y yo ahí, con ese bóxer viejo que ya debería haber tirado, tan gastado que en algunas partes se podía ver a través. No era provocación. Era descuido. O costumbre. Pero igual, estaba expuesto. Y él lo vio.
Eso seguro.
Lo que no sé es qué vio.
O mejor dicho, cómo lo vio.
Me di vuelta en la cama, tratando de soltar el pensamiento. Pero no se iba.
Si no le importó el boxer, ¿por qué diría algo del boxer?
Y si le gustó…
Sentía esa mezcla rara de emoción a medias, como una ilusión buena y a la vez mala, con miedo… con mucha incertidumbre.
No estaba seguro de nada.
Pero algo había cambiado.
Aunque sea solo para mí.
Más preguntas me llegaban…
¿Y si fue muy obvio?
¿O demasiado sutil?
El pensamiento me dejó una sensación rara en el pecho. No era tristeza del todo. Era más como una inquietud que quemaba de a poco.
Y en medio de eso, surgió la idea.
Capaz tengo que probar otra cosa.
Algo que parezca igual de casual. Algo que lo saque un poco del lugar cómodo. Algo que lo haga mirarme distinto, como lo miro yo.
Me senté en la cama. Mi cabeza ya estaba encendida.
Tal vez mañana me ponga esa remera que me marca los brazos. La que me dijo una vez que me quedaba bien, pero que nunca uso en casa.
O le puedo pedir que me enseñe a hacer esa receta nueva, acercarme un poco más, decirle alguna boludez al oído, como sin querer.
Un rato pensando, se me ocurrio, algo mucho mejor y mas directo, en mi cabeza era un plan perfecto.
Y esta vez… iba a estar atento a todo, hasta de su respiracion si hace falta.
Al dia siguiente, la idea se mantuvo todo el día, firme. Una mezcla de impulso y estrategia. Cuando se hizo de noche y todo parecía calmarse, fui hasta la cocina, lo vi ahí, lavando los platos con ese gesto tranquilo que siempre tiene al final del día.
—¿Querés ver una peli en mi pieza? —le pregunté, lo más natural posible, como si no me hubiese pasado la última hora practicando cómo decirlo.
Él tardó medio segundo, pero dijo que sí, con una sonrisa simple. Como si no fuera nada.
Volví a mi habitación, me saque todo. Me puse el bóxer viejo. El mismo. La tela ya casi transparente en algunos puntos. No lo pensé demasiado. O sí. Pero no me lo quise admitir.
Apagué la luz principal, dejé la de la mesa de noche. Algo tenue, cómodo.
Él llegó, tenia puesta su vestimenta comoda para dormir, un pantalon corto y una remera corta. Trajo una manta doblada y un paquete de galletitas que abrió con la boca, como siempre. Nos acomodamos en la cama, espalda contra la pared, piernas estiradas, pantalla iluminando la pieza.
La película empezó.
No hablábamos mucho. Comentarios sueltos, alguna risa baja. Pero yo no estaba prestando atención del todo. Cada tanto, me movía apenas. Acercándome. No de golpe. Como quien busca más espacio. Como quien se acomoda.
La manta compartida nos rozaba los muslos. Lo sentía cerca. El calor del cuerpo. La distancia que se iba achicando sin que nadie dijera nada.
La película seguía, pero el ambiente ya había cambiado.
No era solo la cercanía, ni el calor bajo la manta. Era la forma en que el silencio entre los dos empezaba a sentirse más denso. Más lleno.
Me moví apenas. Lo suficiente como para apoyarme un poco más en él. No huyó del contacto. Al contrario. Lo sentí quedarse, quieto, firme.
Entonces, sin pensarlo mucho, deslicé mi brazo por debajo de la manta, lento, y lo abracé. Primero con cuidado, como tanteando si podía. Como si no supiera si ese espacio me pertenecía.
No dijo nada. No se alejó.
Solo lo sentí respirar más profundo.
Como si ese gesto, pequeño, le hubiera aflojado algo por dentro.
Me acerqué más. Mi torso contra el suyo. El calor era distinto ahora. Más directo. Más real.
Mis piernas estaban dobladas, pero quise sentirlo más. Así que, sin apuro, apoyé una contra la suya. Apenas al principio. Pero él no se movió. Así que seguí. Lentamente. Hasta rodearlo por completo con la pierna, abrazándolo también con ella. Como si mi cuerpo quisiera recordarle que estaba ahí. Que ya no había espacio entre nosotros. Podia sentir mi pito tocar su pierna completamente.
Entonces lo sentí.
Su pecho subía y bajaba más rápido. Su respiración golpeaba el aire entre los dos. Yo también respiraba agitado, pero en silencio. Afuera, la película seguía. Pero adentro, no quedaba nada más que nosotros.
Sentí su mano moverse, casi sin querer, tocándome el brazo. No apretaba. Solo estaba ahí, como si buscara comprobar que esto estaba pasando.
Y ahí, en ese instante, necesitaba sentirlo más.
Llevé una mano al borde de la manta y la empujé hacia abajo. No bruscamente. Solo lo justo. Dejé que el aire fresco nos rozara. Que no hubiera nada entre su piel y la mía más que ese espacio que, por fin, estaba desapareciendo.
Lo abracé completo.
Y por primera vez, él me abrazó también.
No hubo palabras.
Solo eso.
El cuerpo diciendo todo lo que la boca aún no se animaba.
Algo estaba pasando.
Todavía no sabía qué…
pero esta vez no era solo yo.
Los créditos empezaron a correr, lentos y silenciosos. La pantalla se tiñó de sombras azules. No nos habíamos movido en un buen rato.
Él respiró hondo. Yo ya lo tenía completamente entre mis brazos, la pierna enredada, la cabeza casi rozando su cuello.
—Me voy a dormir —dijo en voz baja, casi susurrando.
No contesté enseguida. Lo abracé un poco más fuerte, como si mi cuerpo se negara a soltarlo antes que mi boca.
—Quedate a dormir acá —le dije, sin soltarlo.
No insistí. No lo miré. Solo lo sostuve un poco más.
Él no respondió enseguida, pero tampoco se movió. El silencio se alargó unos segundos más.
Y entonces, lo sentí aflojarse. Relajarse.
—Bueno… —murmuró.
No pude evitar sonreír. Pero no lo mostré. Solo me acomodé detrás suyo cuando se giró para recostarse de lado, de espaldas a mí.
Me quedé así, con la cara a centímetros de su nuca. Quise quedarme despierto, disfrutarlo, estirarlo. Pero el cuerpo se fue rindiendo.
Me hice el dormido.
Por si él necesitaba espacio.
Por si quería moverse sin sentirse observado.
Y así nos quedamos. Él de espaldas tapado. Yo detrás tambien de espalda pero destapado, quieto.
El cuarto se llenó de ese silencio de madrugada.
No supe cuánto tiempo pasó, pero en algún momento, lo sentí.
El colchón se hundió apenas.
Un movimiento leve.
Él se dio vuelta.
No me moví. Mantuve la respiración lenta, como si siguiera dormido. Pero por dentro, el corazón me latía fuerte.
Pude sentirlo. Su cuerpo más cerca. Su mirada.
No me tocó.
No dijo nada.
Pero lo supe.
Me estaba mirando.
Y por un momento, solo por uno, me sentí completamente expuesto y completamente querido. Esto me provocó una ereccion inevitable, no me queria mover hacia su lado, no queria que la note.
La habitación estaba en silencio. Profundo, espeso.
Pero algo me despertó.
Un sonido apenas perceptible.
Tela rozando contra tela. Como si alguien se moviera con cuidado de no hacer ruido.
Abrí los ojos despacio, sin moverme.
Y entonces vi un destello.
Una luz tenue, fría.
Como la de un celular.
No iluminaba del todo, pero sí lo justo para saber que algo se movía en la habitación.
No podía ver qué estaba haciendo. Solo sentía… ese movimiento controlado. Casi contenido.
Me quedé quieto. Atento.
El corazón empezó a acelerarse. No por miedo. Por algo más eléctrico.
Escuché el colchón hundirse un poco. Un paso.
Decidí darme vuelta, despacio. Como si fuera parte de un sueño. Pero justo cuando lo hice, él también se giró. Rápido.
Me dio la espalda, como si nada.
Solo logre ver el brillo de la pantalla de su celular. Solo eso nada mas, Solo su figura quieta. Respirando un poco más agitada de lo normal.
Esperé un momento, entreabriendo los ojos. Fingí dormir.
Y ahí lo vi.
La sombra de su cuerpo moverse hasta el baño de mi pieza.
Entró y cerró la puerta apenas, sin trabarla.
No podía más. La curiosidad me llenaba el pecho como una presión leve pero insistente.
Me levanté en silencio. Sin hacer ruido. Me acerqué a la puerta.
Pero necesitaba saber.
Algo estaba pasando.
Y ya no quería seguir en la duda.
Me acerqué, conteniendo la respiración, pegando el oído a la puerta.
Al principio, Escuché solamente la tapa del inodoro cerrarse. Nada más.
Pero después… algo cambió.
Un roce.
Primero leve. Luego, más constante.
Mas rapido. Una respiración más agitada. El sonido húmedo de una piel que se mueve con otra.
Me quedé inmóvil.
No necesitaba ver.
El cuerpo, a veces, lo entiende todo antes que la mente.
Lo escuchaba respirando fuerte. Intentando ser silencioso, sin lograrlo del todo.
Un gemido apenas contenido. Ahogado. Como si no quisiera, pero no pudiera evitarlo.
Mi pecho se apretó. Por algo más difícil de nombrar. Una mezcla de deseo, sorpresa, amor y excitación.
Mi mano se quedó quieta, cerca del picaporte.
No iba a abrir.
No iba a interrumpir.
Solo quería quedarme ahí, en ese umbral invisible, sabiendo.
Sintiéndome parte de eso, aunque él creyera que estaba dormido.
La respiración crecía, se desordenaba. Un sonido ahogado, casi desesperado, y luego… silencio.
El agua del grifo. Un suspiro largo. Una pausa.
Di dos pasos atrás, en puntas de pie, y volví a la cama. Me metí bajo la manta, el corazón todavía en la garganta.
Lo escuché volver.
Caminar lento.
Apagar la luz.
Acostarse otra vez, de espaldas a mí.
No dijo nada.
Yo tampoco.
Esta vez ai sentí que se durmio completamente. yo por la emocion del momento, la excitación que me provoco, no pude evitar taparme con la manta y empezar a masturbarme en silencio mientras lo miraba.
Recordaba cada mirada, casa roze, cada charla, pero sobre todo aquel video.
Me levante me fui al baño y hice lo mismo que el… masturbarme. Acabe… volvi a la cama, pero algo no me cerraba… en ese momento no le di importancia, lo deje para el otro dia y me dormi.
A la mañana siguiente, desperté antes que él.
La habitación estaba tibia, callada, con esa luz tenue que entra sin apuro cuando ya no es madrugada pero todavía no es del todo día.
Lo miré de reojo. Dormía boca arriba, el pecho subiendo y bajando con lentitud. Tan tranquilo, tan… distante.
Me quedé mirando el techo.
Y entonces, la duda me golpeó.
No con fuerza, sino con ese tipo de peso suave que se instala en el pecho y no se va.
¿Estaba mirando algo en su celular? ¿Porno?
¿Era eso lo que iluminaba la pieza anoche?
¿O… estaba usando la luz solo para alumbrarse a sí mismo?
¿Para verme?
para… ¿Para alumbrarme el culo?
No lo sabía.
Mi cabeza empezó a tejer posibilidades.
Y aunque todo en mí quería quedarse con la idea más íntima, más cargada, mas erótica, no podía dejar de pensar en la otra.
Tal vez… no tenía nada que ver conmigo.
Tal vez solo coincidí con el momento.
Tragué saliva.
El recuerdo de esos sonidos seguía nítido en mi cuerpo. Como si aún lo escuchara detrás de la puerta.
Y sin embargo…
había algo en esa noche que podía haberlo cambiado todo.
¿Y si ya le gustaba?
¿Y si yo no era el único que sentía esto crecer?
No tenía pruebas.
Solo esa sensación vibrando bajo la piel.
Esa mezcla de vértigo, ternura y deseo que no podía ignorar.
Lo miré. Dormía tranquilo.
Pero en mi pecho, las mariposas no paraban de agitarse.
Era como si estuviera experimentando nuevamente la sensacion amor por primera vez.
Pasaron los días.
Nada volvió a mencionarse sobre aquella noche.
Ni los ruidos.
Ni la luz.
Ni las miradas.
Pero algo había cambiado.
O tal vez no algo.
Yo había cambiado.
Desde entonces, empecé a andar por la casa en bóxer casi todo el tiempo.
No sabía si era provocación o una forma de probar si él también lo había sentido.
Tal vez solo buscaba seguir siendo visto. Por él.
Él no decía nada. Se comportaba como siempre.
Pero de vez en cuando… lo notaba.
Esas miradas fugaces. Ese silencio medido.
Ese pequeño retardo en su respuesta, como si su mente se hubiera ido a otro lugar por un segundo.
Una tarde cualquiera, mientras yo estaba tirado en el sillón con el ventilador girando sobre mi cuerpo medio dormido, me dijo:
—¿Querés que te haga un masaje con bambú? Ya sabés que te va a relajar.
Ya lo había hecho antes, algunas veces. Siempre muy profesional, serio, sin doble sentido.
Asentí sin pensar demasiado.
Fui al vestidor, me cambié. Me puse solo una toalla en la cintura. El calor lo justificaba… pero también había una intención más suave detrás de ese gesto.
Me recosté en la colchoneta, boca abajo.
Él preparó todo. Los palos, el aceite, la música baja enel parlante.
Y empezó el masaje.
Sus manos firmes, el bambú recorriendo mi espalda, la presión justa.
No hubo nada fuera de lugar. Todo fue como siempre. Profesional. Tranquilo. Casi frío.
Y sin embargo…
cada vez que su mano pasaba cerca de mi cintura, el recuerdo de aquella noche volvía.
