Sexo y repostería con una mujer mayor
Trabajé para la pastelería de una amiga de mi madre y acabamos teniendo sexo usando todo tipo de dulces cremosos en nuestros cuerpos.
Tenía 19 años y decidí contarles a mis padres que, pese a que terminé el primer año de mi universidad, deseaba abandonar la carrera. Estaba atravesando por una crisis existencial y no sabía a qué dedicarme. Necesitaba tiempo para pensar qué carrera seguir el otro año, pero a mi padre no le causó nada de gracia tenerme un año entero sin hacer nada mientras resolvía qué hacer. Mientras durara mi decisión, debía buscarme un trabajo, pues no aceptaría vagos en la casa. Con cero experiencia laboral, pedí ayuda a mi madre, quien me recomendó a una amiga suya para que trabajara como ayudante en su pastelería.
La verdad, no me entusiasmaba mucho la idea de trabajar en una pastelería, pero no me quedó más remedio. No obstante, cuando conocí a Pilar, la amiga de mi madre, cambié inmediatamente de idea. Tenía 45 años, pero era una mujer bellísima. Salió a recibirme usando una camiseta y un vestido muy delgados. No pude evitar contemplar su figura, de tetas grandes, un culo y piernas voluptuosos y un rostro lindísimo, de ojos verdes y labios gruesos. Ella debió notar mi turbación al verla, pero de todos modos me habló con cortesía.
- Tú debes ser Marcos, ¿verdad? El hijo de Lucía.
- Así es, señora, encantado de conocerla.
- Por favor, dime Pilar solamente, ¿de acuerdo?
- Como quieras, Pilar.
- Bueno, pasa para que te explique lo que deberás hacer.
En total éramos cinco empleados, y yo era el nuevo, por lo que tenía que ejecutar todo tipo de tareas tediosas, como ir a buscar ingredientes a la bodega, revolver mezclas, darle forma a galletas, etc. De tanto en tanto, aprovechaba para posar mis ojos en el cuerpo de Pilar, que me tenía más que embobado. Por lo que pude percibir, los otros dos empleados hombres compartían mi devoción por aquella mujer, y claramente no era el único que acudía al baño a aliviarme cada vez que ella se quitaba el delantal y dejaba ver su generoso escote transpirado por el calor del horno.
Pasó un tiempo y gané cierta confianza por el trabajo bien hecho. En ocasiones, cuando todos se iban, me quedaba un rato más ayudando a Pilar a guardar materiales o dejar listos ciertos ingredientes para el próximo día. Aprovechábamos de conversar sobre mi madre, los años en que eran amigas, mi niñez, etc. Se notaba que ella amaba la cocina, pues disfrutaba el preparar las cremas y tortas que encargaban los clientes.
En una de esas ocasiones, estaba preparando una salsa de chocolate con almendras y vainilla. El aroma era delicioso y debo reconocer que, además de la increíble vista que me proporcionaba todos los días aquella mujer, otra de las cosas que me gustaba de trabajar en una pastelería era el exquisito olor de las preparaciones, así como la posibilidad de poder probar muchas de las cosas que ayudaba a cocinar. Me había vuelto un fanático de la repostería y más de una vez llevé pasteles a mi casa para mi familia, que estaba encantada con el buen desempeño de mi trabajo.
- ¿Sabes una cosa, Pilar?
- Dime, Marcos – comentó ella mientras agregaba más ingredientes a la salsa que colocaría posteriormente en una torta.
- Lo he estado pensando, y creo que me gustaría estudiar para ser chef. Me ha gustado mucho trabajar aquí.
Al escucharme, se quedó mirando. Dejó de trabajar unos instantes y me habló. Se le notaba complacida.
- Pues me parece muy bien, estoy segura de que serás un excelente chef. Y si lo deseas, puedes trabajar aquí todo el tiempo que desees.
- Eso me gustaría mucho – le contesté, incapaz de apartar mi vista de ella.
