¿Será conmigo?
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por vago82.
Juan y Helio fueron muy buenos amigos. Ninguno de los dos recuerda cuando se conocieron pues estaban muy pequeños cuando empezaron a jugar juntos, quizá cuando Helio cumplió dos años y Juan tenía tres. Sin embargo, a los ocho años, Helio fue iniciado en los juegos sexuales por su amigo a quien admiraba mucho por tantas cosas que sabía.
—Ven, vamos a la recámara —le dijo Juan a su amigo Helio una tarde en que jugaban.
Allí, Juan le platicó a Helio que estaba enamorado de Esperanza y quería pedirle que fuera su novia.
—¿Quién es Esperanza? —preguntó intrigado Helio porque entre las niñas que él conocía ninguna se llamaba así.
—Es la pelirroja que vive a la vuelta, es hija de la señora Natalia.
—No la conozco, tampoco a su mamá —contestó Helio, porque su mundo era la calle donde vivían en esa manzana, no las otras que la limitaban.
—¿Qué tu mamá no es amiga de doña Natalia, como mi mamá?
—¡Sepa la bola!, yo no la conozco.
—Ayer mi mamá fue a ver a esa señora y me llevó para que jugara con el perro y su hija. Estuve feliz con Esperanza, y ella también, porque cuando nos despedimos no me soltaba la mano. Yo sé que le gusto porque así son las mujeres, te lo dan a entender a su manera —dijo Juan con un aire de superioridad.
—Bueno, pues dile que sea tu novia.
—No es tan fácil, cuando uno se le declara a una mujer…
—¿Se le qué…?
—Hay, eres un niño. Declarársele a alguien es pedirle que sea tu novia.
—Ah…
—Bueno, “El Chiquilín”, el ayudante de mi papá, me dijo que a las novias hay que darles besos de “lengüita”.
—¿Y cómo son esos?
—Dice que le das un beso en la boca, pero la dejas junto a la de ella y luego sacas la lengua para metérsela en la boca y ella hace lo mismo.
—¡Guácatelas!
—¡Sí, también dice que se pasan el chicle de una boca a la otra!
—¡Guácatelas!
—No, no les da asco, porque se quieren. Tú no sabes…
—¿Y tú sí?
—Bueno, yo le creo al “Chiquilín” porque él ha tenido muchas viejas y además no me diría mentiras porque le tiene miedo a mi papá, es al único que le tiene miedo porque a los demás él se los madrea. Si le digo a mi papá que él me dice mentiras… ¡Uhhh…! ¡Le va como en feria, hasta al bote va a parar! Ya ves que con mi papá nadie se mete porque es mucha pieza.
—No, pues eso sí…
—Bueno, quiero que me ayudes para ser buen novio de Esperanza.
—¡Ah chingá!, si yo ni la conozco.
—Después te la presento, cuando ya sea mi novia, pero no me la vayas a quitar. Ahora quiero que me ayudes a practicar los besos con la lengua.
—¿Cómo?
—Es fácil, aprendemos juntos a besar.
—¿Le decimos a tu hermana para que nos enseñe?
—¡Qué tonto eres! ¿Cómo le voy a decir a mi hermana? Ella le dice a mi mamá y así me va.
—Pues yo tampoco le digo a la mía.
—No, besémonos tú y yo —ruega Juan —. Si no, nunca vamos a aprender…
—Bueno, pues tú dime cómo le hacemos —acepta Helio muy compungido por creer que su amigo dice una gran verdad.
Iniciaron su autocapacitación de inmediato y en unos cuantos días aprendieron a besar como ellos creían que se hacía. Después practicaban en la pared, donde hicieron dos pequeños orificios con un clavo para simular los extremos de los labios de sus futuras novias.
Cierto día que Helio estaba en la casa de Juan, ellos solos porque su mamá andaba de compras en el mercado y las hermanas de Juan estaban en la escuela —ellos iban al turno vespertino y desde el día anterior habían hecho su tarea escolar— hubo otro avance más en su vida sexual.