El sonido.
La respiración.
La luz en la oscuridad.
Cuando terminó, me agradeció con una sonrisa simple, sin doble fondo.
Me levanté con algo de flojera, los músculos sueltos, pero la cabeza llena de ruido.
Me hizo recordar…
Ese video gay.
Las imagenes en su celular.
Mi propio cuerpo reaccionaba ya con tal solo recordar, necesitaba ver ese video devuelta, nececitaba masturbarme urgentemente.
Fui a mi pieza, me senté en la cama… y no pude más.
Me levanté. Caminé hasta su pieza.
La puerta estaba entreabierta.
Su celular descansaba en la mesa de luz, cargando, como si no tuviera secretos.
Pero esta vez no dudé. Lo agarré sin culpa, como quien abre una puerta sabiendo que ya no hay vuelta atrás.
Era curiosidad. Sí.
Pero también era otra cosa.
Una necesidad de entender que le excita, no pude ver el video completo, tenia que hacerlo para saber… Saber como hacer para que el se acerque cada vez mas a mi, por simple morbo y excitación.
Busqué.
Al principio, no lo encontraba.
Había otras fotos, otros videos… pero nada.
Eso me llevó a buscar más. A ir más profundo.
Y fue entonces cuando vi una carpeta.
Se llamaba «hijo»… Ese nombre me tensó por completo.
La abrí.
Y ahí estaban.
No una, ni dos.
Decenas de fotos. Todas mías.
Algunas eran sutiles: yo en el sillón, leyendo o dormido.
Otras… más íntimas, más cercanas.
Zoom a mi espalda mojada después de una ducha.
Mis piernas colgando de la cama.
El contorno de mi cuerpo bajo la ropa más gastada.
Ese bóxer viejo que, de pronto, entendí… nunca había pasado desapercibido.
Eran imágenes cuidadas.
No vulgares.
Casi… tiernas. Como si me hubiera fotografiado con amor. Con deseo, sí, pero con cuidado. Con algo que rozaba la devoción.
Había videos también.
Yo cocinando.
Yo durmiendo con la boca entreabierta.
Yo mirándolo sin saber que era visto.
Y de golpe, sentí una sonrisa suave, inesperada, formarse en mi cara.
Ya lo sabía.
Muy en el fondo, siempre lo supe.
Pero ahora lo tenía delante, en su forma más cruda, más real.
No era solo deseo.
Era fijación.
Era belleza.
Era la prueba de que él también había sentido algo desde antes, desde mucho antes.
Y eso… me gustaba.
Me hizo sentir deseado.
No como una figura lejana, sino como alguien que había habitado su mirada, su tiempo, su deseo secreto.
Pero algo me llamó la atención.
Una carpeta más abajo. Más escondida.
Sin nombre. Solo un ícono genérico.
Una de esas que no se encuentran a simple vista.
La abrí.
Y al principio fue parecido.
Videos de mí en casa, en shorts, en bóxer, caminando desprevenido.
Yo haciendo una chocolatada.
Yo acostado boca abajo en el sillón.
Cosas pequeñas.
Pero después… cambió.
Un video desde el marco de la puerta de mi pieza.
Yo saliendo de la ducha, con la toalla floja.
Me reía de algo, ni siquiera sabía que había alguien ahí.
Y en otro, yo cambiándome de ropa.
Más claro. Más íntimo.
Demasiado.
Grabaciones de mí durmiendo, pero con audio.
Con respiración agitada que no era la mía.
Susurros.
Ruidos de el masturbándose.
Podría haber sentido miedo o rabia.
Pero no fue así.
Algo en mí se removió.
No solo no me disgustó… me fascinó.
Habian videos, videos demasiados intimos, dos videos en los que se me podia ver completamente desnudo.
1° video
Este video me llamó especialmente la atención.
Era más reciente.
Le di play.
La grabación comienza en un baño que reconozco al instante era su vestidor, el vestidor en donde me preparaba para el masaje de bambú:
la cámara se mueve de forma torpe al principio, se nota que está siendo colocada.
Y entonces lo veo a él.
Entra en cuadro con un aire contenido, casi apurado, y revisa con rapidez una repisa alta, detrás de una pila de toallas.
Tiene la respiración agitada, como si estuviera por hacer algo indebido.
Y lo está haciendo.
Coloca el celular entre una caja de cartón y un frasco de crema. Lo ajusta. Se aleja. Vuelve. Lo reacomoda para que el ángulo tome justo el centro del baño.
Después se queda ahí un segundo, mirándolo, como preguntándose si de verdad va a dejarlo grabando.
Finalmente, se va.
Me veo a mí mismo entrar, sin saber nada.
Cerré la puerta, pero no del todo.
Y empecé a cambiarme.
Me quité la remera y la colgué en el gancho de la puerta, sin gracia. Me quedé en bóxer, ese viejo que ya era casi parte de mí.
Estaba estirado, la tela algo transparente en algunas zonas por el uso.
El boxer se me caia solo, me lo termino de sacar, estaba completamente desnudo. Me paso una mano por la nuca. Me rasco la panza. Me observo en el espejo sin saber que estoy siendo observado.
Me agacho un poco para poder agarrar la toalla pequeña que estaba encima de la tapa del inodoro, por un momento se me podia ver completamente el culo… Me coloco la toalla, me miro si me queda bien en el espejo.
Pero al final, cuando salgo del baño, pasa casi un minuto de silencio.
Entonces, vuelve él.
Su sombra aparece primero. Entra en cuadro rápido, como si no aguantara más.
Toma el teléfono con una torpeza que no había tenido antes.
Se lo guarda sin mirar directamente al lente.
Y se va.
Fin del video.
Me quedé con el celular entre las manos, sintiendo algo raro, me sentía como una actriz porno, preparandose para el show
Pero no término ahí.
Había otro video. Uno sin título, sin miniatura. Solo una duración: 6:43.
Lo abrí.
No reconocí el ángulo al principio.
La cámara estaba escondida.
Pero claramente era mi pieza.
Yo entraba en escena. Desprevenido.
Con una toalla en la cintura, el pelo húmedo.
Caminaba hasta el armario, abría, buscaba ropa, como cualquier otro día. En un momento, agarro mi celular y me saco la toalla…
Me siento en la cama, pareciera que estaba buscando algo en el celular hasta que lo encontre. Estaba buscando porno… Me empiezo a masturbar, la camara podia grabarme masturbandome de costado
Me estaba masturbando rapido, y mas rapido. en un momento, me empiezo a meter un dedo en el culo, dejo el celular a un lado, me recuesto en la cama abierto de piernas, con una mano me masturbaba y con la otra me metia 2 dedos en el culo.
Me estaba masturbando con fuerza hasta que acabe.
fin del video.
Se me escapo un pensamiento:
¡¿Como sabía que yo hacia eso despues de salir del baño?! ¿Que tanto sabe sobre mi?
¿Sabrá que el me gusta?
¿Desde cuándo me miraba tan de cerca?
Yo pensaba que estaba obsesionado con él. Que lo mío era excesivo, desbordado, casi patético. Pero esto era otra cosa.
Otro nivel.
Él estaba en un lugar mucho más oscuro. Mucho más íntimo.
Sabía mis momentos vulnerables.
Sabía exactamente cuándo me soltaba y me masturbaba.
Y no solo lo sabía: lo esperaba.
Era morboso.
Demasiado morboso. hasta para mi.
Y, sin embargo…
No podía dejar de sentirme deseado, como una botella de agua en el desierto. El estaba obcecionado, completamente enamorado de mi… Parecia como si mis fantacias mas oscuras se hicieran realidad.
Nunca imaginé que un bóxer roto, medio transparente por el tiempo,
pudiera encender esa clase de deseo callado. Me había convertido en la escena principal de sus deseos sexuales.
Mierda. Y yo que pensaba que era el confundido.
Resulta que él estaba actuando todo el tiempo.
Y actuaba bien.
Demasiado bien.
Ahora entendía porque era el unico que sabia que era gay.
Ya tenía la primera parte de mi plan resuelta: que gustara de mi, pero no me inagine, su deseo, su obsesión.
Eso lo hacia todo mas facil, ahora solo faltaba lo más interesante…
Entregar mi cuerpo entero en sus brazos.
Aunque no queria que lo tenga tan facil, yo queria ser quien lo toque primero
Tenia que encontrar una excusa para tocarlo primero.
Por eso, esa tarde, mientras él estaba en el living, le lancé la idea como quien no quiere nada:
—¿Y si me enseñás a hacer masajes? Digo… después de todo lo que hiciste por mí, puedo devolvértelo.
Además, me da curiosidad —agregué, con una sonrisa ligera.
Él me miró por encima del celular, alzó una ceja, y luego se encogió de hombros con esa calma suya que siempre esconde algo.
—¿Ahora querés aprender técnicas milenarias?
—Bueno, no sé si milenarias… pero sí las tuyas —repliqué, medio en broma, medio en serio.
No pasó mucho más.
Estábamos en su oficina, con las luces bajas y el aire denso de silencio cómodo.
Él estaba ya en la camilla, boca abajo, y se había puesto un short corto, de esos que apenas dejaban espacio entre la tela y la piel.
—Ponete la venda —le dije, con más seguridad de la que tenía.
Me miró desde abajo, con cierta sospecha divertida, pero terminó accediendo.
—Bueno… —dijo mientras se la colocaba— empezá por la espalda. Usá las dos manos, como si amasaras con un rodillo, firme pero parejo… blablabla…
Fue lo último que le escuché con claridad.
Mi cabeza ya no estaba ahí. Solo podía verlo: su espalda desnuda, la curva suave de la cintura, ese espacio entre el short y el comienzo de la piel que parecía hecho a propósito.
Respiraba hondo, tranquilo, confiado.
Y yo, con las manos sobre él, tenía el mundo entero contenido en esa escena…
Al principio hacia los masajes como me decia, pero…
En algún punto, ya no pude seguir fingiendo.
Las manos empezaron a moverse solas, no como él había explicado, sino como yo sentía que necesitaba tocarlo.
Bajé por los hombros, lento.
Pasé los dedos por su columna con un leve zigzag, no técnico, pero sí atento.
Rodeé con ambas manos sus costados, y luego subí de nuevo con las palmas abiertas, acariciando más que masajeando.
Fue ahí cuando él murmuró, entre dientes:
—No… así no… ahí no… —su voz era baja, como si no quisiera sonar molesto, pero algo lo había sorprendido.
Me detuve un segundo, con el corazón en la garganta. Y sin sacarle las manos de encima, le dije suave, con un tono más íntimo que profesional:
—Tranquilo… estás en buenas manos.
Solo dejate llevar.
No dijo nada más.
Y yo tampoco.
Solo dejé que mis manos hablaran. Que dijeran lo que mi boca aún no se atrevía.
Me deslicé por su espalda con movimientos lentos, no precisos, pero sí intencionados.
Le dibujé con las yemas cada línea, cada curva, como si su cuerpo fuera algo que había querido leer desde siempre.
Y cuanto más lo tocaba, más me daba cuenta de lo que eso significaba:
él no podía verme.
Y eso…
eso me gustaba.
La venda sobre sus ojos no era solo un detalle. Era una especie de confesión inversa.
Porque mientras él se dejaba hacer, ciego y expuesto, yo lo miraba entero.
Cada músculo que se tensaba.
Cada leve contracción cuando pasaba cerca del límite del short.
El temblor suave que aparecía y desaparecía con cada movimiento.
¿Esto sentía cuando me masajeaba? Es increíble… tal vez podria hacer eso que el hacia…
Me incliné un poco más. Sentí su respiración profunda, pero ya no tan regular.
Le rozaba el cuello sin querer, o queriendo un poco.
Y cuando mis dedos bajaron por su espalda hasta casi rozar su culo, no se movió.
Se quedó ahí. Entregado. Silencioso. Ardiente.
Es como si me hubiese dado permiso en silencio, yo continue, toque su culo. El no decia nada, eso me prendia mucho mas.
Estaba en mis manos. Literalmente.
Mi ereccion empezo a doler se estaba apretando mucho con el pantalon, yo no desperdicie que el no me podia ver… Me baje el pantalon casi tirandolo, como para que el lo pudiese escuchar. Me saque la remera, el boxer, todo…
Estaba completamente desnudo al frente suya sin que el me pudiera ver…
Segui con el masaje, hasta que le dije
—Date la vuelta
—¿Seguro?— me dijo con un tono travieso.
—Segurisimo.
dije… Se dio la vuelta de a poco, hasta que se dio la vuelta completamente. Tenia una erección. Ambos estabamos muy excitados, ardiendo por dentro… los dos teniamos lo que habiamos deseado.
Yo segui con el masaje, primero desde su cuello y hombro, como una acaricia. Cada que lo tocaba, su pito parecia reaccionar, estaba completamente atrapado en su short.
Mientras mas bajaba su pito mas palpitaba, mas rapido se movia. Parecia la representación de los latidos de su corazon.
Baje despacio, hasta su vientre, me detuve.
—Estas un poco inflamado, creo que te voy a tener que ayudar con eso tambien— dije con una risa traviesa. mientras me relamia los labios.
El no dijo nada, solamente vi su pito completamente extendido, ya me habia respondido.
Luego de un silencio observando su erección.
—Al final sí que eras inquieto… —dijo con una media sonrisa, la voz apenas ronca por el placer.
—Ni te imaginás cuán inquieto me pongo cuando te veo así —le susurré, masajeando alrededor de su cintura, dejando que mis pulgares se deslizaran un poco más lento de lo necesario.
Él soltó una risa baja, entre nerviosa y provocadora.
—¿Por qué tardaste tanto…? Ya me estaba volviendo loco.
—Tal vez me gustaba hacerme desear —murmuré, acercándome apenas más, el aliento tocándole la piel.
—Bueno, felicidades —dijo—. Lo lograste. Me tenés hecho un desastre.
—¿Un desastre lindo o un desastre peligroso?
