Rutina de pies
Adoro los pies de una hermosa madura..
Pasadas las 10 de la noche terminé el entrenamiento en el gimnasio. Pude haberme ido nada más acabar, pero la fatiga me detuvo. Me senté sobre una silla cerca de la entrada del salón de yoga, sudando y jadeando, sentía los bíceps y los antebrazos duros y bombeados, sentía que no tenía suficiente aire y me derrumaba.
El entrenador me preguntó si me sentía bien, supongo que se preocupó de verme en ese estado, estaba machacado por la intensidad de la rutina.
Fue un tipo muy amable, me regaló algo de agua y abrió el salón de yoga para mí, dijo que ahí podría recostarme un rato si me apetecía porque ya no tenían clases programadas por esa noche. Yo le tomé la palabra. Él se fue. Yo me tumbé sobre el piso de madera y estuve algún tiempo. Pasados tal vez seis minutos la ví entrar a ella.
Una mujer mayor, de unos cuarenta y tantos, bajita y con caderas muy marcadas entró extendiendo su tapete de pilates y acomodándose el pelo rubio. Daba la apariencia de estar casada con algún cabrón adinerado. Tal vez lo está.
Iba con unas mallas elásticas que parecían expandirse demasiado por su gran trasero y muslos, se podía ver calzón rojo saliendose por la cintura. De arriba usaba un sujetador deportivo que le apretaba las tetas hasta marcar la línea divisoria de sus pechos, unos pechos redondos y brillantes por los cuales bajaban líneas de sudor.
Sin notar mi presencia suspiro como cansada, estaba roja. Puso su tapete en el suelo y se acomodó los leggins escondiendo de nuevo sus pantis, luego se sentó con las piernas cruzadas en posición de meditación.
La madura comenzó a hacer sus estiramientos. Primero una pose boca abajo, sus tetas tocando el suelo y las nalgas elevadas al aire, se le notaban unos labios entre las piernas debido a su sobresaliente coño. Para ese momento mi verga ya se marcaba sobre el pantalón, buscando ser vista.
Su siguiente posición fue una especie de misionero, extendiendo sus piernas a los lados como en «V». Al verla tan abierta y sudada no pude evitar acariciarme por encima de los shorts.
Luego se levantó, respiró hondo, cerro los ojos y separando las piernas lo más que pudo bajo el torso, tocando el suelo con las manos. Escuché un leve gemido cuando lo logró.
Abrió los ojos y me vió. La sorprendió verme con la mano debajo de la ropa interior. Yo me aterré porque pensé que iba a llamar al de seguridad.
Primero se cubrió los ojos, como ofendida por mi indecencia, parecía estar pensando, luego fue directo a la puerta, yo ya estaba viendo la demanda por acoso que me iba a meter, se me fueron las tripas al piso. Me incorpore para escapar y solo la escuché «sshh…» de manera calmada, sonriendo.
Me hizo la seña de que me callara y se escuchó como aseguró la puerta. Yo estaba genuinamente confundido. Se me acercó lentamente y con una cara de guarra, venía soltando risitas, y en ese pequeño trayecto pude apreciar mejor su figura, sus caderas tan anchas, sus piernas tan gruesas, sus tobillos tan finos.
Ella se sacó las zapatillas de correr junto a los calcetines y se paró frente a mí. Sus deliciosos pies con esmalte rojo y olor a hembra me hipnotizaron, uno sus pies comenzó a sobarme la polla por encima.
Me hizo una seña con el dedo para que me bajara la prenda y la obedecí, ella se acomodó en el suelo frente a mi, y con ambos pies masajeaba la verga erecta, lubricada por el sudor.
Se notaba que aquella madura sabía cómo hacer gozar a un macho, pues utilizaba los pies como una diosa a la cuál, de ahora en adelante iba a adorar. Estaba fascinado con ese espectáculo visual, ese sube y baja erótico. Ver esas piernas extenderse hacía mí y conectar conmigo, ver su vulva marcarse por sobre sus mallones, ver los dedos de sus pies moverse y retorcerse sobre mi miembro. Sus nalgas eran tan inmensas que eran visibles desde el frente, y su cintura tan pequeña acrecentaba aún más ese tamaño.
Yo comencé a respirar más fuerte, más hondo, porque me costaba más. Ella se dió cuenta de esto y sonriendo me guiño un ojo. La muy golfa fue experta en calentarme y aumento la velocidad, las plantas de sus pies deslizaban en mi polla empapada de líquido seminal, emitían un sonido líquido. Los movía de arriba hacia abajo y luego con el pie izquierdo me masajeaba la cabeza y el tronco. De arriba hacia abajo, masaje. Arriba, abajo, masaje. Yo estaba a punto de explotar, ella me miró a los ojos y se mordió los labios con una cara lujuriosa. Esa mirada de puta me hizo estallar. Chorro tras chorro, tras chorro, salieron disparados sobre sus pies brillantes y dejaron hilos blancos y viscosos, mientras mi polla seguía palpitando por el flujo sanguíneo. Ella le dió una última caricia al glande con la planta del pie derecho como despidiéndose de mi polla. Yo jadeaba.
Al final tomo sus sus cosas, abrió la puerta y se fue descalza cargando sus zapatillas y riéndose de sí misma, satisfecha de su logro. Al irse me regaló un último vistazo a ese magnífico culo. Desde entonces no me pierdo una clase de yoga.
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