—Ayer acompañé al “Chiquilín” a comprar unas cosas que le dijo mi papá y me platicó lo que se le hacen a las novias. Invitó a una de las suyas para que yo viera. Cuando veníamos de regreso, el “Chiquilín” metió el carro a un callejón y se estacionó para que me fijara cómo besaba a su novia —platicó Juan.
—¿Y la besó mucho? —pregunto Helio emocionado.
—¡Ufff, y ella también! Pero después le metió mano y le chupó las chiches enfrente de mí.
—¿Qué es eso de “le metió mano”? —preguntó Helio muy extrañado.
—¡Ay, de veras qué eres muy inocente! Quiere decir que le agarró las nalgas y le metió el dedo en la cola.
—¿De veras?
—Sí, así son los novios, también les meten la verga para que tengan hijos.
—Ahhh…
—Después ella le chupó la verga al “Chiquilín” para que yo me fijara cómo. Antes de venirnos a la casa le dijo a ella que me chupara el pito y me diera chiche en la boca.
—¿Y qué se siente?
—¡La Gloria, es estar en el paraíso! ¿Lo hacemos para que veas?
—Bueno…
—Sácate el pito.
—Helio se bajó el cierre y saco su pequeña verga flácida
—Se hace así —dijo Juan, dándole una mamada en el pene. Helio sintió muy rico y le gustó mucho pues de inmediato el falo le empezó a crecer.
Juan suspendió pronto las chupadas, se bajó los pantalones y le mostro su verga circundada y bien parada a su amigo para recibir el mismo trato. Helio decidió bajarse también su pantalón para comparar sus penes.
—Uh, el mío está más grande, mira… —dijo poniendo su pene sobre el de Helio, emparejándolos y envolviéndolos con su mano. Juan se aproximó hacia Helio hasta que su glande tocó la piel de Helio. A éste le faltaba menos de un centímetro para alcanzar el escroto de Juan.
—Pero es muy poquito —argumentó Helio, metiendo forzado el dedo meñique entre la punta de su glande y el escroto de Juan.
—Ah, qué… —reclamó Juan intercambiando las posiciones arriba-abajo y le clavó la vega en el escroto a Helio— A ti te faltan dos dedos para llegarme, mira… —demostró jalando varias veces ambos penes con la misma mano, fricción que a ambos les agradó enormemente.
—Ahora tú métetela en la boca, toda, como lo hice yo, exigió Juan.
Helio fue mamando poco a poco hasta que la tuvo dentro. Se deleitaba al sentir ese capullo sin prepucio, sobre todo en la parte baja, sin frenillo, desplazando la lengua en el filo del glande y siguió mamando hasta que su amigo le acarició la cabeza y se empezó a mover rítmicamente ya que de manera instintiva hacía los movimientos del coito y Helio se regodeaba mamando más intensamente. La pequeña verga de Juan alcanzaba su máximo tamaño y Helio se la tragaba completa sin soltarlo de los huevos..… “¡Qué delicia!, !Qué rico pito!”, pensaba Helio y le acariciaba con deleite los testículos; paseaba la lengua por la pequeña abertura que tenía un sabor salado que se acentuaba mientras más mamaba le jaló el escroto varias veces hasta que sintió que el gustillo se acentuaba con la viscosidad del líquido que segregaba Juan, quien suplicó: “¡Mámame también los huevos!”;
Helio accedió sacando el pene de su boca con sonoro chasquido, pero antes de cumplir la súplica, pasó varias veces la punta de su lengua por el orificio del glande, jalando el tronco para disfrutar más de lo que gota a gota extraía a su amigo. Pasó a lamer el escroto, cuya textura estriada le gustó y metió uno a uno, separados, las dos bolas de su amigo, después juntas y con la lengua siguió recorriendo los ovoides forrados con las tiras de suave carne del escroto. Ni qué decir, el placer tenía un costo y fue un dolor en las mandíbulas por lo abiertas que las tuvo para que su lengua jugara. Su boca soltó el nuevo manjar y tomó aire al tiempo que movía las mandíbulas para recobrar su estado normal.
—A mí sólo me chupaste el pito, y muy poquito. Hazme como yo te hice —exigió Helio Ofreciéndole a su amigo huevos y verga juntos, jalándolos con en la mano.
—Bueno, dijo Juan y empezó por bajarle el prepucio para mamar mejor.