—Depende… —respondió, ladeando la cabeza sin quitarse la venda— ¿vas a hacerlo de una vez o vas a seguir torturándome?
—¿Y si hago las dos cosas? —dije, dejándole la pregunta flotando justo sobre la piel.
Mis manos ya no buscaban relajar.
Buscaban provocar.
Despertar.
Desordenar.
Deslicé los dedos por su cintura, bordeando el short con una lentitud milimétrica.
Él no dijo nada, pero el temblor leve que recorrió su espalda hablaba por sí solo.
Y la forma en que apretó apenas los puños sobre la camilla…
me hizo sonreír.
—Vas a tener que sacarte puntos si seguís así… —bromeó, con esa voz ronca que ya no podía esconder el calor.
—¿Y qué pasa si me saco la venda?
—No te la saques, es «terapéutico » — dije burlandome de lo que el me decía.
—Mi pito no aguanta mas, por lo menos liberalo— Dijo señalando con sus manos el short completqmemte estirado por su erección.
Soltó un suspiro largo. Casi como un gemido contenido.
Me deslicé hacia un costado, dejando que mis piernas rozaran suavemente las suyas, hasta quedar apoyado medio torso sobre su espalda.
Acaricié el límite de su short con las palmas abiertas, bajando hasta sus muslos, sin cruzar la línea. No todavía.
Pero lo sentía.
El calor.
La espera.
La rendición.
—¿Y si no quiero? —pregunté, besando apenas su hombro.
—Lo voy a tener que hacer yo mismo… —respondió con una sonrisa cargada de deseo
— Pero si esto es un masaje mal echo, ojalá te equivoques seguido.— Nos reímos, entre jadeos suaves y toques que ya no sabían de límites.
Y mientras lo seguía tocando, mientras lo sentía respirar cada vez más rápido bajo mí, supe que ya no había vuelta atrás.
Agarre su pantalon desde los extremos y se los baje, se los baje lento como si quisiera disfrutar de esa escena lenta en mi cabeza.
—Sacamelos por completo, ya les agarre odio gracias a vos— dijo, Yo me rei casi como un villano.
Se los saco por completo y me acerco para observar mas de serca su pito caliente y duro.
Media unos, 16 cm para mi era enorme sentia que podrian entrar mis dos manos a diferencia del mio que apenas entraba la mia. Me causaba curiosidad, entonces con un dedo toque la punta humeda que sobresalía.
Se estremeció.
— ufff ¡Agarrala de una vez! —dijo con un tono entre molesto y agitado… pero el temblor en su voz lo delataba.
—Uy, qué carácter… —sonreí mientras bajaba un poco más las manos, lento—. Solo estoy ajustando cuentas… un pequeño castigo por tanto mirón, acosador.
—No es mi culpa si andás provocando con ese boxer asesino —resoplo, sin moverse.
—¿Ah, sí? ¿Y qué parte te mató más? ¿La costura suelta o el agujerito estratégico?
—Callate…
—¿Por qué? Si sé que te gusta. —Me incliné cerca de su oído, bajando la voz— Y si no te gusta, ¿por qué no me frenás?—
—Solamente sos un acosador con excusa de masajista —dije entre risas, besándole ahora el hombro—. Pero no te preocupes, estás en buenas manos.
—Tenes razon pero vos sos… —dijo sin poder terminar la frase porque finalmente lo empece a masturbar.
—Ahora si nos estamos entendiendo, pervertido— dije mientras sentia que todos sus musculos se tensaban.
—ahh ohh uff— hacia gemidos cada que subia y bajaba —¿Que pasa? ¿no me podes hablar?— Dije, burlandome, pero el. no se quedo atras y agarro mi culo con su mano.
—Es-esto es lo que queria de vos, dejame jugar con esto— dijo completamente excitado, desesperado, casi rogando.
Me incliné, le di un beso lento en la boca y le dije.
—Se ve que sí podés hablar… pero primero hay que comerse el plato de entrada antes de llegar al principal, ¿no?
cuando me acerqué otra vez para robarle otro beso…
me lo robó él antes.
Intenso. Cálido. Con lengua. De esos que te hacen olvidar dónde estás, o cómo se respira.
Sus labios sabían a todo lo que había deseado en silencio.
A ese deseo contenido, a tantas miradas no devueltas.
A ganas atrasadas.
Cuando se separó, con la respiración entrecortada, me apreto fuerte una nalga.
—¿Ya puedo comer el plato principal? —preguntó, con la voz ronca, medio entre risa y súplica.
Yo me acerqué hasta su oído, despacio, y le susurré:
—Puede ser…
Pero primero necesito comer yo.
Y sin darle tiempo a responder, tomé el control de sus caderas con mis manos, y bajé con la boca.
—¿Qué estás…? —empezó a decir mientras levantaba un poco la cabeza.
Le puse un dedo en los labios.
—Shhh… dijiste que confiabas en mis manos… o mejor dicho boca…
No dijo nada. Solo se mordió el labio y dejó caer la cabeza hacia atrás, entregado.
Mi boca fue marcando un camino lento hasta su pito, sin apuro, como si cada centímetro de su piel fuese parte de un mapa secreto que yo había estado esperando descifrar.
—Estás temblando —dije en un susurro, sin dejar de acariciarlo.
—Y vos estás torturándome —respondió con una risa entrecortada, tragándose las ganas de gemir.
Me reí también, cerca de su ombligo.
—¿Quién diría que el «masajista acosador» iba a terminar siendo la víctima?
Lo escuché gruñir bajito, en una mezcla deliciosa de frustración y entrega.
Me acerque a su pito y lo empecé a besar con pasion, luego siento que una se sus manos estaba sobre mi cabeza.
—Ya… Ya no me puedo controlar— dijo mientras empujaba mi cabeza hacia su pito.
Se la empecé a chupar, arriba abajo, me constaba hacerlo, nunca lo habia echo antes, pero aguante. Tenia que calmar al monstruo que creé.
No hacia ahorcadas no hacia ruido ya me empece a aconstumbrar, sentia todo su pito completamente dentro de mi boca pequeña de 12 años. Me estaba gustando, no tenia feo olor o sabor, parecia casi como si se hubiese preparado antes de venir, como si se hubiese colocado una especie de aceite, de esos que sacan el mal olor a pis, del pito.
En un momento saco su mano, me subo encima suya, los dos estabamos encima de la camilla, con mi pito y mi culo apuntanndo a su cabeza, dejo caer mi pito hacia su boca.
—No lo voy a hacer todo… yo… — no me dejo terminar la frase y ya me estaba chupando el pito, parecia que sabia lo que estaba haciendo. chupaba, succionaba y lamia por dentro con la lengua. Era todo un profesional.
No me quede atras y yo tambien se la empece a chupar. fue una sensacion increible, cada gemido era entrecortado, ahogado, los dos estabamos chupando el pito de ambos.
Empece a temblar involuntariamente, no me habia pasado antes, no era miedo… era todo lo contrario, era un placer inexplicable.
Yo no aguante, me la chupaba demasiado bien, casi no me podia concentrar para chuparsela a el. Tenia una sensación de euforia muy grande, no podia dejar de temblar y gemir. En un momento de tanto placer.
—Voy a acabar… dejame que acabe haciendome una paja— dije a punto de eyacular.
Pero cuando intente levantarme, para apartarme y sacar mi pito de su boca. Él me agarra de la cadera y no me deja salir.
—¡Para! ¿que haces? voy a acabar en tu boca—Dije, mientras me intentaba aguantar de eyacular. Pero. no pude.
Y entonces estallé
Una descarga caliente me atravesó entero, espasmosa, brutal. Me estremecí sin poder controlarlo, solté un gemido que ni yo reconocí, y eyacule en su boca. Fue como vaciarme y al mismo tiempo encenderme por dentro.
Caí sobre él, sin fuerzas, aún jadeando. Mi cabeza se apoyaba de su pito aun duro. Mi aliento estaba desordenado, largo, aspirado, como si no pudiera llenar los pulmones.
Estaba agotado… pero todavía ardía. Mi piel seguía sensible, los latidos aún galopaban, y el calor entre nosotros era un eco persistente, húmedo, íntimo.
—Que extraño que sabe esto— dijo, él seguia bromeando, pero yo no tenia energia ni para reirme, solamente estaba ahi descansando sobre su cuerpo, sobre su pito aun caliente.
—¿Tan poco aguantaste? Todavía no pude ni comer, aunque si que me hidrataste, tu semen parecia aguado— dijo bromeando, apenas lo escuchaba. Estaba muy perdido y distraído por la sensacion que acaba de sentir.
Se saco la venda y me toco el culo. similar a tocarle el hombro a alguien para llamar su atencion.
—Hey, hey… ¡yo no terminé todavía! —protestó, con un tono entre frustrado y molesto. Su respiración seguía agitada, los ojos encendidos, pero ya no tenía el control.
—Bueno… entonces vas a quedarte acá — dijo con una sonrisa traviesa. me dejo en la camilla.
Me quedó mirándolo, confundido, excitado.
Él se di media vuelta y se alejo sin apuro. Cuando volvio, traía en la mano una crema.
—¿Qué vas a hacer con eso? —pregunte, con la voz un poco temblorosa. Ya sabía la respuesta, y su cuerpo también.
Se acerco hasta mi, me miro a los ojos mientras ss untaba un poco en la mano.
—Lo que merecés —Me susurro cerca del oído—. Ahora me toca tenerte en mis manos. Ya tuviste tu momento… Yo no.
—Ya no me vas a poder controlar. Fuiste vos el que despertó esto en mí… y ahora, vas a sentirlo todo.— mientras me abría las piernas.
—Espera, acabo de eyacular nose si voy a poder seguir— dije, indeciso si seguir.
—No sé, pero yo no hacepto un, no, como respuesta. Jugaste mucho con migo ahora es mi turno.— dijo mientras me colocaba es crema en el culo.
—Bueno… — dije, ya sabia que no podia controlarlo mas. Él estaba completamente excitado, descontrolado, me miraba con unos ojos de deseo que hasta me incomodaban. Hasta por reflejo cerre las poernas pero…
Él agarro mis dos piernas y me las abrio —No las vuelvas a cerrar— dijo con una mirada intimidante, parecia alguien distinto, era como un perro queriendo cojer con una perra en celó.
En mi cabeza decia que mountro cree a lo mejor no tuve que haber tardado tanto en masturbarlo…
Pero en ese momento me sonrio devuelta, esa sonrisa calida, que me derretia siempre. uff habia vuelto…
—Disfrutemos juntos, estaba disfrutando de la vista nada mas— dijo mientras acercaba su pito a mi culo.
—No te limites— dije porque no lo veia muy seguro de seguir, seguramente pensaba que no tenia preparado el culo. Pero si lo tenia, cada paja me metia los dedos, casi preparandome para esta momento.
—Bueno pero despues no te quejes— Metio completamente su pito hasta el fondo. Me estremecí pero no de dolor de excitación, lo sentia completamente adentro mio, casi como si se fusionara.
—uff ¿Te duele hijo? — Dijo preocupado, por haberme estremecido.
—Para nada… dale movete que si no, no lo disfrutó— respondí, parecia como si toda la energia que habia perdido apareciera de golpe. Mi pito se volvio a parar, seguia dando batalla.
Me la empezó a meter y sacar, al principio despacio, pero no tardo mucho en agarrar la velocidad de un conejo. —¿Como te entra tan facil teniendo 12? ahh, uff, ahh, ¡es tan apretado! — dijo jadeando y gimiendo con fuerza.
Lo mire y con un sonrisa traviesa. —Estuve jugando con mi culo pensando en vos muchas veces— dije, mientras sentia como se excitaba aun mas, un animal era poco comparado a el.
Gemidos, respiraciones rapidas y el sonido que hacia cada que me embestía. El amor se podia escuchar. Él estaba teniendo entre su pito lo que tanto deseaba y yo estaba teniendo adentro lo que tanto amaba y admiraba.
Estuvismos como 4 minutos así, ambos no nos parabamos de decir lo tanto que nos amábamos y queriamos.
En un momento el se inclina con la pija aun metida y me besa..
Me besó con una intensidad que no había sentido nunca.
Sus labios lo decían todo: lo que había callado, lo que había soñado, lo que había imaginado en silencio.
Y cuando nos separamos un segundo, nuestras frentes pegadas, nuestras respiraciones mezcladas, lo miré con una sonrisa ladeada y los ojos entrecerrados.
—¿Así se siente cumplir una fantasía? —le susurré con picardía, mi voz un poco ronca, acariciándole la nuca.
Él me miró como si acabara de sacarle el aire.
No dijo nada.
Solo me sostuvo la mirada, con una mezcla de sorpresa y ternura, como si no supiera cómo había llegado hasta ahí, pero tampoco quisiera estar en otro lugar.
Y entonces me besó de nuevo.
Más suave, más lento…
Como si la respuesta estuviera ahí, entre nuestras bocas.
Su cuerpo se acercó aún más al mío, mientras me la metia, sus manos recorrieron todo mi cuerpo con una urgencia que ya no necesitaba palabras.
Me acerque a su oreja.
No lo toqué. Ni un dedo.
Y le dije, con una voz suave, firme, deliciosa:
—Si supieras todo lo que pensé hacerte… mientras me mirabas sin que yo supiera.
Lo sentí estremecerse.
Se mordió el labio. Cerró los ojos como si la frase lo hubiese atravesado.
—Gracias… hijo… — dijo, se levanto y me la empezó a meter, no fue rapido ni lento, era como si lo estuviese disfrutando mucho, hasta que en un momento…
Lo senti… En un orgasmo fuerte lo senti eyacular dentro mio… Su semen, su calor estaba completamente adentro mio. No solo me estremecí, casi por reaccion gemí con fuerza.
El se desplomo encima mia, abrazandome. Nos quedamos un rato así compartiendo el calor.
Estábamos envueltos en la tibieza de la habitación, con la respiración más lenta y el corazón todavía agitado.
Él me acariciaba el brazo, como si no pudiera soltarme ni un segundo.