Mientras hablábamos, el cucharón de palo con el que revolvía la mezcla se inclinó un poco, y parte de la salsa fue a dar a su hombro y parte de su pecho y escote. Ella se quedó mirando, contemplando el desastre que causó.
- Uf, qué tonta, mira, por andar pajareando desperdicié mucha salsa de chocolate.
En ese momento fui invadido por un impulso. Me acerqué lentamente a ella y, sin pensarlo mucho, le dije:
- Esa salsa se ve muy rica. No se puede desperdiciar.
Yo me encontraba de pie y ella estaba sentada en una silla donde cocinaba. Deslicé mi dedo recorriendo desde su cuello hasta la parte superior de su pecho, sin atreverme a bajar hasta su seno, e impregné mi dedo con la salsa de chocolate, para luego llevarlo a mi boca. Ella se me quedó mirando sorprendida.
- ¿Qué estás haciendo, Marcos? ¿Qué te pasa?
En ese momento la razón volvió a mí. Me di cuenta de la impertinencia cometida y me asusté. Pensé que ella le diría a mis padres, perdería este trabajo y sería castigado. Pero no solo era eso. En verdad me agradaba Pilar y me sentía bien con ella, y ganarme su antipatía me parecía lo peor que podría pasarme. Sentí que debía disculparme.
- Lo…Lo siento mucho, Pilar, perdóname por ser tan imbécil. No sé qué me pasó, fue un impulso, actué sin pensar.
- Claramente, no lo pensaste mucho.
Me sentí avergonzado. Yo no acostumbraba ser así, pero esa mujer me tenía loco. Di media vuelta y me fui, incapaz de mirarla a la cara. ¡Idiota de mí, eso me pasa por pensar con la cabeza de abajo!
Decidí que lo más sensato era irme, por respeto a ella. Me quité el delantal y me dispuse a irme, y probablemente no volver a aparecerme por ahí. Me sentía triste y avergonzado, por un impulso idiota perdí un muy buen trabajo y una encantadora compañía. Deseaba volver en el tiempo y no cometer aquella estupidez.
De pronto, sentí que Pilar me llamaba:
- Pablo, ven, tenemos que hablar acerca de lo que hiciste.
Me sentí fatal. Lo más seguro era que me despediría. Tenía que rogarle para que no le contara a mis padres, o incluso prometerle que no se volvería a repetir si me dejaba trabajar con ella. ¡Hasta aceptaría una reducción del sueldo, o trabajaría gratis un mes! Estaba desesperado.
Cuando llegué a su lugar de trabajo, ella se encontraba de pie, con una de sus hermosas piernas sobre una silla. Sostenía un recipiente con crema pastelera. Olía muy bien, a vainilla. No podía dejar de ver su pierna, pero tenía que contenerme si deseaba que aceptase mis disculpas.
- Pilar, lo siento mucho de verdad. No volveré a hacerlo. Si quieres me voy, pero dame otra oportunidad.
Lo que pasó a continuación aún me desconcierta. No entendí su actitud, cuando vertió parte de la crema pastelera en su muslo y me dijo:
- Aún no acabaste de limpiar. Mira, está muy sucia.
No sabía qué hacer. ¿Era una prueba? Lo más seguro es que quería echarme de ahí si me acercaba.
- ¿Qué pasa? Apúrate, vas a desperdiciar esta crema.
Me acerqué lentamente. Dubitativo, llevé mi dedo con timidez hasta su pierna, pero ella me detuvo:
- Con la mano no. Con la lengua. ¡Apúrate!
Entendí que hablaba en serio. Me incliné levemente y pasé mi lengua. Se sintió maravilloso, no solo por el sabor de la crema, sino por lo que sentía al lamer esa pierna morena, de piel suave. Una erección creció en mi entrepierna, que ella notó complacida. Se subió su vestido.
- Parece que te gusta esto, ¿verdad? – vertió más crema en su pierna, pero mucho más cerca de su pubis.