Helio gozó la mamada que Juan le hacía, aunque no era como la que él había dado. Helio lo tomaba suavemente de la cabeza y mesándole los cabellos le decía “Mama, mama, mi niñito, tómese su lechita”, pero no lo decía porque supiera que le llamaran leche al semen, que aún no sabía que salía de allí, sino porque quizá sentía un instinto maternal. No cabía duda que su lado femenino se estaba desarrollando.
Ese día no pudieron hacer más porque escucharon el timbre de la casa. Por fortuna de ellos, la mamá había olvidado las llaves. Juan, todavía abrochándose el pantalón, para retardar abrir la puerta preguntaba “¿Quién es?”
Lo continuaron haciendo a menudo. Se escondían bajo de la cama y allí se deleitaban… Después ampliaron las prácticas a la introducción del pene en el ano. Helio no disfrutó meter la verga a su amigo, tampoco a la inversa, pero como a Juan sí le agradaba penetrar a Helio, éste lo aceptaba. Lo único que le encantaba a Helio cuando tenía que meterlo era sentir la piel de la espalda y de las nalgas de Juan al contacto con la suya. Le agradaba eso y agarrarle la verga y los huevos mientras lo penetraba.
Le gustaba ver cómo crecía el miembro de su amigo en sus manos por las caricias que le hacía, y cuando estaba lo más grande que se podía, dejaba de meterle el suyo para disfrutar de esa verga grande metiéndola y sacándola de su boca. Juan sentía orgasmos intensos por esas mamadas, pero aún no estaba en edad de eyacular y creía que orinaba sin que saliera nada, pero precisamente era ese sabor de Juan lo que a Helio más le gustaba. Helio mamaba muy bien y Juan quería hacerle sentir a su amigo lo mismo, por lo que se esforzaba en hacerle caricias similares cuando él tenía que chupar. Por un par de años tuvieron esas prácticas.
Al cumplir los diez años, Helio todavía no sabía que a las mujeres se les debía meter la verga por la vagina y a las niñas con las que tuvo relaciones sexuales, las limitaba a tratar de penetrarlas analmente. Entonces, una vez se atrevió a sacarse el pene frente a la muchacha que hacía las labores domésticas en la casa en un momento que ella estaba de rodillas fregando el piso y le dijo “chúpamelo”. La mucama miró el escuálido pito de Helio y no pudo evitar una sonrisa, pasando a engullirse completamente la pequeña verga. Ella mamaba menos rico que Juan, pero era distinto pues el aroma que despedía la muchacha le excitaba mucho. A partir de ese momento, cuando estaban solos, ella aceptaba las caricias que Helio le hacía en las muy desarrolladas chiches y en el resto del cuerpo. Pronto entendió Helio cuándo se ponía caliente la sirvienta pues entornaba los ojos y entreabría los labios carnosos para pedirle un beso. ¡De algo había servido aprender a besar! Se acostaban en la cama y ella se dejaba hacer todo lo que Helio pedía.
La primera vez que él levantó tu falda azul marino y tableada que usaban las colegialas, miró sus calzones de algodón; eran de color celeste que se oscurecía mucho en la zona del pubis, de donde sobresalían unos vellos negros. Helio le quitó las pantaletas quedando impresionado por el triángulo de mata espesa donde sobresalía el rosa clítoris turgente. Lo invadió el olor intenso del deseo de la mujer y el aroma se anidó en su mente, convirtiéndose en símbolo perenne de la lujuria que no lo abandonaría en toda la vida, esas primeras veces, solamente se acariciaban y besaban. La boca de Helio viajaba de un pezón al otro y después bajaba al vello para restregar en él su cara y aspirar el perfume de la muchacha que era cada vez más intenso.
En otra ocasión estaban de pie, ella con la misma mirada anhelante lo besaba en la cara y en la boca. Helio le correspondía pero sus manos no estaban quietas, cuando cayeron los calzones de la chica, la volteó y se extasió acariciando las firmes y redondas nalgas; puso su pene entre ellas y la tomó de la cintura, pero ella se dio media vuelta y, colocándose de frente, le ofreció su peluda y olorosa panocha diciendo “Por allí no, es por aquí”; colocó el miembro de Helio en la entrada de la vagina, lo humedeció en la raja que rebosaba de flujo viscoso y transparente y después lo movió alrededor del clítoris mientras besaba su boca con un beso de “lengüita”. Helio se dejó llevar y sintió cómo resbalaba su verga en el interior de la cálida humedad. ¡Nada qué ver con lo que le había hecho a Juan! ¡Esta sensación era más intensa y agradable!