—Gracias —dijo nuevamente de pronto, en voz baja, casi como si no supiera si podía decirlo.
Lo miré, curioso. Su mirada estaba fija en mí, suave, transparente.
—¿Por qué?
Él suspiró, esbozando una sonrisa apenas temblorosa.
—Por todo… Por lo que hiciste en Córdoba. Por ese boxer ridículo —dijo entre risas cómplices—. Por inventarte planes, por no rendirte conmigo, incluso cuando yo me hacía el que no veía nada.
Su voz bajó aún más, como si estuviera confesando algo de lo más profundo.
—Yo era un cobarde. Moría por vos, pero no podía moverme. Tenía tanto miedo de arruinarlo todo… de equivocarme. Y vos… vos fuiste valiente. Tan valiente. Me viste, me entendiste… me fuiste a buscar.
Me tomó la cara entre las manos y me besó con una dulzura distinta, más honda.
—Gracias por no rendirte. Gracias por dar el primer paso.
Me quedé en silencio un segundo, con un nudo en el pecho. Nadie me había mirado así antes. Nadie me había dicho eso así.
—Valió la pena, ¿no? —susurré, buscando su boca otra vez.
—Más de lo que imaginás —respondió él, abrazándome como si no quisiera que el momento terminara nunca…
—¿Y mamá?— dije, recordando que teniamos que volver a la casa.
Tuvimos que vestirnos rápido, como si el tiempo nos hubiese vuelto a atrapar.
Él se acomodó la remera con las manos aún tibias de mí. Yo apenas podía dejar de mirarlo, como si aún me quedaran ganas de besarlo mil veces más.
—Tenemos que volver antes de que tu mamá empiece a sospechar —dijo con una sonrisa culpable mientras se abrochaba el cinturón.
—Sí… pero, ¿y si nos perdemos cinco minutos más? —susurré, acercándome apenas.
Él me respondió con una mirada que decía «no me tientes», y otra vez, ese roce en los labios, breve, eléctrico, como si todo nuestro cuerpo supiera que estábamos robando tiempo al mundo.
Salimos de su oficina, el auto iba en silencio, pero las manos, no.
Debajo de la remera, mis dedos se deslizaron por su muslo. Él se mordió el labio, disimulando una sonrisa.
Sus dedos bajaron a mi cintura, apenas presionando como si su tacto pudiera decirme “sigo acá, conmigo, no te suelto”.
Caminamos desde el auto a la casa como si nada.
Mi mamá estaba en el patio, colgando ropa.
Nos saludó con un «¡Ah, ya volvieron!» mientras seguía colgando una toalla sin levantar la mirada.
Y nosotros…
Nosotros nos sentamos en la cocina, como si fuera cualquier tarde.
Pero no lo era.
Él se sentó al lado mío, muy cerca. Nuestros brazos se rozaban al tomar el mate.
A veces, nuestras rodillas se tocaban bajo la mesa.
Yo hablaba con mamá sobre el pan que había comprado, y él me miraba como si no pudiera creer que estuviera ahí, a su lado.
—Te queda bien esa remera —susurró cuando ella fue a buscar algo a la despensa.
—Y a vos te quedan bien los ojos cuando me mirás así —le respondí, bajito.
Él sonrió, con esa sonrisa que me derretía, esa mezcla entre ternura y deseo.
—Nunca pensé que esto iba a pasar, ¿sabés? —me dijo.
—Yo sí —le contesté.
—¿Desde cuándo?
—Desde que te vi mirarme como si me desearas y no te atrevieras a admitirlo.
—Sos tan valiente… —murmuró, acariciándome con el dedo el dorso de la mano.
—Y vos tan hermoso —agregué, entrelazando nuestros dedos por debajo de la mesa.
Mi mamá volvió con una bolsa en la mano.
Nos miró rápido. No dijo nada.
Y yo pensé que tal vez, si miraba un poco más, sí podría ver que el amor, aunque escondido, estaba ahí… desbordando en cada roce leve, en cada mirada que no sabía disimular.
Estuvimos mucho tiempo, saliendo jugando, cojiendo, divirtiendonos y besandonos con pasion casi como una pareja, como si fueramos novios que recien se conocían… hasta que yo no me podia sacar preguntas de la cabeza.
Estábamos tirados en el pasto de un parque alejado, donde sabíamos que nadie nos conocía. Habíamos salido a caminar después de cenar en la casa. El cielo estaba lleno de estrellas y el aire tenía esa calma que solo se siente cuando uno está con la persona correcta, sin que nadie los vea.
Él agarro un rato su celular, distraído, mientras yo lo miraba. Desde que había visto esos videos en su celular, no podía sacarme algo de la cabeza. Lo tenía atravesado como un nudo en el pecho. Me ardía la curiosidad, la necesidad de saber, de entender. Hasta ahora no me había animado a preguntarle. Pero en ese momento, entre el silencio y su presencia tan cerca, sentí que ya no podía guardármelo más.
—¿Puedo preguntarte algo…? —dije, rompiendo el silencio, mientras giraba el rostro hacia él.
—Siempre —respondió sin dudar, sin levantar la vista del celular.
—Esos videos… Los que tenías guardados en tu celular… No solo eran de mí —dije con cuidado—. También había otros chicos. ¿Quiénes eran?
Él se detuvo. La pantalla del celular se apago. Pasaron unos segundos hasta que se atrevió a mirarme.
—Sabía que en algún momento ibas a preguntar —dijo, sin evasivas—. No te voy a mentir.
Me preparé para algo que no sabía si quería escuchar.
—Eran chicos con los que estuve. Pero no fue por amor. Nunca fue por amor —dijo, y se sentó con las rodillas dobladas, mirando al frente, sin tocarme.
—¿Entonces por qué? —pregunté, tragando saliva.
—Por necesidad —respondió sin rodeos—. En ese momento estaba mal de plata. Muy mal. Y… bueno, algunos de esos videos… fueron parte de eso. Algo que hacés cuando creés que no hay otra salida.
Me quedé callado. No supe qué decir. Sentí algo parecido a celos, mezclado con tristeza, pero también con confusión.
—¿Y ahora? —pregunté apenas, con la voz más suave—. ¿Ahora por qué estás conmigo?
Él se giró hacia mí. Me miró con los ojos más honestos que había visto en mi vida.
—Porque ahora sí es amor. Nunca lo había sentido así. Lo tuyo fue diferente desde el primer segundo. Cuando hiciste todo eso con el bóxer, cuando me invitaste a ver la película, cuando te acercaste… yo me moría por vos. Pero tenía tanto miedo de arruinarlo. De que si hacía algo, vos te alejaras. Y no quería perderte.
Mis ojos se humedecieron. Le creí. Siempre le creía, incluso cuando no entendía todo. Su forma de hablarme era como si el mundo se callara solo para que lo escuche.
—¿Y cómo hacías para estar cerca mío sin que se te notara…? —pregunté.
Él suspiró.
—Fue durísimo. Me cuidaba de cada mirada, de cada gesto. Tenía miedo de que me leyeras. De que notaras algo en mí… Porque vos sos tan perceptivo. Y yo… yo vivía con el corazón en la garganta. Me encantabas. Desde mucho antes de que vos supieras.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?
—Porque era cobarde —dijo bajando la vista—. Y porque soy tu papá… También porque nunca me sentí digno de eso que vos me dabas. Y porque estaba acostumbrado a esconder todo lo que soy. Desde siempre. A tener que ser fuerte, masculino, normal. Lo otro no se decía, no se mostraba. Y mucho menos se sentía de verdad.
Me acerqué y lo abracé fuerte.
—Yo también tuve miedo —le dije en voz baja, apoyando mi frente en su hombro—. Miedo de no gustarte, de que solo fuera una fantasía mía.
—No sabés cuánto me gustás —dijo, besándome el pelo—. Pero no es solo físico. Sos mi calma, mi deseo, mi refugio.
Nos quedamos así, abrazados, sintiendo el calor del cuerpo del otro en medio del pasto frío.
—A veces pienso en cómo sería si todo esto no fuera un secreto —dije.
—Sería hermoso. Pero por ahora, es lo que hay. Y mientras vos estés conmigo, yo puedo con todo —dijo, acariciándome la espalda con ternura.
Volvimos a casa sin decir mucho más. Pero lo dicho había quedado flotando, latiendo entre nosotros como un corazón compartido. Éramos novios sin decirlo, sin firmarlo, pero más reales que muchas parejas a la vista de todos.
Y esa noche, al cerrar los ojos, entendí que el amor verdadero también se escribe con cicatrices, con dudas, y con las verdades que uno se atreve a contar cuando ya no tiene miedo de ser visto tal cual es…
yo cumpli 13 años. solo. fue una fiiesta y nada mas.
Pero al dia siguiente…
La tarde caía lenta, como si supiera que algo importante estaba a punto de revelarse. El aire tenía ese calor tibio de los días tranquilos, pero en el corazón del protagonista se cocinaba una tormenta de emociones. Estabamos sentados en la cocina. Mamá se había ido a comprar.
La luz naranja del sol se reflejaba en las paredes y en ese silencio cómplice, él rompió la quietud:
—¿Desde cuándo sabías que te gustaba? —preguntó él, mirándome con esos ojos que ya no necesitaban esconder nada.
—Desde Córdoba… esa noche en el patio —dije sin dudar—. Esa noche yo me enamore de vos, de tu pito… Suena raro pero asi fue—dije, un poco incómodo por contarle eso.
seguí. —Cuando crucé el pasillo con el boxer, tenía muchos nervios, como si fuese a confesarme… ahí me di cuenta que ya no podía evitarlo.
Él bajó la mirada, sonriendo casi con vergüenza.
—No es raro tranquilo, yo hice lo mismo, no estaba seguro de lo que estaba haciendo, sos mi hijo, pero no podia evitarlo—dijo, sin mirarme.
—Yo tampoco lo podia evitar, tambien pensaba que sos mi papa… Pero a ninguno de los dos nos importo—dije, mas seguro de hablar con el, estabamos contando cosas mas profundas.
—Somos unos pervertidos—dijo, riendose, ya sin vergüenza.
Ambos levantamos la mirada y nos miramos.
—¿Qué pensaste cuando empecé a caminar por la casa en bóxer viejo? —le pregunté, queriendo saber si me había visto como yo lo había imaginado.
—Pensé que te veías super hermoso, nunca pude tener una vista asi de tierna de vos. Era dificl contener mi erección, era casi una tortura—admitió sin vueltas—. Pero también me asusté… porque sentí que me estabas hablando sin decir nada. Me di cuenta de que podía perder el control.
—¿Desde cuándo sabías que estabas enamorado de mí?
Él tardó un poco en responder. Sus dedos acariciaban los míos, casi como si cada roce le diera valor.
—Mucho antes que vos… Cuando te hacia esos masajes, me gustaba mucho hacerlos… Me di cuenta de mis sentimientos, cuando te vi con la toalla, preparado para el. masaje de bambu— dijo, un poco perdido en su cabeza recordando los momentos
—Yo no me queria sentir un enfermo, fue por eso que intente ser un padre normal para vos y para tu madre. Pero, si, esa seria la primera vez, algo me cambió. No podia sentir otra cosa, que no sea un calor silencioso en mi pecho cuando estaba serca tuyo. Yo nada mas te miraba a vos, eras el unico que me hacia sentir enfermo por pensar asi de sucio… Pero aunque lo intentara de evitar, no podia.— Me abrazo con una mano y dijo:
—En el patio, cuando te llamé para ayudarme con la silla… la verdad es que no necesitaba ayuda con eso —dijo, bajando la mirada con una sonrisa tímida—. Solo quería una excusa para que vinieras. Para tenerte cerca. Lo que de verdad necesitaba… eras vos.
Lo miré en silencio, sintiendo cómo esas palabras me aflojaban el pecho.
—Y cuando por fin nos sentamos… —continuó, con los ojos clavados en los míos—. Me acuerdo perfecto. Yo me senté primero, y vos sin decir nada, te sentaste arriba mío. Como si fuera lo más natural del mundo. Como si ya supieras que ahí era tu lugar.
Mi corazón latía más fuerte. Esa tarde la tenía grabada en el cuerpo. El calor del sol, el olor a tierra húmeda, el crujido de la silla vieja. Y su cuerpo sosteniéndome desde abajo, como si me estuviera esperando desde siempre.
—No sabés lo que me costó no abrazarte —agregó, con una risa bajita—. Sentirte tan cerca y a la vez no poder decirte nada. Tenía tanto miedo… pero también una parte de mí estaba feliz. Porque, por un momento, sentí que me elegías.
Me mordí el labio, conteniendo las ganas de besarlo en ese mismo instante.
—Yo ya te estaba eligiendo —le dije—. Desde ese día, aunque no lo entendía del todo, ya era con vos, te tenia una profunda confianza.
—Por eso te conté esas cosas tan íntimas y traviesas que hacía… —dije, más bajo—. Porque quería ver si vos también sentías algo. Si te pasaba lo mismo que a mí. Y aunque no me lo dijeras, me quedo claro con tu erección.
Él se quedó unos segundos sin hablar. Me tomó la mano con fuerza, como si esa confesión le hubiera desarmado algo que llevaba mucho tiempo apretado.
—Me deje llevar un poco, me gusto mucho la sensacion de ese culito… —dijo con voz suave y con una mirada traviesa.
Nos quedamos en silencio, con los dedos entrelazados, y una cercanía tan cálida que parecía envolvernos como una manta invisible.
—Nunca nadie me hizo sentir tan visto —dije, apenas un susurro—. Tan querido… Tan deseado.
Lo miré, con el corazón latiendo fuerte.
—Y vos nunca supiste lo hermoso que era verte… cuando no te dabas cuenta —él dijo—. Cuando caminabas por la casa con ese boxer viejo, sin sospechar lo que generabas en mí.
Él rió bajo, y su risa se mezcló con un suspiro emocionado.
—¿Cómo no iba a enamorarme? —dijo—. Si eras vos el que me estaba provocando y yo no me daba cuenta.
