“Sudor, pelos y mensajes que mojan: la confesión sucia de María, la chica que me leyó hasta correrse”
Todo comenzó con un mensaje. María, una joven de 21 años, leyó uno de mis relatos y algo en ella despertó. Entre confesiones sudadas, vellos mojados y deseo sin censura, fuimos escribiéndonos hasta temblar. Nunca nos vimos, pero nuestras palabras se corrieron juntas..
Cuando María apareció
Todo comenzó como un experimento. Me gustaba escribir relatos eróticos, pero con un enfoque diferente: sin filtros, sin cuerpos perfectos, sin clichés románticos. Cuerpos reales. Mujeres sudadas, velludas, con aroma a día vivido. Mujeres que olieran a ellas mismas. Que mojaran sin depilarse. Que aceptaran su suciedad con orgullo.
Publiqué dos relatos. Al final, dejé mi correo, casi sin esperanza.
Hasta que me escribió.
“Hola… vi tu relato. ¿Te gustaría hablar?”
No supe si era una broma. Pero contesté de inmediato.
“Hola María, claro que sí podemos hablar. Qué lindo saber que te gustaron mis relatos. ¿De dónde eres? ¿Qué fue lo que más te atrajo?”
Tardó, pero respondió con una sinceridad que me desarmó.
“Estuve dudando si contestar… Porque luego de escribirte me sentí mal, como con vergüenza. Pero no sé… Sentí algo al leer tu historia. Tengo 21 años. Leí el relato de la ropa sucia y me hizo sentir algo que nunca había sentido. Me imaginé ocupando el lugar de esa mujer.”
Esa frase me quedó en la piel: “Ocupar su lugar.”
Le dije que no tenía que sentirse mal. Que era natural. Que todo lo que había escrito lo había sentido yo también. Le pedí su Instagram para seguir hablando. Me lo dio. Y esa noche nos mudamos de plataforma, como si estuviéramos cruzando una línea invisible.
“Ya estoy por acá… ahora sí cuéntame, ¿qué sentiste exactamente?”
“Pues… excitación. Pero no de la normal. Fue diferente. Era como una mezcla entre morbo y deseo. Me vi en esa mujer. Aunque no soy como ella, por unos minutos… quise estar sucia como ella. Mojada. Sudada. Con la ropa pegada al cuerpo. Quise que alguien me oliera. Que me abriera sin metérmela. Solo usándome…”
Cada palabra que escribía me la imaginaba escribiéndola con una mano… y tocándose con la otra.
Le pregunté:
“¿Te gustaría que te escriba un relato inspirado en ti?”
“Sí. Quiero leerme a través de ti. Quiero saber cómo sueno siendo sucia.”
Ahí comencé a preguntar.
No por morbo solamente, sino para armarla como personaje. Quería saber su olor, su piel, sus zonas mojadas. Sus olores secretos. Su forma de hablarse sola cuando se moja. Me respondió todo. Sin pudor. Con una honestidad que me dejaba el pantalón húmedo por dentro.
“Me dejo crecer los vellos. No me gusta depilarme. Solo las axilas a veces, por la ropa. Pero entre las piernas hay días en que me siento salvaje. Me huele, me mojo, y me gusta.”
“No me toco tanto porque no tengo privacidad. Pero cuando lo hago… ensucio mi conchita, el culo y las tetas. Me quedo así, jadeando, pensando si alguien me vería así… si se vendrían solo de olerme.”
Cada vez que me escribía, me recorría un escalofrío por el cuello. Sentía que estaba descubriendo un universo privado. Como si sus letras tuvieran olor. Como si pudiera meter la cara en su mensaje.
Me dijo que quería que escribiera sobre ella.
Así que comencé.
“Imagina que estás sola en casa. Hace calor. No llevas ropa interior. Tus muslos se pegan entre sí por el sudor. Caminas descalza… y cada paso, cada roce, te hace consciente de tu cuerpo. Del vello pegado a tu piel. Del olor que sube desde tu entrepierna… olor a ti.”
Me respondió rápido.
“Estoy leyendo esto acostada… con las piernas abiertas. No sabes lo que estoy sintiendo.”
Seguí.
“Te sientas en el borde de la cama. No te limpias. No te bañas. Solo te quedas ahí. Sola. Mojada. Abres las piernas, despacio. Tus labios se separan. Huelen fuerte. Sabes que no te has lavado desde ayer. Y eso… te excita más.”
“Me estoy tocando mientras leo. Estoy resbalosa… mojada. Me tiembla el dedo.”
Le pregunté:
“¿Qué parte de ti está más mojada ahora?”
“Mi conchita… y el culo. No sé por qué, pero me gusta pensar que alguien me lame ahí… aunque huela a sudor.”
Me la imaginé.
Boca abajo. Las piernas abiertas. El culo ligeramente sucio. Su humedad bajando por el vello. El olor natural de un día sin baño. Ella respirando agitada, tocándose con la mano tibia, leyéndome como si mis palabras fueran dedos.
“Me pondría frente a ti. No diría nada. Me arrodillaría. Abriría tus piernas sin permiso. Te olería entera. Desde la axila hasta el culo. Metería la lengua donde más huela. Ahí donde más te sudó el día. Ahí donde nadie te ha lamido nunca.”