Una noche, la sirvienta estaba muy caliente y no pudo evitar ir ante la cama de Helio, le destapó la zona del abdomen, le acarició el pene y lo chupó con mucha lujuria. Cuando supo que el niño estaba despierto le dijo al oído “Ven a mi cama” y se retiró. Helio obedeció de inmediato y la siguió. Ella se quitó la bata, lo único que la cubría, y se tendió en el lecho abriendo las piernas. Helio entendió y le acarició la pepa y le metió los dedos sintiendo que ella estaba inundada del flujo que provoca el deseo. El intenso olor le obligó a chuparle la vagina. Con el olor que desprendía la mucama nunca se acordaba Helio de las chupadas que le daba a Juan, pero en esta ocasión, su lengua encontró un clítoris turgente y lo chupó como le hacía a su amigo. La muchacha ahogó los gritos que deseaban salir al sentir varios orgasmos para que nadie oyera, pero el niño seguía mamando con pasión, imaginando la pequeña verga de su amigo. Ella le apartó la cara diciendo “Ya, ya…” y se desvaneció. Helio regresó a su cama y también quedó dormido. En la mañana, ante el espejo, notó que la mitad inferior de su cara, desde la nariz hasta la barba estaba manchada como si fueran excreciones de catarro. Al lavarse, renació el olor de la hembra y supo qué era lo que tenía en el rostro…
En los dos años siguientes, Helio tuvo más relaciones con mujeres. Con muchas de las niñas del vecindario jugó al “doctor” y algunas adolescentes le enseñaron más cosas, aunque al concluir las caricias sexuales o las penetraciones, extrañaba las mamadas que le daba a Juan en el pito… Las niñas lo buscaban para jugar, especialmente Liza, quien inició todo de manera planeada al verlo leyendo unas revistas; simplemente pasó y dijo “Hola”, regresó pronto poniéndose a platicar con él, levantó despreocupadamente la pierna izquierda y resbaló su vestido para dejarle ver su sexo pues no traía calzones, se los había ido a quitar en el breve tiempo que transcurrió su ausencia. El clítoris estaba crecido y sobresalía de los labios exteriores. Cantaron un poco al tiempo que se acariciaban, uno el sexo del otro, él directamente y ella sobre la ropa. Al acabar la canción Liza lo tomó de la mano y lo llevó a una parte solitaria donde le pidió que sacara el pene y se sentara en el piso. Cuando Helio obedeció, Ella se sentó sobre él, metiéndose el pene en la vagina. Helio supo que ella estaba muy caliente porque el pene resbalaba agradablemente en el interior de la panochita de Liza y ella se mecía mucho. Suspendieron abruptamente el coito cuando vieron venir a alguien. Simplemente se pusieron de pie para mirar el paisaje dando la espalda a quien venía, momento que aprovechó Helio para guardarse el pene y subirse el cierre. A los pocos segundos Liza solamente dijo “Adiós” y se fue. A partir de ese día, cada vez que se encontraban solos ella hacía que Helio le metiera la verga. Liza lo envolvió más en sus requerimientos sexuales y ambos se buscaban con frecuencia para coger.
—Hola. ¿Hay alguien más en tu casa? —preguntaba Liza antes de entrar.