Nos quedamos un rato en silencio. No incómodo. Era de esos silencios suaves, que se sienten como una sábana tibia. Él jugaba con mis dedos. Yo, con su mirada.
—¿Alguna vez pensaste que esto no iba a pasar nunca? —le pregunté, bajito.
—Sí… —respondió casi sin voz—. Todas las noches. Cada vez que me iba a dormir solo, imaginaba que te tenía cerca. Que te abrazaba. Pero también pensaba que era imposible. sos mi hijo.
—¿Demasiado?
—Sí… demasiado yo intentaba no dejar de pensar en vos solo como mi hijo, era algo agobiante y cansador. Porque yo queria pensar en vos mas que como mi hijo, me reprimia a mi mismo para no pensar en que me gusto tenerte encima mia con una erección.—dijo, mientras note un poco de tristesa en la mirada. Se notaba que fue difícil.
—Pero no podia. y termine masturbandome pensando en vos, como si me estuviese liberando de toda mi angustia, ahi acepte lo que sentia por vos y no volvi a sentir vergüenza aunque el miedo seguia.— dijo, mientras me abrazaba cada vez mas fuerte como si recordaba el miedo.
—Papá, yo senti exactamente lo mismo, sentia que me repremia por pensar que vos eras mi papá. hasta que yo también me masturbe pensando en vos. Ahi empece a tramar un plan para llamar tu atención con…— dije, me frene y para desviar el tema.
—¿Y cuando me puse ese bóxer viejo? —le dije riéndome un poco.
Él también rió.
—Ahí me explotó todo. Pensé «o me está provocando, o yo ya estoy perdiendo la cabeza». Pero no podía permitirme pensar que vos también querías lo mismo.—dijo.
—¿Te decepcioné con algo?
—No. Jamás. Lo único que me dolió fue pensar que estuve tan cerca tuyo, tanto tiempo, y no me animé a tocarte una sola vez. Perdí mil momentos por miedo.
—Pero ya no.
—No. Ahora no pienso soltar ni uno.
—¿Y qué esperás de mí ahora? —pregunté en voz muy baja, con el corazón golpeando.
—Que te quedes. Que me sigas eligiendo. Que me dejes amarte como sé, aunque lo haya aprendido tarde.
Lo miré. No con las dudas de antes. Sino con un amor completamente nuevo.
—¿Y vos? —me preguntó él ahora—. ¿Qué esperás de mí?
—Que seas vos. Que no escondas más nada. Que me cuentes tus miedos, tus deseos. Que si un día no podés más, me lo digas. Eso hiciste con migo y ahora te lo quiero devolver.
Él se acercó despacio y apoyó su frente en la mía, con una sonrisa medio culpable.
—Creo que estoy empezando a quererte demasiado —dijo.
—Y bueno… no es mi culpa si soy irresistible para vos—le contesté, haciéndome el canchero.
Se rió, bajando la cabeza, y me abrazó fuerte. Nos quedamos así un rato, cómodos, tontos y tranquilos.
Pero justo cuando parecía que todo se calmaba, me acordé de algo.
—Che… —le dije, mirándolo serio—. ¿Te lavaste los dientes hoy?
—¡¿Qué?! ¡Obvio que sí!
—Mmm, no sé… tendría que verificarlo con un beso.
—Sos un tarado —dijo, riendo, pero se acercó igual.
Entonces levantó la cara apenas, y sin decir nada, me besó. Fue suave, lento, sin apuro. No necesitábamos decir nada, ya nos lo habíamos dicho todo con las miradas. Un beso largo, con sabor a confesión.
Nos abrazamos con mucho cariño por un rato, en silencio. Pero yo tenía una última pregunta que hacerle. Sabía que no era algo fácil de responder para él, pero ese era el momento perfecto para hacérsela.
Me separé apenas, lo suficiente para mirarlo a los ojos.
—¿Estas enamorado de mamá?
Él se quedó inmóvil. Me miró con una mezcla de sorpresa y tristeza.
No esperaba esa pregunta. Pero tampoco quiso esquivarla.
—Lo estaba… Ella me alegraba los días. Me enamoré tanto de ella, y ella de mí, que terminamos saliendo mucho, compartiendo todo. El amor fluyó —hizo una pausa, bajó la mirada, como si estuviera decidiendo si seguir o no—. Fluyó… hasta que te vi a vos. Pero no te culpes de nada la culpa es mia.
Lo miré en silencio, sin mover un músculo.
—Cuando empecé a hacerte esos masajes de bambú… al principio, te juro que no sentía nada raro. Era solo eso: un masaje. Pero con el tiempo… no sé, me empezó a gustar cómo reaccionabas. Lo suave que era tu piel, cómo se calentaba bajo mis manos… cómo a veces te mordías el labio sin darte cuenta, o cerrabas los ojos y dejabas escapar esos suspiros.
Hizo una pausa, bajando un poco la mirada, como si le diera pudor lo que estaba a punto de confesar.
—Después ya no podía no pensar en vos. En cómo te movías en la camilla, tan entregado… en cómo te quedaba el cuerpo así, relajado, como si estuvieras soñando. Y a mí me daban unas ganas de quedarme ahí, mirando, tocando, tu cuerpo de niño…
Volvió a mirarme y sonrió, un poco avergonzado.
—Perdón eso sonó raro… o demasiado específico. Sé que capaz parece morboso, pero te juro que… no era solo eso. Es que… me fuiste gustando de a poco, sin que me diera cuenta. Como un fuego lento. Y cuando me di cuenta, ya estaba prendido todo.
Me acerqué, con el corazón agitado pero la sonrisa en los labios. Le acaricié la cara despacio.
—No tenés que pedir perdón por desearme. Yo también pensaba cosas morbosas de vos… y despues de lo que hicimos no soy mas un niño.
—Esperá… —dije, deteniéndome con firmeza mientras lo miraba—. No me respondiste lo de ella.
—¿Lo de…?
—Sí —afirmé—. ¿Por qué te casaste con ella si sos gay?
El silencio fue inmediato. Lo vi tragar saliva, desviar los ojos hacia la ventana como si pudiera huir de la pregunta. Pero no huyó.
—Perdón… —murmuró—. Me dejé llevar pensando en vos… y esquivé la pregunta. No fue justo.
Sus labios temblaron levemente. Vi cómo su garganta se tensaba. Por un instante, parecía querer reprimir algo que necesitaba salir. Cerró los ojos y respiró hondo, como si se estuviera preparando para arrancarse una espina clavada desde hace años.
—No fue completamente por amor —dijo por fin, con la voz rota—. Me casé porque… porque tenía miedo.
Lo miré en silencio, esperando que siguiera.
—Toda mi vida fue esconderme. Fingir. Primero ante mi familia, después ante los amigos, después en el trabajo… cada paso que daba lo hacía pensando en que nadie sospechara. Me forcé a ser «normal», ¿sabés? Y cuando ella apareció… parecía la solución. Linda, dulce, con ganas de estar conmigo. ¿Quién iba a dudar de mí si estaba con alguien así?
Se le llenaron los ojos de lágrimas, y su voz se volvió un susurro dolido.
—Pero yo no la amaba. No de verdad. Y cada vez que intentaba convencerme de que sí, sentía que me traicionaba. Me daba asco verme en el espejo. Me decía: «capaz que si me esfuerzo más, lo logro. Capaz que el amor llega después». Pero no llegó.
Una lágrima resbaló por su mejilla y no la limpió.
—¿Y entonces por qué no te detuviste?
—Porque no quería aceptar lo que era. Porque tenía miedo de mirarme y saber que no era el hijo perfecto, el hombre perfecto, el marido perfecto. Pensé que si me casaba… si hacía todo “como debía ser”, esa parte de mí iba a morir sola.
—¿Y murió?
Me miró directo a los ojos. Estaba llorando sin esconderlo ahora.
—No. No murió. Se quedó dormida… hasta que vos apareciste. Y cuando te vi en esa cama, con la toalla, tirado como si no supieras lo que provocabas… todo lo que había reprimido se despertó de golpe. El deseo, sí. Pero más que eso. Las ganas de vivir de verdad. De no mentirme más.
Tomé su mano. Estaba temblando.
—¿Y ahora?
—Ahora me da vergüenza —dijo, bajando la mirada—. Vergüenza de haberte conocido así, lleno de secretos, con tu edad… Vergüenza de no haber sido valiente antes. De haber herido a alguien que no lo merecía. habeces pienso que hubieses estado mejor con un padre normal…
Lo abracé. Sentí su llanto contra mi cuello, y lo apreté más fuerte.
—No te disculpes por lo que no pudiste. Ya estás acá. Ya me lo estás diciendo. Eso también es valentía. Vos sos mi padre ahora y no te remplazaría por nada.
—¿De verdad me perdonás?
—Sí. Porque sé que no es fácil vivir con miedo. Ademas vos fuiste quien me encontro video porno gay, un padre de verdad me hubiese querido igual como tu lo hiciste… Pero también sé lo que se siente vivir con amor. Y ahora… estás aprendiendo a hacerlo.— baje la mirada—Ademas yo tambien me arrepiento de no haberle dicho a juan que lo amaba…
Me levanto la mirada, me miró, con los ojos vidriosos, y me besó como si por fin pudiera respirar.
Nos habíamos calmado. El silencio ya no pesaba, ahora era un refugio. Él jugaba con mis dedos todavía, pero esta vez, con una pausa distinta… como si aún guardara algo.
—Perdon por hacer tantas preguntas dificiles para vos ¿Puedo preguntarte algo mas? —le dije.
—Claro, me siento mucho mas liberado ahora hablando con vos—respondió.
—¿Cómo hiciste para ocultarlo tanto tiempo? ¿Cómo hiciste para que nadie… ni siquiera ella… se diera cuenta?
Él suspiró. Como si por dentro soltara un candado otra vez.
—No fue fácil. Me volví un actor, sin quererlo. Aprendí a decir las cosas que se esperaban de mí. A mirar de cierta forma. A tocar, besar… como si sintiera lo que no sentía. No por maldad. Por miedo. Por costumbre.
Lo miré en silencio. Su voz era baja, pero cada palabra tenía peso.
—Con ella… aprendí a cuidar cada gesto. Cuando hacíamos el amor, me concentraba en lo que a ella le gustaba, no en lo que yo sentía. Mantenía los ojos cerrados, me repetía cosas en la cabeza como si me estuviera entrenando para aguantar. Nunca pensé que iba a durar tanto. Pensé que me iba a pasar. Que iba a cambiar. Que lo mío era una confusión.
—¿Nunca lo hablaste con nadie? —pregunté, casi sin respiración.
—Jamás. Hasta vos. Vos fuiste el primero. —Me miró—. Y lo peor es que al principio me odié por eso. ¿Te acordás cuando me hablaste esa noche en Córdoba?
Asentí.
—Esa noche… me miraste con esos ojos tan abiertos, tan llenos de vida. Yo me sentía gris. Y vos brillabas. Y me sentí… tentado. Pero también sucio. Porque tenía miedo de que me descubrieras. Y al mismo tiempo, deseaba que lo hicieras.
—¿Por eso fuiste tan raro los primeros días? —le pregunté.
—Sí. No sabía si alejarme o quedarme. Pero cuando empecé a grabarte… no lo hice por morbo. Lo hice porque tenía miedo de olvidarte. Era mi manera de tenerte sin tenerte.
Me estremecí. Todo lo que me parecía extraño ahora tenía un nuevo significado.
—¿Y no te dolía? ¿Actuar todos los días?
—Me dolía tanto que ya no sentía nada. Me acostumbré a la anestesia. A ir por la vida sin desear, sin mirar, sin esperar. Hasta vos.
Me acerqué más, nuestras frentes se rozaban.
—¿Y cómo sabías qué decir, cómo moverte, cómo mentir tanto tiempo?
—Ensayaba. En mi cabeza. Me aprendí a mí mismo como si fuera un personaje. El tono de voz, los gestos, los silencios. Sabía cuándo reír. Sabía cuándo tocarla sin parecer incómodo. Es triste… pero me volvi bueno para eso.
—Y ahora… ¿seguís actuando?
—Con todos menos con vos —dijo—. Porque con vos, por fin, no tengo que hacer nada para gustarte.
Hubo un momento largo en el que no dijimos nada. Solo nos quedamos ahí, frente a frente, respirando ese espacio sin mentiras.
Lo abracé. Pero no fue un abrazo cualquiera. Fue como si lo estuviera agarrando del lugar donde se había escondido tanto tiempo.
—Gracias por no huir —le dije.
—Gracias por encontrarme —respondió.
No nos soltamos enseguida. Lo mantuve pegado a mí, como si al separarnos todo pudiera desmoronarse. Podía sentir su respiración temblar.
—¿Estás bien? —le susurré.
Él asintió… pero después negó con la cabeza, cerrando los ojos.
—No del todo. Todavía me cuesta creer que esto está pasando. Que estoy diciendo en voz alta lo que pensé que iba a llevarme a la tumba.
—¿Tenés miedo?
—Mucho. Pero es distinto ahora. No es el miedo de estar solo… es el miedo de perder esto. De perderte. A vos. A tu mamá. A esta casa.
—No sé que voy a hacer—dijo, bajando la mirada—. Pero necesito dejar de esconderme. No solo de los demás… de mí.
Volvió a sentarse en la silla de la cocina. Revolvía su té sin tomarlo, como si necesitara algo entre las manos para no romperse.
—Entonces… ¿vas a separarte de ella? —pregunté, sin rodeos, pero con un nudo en el pecho.
Él no respondió de inmediato. Solo respiró hondo, como si la pregunta lo atravesara más de lo que esperaba.
—Sí —dijo por fin, en voz baja—. Y me duele. Más de lo que creí que iba a dolerme.
—Me duele porque le prometí un futuro, una vida juntos. Porque hicimos hogar, rutina, incluso cariño. Y porque ella fue buena conmigo… mejor de lo que yo supe ser con ella.