Me hizo recorrer con mi boca aquella hermosa piel embadurnada de crema pastelera. La sensación era embriagante. Cuando terminé de limpiar, Pilar se sentó, colocó sus dos pies en el suelo y se quitó el calzón. No lo podía creer, estaba viviendo un sueño.
Podía ver su vagina. Me sentía el tipo más afortunado del mundo. Entonces, ella vertió un poco más de crema en su intimidad y me ordenó limpiarla.
La combinación entre el sabor de su vagina y la crema pastelera era embriagante. Pero nada se comparaba a los intensos gemidos que comenzaron a salir de Pilar, quien con cada lamida se estremecía de pies a cabeza.
- ¡Aaaah, sí, sigue, sigue chupando, mi amor! ¡Qué rico chupas! ¡Qué rico!
Se sacudía por completo sentada en la silla. Nunca había visto el sexo de una mujer, solo me había besado y tocado con novias. Pero no hizo falta ninguna experiencia para percibir cuándo estaba acabando. Entre alaridos ensordecedores su vagina explotó soltando líquidos que empaparon toda mi boca, los que bebía, aún saboreando la crema pastelera.
Me hizo ponerme de pie y, aprovechando que ella seguía en la silla, me bajó los pantalones y cogió mi pene erecto, embadurnándolo con más crema que aún quedaba. Al principio solo lo lamió como un dulce, y luego pasó la punta de la lengua por el agujero de mi glande. ¡Debí hacer esfuerzos indecibles para no eyacular!
- Mmmm, que rica está, más que cualquier dulce – decía elle entre chupadas.
Luego se la metió entera a la boca y la chupó con más fuerza. Yo no podía aguantar más y acabé. Los chorros fueron a parar directo a su paladar y Pilar los bebió como si fueran un manjar. Cuando terminamos, ella acotó:
- Tu semen tiene un sabor muy rico, te lo digo yo que soy experta repostera.
Me quedé de piedra. No sabía que decir. Ella, arreglándose el vestido como si hubiese terminado de lavar los platos, me dijo:
- Ya es tarde, me voy a mi casa. Cierra todo y nos vemos mañana.
Permanecí de pie viéndola recoger sus cosas y, luego de que ella se fuera, también regresé a mi casa. Estuve toda la noche en otra, pensando en lo sucedido. ¿Qué iba a decirle mañana? ¿Debía actuar como si nada hubiese pasado o mencionarle nuestro encuentro? Mis padres notaron un comportamiento extraño durante la cena, pero no quisieron indagar, supusieron que estaba cansado por el trabajo.
La experiencia, lejos de calmarme, me dejó más excitado. Al acostarme tuve que masturbarme dos veces para conciliar el sueño.
Al otro día me encontraba muy nervioso. No quería delatarme y traté de comportarme con naturalidad mientras ayudaba a mis compañeros de trabajo. Pilar llegó un poco más tarde y nos saludó a todos, sin mostrar un trato especial conmigo. Aquello me tranquilizó un poco, pero también me decepcionó. De pronto, me habló en frente de todos:
- Marcos, ¿puedes quedarte un rato más después de la hora de salida? Necesito que me ayudes a seleccionar unos ingredientes para un pedido de la próxima semana.
Por supuesto que asentí. Mis compañeros se rieron, pensando que estaban explotando al nuevo haciéndole trabajar de más. Yo no pude concentrarme en todo el día y anduve en la luna mientras cumplía mis obligaciones. Cuando todos se fueron, aquella impresionante mujer que me hacía perder la cabeza me dijo:
- Mira, tengo una selección de cremas y quiero que me ayudes a ver cuáles son mejores. Dentro de diez minutos entra a la cocina.