Cuando Helio le decía que estaba solo, ella pasaba y cerraba la puerta e inmediatamente se subía la falda del vestido para bajarse rápidamente los calzones. Lo miraba con una sonrisa pícara y se acentuaban los hoyitos que se hacían en las mejillas, esa señal hacía que Helio bajara el cierre del pantalón y sacara el pene erguido. Ella se acostabas de inmediato, sin dejar de sonreír, y dejaba al descubierto su vagina de niña pequeña. Helio se subía en ella, quien guiaba el pene para que la penetrara y, al sentirlo adentro, ella empezaba a moverse. Liza abrazaba a Helio y le besaba la cara repetidamente al ritmo frenético con el que se movía. Helio no entendía cómo le hacía ella para mover tanto ese cuerpo de nueve años teniendo encima el de doce de él, pero no le quedaba duda que a esa edad ella ya tenía acumulados muchos coitos furtivos pero rápidos con varios adolescentes que sólo se sacaban el pene para cogérsela, por ello Liza se extrañó cuando vio los testículos de Helio y los acarició sin rubor preguntándole si todos los hombres tenían “estas bolitas”. “Sí, ¿te gustan?” Era claro que le gustaban pues siguió acariciándolas y jugando con ellas moviéndolas de un lado a otro.
Mientras Liza se movía, Helio le acariciaba las piernas que le parecían bonitas y correspondía a sus besos. Quizá fue en la última vez que lo hicieron —y si no, ¡es la que mejor recordaría Helio toda la vida!— cuando a él le pareció que todo su ser se salía por la punta de la verga, era una sensación nueva y muy agradable: esa fue la primera vez que Helio se vino, y agradecía que haya sido en esa niña bonita y fogosa. Esa ocasión, Helio no extrañó la verga de su amigo, la venida en Liza lo dejó satisfecho.
Una vez que Helio estaba solo con su primo pequeño, se le antojó acariciarle el pene y, sin pensarlo más, lo hizo. El niño estaba asombrado, pero le gustaban las caricias y pronto quedó con el miembro erecto. El tamaño no era grande, pero sí mucho más que el clítoris de aquella mucama que ya no trabajaba con ellos. “A ver a qué sabe este caramelo…” le dijo a su primito antes de meterse el pequeño pene en la boca. Los gestos de su primo, ese niño de cinco años, delataban que él sentía un placer intenso; y no era para menos, los dos años de práctica que Helio tuvo con su amigo Juan quedaban manifiestos. Cuando Helio acabó, su primo puso una cara alegre y lo abrazó. “¿Te gustó?”, preguntó Helio. Su primo, sonriendo y sin dejar de abrazarlo, movió afirmativamente la cabeza. Al darle una última caricia en el pene, Helio sintió los pequeños testículos y lo acostó para chupárselos. El niño volvió a asombrarse y lo disfrutó, pero menos que antes. Ahora te toca a ti, dijo Helio extrayendo el pene de la bragueta del pantalón, el cual se veía enorme frente a la cara de su primo quien solamente pudo chuparle el glande. Le quedó claro que necesitaba bocas más grandes, así que abandonó la idea de ofrecérselo a los pequeños, que solamente fueron dos más; así, él los acariciaba y les chupaba la verga sin pedirles que hicieran lo mismo.
Poco más de dos años después de que había dejado esas prácticas con su amigo Juan, Helio conoció a otro amigo, Víctor, que era un año menor que él. Al poco tiempo hablaban de sexo y presumían el tamaño de sus penes y los comparaban juntándolos, se golpeaban con ellos y se los jalaban uno al otro.
A la segunda vez que jugueteaban con sus sexos, y jalando el ralo pelambre que les empezaba a brotar, Helio no pudo evitar abalanzarse con la boca abierta y se puso a chupar el falo de Víctor ardiendo de lujuria. Víctor daba gritos de placer y Helio no dejaba de mamar como él sabía. Al poco tiempo, Víctor pidió que ya no le hiciera pues no podía con tanto placer orgásmico. Entonces Helio le ofreció la verga para que Víctor la chupara. “Mama, mama, mi niñito, toma tu lechita” decía Helio moviéndole la cabeza a su amigo y restregando el escroto sobre la barbilla, presionando los huevos para sentir la piel de la cara de Víctor, mientras éste lo mamaba. Estuvo bien, pero no tanto como Helio hubiera querido, ya aprendería su amigo cómo…
—¿A ti ya te sale leche? —preguntó Víctor en una ocasión que estaban con sus juegos y escuchaba el estribillo en tono de arrullo que decía Helio cuando Víctor lo chupaba.
—¿Cómo me va a salir leche si no soy mujer? —exclamó Helio que se extraño de la pregunta.