—Pero también sé que, si no lo hago, me voy a seguir cagando a mi mismo —continuó, ahora mirándome fijo—. Y vos no merecés tener que pasar por esto… Esto es mi culpa… No mereces esto, No después de todo lo que ya hiciste por mí.
No pude evitar bajar la mirada. La casa… ese falso hogar, que contruyo mi mama y mi padrastro… estaba a punto de romperse. Y una parte de mí sentía culpa por eso aunque no la tuviese. Tarde o temprano se separarian.
—No quiero que sufras —le dije—. No quiero ser la razón de tu dolor de que tengas que seguir mintiendo.
Él se acercó más. Me tomó de las mejillas con las dos manos.
—Vos no sos una herida. Vos sos la cura. Lo único verdadero que tengo ahora. Y si tengo que pasar por un tiempo difícil para llegar a vos, lo voy a hacer.
—Bueno… ¿Y cómo vas a decírselo? —pregunté, temblando un poco.
—Con verdad. Sin excusas. Sin esconderme más.
—¿Y si ella me odia?
—Entonces dejaré que lo haga. Pero yo voy a seguir respetándola. Es mi culpa que se ponga mal, todo por mi egoísmo…
Me puse de pie. Caminé unos pasos hasta la ventana. Afuera, la tarde caía suave. Las luces empezaban a encenderse. Y en esa mezcla de sombra y calor, sentí que algo se cerraba… para que algo nuevo pudiera empezar.
—¿Y después? —pregunté sin mirarlo—. ¿Qué vamos a hacer los tres? Porque los tres vivimos acá. Y vos y ella son… mis padres.
—Después… —dijo él, con un tono más firme— vamos a aprender a ser otra cosa. Vamos a encontrar nuevas formas de querernos. No va a ser fácil. Pero tampoco va a ser una guerra.
Me di vuelta. Lo vi llorar, pero no de tristeza. Era otra cosa… como si por fin estuviera dejando de cargar con algo muy pesado.
—¿Y vos estás preparado para eso? Para dejar la actuación. Para vivir sin máscaras.
—Estoy listo —dijo—. Porque por primera vez en mi vida, me enamoré sin actuar. Y quiero vivir así. Con vos, pero en secreto.
Y lo abracé. No por compasión. No para consolarlo.
Lo abracé para decirle que entendía. Que yo también lo amaba. Y que íbamos a atravesar lo que viniera… juntos. Yo tambien estaba llorando por dentro…
Al dia siguiente La casa estaba inusualmente callada. Desde mi cuarto, con la puerta apenas entreabierta, alcancé a oír cuando ella lo llamó desde la cocina con voz firme.
—¿Qué pasa? —preguntó él, al entrar.
—Sos vos el que pidió hablar.
—Sí… —dijo, con un hilo de voz—. Necesito decirte algo que debí haber dicho hace mucho. Pero nunca fui capaz.
Ella no respondió. Solo esperó. El silencio se hizo espeso.
—Estoy cansado —empezó él—. Cansado de fingir. Cansado de no ser yo. Ya no puedo seguir actuando.
—¿Actuando qué?
—Lo nuestro.
Un silencio. Apenas un suspiro. Y luego, ella:
—Decilo. Con palabras claras.
—Soy gay.
La frase se quedó flotando. Casi ni la creí al oírla, incluso habiéndolo sabido ya. Pero en su boca, dicha con tanta culpa y dolor, cobraba un peso distinto.
—¿Desde cuándo? —preguntó ella, sin temblor, pero sí con algo muy frágil en la voz.
—Desde siempre. Solo que lo enterré. Lo tapé con esta vida que construimos. Pensé que podía transformarme. Que casándome, teniendo una casa, una rutina, podía convertirme en lo que todos esperaban.
—¿Y yo? ¿Era parte de esa mentira de mierda?
—No eras una mentira. Pero sí fuiste el lugar donde me escondí. Porque te quise. De una forma distinta. Pero no te amé como merecías. Nunca pude.
Ella cerró los ojos. Como si necesitara apagarlos para no romperse.
—¿Y me hiciste vivir esto casi cuatro años para recién hoy animarte a decirlo?
—Sí. Y me arrepiento. No por estar casado con vos. Sino por haber usado tu amor para ocultar el miedo que me tenía a mí mismo.
—¿Alguna vez pensaste decirme la verdad antes?
—Miles de veces. Pero no sabía cómo. Tenía miedo de verte decepcionada. De que me odiaras.
Ella se rió. Una risa hueca, seca.
—¿Y qué esperás ahora? ¿Que te aplauda por ser valiente hoy?
—No. Solo que me escuches. Y después, si querés, me odies con razón.
Ella se quedó quieta. Luego se apoyó contra la pared. Había lágrimas, pero no eran dramáticas. Eran esas que caen cuando algo por dentro se rinde.
—Siempre pensé que había algo que no me querías contar. Pero me convencí de que era cosa mía. Que exageraba.
—Te juro que quise amarte bien. De verdad. Me esforcé tanto…
—Ese es el problema. Que el amor no se esfuerza. El amor sucede. Lo tuyo fue una actuación, y sí, te salió perfecta. Pero yo no quiero vivir con un actor. Yo quiero vivir con alguien que me mire y me desee como yo a él.
Hubo otro silencio. Y luego ella dijo, más enojada:
—Sos un pelotudo. Sos solo un tipo que no pudo con su miedo. Y yo fui parte de tu mierda. Pero ahora ya no más.
—¿Podés perdonarme?
—No sé. No creó.
Y luego dijo lo más difícil:
—Tenés que irte. No por castigo, sino porque necesitás tu lugar. Y yo el mío. Ya no somos… una pareja de actores. No se que vamos a hacer con fede ahora, pero… lo nuestro termina acá.
Él no dijo nada. Solo asintió. Y ella se fue, con la dignidad de quien se despide sin escándalo, pero con el corazón hecho trizas y enojada.
La puerta del fondo se cerró despacio. No hubo portazos, ni gritos, ni escándalo. Solo ese sonido suave de una decisión que ya no tenía vuelta atrás.
Él se quedó ahí, quieto, sentado a la mesa. Mirando el mantel como si no supiera cómo volver a respirar.
Yo salí de mi cuarto sin hacer ruido, pero al verme, no se sorprendió. No dijo nada. Solo bajó la cabeza, avergonzado.
Me acerqué despacio. Me senté a su lado.
No dije «lo siento», porque eso sería mentir. Solo apoyé mi mano sobre la suya.
Él la aceptó enseguida. Cerró los dedos con fuerza alrededor de los míos. Como si esa pequeña caricia fuera el único hilo que lo sostenía al mundo.
—No tenías de otra… —le dije en voz baja.
No me respondió. Pero sus ojos, rojos, me buscaron con una ternura que me rompió un poco.
—¿Estabas escuchando? —preguntó, apenas audible.
Asentí.
—¿Y qué pensás de mí ahora?
—Lo mismo que antes. Que sos… mi papá y que te amo.
Él cerró los ojos. Una lágrima rodó sin ruido.
Pasamos así un rato. En silencio. Hasta que él soltó un suspiro largo y habló.
—Me voy a ir.
—¿A dónde?
—A la oficina. A la casa rentada donde doy los masajes. Tiene cocina, cama… puedo arreglármelas ahí. No puedo seguir acá. No ahora. Ella necesita espacio. Yo también.
Lo miré. No con tristeza, sino con aceptación. No era una huida. Era una decisión tomada con el corazón herido, pero claro.
—Me parece bien —dije—. creo
—Creo que seria lo mejor… Que rapido que viniste a consolarme.
Él sonrió un poco. La primera sonrisa en toda la tarde. Apenas una curva en los labios, pero suficiente para devolverle algo de alma al rostro.
—Gracias por no detenerme. Por ayudarme a hacer lo que tuve que hacer hace años.
—Lo único que sé —le dije— es que vas a empezar a ser vos por primera vez.
Se quedó mirándome. Me acarició el rostro con una dulzura que dolía.
—¿Y si te extraño? —pregunta
—Entonces me escribís. O me llamás. O me esperás en la camilla.
Él rió, bajito. Pero fue una risa real, al fin.
—Primero tenemos que pensar que hacer
Nos quedamos así. Sin besar. Sin llorar. Solo compartiendo el momento en el que él, por fin, empezaba a vivir desde la verdad.
Papá se fue esa noche. No con enojo, ni con ruido.
Se fue con su mochila al hombro y una caja con lo justo. Yo lo ayudé a cerrarla. Guardamos también un mate viejo, un cuaderno con dibujos míos, y esa foto donde estábamos los tres en el río en Córdoba, sonriendo sin saber lo que venía.
Durante unos días, la casa se sintió más grande. No porque faltara algo, sino porque había más aire. Silencios nuevos.
Mamá no hablaba mucho. Cocinaba sin mirar la olla y se le quemaban las tostadas. A veces me acariciaba la cabeza y suspiraba como si hubiera estado conteniendo la respiración por años.
Yo no pregunté nada. Sabía que cada uno necesitaba su tiempo para entender que el amor se acabo…
Una tarde, mientras tomaban un té en el patio —yo los escuchaba desde la ventana de mi pieza—, volvieron a hablar. No discutían. Se escuchaban.
—No quiero que él sienta que tiene que elegir —dijo mi mamá.
—Ni yo —respondió papá—. Y no quiero desaparecer de su vida.
—¿Una semana y una semana?
—Sí. Podemos organizarnos. Dividir los días, la ropa, el almuerzo del martes.
—¿Y las decisiones importantes?
—Juntos. Aunque estemos separados, seguimos siendo sus padres.
—Bueno dejame que le diga yo…
Hubo silencio.
Yo no segui escuchando. Me acosté en la cama con una sensación rara. Triste, pero en paz. se arreglaron las cosas.
Luego de unos dias… Mamá se sentó conmigo en la cocina cuando el sol ya se estaba apagando detrás de la ventana. Había algo distinto en su manera de moverse. Como si estuviera decidida, pero aún cansada del esfuerzo de sostenerse.
Me alcanzó una taza de chocolatada, y se sentó frente a mí.
Tardó unos segundos en hablar.
—Hoy… hablamos con papá. Bueno, vos ya lo sabés, supongo. Nos vamos a separar.
Asentí, sin ruido.
Ya no era sorpresa. Pero dolía igual.
—Pero hay algo más que quiero que sepas.
Lo que él me dijo fue…
Tomó aire. Su voz bajó, aunque ya estábamos solos.
—Tu papá me dijo que es gay.
Me quedé callado unos segundos, como si necesitara procesarlo. No me sobresalté ya lo sabia. Solo bajé la mirada, y fruncí el ceño apenas.
—Ah… —murmuré—. No sabía.—le dije
Levanté la cabeza y la miré a los ojos. Ni muy sorprendido, ni muy calmo. Como alguien que se entera de algo extraño, pero que no rompe nada.
—¿Estás bien con eso? —pregunté.
Ella dudó, luego sonrió con tristeza.
—Todavía no lo sé. Me cuesta. No por él. Sino por todo lo que construimos creyendo que era otra cosa. No sé si lo voy a poder perdonar…
Yo asentí, despacio. Toqué su mano. La tenía fría.
—No creo que haya sido facil. Decirte la verdad.
—No, no lo fue se le notaba en la cara—susurró—. Y tampoco fue facil para mi escucharlo.
La apreté suave, como diciendo “no estás sola”.
No le dije que ya lo sabia hace tiempo.
—No estoy enojado con ninguno —dije—. Y los quiero igual a los dos. Sólo quiero que ustedes estén bien.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.
Solo se inclinó un poco y me abrazó como cuando era más chico, cuando el mundo se resolvía en un regazo y una frazada.
—A veces pienso que sos demasiado inteligente para tener 13 años —dijo, con una media sonrisa—. Me estás estafando con la edad, ¿no?
Sonreí, apenas.
—Capaz que tengo 80 y me disfrazo bien.
—Eso explicaría muchas cosas —murmuró, y me acarició el pelo con los nudillos, como hacía cuando quería evitar llorar.
—Igual todavía me hacés la chocolatada mejor que nadie —dije, buscando que esa media sonrisa se quedara un poco más.
—Y vos seguís dejando la toalla en el piso. Así que estamos parejos.
Rieron sus ojos, aunque los tenía húmedos.
Nos abrazamos en silencio.
No era el final de nada. Era apenas un nuevo comienzo.
…
Los días que siguieron fueron raros. No tristes. No felices. Raros.
Como si el mundo hubiese cambiado de color y yo todavía no supiera si me gustaba el nuevo tono.
En casa con mamá todo era más tranquilo, aunque cada tanto se le nublaban los ojos cuando pensaba que no me daba cuenta.
La familia de ella vino dos veces “a ver cómo estaba”. Pero más que preguntar, juzgaban. Como si lo que había pasado fuera una traición. Como si papá hubiera roto un pacto secreto que sólo ellos conocían.
Decían cosas como:
—Pobre nene… —y me miraban con lástima, como si me hubiera pasado algo malo.
—Siempre fue raro ese chico… —en voz baja, pero no tanto.
Yo no decía nada. Solo los escuchaba con una paciencia que no me salía con nadie más.
Y pensaba: no tienen idea del alivio que se siente cuando alguien se atreve a ser quien es.
Empecé la semana con mi padre… La luz del atardecer entraba apenas por la cortina del consultorio. Esa casa rentada ya no era solo su lugar de trabajo: ahora era su refugio, su cueva, su mundo chiquito donde podía ser él sin máscaras.
Cuando llegué, la puerta estaba arrimada.
Entré sin hacer ruido.
Lo encontré en el rincón, sentado en el piso, con la espalda contra la pared y la cabeza entre las manos. Lloraba. Sin disimulo. Como alguien que ya no tiene a quién fingirle fortaleza.
—¿Qué pasó? —pregunté, cerrando despacio la puerta.
Él alzó los ojos. Los tenía hinchados, rojos. Pero no intentó limpiarse las lágrimas. Solo me miró como si no supiera cómo explicarme todo el dolor junto.