Obedecí en todo, pensando qué era lo que me esperaba. La realidad superó mis expectativas. Al entrar, Pilar estaba desnuda completamente sobre la mesa de la cocina, acostada. Un olor dulce invadía toda la habitación. Sobre su cuerpo había algunas cremas que reconocí gracias a mi experiencia trabajando en el lugar. Sobre sus muslos había una salsa de praliné, y cerca de su pubis un merengue especial. En su vientre había un poco de crema chantilly y en sus brazos crema inglesa, hecha con huevo, esencias y leche. Sus tetas estaban embadurnadas con dulce de leche, muy parecido al manjar pero más suave y con vainilla.
- Primero prueba la crema inglesa.
- Como tú desees – respondí, abalanzándome sobre aquella maravilla culinaria.
- Espera, no vayas a mancharte. Primero sácate toda la ropa.
La obedecí y me desnudé en tiempo record. Mi pene apuntaba directamente, tenía una erección descomunal.
Lamí ambos brazos hasta dejarlos limpios. El sabor de su piel, mezclado con la crema, era delicioso. Ella me miraba complacida, como un estudiante que hizo exactamente lo que le pidieron.
- Ahora seguirás con el praliné.
El praliné, confeccionado a partir de avellana o almendra con caramelo, me supo mejor que nunca mientras sujetaba aquellas hermosas piernas que distraían mi atención durante todo el día. No había terminado de limpiarlas cuando ella me indicó entre jadeos:
- Luego sigue inmediatamente con el merengue.
Ignoro qué ingrediente secreto tenía, pero su sabor embotaba mis sentidos. Había desarrollado un paladar muy fino durante esas semanas, y ese merengue parecía deshacerse al tacto con mi lengua. Ni muy dulce pero de consistencia incomparable, se iba mezclando con sus jugos vaginales a medida que yo le daba lengüetazos. Pilar comenzó a gemir y convulsionarse.
- ¡Aaah, aaaaah, aaaaah, sigue chupando Marcos, mi amor!
Continué lamiendo hasta que no quedó rastro del merengue. Eso no me detuvo de pasar mi lengua por el clítoris, provocando violentas convulsiones en mi jefa, quien debió sujetarse con las manos de la mesa mientras alcanzaba su orgasmo.
- ¡Sigue con la crema chantilly! ¡No pares!
Continué subiendo hasta su vientre y degusté toda esa crema chantilly, liviana y dulce. Su piel también sabía exquisita. Mientras lo hacía, no podía parar de pensar que lo siguiente sería el dulce de leche en sus tetas, las que habían sido mi más intensa fantasía desde que conocía a aquella mujer.
- ¡Sigue con el dulce de leche! ¡Chúpame las tetas! – me ordenó.
No podía creer lo afortunado que era. Me coloqué sobre ella y recorrí con mi lengua y labios sus redondas tetas, deteniéndome para succionar sus pezones como queriendo extraer más dulce de leche de ellos. Era el manjar más delicioso que había probado en mi vida. El aroma a vainilla inundaba mi nariz y se mezclaba con el olor dulce de sus maternales senos. Mi pene estaba durísimo.
No quería acabar tan pronto una labor tan placentera y me concentré en la teta izquierda, pero mientras lo hacía Pilar me atrajo hacia ella y de golpe me abrazó con sus piernas, obligándome a penetrarla. Y entonces comenzamos a tener sexo. Yo, sexo con mi jefa Pilar, amiga de universidad de mi madre. Era tan irreal como sonaba. Pero estaba pasando.
No lo podía creer, estaba culeando con la mujer de mis sueños, la que pensaba que jamás me haría caso. Ambos gemíamos sobre la mesa mientras nuestras bocas se juntaban. Su lengua se sintió más deliciosa que todas las cremas que había degustado.
Pilar interrumpió de pronto la cópula y se inclinó hacia un lado. Me hizo acostarme de espaldas sobre la mesa y se subió sobre mí. Me cabalgó con maestría mientras llevó mi rostro a sus tetas para terminar de comerme todo el dulce de leche mientras continuábamos teniendo sexo. Parecía como si ella fuera la que me culeara a mí, por la forma en la que se movía.