—A los hombres también les sale, pero no de las tetas sino de la verga —contestó categóricamente Víctor, y entonces Helio entendió que así se le llamaba al semen por su color blanco.
—¿A ti sí te sale? —preguntó Helio.
—No, todavía no.
—Pues a mí sí me sale, pero tú no me chupas bien, por eso no me la sacas —dijo con un dejo de recriminación.
—¿A ver, hazte una chaqueta para que la vea? —exigió Víctor incrédulo.
—Bueno, pero me dejas chuparte mientras me la hago…
Pasaron del dicho al hecho y Helio disfrutó una vez más de la verga de su amigo, teniendo una venida abundante. ¡Fue una de las masturbaciones con las que más se deleitó Helio! Hizo lo mismo con otro par de amigos, pero no terminaron con la misma satisfacción.
Con el tiempo, a partir de los dieciséis años, solamente tuvo relaciones con las mujeres. Casi todas muy satisfactorias y ellas siempre gozaron con las chupadas que Helio les daba en el clítoris y en los labios interiores de la vagina, especialmente cuando no eran pequeños. Sin embargo, él se dio cuenta que no le gustaban los hombres, pero sí añoraba chupar una verga…
Por medio de Internet supo que existían los hermafroditas y algunas mujeres con clítoris muy grandes, incluso se erguían aparentando ser pequeños penes. Deseó tener una de esas como pareja, pero nunca se topó con alguien así. También vio fotos de algunos transexuales y sintió atracción por los que lucían como bellas mujeres y tenían el pene pequeño, el cual le agradaba más cuando estaban con el pubis rasurado, le recordaban la piel y la verga de Juan. Se masturbaba fantaseando estar con algunas mujeres así.
Cuando trataba de pensar en estar con algún hombre, recorría su larga lista de conocidos o trataba de recordar a algunos a quienes sólo había tratado muy poco, pero que por una u otra razón le habían resultado agradables y atractivos. Quienes le parecían mejores candidatos eran jóvenes, pero esto resultó que se debía a que los imaginaba de pene chico, o no tan grande para que le cupiera completamente en la boca, así que desechó completamente a este tipo de personas.
Así que regresó a los hombres de su edad y reparó en Alberto, alguien que siempre le pareció semejante a él, tanto físicamente como en el comportamiento amable y franco que siempre mostraba a los demás. Despierto se soñó con él, la manera en que se podría dar la situación, cómo acariciaría el pene de Alberto y la forma en que éste reaccionaría a sus requerimientos; lo masturbó, lo lamió, le chupó uno a uno los testículos, porque seguramente no le cabrían los dos juntos en la boca y tuvo una erección construyendo en esa fantasía, la cual aprovechó para masturbarse él mismo mientras imaginaba cómo recorrería el glande de ese amigo… ¡Helio se vino así!, pero al eyacular la última gota, escuchó en su interior la voz varonil y amable de Alberto que le decía “No, yo no me siento bien así, lo haces muy rico, pero no quiero…”
Por más que lo pensaba, concluía que no podía estar con un hombre. Pero una vez tuvo uno de las ensoñaciones más vívidas de toda su existencia. Soñó que estaba con un sujeto por quien sentía también amor, no sólo la atracción física sino también afectiva y lo mejor es que era recíproca la relación. Se desnudaron uno al otro cubriéndose amorosamente de besos y caricias. Helio acostó a su compañero y con ternura le recorrió todo el frente con los labios, la lengua y con los vellos del escroto, luego lo volteó e hizo lo mismo por atrás mordiéndole con suavidad las nalgas. Después se dejó hacer lo mismo. Desnudos retozaban en la cama, se abrazaban y besaban con mucha ternura. Mientras se besaban, restregaban uno con otro sus erguidos penes. Una mano de Helio recorría desde el cuello hasta las nalgas de su compañero y la otra acariciaba los huevos de su amor, quien a su vez hacía lo mismo con una gran maestría, sabiendo dónde y cómo se potenciaba el deseo ardiente que sus bocas y lenguas manifestaban. Se voltearon para hacer el 69 y sintieron las mamadas febriles, los jugueteos de las pequeñas y suaves mordidas en el glande y en el tronco del miembro erecto, las caricias en las piernas y las nalgas, los suaves apretones en los testículos hasta que a la par llenaron las bocas con esperma que retuvieron un momento para catarlo con delicia antes de pasarse lentamente una buena parte por la garganta y dejar un poco para que sus lenguas lo mezclaran en un ardiente beso y fuerte abrazo…