—Llamé a mi vieja —dijo—. Y me cortó. Me dijo que no quiere que vuelva a hablarle. Que deshonré a la familia. Que mejor me quede donde estoy, escondido.
Me acerqué sin decir nada. Me agaché a su lado.
—Y después llamé a mis tíos. Uno no me atendió. El otro me dijo que “esperaba más de mí”. Que los había decepcionado a todos.
—Que feo —dije, y puse mi mano sobre su rodilla.
—Lo peor es que no estoy sorprendido. Solo… me duele. Me duele haber sido tan buen hijo, tan buen sobrino, para que al final eso no importe si soy feliz siendo quien soy.
Me senté a su lado. Apoyó su cuerpo al mio, como si ahí sí pudiera descansar.
—No estás solo —susurré.
Nos quedamos así un rato. No como pareja. No como amantes. Solo como dos personas que sabían lo que es romperse por dentro y aún así elegir seguir.
Después de unos minutos, le acaricié el pelo. Él cerró los ojos.
—¿Querés que te prepare algo de comer? —pregunté, como si cocinar pudiera curar algo.
—Solo si te quedás a dormir —dijo con voz suave.
Me rio
—¿Que decis? si me toca quedarme una semana con vos. igual te cocino, levantate de ahi.
Se rió bajito, con la cara aún pegada a mi cuello.
Me levanté, y fui a la cocina pequeña del fondo. Cociné algo simple. Y mientras él se secaba los ojos, yo puse la mesa. En silencio. Como si fuera nuestra casa de siempre.
Cenamos. Tranquilos. Con miradas que hablaban más que las palabras.
Y cuando terminamos, nos quedamos ahí, los platos sin levantar, las manos entrelazadas sobre la mesa.
—¿Te duele menos ahora? —le pregunté.
—No. Pero vos hacés que duela más suave.
Me acerqué. Lo besé despacio. No por deseo. Por consuelo. Por ternura.
Después, me levanté y lo tomé de la mano.
—¿Querés que vayamos a la cama? —pregunté.
—¿A dormir?
—A lo que necesites.
Asintió.
Entramos al cuarto… La luz tenue de la habitación apenas tocaba nuestros cuerpos. Él estaba acostado sobre la cama, con la mirada perdida en el techo, aún con los ojos ligeramente enrojecidos por haber llorado. Yo me senté a su lado y lo observé en silencio, notando la tensión en sus hombros, el modo en que se aferraba a la manta como si fuera lo único firme que le quedaba.
Me acerqué, sin decir nada, y deslicé mi mano por su espalda con suavidad. Él giró apenas el rostro hacia mí, nuestros ojos se encontraron, y no tuve que preguntar cómo se sentía. Lo supe todo. Lo sentí todo.
Me acosté a su lado, frente a él. No hubo palabras durante un momento. Solo nuestras respiraciones compartiendo el mismo ritmo, como si nuestros cuerpos hubieran encontrado su forma de consuelo.
—Gracias por quedarte —susurró.
—Deja de agradecerme—le respondí, mientras lo abrazaba con cuidado, como si aún pudiera romperse.
Él acercó su frente a la mía y nuestros labios se rozaron por inercia. Fue un beso lento, casi tímido, pero lleno de esa ternura que se da cuando el mundo afuera se desmorona y solo el amor permanece como refugio.
Me acomodé mejor entre las sábanas y lo atraje con delicadeza hacia mí. Mis dedos recorrieron su cuello, su espalda, como si pudieran borrar el dolor con cada caricia. Él cerró los ojos y suspiró contra mi piel.
—¿Está bien si… —dijo, inseguro— si solo… me quedo así, con vos?
Asentí sin hablar. Lo abracé más fuerte.
Pero con el roce de nuestras pieles, la ternura se transformó lentamente en algo más. Algo que no nacía del deseo solamente, sino del deseo con amor, de esa necesidad de estar cerca, de sanar a través del otro. Empecé a besarlo con más intensidad. Él respondió con la misma hambre contenida, como si hacía días que nos extrañábamos aunque solo hubieran pasado unas horas.
Deslicé mis labios por su cuello, y él arqueó apenas el cuerpo, soltando un gemido suave, vulnerable. No necesitábamos más que eso para entendernos. Yo lo cuidaba mientras lo deseaba, y él me dejaba entrar mientras se entregaba.
Nuestros cuerpos se buscaron sin apuro, enredándose con naturalidad. Cada beso era una promesa, cada caricia una confesión. El colchón crujía con suavidad debajo de nosotros, la noche avanzaba despacio, y yo solo pensaba en quedarme ahí, en no dejarlo solo nunca más.
Cuando terminó, no nos separamos. Nos quedamos abrazados, nuestras respiraciones aún agitadas, nuestros corazones sincronizados.
—Gracias, te amo —me dijo él, con la voz ronca y feliz.
—Yo también te amo, pero deja de agradecerme —le respondí, sin pensarlo demasiado.
Nos quedamos en silencio. Mis dedos recorrían despacio su espalda desnuda, como si todavía no pudiera creer que estaba ahí, conmigo. Su pecho subía y bajaba despacio, y sentí cómo se iba relajando, como si se le aflojara el alma. Cerró los ojos y apoyó la frente contra la mía.
—¿Sabés que no me sentía así desde que era chico? —murmuró, apenas audible—. Como si por fin pudiera respirar tranquilo, como si no tuviera que esconder nada.
—No tenés que esconder nada conmigo —le dije.
Se rió bajito, con esa risa medio nasal que le salía cuando estaba cómodo.
—Los pelos de tu pecho casi me hacen estornudar —bromeé, rozando mi nariz contra él, provocador.
—Sos un desagradecido —dijo, fingiendo estar dolido, pero con una sonrisa traviesa en los labios.
—Ay, no, no… ¡Ya está, perdón! —me reí, intentando escaparme, pero él me atrapó con sus brazos y no me dejó ir.
Me miró fijo, los ojos brillosos, con esa mezcla entre amor y deseo que sólo él tenía cuando bajaba todas sus defensas.
—Gracias, de verdad —dijo bajito, mirándome con el alma expuesta—. Gracias por existir. Gracias por no irte. Gracias por ser mi lugar. Gracias por no odiarme.
Yo no respondí con palabras al principio. Lo miré. Lo sentí. Me incliné y lo besé despacio, pero con intención, como si esa fuera la única forma real de responderle.
—No pienso irme —le susurré contra los labios—. Pero te aviso que soy medio invasivo cuando me adueño de un lugar.
—¿Ah, sí? —me dijo, levantando una ceja.
—Sí… —deslicé mi mano por debajo de la sábana, acariciando su entrepierma—. No me conformo con el cartelito de «reservado». Me gusta ocupar todo.
Él soltó una risa grave, esa que me hacía vibrar por dentro, y se inclinó para besarme el cuello, con intención.
—Sos terrible.
—Y vos no te resistís ni un poco.
—Porque sos irresistible —dijo, y sus manos comenzaron a explorarme con esa mezcla justa entre cariño y deseo.
Nos enredamos entre las sábanas, jugando, provocándonos, sin prisa. Nuestros cuerpos se conocían de memoria, pero cada roce seguía teniendo algo nuevo, como si cada noche fuera la primera.
Y después, ya con la respiración tranquila, con el calor del otro pegado a la piel, se acurrucó contra mí, con la cabeza apoyada en mi pecho. Sus dedos dibujaban líneas suaves sobre mi abdomen.
—No sé cómo hice tanto tiempo sin esto… sin vos —dijo, casi en un suspiro.
—Bueno, ahora que me tenés, aprovechame. Pero no te encariñes demasiado, ¿eh? —le dije en broma, acariciándole el pelo.
—Ya es tarde —respondió con los ojos cerrados, sonriendo—. Ya estoy perdido con vos.
Nos quedamos así, abrazados, sin soltarnos. Y antes de que el sueño nos venciera, me apretó un poco más fuerte, y murmuró en mi oído, medio dormido:
—Sos lo mejor que me pasó.
Su voz fue un susurro caliente contra mi oído, casi dormido, pero lleno de verdad. Sentí su aliento tibio y el peso de su cuerpo relajado abrazándome, y pensé que ahí mismo, entre sus brazos, podía quedarme para siempre.
Pero esas palabras… no sé qué me hicieron exactamente. Me estremecí. Algo se despertó en mí como una chispa encendida en la oscuridad. Era amor, sí, pero también deseo. Uno que venía de lo más hondo. Me moví apenas, con cuidado, como para acomodarme… pero también para mirarlo.
Él ya tenía los ojos cerrados, con la cara tranquila, como si por fin hubiera encontrado paz. No quería despertarlo, pero no pude evitar acercarme más. Pasé una mano por su pecho, despacio, sintiendo su calor, sus latidos. Se movió un poco, apenas, y dejó escapar un suspiro que me erizó la piel.
Deslicé mis labios por su cuello, lento, sin apuro. Un roce suave, una forma silenciosa de decirle que no solo me había emocionado, también me había encendido.
—¿Te desperté? —susurré contra su piel.
—No —dijo con los ojos aún cerrados, medio sonriendo—. Vos me despertás todo el tiempo, incluso cuando dormís. Como esa vez que te hiciste el dormido y yo me hice la paja viendo tu culo hermoso con ese boxer transparente.
—¿Así de insoportable soy?
—Así de irresistible —abrió los ojos y me miró con esa mezcla de ternura y hambre que siempre me dejaba sin aire—. Vení para acá.
Nos besamos despacio, primero con cariño… pero enseguida el beso fue tomando otra forma. Una que conocíamos bien. Su lengua buscó la mía con deseo. Sentí cómo nuestros cuerpos se prendian y se excitaban, sentía cómo su abrazo se volvía más firme y nuestros pitos erectos se chocaban contra nuestros cuerpos.
Me subí sobre él, acomodándome en su cadera. Nuestros cuerpos encajaban con naturalidad, como si siempre hubiesen estado hechos para encontrarse así, en esa hora silenciosa de la noche.
—¿Qué hacés? —preguntó él, con una media sonrisa, ronca por el sueño.
—Me dijiste que soy lo mejor que te pasó… pensé en devolverte el favor.
—Sos terrible —dijo riendo bajo, pero ya con las manos en mi cintura, guiándome.
—¿Y vos no ibas a dormir?
—No después de eso. No después de vos.
Lo besé otra vez, esta vez con más hambre, como si el amor me diera fuerzas. Nos movimos con ritmo lento, casi en susurros. No hacía falta más. No hacía falta hablar. Estábamos diciendo todo con la piel, con los labios. El me agarro del culo y mientras me manoseaba me besaba con la misma pasion.
—Te voy a cansar hasta que te duermas—dije, mirandolo con una sonrisa traviesa.
—No vas a poder— dijo riéndose — No creo que tu cuerpito de 13 aguante hasta que yo acabe.
—¿Ah, no? Yo creo que sí… y si no puedo, te aviso con besos.— dije, mientras me acomodaba su pito en mi culo. y agregue:
—Esta vez soy yo el que se mueva, me habias agarrado cansado la otra vez.— Me meti su pito en mi culo mientras lo miraba con amor y travesura.
Hizo un leve gemido —ahh— se estremeció —La unica regla, es que no te podes bajar de mi pito— dijo, con la voz agitada.
—Que facil— Respondi mientras me empecé a mover de arriba a abajo, su pito, me empujaba desde adentro hacia afuera. Nunca habia sentido tan bien que su pito se mueva así, dentro mia.
Esta vez no me incline para besarlo, segui saltado sobre su pito, habian gemidos y jadeos en silencio, nos moviamos lento para que la cama no crujiera.
En un momento, él susurró con una sonrisa cómplice:
—ahh Seguí… no creo que haya nadie despierto para escuchar.
No le respondí. Solo dejé que el cuerpo hablara por mí, acelerando el ritmo sin pensarlo. Sentía que no me podía cansar, como si esas palabras me hubieran dado más energía.
Estuvimos así un buen rato, unos 15 minutos, moviéndonos en esa sincronía perfecta, hasta que empecé a agitarme, se notaba en mi respiración.
Él lo notó, y me lanzó una mirada traviesa:
—¿Y eso? ¿No que aguantabas? Vamos… que todavía no acabe.
Su provocación fue todo lo que necesitaba. Me mordí el labio y seguí, más rápido, como si cada movimiento fuera una mezcla de deseo y desafío. Ya no nos importaba el ruido, las paredes finas o el mundo afuera. El sonido de los gemidos, el sonido de mi culo rebotando, se repetía como aplausos en un teatro vacío.
En ese momento, el me empezo a masturbar a la vez que saltaba. Me movi cada vez mas y mas rapido tratando de aguantarme el acabar yo primero… Pero no lo logre, empece a gemir en descontrol, eso hizo que me estremesca y aprete el culo con fuerza. El dijo —uff segui asi ahh— segui con todas mis fuerzas subia y baja y a la vez apretaba mi culo.
El eyaculo adentro mia y yo en todo su pecho y obligo… me cai en su pecho lleno de mi semen. agotado, todavía sintiendo los latidos acelerados contra mi mejilla. Él me rodeó con los brazos, y ahí nos quedamos, envueltos en ese calor tibio, con la respiración agitada que, poco a poco, empezó a calmarse.
—Al final sí que pudiste… —dijo él con una media sonrisa, acariciándome el culo con suavidad.
Levanté la mirada apenas, con una chispa traviesa en los ojos, y respondí:
—Ya no soy un nene… soy más resistente de lo que pensás —dije con una sonrisa ladeada, dejando que mi voz saliera ronca pero segura, mientras rozaba mis labios contra su cuello.
—Ah, con que resistente… —susurró él, divertido, besándome despacio la frente—. Me gusta esa versión tuya.
Y cuando todo se calmó otra vez, caímos rendidos, entrelazados.
—Ahora sí —dijo él, ya con los ojos cerrados—. Si me despertás otra vez, hacete cargo.
—¿Y si te despierto con mimos?
—Entonces despertame siempre.