“Se me salen las lágrimas del morbo… No sé si estoy llorando o vengo…”
Me contó que le gustaba grabarse. Que había empezado a abrirse frente al espejo, grabando su selva húmeda. Que antes le daba vergüenza, pero ahora le gustaba. Que veía cómo se empapaba el vello. Cómo se abría sola. Cómo se le humedecían los pezones.
Le escribí:
“Quiero lamer tus axilas. Pero no recién bañadas. Las quiero saladas, naturales, húmedas. Quiero que me abraces con los brazos arriba, que me encierres en tu olor.”
“No me he rasurado… tengo los pelos pegados al sudor. ¿Sabes qué es lo más sucio? Me excita así.”
Le pregunté si tenía fantasías que nunca había contado. Me respondió una que me dejó temblando:
“Soñé que estaba con un novio… y que otro chico se venía sobre mí, en su cara. Me llenaba la panocha de leche. Y luego el novio… me lamía igual, como si no le importara.”
Le dije:
“Si estuviera contigo ahora, no te metería nada. Solo te abriría. Con los dedos sucios. Te lamería como si fueras un plato abandonado. Como si el sabor de tu sudor fuera mi droga.”
“Tengo los dedos adentro… uno apenas. Pero siento como si me lo estuvieras haciendo tú.”
Me confesó que le encantaba sentirse usada sin ser penetrada. Que quería ser lustrada con lenguas. Que le gustaba la idea de quedar sudada, embadurnada de leche, temblando, sin que nadie la cogiera.
Sudor, pelos y mensajes que mojan
Le escribí como si la tuviera frente a mí. Desnuda. Desobediente. Con el cuerpo tibio de un día sin baño.
“Estás en mi cama. No hay luces. No te he dicho una palabra. Solo te huelo. Y respiro hondo, porque tú no hueles a perfume ni a jabón… hueles a ti.”
“Estoy acostada con la mano empapada. Me la pasé por la axila. Me mojé los dedos. Y me los chupé…”
“Levanta los brazos”, le escribí. “Déjame meter mi cara en esa cueva de vello pegado. Quiero que mi nariz quede embarrada en tu sudor. Y que mi lengua te limpie lento. Axila izquierda… axila derecha… sin prisa.”
“Me lo estás haciendo sin tocarme. Tengo los pezones duros. Me duele de lo mojada que estoy.”
Me la imaginé: vello entre las piernas, pezones hinchados, dedos chorreando fluido espeso. Ella, animal. Ella, sin filtros. Ella, hecha un charco solo por palabras.
“Ahora baja el brazo. Siéntate en mi cara. Pero no como hacen las otras. Tú siéntate bien. Ábreme el culo con tus manos y pégamelo a la boca. Déjame olerte todo. Lamértelo con sabor a encierro. A tarde calurosa. A ti sin miedo.”
“Siento que me viene… estoy arqueada en la cama, con el dedo metido. Me huele todo. Y me encanta.”
Le describí cómo abriría su culo, no para penetrarla, sino para olerla. Para meterle la lengua húmeda hasta que jadee, sin meterle nada más. Le dije que le chorrearía leche en la espalda, en el pelo, en las axilas… y que luego la lamía como si fuera un plato sucio.
“Quiero que te dejes embarrar. Sin limpiar. Sin secarte. Que la leche se te mezcle con el sudor. Que el vello mojado te quede pegado. Y que el olor se quede contigo días enteros.”
“Nunca pensé decir esto… pero quiero que me llenes la cara de eso. De tu olor. De tu leche. De lo que hueles cuando estás excitado.”
Empezó a escribirme frases sueltas.
“Me abro con la mano…”
“Estoy temblando…”
“Tengo los pelos todos pegados…”
“Huele a mí… y me gusta…”
“Estoy por venirme, sigue…”
Le mandé una última fantasía. La más sucia.
“Te tengo sobre la mesa. Me acabo de correr. No en ti, sino en tu axila. La embarré. Está chorreando leche caliente. Y tú… con los ojos cerrados, te la hueles. Te la pasas por el cuello. Y me dices que no te quieres bañar jamás.”
“No me quiero bañar. Así estoy perfecta.”
“Erik… me vine leyéndote.”
Silencio.
Silencio sucio.
Silencio húmedo.
⸻
Epílogo: Solo por mensaje
Nunca nos vimos.
Nunca nos tocamos.
Todo fue letra, piel, deseo y palabra sucia.
Pero juro por mi lengua, que esa noche, mientras ella temblaba en su cama en Colombia, yo también terminé mojado. Con la verga tibia, con olor a imaginación, y el cuerpo con la piel electrizada. Ella no era solo una fantasía. Era una mujer real, escrita con sudor, pelos y placer.
Y lo mejor de todo…
Me pidió otro relato.
Si tú también eres de las que no se depilan, si te gusta sudar, si te mojas sin pudor, si te calientan los mensajes sucios y reales, escríbeme.
No busco cuerpos perfectos. Me excita lo auténtico: vellos en las axilas, olores fuertes, fluidos espesos, mujeres naturales, sudadas, con sabor a día vivido.
Si quieres que te escriba un relato inspirado en ti, sin filtros, sin suavizar tu olor ni tu placer, solo dime: “Quiero leerme a través de ti.”
Pero no seas tímida. Esto es para mujeres reales, que aceptan su cuerpo, su sudor y su deseo.
Si te mojas, si goteas, si te gusta olerte, si te excita leerte sucia… escríbeme.
Nos vamos escribiendo… hasta mojarnos.
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