Descansaron mejilla con mejilla hasta que sus respiraciones se calmaron… Se vieron de frente y Helio pudo reconocer plenamente a su compañero: ¡era una réplica de sí mismo, un clon! Más que sorpresa, sintió una gran felicidad y él, y su otro yo, no pudieron evitar abrazarse y besarse enamorados uno del otro —¿o de sí mismo(s)?—. La leyenda de Narciso se quedaba corta ante esa sensación de amor y atracción por su propio cuerpo. Entendía ahora por qué sentía un placer doble pues era lo mismo que él quería hacer sentir. Con esa plena conciencia de saber con quien compartía el amor, volvieron a jugar un buen rato, uno con el pene del otro masturbándolo, lamiéndolo y dando mordiscos con los dientes cubiertos por los labios. Los huevos tuvieron las mejores caricias de lengua y manos que había deseado Helio. También se dio cuenta que eran sumamente grandes para meterlos juntos en la boca. A veces se alternaban en el hacer y en el sentir, otras era simultáneo, como cuando se masturbaban jalándose la verga uno al otro hasta eyacular y limpiar con la boca el semen dándose besos para compartir el sabor. Otras más, el sueño facilitaba sentir alternadamente las posiciones de cada quien. Así, Helio abrazó a Helio por atrás, coloco el pene entre las nalgas. Cariñosamente acariciaba el pecho con una mano, en tanto que lamía y besaba la espalda; con la otra jalaba la verga y apretaba con suavidad los testículos: el contacto con la piel era inigualable, pero de pronto su ser cambiaba al del otro para sentir en sus nalgas la verga bien parada y dejarse mimar en el pecho, la espalda y el falo. Con el pene erguido, al meterlo desde atrás entre las piernas, le acariciaba el escroto y le movía los huevos de un lado al otro; luego, sin interrumpir las caricias que le daba con la verga, con la mano apachurró el pene de su pareja hacia abajo para que los miembros tuvieran más contacto. ¿Eso también se le hubiera ocurrido a su doble o eran distintos en algo? La respuesta vino después del beso que le dio en el cuello: simultáneamente cambiaron de posición y ahora el agasajado pasó a ser quien daba el agasajo. Al terminar, dio un beso en el cuello y volteó el cuerpo quedando ambos boca arriba y él se subió sintiendo el vello del sexo en la espalda, abrió las piernas y se dispuso a recibir lengüetazos desde el culo hasta los huevos, hasta que en la tercera vez supo que la boca le atraparía el escroto.
Jugaron hasta que el cansancio los venció y en el sueño durmieron haciendo un tierno 69. Ninguna palabra se oía para comunicarse, sólo en la mente resonaba con el chasquido de cada chupada la cantaleta “Mama, mama, mi niñito, toma tu lechita” y sorbían una que otra gota de semen que aún quedaba…
A la mañana siguiente Helio despertó enamorado de sí mismo, pero estaba solo. Sonrió al recordar las escenas de su sueño y se masturbó ante el espejo pensando en ello. Cuando escurrió el semen entre sus manos colocó la plasta sobre la luna, en la boca de su imagen, y besándola lo deglutió con placer. Al concluir, fue a darse una ducha y volvió a masturbarse pensando en sí mismo. Una vez que estuvo seco y arreglado, antes de irse a su trabajo, se despidió de su imagen volviéndola a besar. Antes de tomar el picaporte de la puerta de salida, sólo exclamó: “¡Caramba, por qué no tuve al menos un hermano gemelo!”
¡Está magnífico! Muy bien contado y con una moraleja perfecta: «Nadie mejor que tú para quererte».
(Hoy, después de varios años que lo leí, me fijé que no tenía comentarios. Así que repetí el que puse entonces.)
No sé… ¿Qué se sentirá al amarse así a sí mismo?