Yo me dejaba consentir, mientras cogía sus tetas con mis manos y las chupaba como el mayor regalo que me podían haber hecho. De tanto en tanto ella me besaba con tanta furia que me mordía los labios.
Terminamos los dos en un escandaloso orgasmo y yo le llené la vagina con mi crema masculina. Expulsé varios chorros mientras ella se convulsionaba. Luego de recuperar las fuerzas, permanecimos acostados, mientras nuestra respiración se normalizaba. Ella estaba sobre mí, y su cuerpo se sentía sudado y pegajoso por los dulces. Eso, lejos de sentirse asqueroso, era el afrodisiaco más potente. Mi pene seguía parado.
Lo hicimos una vez más. Untamos sus tetas nuevamente con dulce de leche y repetimos la sesión, mientras yo degustaba aquellas maravillas mamarias. Nuevamente acabamos juntos. Entonces, yo fui quien habló:
- Ha sido lo más rico que me ha pasado en mi vida. Eres una mujer increíble.
- Para mí también fue increíble, Marcos.
- Pensé que por lo del otro día, te habías enojado.
- Para nada, me sentí confundida, y a la vez complacida. No pensé que podría gustarle a alguien tan joven.
- ¿Gustarme? ¡Me encantas! Desde que te conocí estoy loco por ti, Pilar.
Ella por respuesta me besó apasionadamente. Entonces le pregunte:
- Lo de las cremas, ¿lo habías hecho antes con alguien?
- Para nada, la idea me la diste tú con tu atrevimiento. Pero le da un toque, le da emoción, ¿no piensas? Y es rico. La otra vez me encantó chupártelo, sabía dulce y rico.
- Claro, ha estado fantástico. Tienes muy buena mano con la repostería.
- Qué bueno que te haya gustado, porque me gustaría que te quedaras más días conmigo en las tardes parea “catar” más ingredientes. ¿Te gustaría?
- ¡Claro que sí! ¡Todas las veces que quieras! – exclame entusiasmado.
A partir de ese día experimentamos con toda clase de ingredientes, a veces sobre su cuerpo, a veces sobre el mío, a veces sobre el de ambos. Y de postre siempre culeábamos rico, muy rico. Y no solo experimentábamos en la pastelería. Pilar me contó que se estaba separando y su ex marido le dejó la casa para ella sola, así que más de una vez lo hicimos ahí mismo. Y así, sin darnos cuenta, nos fuimos convirtiendo en una pareja. Mis padres por supuesto ni se enteraron, pensaban que me estaba yendo muy bien en mi trabajo y les dio gusto verme madurar tanto y ser tan responsable. Con Pilar estábamos completamente enamorados uno del otro. No podían pasar más de dos días sin que lo hiciéramos, era como una necesidad para ambos.
Al cabo de un tiempo le comuniqué a mi familia mi decisión de estudiar Gastronomía, que ellos aceptaron de muy buen grado. Pilar decía que tenía un talento natural para la cocina, especialmente para la repostería. Hice mi práctica en el mismo lugar de trabajo y cuando me titulé como el mejor de mi generación, Pilar me contrató. Era su cocinero estrella.
Continuamos teniendo sexo mientras el negocio prosperaba hasta que nos convertimos en socios y amantes. Me independicé y me fui a vivir con Pilar, actualmente tengo 25 y ella 51, y sigue siendo la mejor amante y repostera. El sexo con ingredientes de repostería es nuestra pasión y nuestro fetiche y somos muy felices juntos. Su piel me sigue parecido lo más exquisito del mundo, y al añadirle dulces es lo más rico que pueda probar. Y la química en la cama es tan espectacular como la primera vez que lo hicimos.
Cuando les conté lo nuestro a mi familia, a mi madre no le gustó para nada nuestra relación y rompió lazos con su ex amiga, pero yo ya soy un adulto y no hay nada que puedan hacer para impedirlo.
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