Nos reímos bajito. Me acurruqué en su pecho, y esta vez sí, dormimos como si el mundo no existiera.
Nos despertamos al dia siguiente, yo lo estaba abrazando y el simplemente me estaba viendo.
—¿Que miras? ¿Otra vez acosando?— dije, apoyando mi cabeza en su pecho.
—Imposible no mirarte, me gusta verte durmiendo tan tranquilo y sin preocupaciones— dijo
—¿Sin preocupaciones? ¿y ahora que hacemos? manchamos toda la cama, tu pecho y mi culo… bien dilatado lo dejaste atrevido.
—No, pense que podias tener tanta energia, quien diria que hacer deporte servia para cojer.
Nos reimos juntos, al levantarnos y al mirar la cama no pudimos evitar sonreír de nuevo: las sábanas estaban completamente sudadas y manchadas, testigos de lo que habiamos echo con orgullo.
—¿Y ahora quién se encarga de limpiar este desastre? —pregunté, señalando las sábanas empapadas.
Él me miró con una sonrisa pícara y respondió:
—Pues, creo que ese castigo me toca a mí… Yo perdi, además, quiero asegurarme de que quede impecable para la próxima vez.
—¿Otra vez? —le dije, levantando una ceja—. Ya empezás a planear la revancha, ¿no?
—No voy a mentir, me gusta el desafío —rió—. Yo me encargo de lavarlas… aunque confieso que preferiría algo un poco más entretenido.
Y con esa última frase, se acercó para darme un beso cómplice antes de desaparecer rumbo a la lavadora.
Recorde en ese momento que tenia que ir a la escuela.
Me estaba abrochando la camisa frente al espejo, el uniforme un poco arrugado y mi pelo aún mojado por la ducha rápida.
Ya estaba vestido casi por completo, pero seguía dando vueltas por la habitación, como si buscara algo. La realidad era que no quería irme.
Él, recostado contra la pared, con el torso descubierto y el pelo revuelto, me miraba con esa mezcla de ternura y picardía que siempre lograba desarmarme.
—Estás hermoso con ese uniforme… aunque me gustás más sin él —dijo, con una media sonrisa.
—No digas eso, que me doy media vuelta y no salgo más —le respondí mientras me acomodaba la camisa frente al espejo.
—¿Y qué tiene de malo? Puedo inventarte una excusa: «El alumno no asistió por causas mayores… demasiado mayores» —bromeó, subiendo las cejas.
Me acerqué hasta él, cuidando no tropezar con la ropa del piso ni acercarme demasiado a la cama, y le di un beso fugaz en los labios, uno de esos que piden quedarse.
—Sos una pésima influencia —dije.
—¿Yo? Si apenas te estoy mirando cambiarte con esa lentitud sospechosa…
—Es que me cuesta irme —murmuré
Él me tomó de la mano, con un gesto firme pero cálido, y bajó la voz como si compartiéramos un secreto:
—Quedate cinco minutos más. Solo cinco.
Lo miré. Sus ojos decían más que las palabras. Y por un segundo, dudé.
Pero me obligué a soltar su mano con una sonrisa suave.
—Si me quedo cinco, me quedo veinte. Y si me quedo veinte… me anoto en educación en casa.
—No sería mala idea. Podríamos hacer clases prácticas… muy prácticas —dijo con picardía.
Negué con la cabeza, entre risas, agarré la mochila.
—Esta noche vas a tener que compensarme todas las horas que pase en clase pensando cosas indebidas con vos —le dije, con una sonrisa pícara.
Él se rió bajito, con esa mirada que ya me conocía demasiado.
—Hecho. Yo ya empecé a estudiarte… y te juro que sos mi materia favorita. Aunque tengo ganas de pasarte a lo práctico.
Me dirigí hacia la puerta, y justo antes de cruzarla, lo escuché decir:
—No tardes. Ya te estoy extrañando.
Giré la cabeza apenas, sonreí sin decir nada.
Salí con el corazón apretado, sabiendo que ese día iba a pensar en él mucho más de lo permitido.
Estaba en clase, pero mi cabeza seguía en su casa. En su olor. En su voz ronca de la mañana. En cómo me miraba cuando creía que yo no lo notaba. La profesora explicaba algo en el pizarrón, pero para mí las palabras pasaban como viento entre las hojas. Yo solo pensaba en él. En su risa, en sus manos, en lo que habíamos hecho anoche… y en lo que íbamos a hacer la próxima vez.
Tenía la mirada perdida, con una sonrisa que no podía disimular. Nadie entendía nada, pero yo sí: estaba enamorado. De verdad.
A partir de ahí nos seguimos viendo cada semana. Entre mensajes secretos, encuentros silenciosos y excusas para vernos. Cada vez que cerrábamos la puerta, volvíamos a ser nosotros. Entre sábanas desordenadas, entre risas ahogadas, entre suspiros. Hacíamos cosas indebidas en la cama, ahora mucho mas indebidas, sí, pero también nos mirábamos como si el mundo no existiera.
No necesitábamos etiquetas. Ni promesas. Solo estar. Y aunque nada fuera fácil, lo que teníamos era nuestro. Y eso, bastaba.
Unos años después…
A veces me despierto y todavía me cuesta creerlo.
Él está al lado mío, con el pelo un poco más canoso, pero con la misma mirada tierna de siempre. Hace café como si fuera un ritual, me mira como si el tiempo no nos hubiera tocado, y sonríe cuando le digo algo atrevido entre sorbo y sorbo.
Seguimos juntos. No porque sea fácil, sino porque no supimos dejar de elegirnos.
Con el tiempo, algunas cosas cambiaron. Otras no.
Su familia —al menos una parte— aprendió a quererlo tal como es. No fue de un día para otro. Hubo lágrimas, distancias, silencios. Pero un sobrino, una hermana, una madre su madre que fue tan cruel… bastó con que uno lo abrazara y lo aceptara como es.
Y yo estuve ahí, siempre con una broma a flor de labios y la espalda lista para sostenerlo si hacía falta.
Mi mamá … también volvió. No como antes, claro. Pero volvieron a hablar, a compartir silencios sin rencor. Él le pidió perdón tantas veces como necesitó, y ella —con el tiempo— le devolvió la paz que él no podía darse solo. Se quieren, a su manera, sin títulos. A veces charlamos los tres. A veces nos reímos de cosas viejas, como si no dolieran.
Él hace masajes en su consultorio, yo sigo con mis cosas, pero todo lo compartimos. Desde las cuentas hasta las duchas.
Aún soy un poco perverso. Me gusta provocarlo cuando está concentrado, meterle mano cuando no debe, robarle besos cuando nadie ve. Él se hace el serio, pero me sigue el juego siempre.
No todo es perfecto, ni lo será. Pero no necesitamos perfección. Necesitábamos esto: verdad, amor y un poco de locura compartida.
No sé qué habría sido de nosotros si aquella vez no hubiera bajado al patio, si no me hubiera sentado encima suya, si no me hubiera atrevido a mostrarle el alma (y un poco más). Pero sí sé esto: valió la pena cada riesgo. Cada fantasía.
Porque desde entonces, él es mi lugar. Y yo, el suyo.
Pasaron otros años más.
Yo encontré trabajo en lo mío. La programación terminó siendo más que un hobby: ahora es mi oficio, mi forma de vivir. Me desempeño bien, soy constante. Eso me permitió crecer, independizarme un poco. Renté una casa cerca del trabajo, pequeña pero mía. Fue difícil al principio… despegarme de él.
Él lo entendió. Y aunque le costó al principio —porque a veces todavía nos cuesta soltar— terminó apoyándome. Me abrazó una noche antes de la mudanza y me dijo: “Sos libre. Pero igual sos mío.”
Nos vemos siempre que podemos. A veces nos quedamos a dormir en mi casa, a veces en la suya. Cocinamos, vemos películas repetidas, hacemos el amor como si fuera la primera vez. Hay días en los que no hablamos mucho. Y otros en los que nos miramos y sentimos que nunca dejamos de tener veinte.
Ya estoy bastante grande. Y él también.
No nos vemos todos los días como antes, pero cada vez que lo hago es como volver a conocerlo… y volverme a enamorar. Su voz sigue siendo mi refugio. Sus manos, mi casa.
Con el tiempo, todo cambió.
Menos lo nuestro.
Ya no vivimos juntos, pero seguimos respirando el mismo aire cada vez que nos encontramos.
Nos miramos en silencio, y con eso alcanza. Porque hay cosas que no necesitan ser dichas en voz alta.
Nuestro amor nunca salió a la luz.
Y quizás nunca lo haga.
Pero eso no lo hace menos real.
Algunos creen que somos muy unidos.
Otros, que compartimos un pasado que ya quedó atrás.
Nadie sospecha lo que arde cada vez que nuestras manos se rozan sin querer.
O cómo su voz sigue siendo el único sonido capaz de calmar mi día.
Nos vemos cuando podemos.
En días contados, entre trabajos, rutinas y excusas bien pensadas.
Pero cada encuentro es como un pequeño incendio que nunca se apaga del todo.
Un ritual secreto que solo nosotros entendemos.
Él se reconcilió con partes de su vida.
Con ella también, aunque ya no como antes.
Y yo… yo encontré un lugar en el mundo que solo existe cuando estoy con él.
No necesitamos mostrarnos para saber que seguimos eligiéndonos.
Basta con una mirada, con un “¿te quedás un rato más?”, para recordar que lo nuestro sigue vivo.
Porque hay amores que nacen para gritarse.
Y hay otros que nacen para susurrarse al oído, en la intimidad, donde nada ni nadie puede alcanzarlos.
El nuestro…
sigue escondido, sí.
Pero late fuerte.
Como un secreto hermoso que jamás dejamos de proteger.
Y eso, para nosotros, es suficiente.
…
Hola. Soy Fede.
Este es mi mensaje para vos, que llegaste hasta acá.
Y esto que terminás de leer —o tal vez leíste sin entender todo del todo— es mío.
No está bien escrito. Lo sé.
Lo conté rápido, a los tumbos, con escenas que parecen sueltas y otras que nunca expliqué del todo.
Me apuré. Lo admito.
No corregí casi nada.
Porque esto no es una historia con puntos y comas en su lugar.
No es ficción con escenas bien armadas, ni un cuento prolijo para entretener.
Es casi una autobiografía. Exagerada, sí.
Pero mía.
Cada palabra, cada silencio, cada contradicción… me pertenece.
No escribí para que me entiendan.
Escribí para no olvidarme.
Para dejar registro.
De él.
De lo que viví con él.
Y de todo lo que llegó con él, lo bueno y lo malo.
Porque lo que cambió mi vida no fue solo su forma de mirarme.
Fue todo lo que traía consigo.
Eso que se metía entre sus palabras, entre nuestras risas, entre las noches compartidas que no deberían haber sido, pero fueron.
No sé si fue para bien o para mal.
Todavía lo estoy descubriendo.
A veces me salva. A veces me duele.
A veces me acelera el corazón, otras me da paz.
A veces me agota, me irrita, me incomoda.
A veces lo odio. Y otras… lo amo con todo lo que soy.
Pero llegó.
Y no se fue más.
Y así como me atravesó a mí, quizás también te está tocando a vos.
Tal vez ya lo sentís. Tal vez no.
Pero si alguna vez te pasa, vas a saberlo.
Porque hay mundos que se abren de golpe.
Y una vez que entrás… ya no salís siendo el mismo.
Él me introdujo en el mundo del… CP
—
Si, la pornografía infantil, Era obvio.
Entre toda esa perversión que nos rodeaba, algo así iba a terminar por unirnos.
Él ya llegó con eso, con esos fetiches, aunque intento evitarlo, no pudo y a los 10-11 años me vio distinto…
Siempre dudando, discutiendo consigo mismo si lo nuestro era moral o inmoral.
Si lo que hicimos podía llamarse amor… o solo un error gigantesco.
Él sabe lo que hizo. Y yo también.
Algunos dirán que la culpa fue mía, por enamorarlo.
Otros dirán que fue suya, por enamorarse de mí.
Pero eso pasó.
Y lo aceptamos hace tiempo.
No nos guardamos rencor.
Aunque él, a veces, se castiga en silencio.
Como si amar fuera algo por lo que tuviera que pagar.
Yo me volvi muy parecido a el, un pedófilo.
Yo no lo juzgo.
Porque lo vi roto.
Lo vi cayéndose y no supe más que abrazarlo.
Lo escuché cuando nadie más quería escuchar.
Y él… él me sostuvo cuando todo lo demás se caía.
Desde aquel primer abrazo torpe hasta las noches donde el silencio decía más que cualquier palabra.
Desde sus secretos en la oficina hasta mis risas de camino a la escuela.
Desde su separación hasta las reconciliaciones que nunca creyó posibles.
Yo estuve ahí.
Siempre.
Vivimos muchas vidas dentro de una sola.
Nos tocó querernos en voz baja.
Compartirnos el alma, la piel, el miedo y el deseo.
Y aunque el mundo nunca supo todo lo que fuimos… nosotros sí.
Hoy cada uno sigue su camino.
Yo tengo mi casa, mis días comunes.
Él también.
Pero seguimos encontrándonos en ese lugar donde todo vuelve.
Ya no como antes.
Pero con la misma intensidad.
El amor sigue.
La complicidad.
La risa.
El deseo.
Y también ese dolor suave de saber que lo nuestro… sigue siendo secreto.
Pero hay amores que no necesitan mostrarse para ser reales.
A veces basta con que existan.
Gracias por llegar hasta acá.
Gracias por quedarte a leer una historia que tal vez no debí contar.
Pero que necesitaba ser recordada para mi.
Porque hay cosas que no se superan.
Se transforman.
Y sobreviven en la única forma en la que pueden seguir existiendo:
en el recuerdo.
Y ahora que lo sabés…
Tal vez también sea un poco tuyo.
—Fede
Excelente relato, muy lleno de sentimiento. Te felicito.
Gran relato. Como sigue?
Como sigue?
me gusta como inicia esta historia. ojala la continues.