Un Macho Camionero y un Inusual Niño (3)
«Imagínense la escena: el adorable pequeño hincadito en el piso, desnudito y todo cubierto de semen, rodeado por varios machos que lo meaban en círculo con sus grandes vergones peludos…».
Hace poco menos de un año que me encontré con el inusual niño, Jacobito, y su padre, a quien le prometí que le ayudaría a hacerse con una nueva vida, cosa que cumplí. Con uno de mis compadres le falsificamos una nueva identidad a Jairo, con la que él pudo mudarse junto a su niño a un cuarto en la misma cuartería donde yo vivo y con mi jefe también consiguió trabajo de camionero. Ahora el papá del pequeño hace largas rutas acompañado de su hijito o a veces me lo presta y se viene conmigo, como en este viaje. Yo iba en mi camión con la camisa abierta del todo y mi jean desabrochado, con mi enorme par de huevotes peludos de fuera y con mi tremenda vergota bien parada a tope; la que iba bien ensartadota en la boquita y garganta del tierno niñito de 6 años. El pequeñín viajaba desnudito del todo, cabeza abajo y con su linda carita metida en mi peluda y olorosa entrepierna, mamándome el grueso y venoso vergón, con sus piernitas abiertas en mis hombros, lo que dejaba su rica colita a la altura de mi rostro en un práctico 69 sentado.
Yo manejaba tranquilo mientras le iba comiendo el delicioso culito al niño, metiendo mi salivosa y carnosa lengua de hombre en su suave anito rosa sin pelitos; al mismo tiempo que el pequeño se atoraba boca abajo, chupando mi pijón en un rico sube y baja oral, hasta su bendecida gargantita, naturalmente profunda y capaz de poder comer vergas de macho enteras. El cuerpecito del niñito subía y bajaba al ritmo que vibraba la cabina del camión, y cuando pasábamos túmulos o baches era aún más rico, pos se atragantaba más; que a veces le faltaba el aire al pobrecito, teniendo toda mi vergota limándole la tráquea. Así iba en carretera recta, comiendo y comiendo esa colita tierna y jugosa de niño, mordiéndole las nalguitas y pasándole la lengua por toda la rajita lampiña; en lo que sentía como al pequeño se le llenaba la carita colorada con saliva, mezclada con toda la baba seminal que no paraba de chorrearme, que me escurría hasta los huevos peludos y dejaba una gran mancha en el asiento entre mis muslos. En eso tomé un desvió que me llevó por un camino conocido, uno que me cambió la vida y me hizo descubrir este maravilloso nuevo morbo entre un hombre adulto y un niño putito.
Entonces vi la vieja gasolinera, así que orillé el camión y lo aparqué cerca de una sombra. Seguía con aspecto de abandonada, sin un auto o persona a la vista. Me bajé, así como estaba, semidesnudo y con la pijota parada de fuera, cargando en brazos al niño desnudito y todito sudado. Él siempre que lo cargo se me cuelga del cuello con ambos bracitos y aprovecha a darme besitos en la boca, diciéndome que le da cosquilla mi bigote y barba. Caminé cargando al niño y me fui directo al asqueroso baño de hombres del costado y entré. Seguía sólo alumbrado por dos focos, con el piso súper pegajoso y tenía un hedor más fuerte que antes, siempre apestando a esa mezcla de sobacos sudados de macho y mucha orina amarilla empozada, ya fermentándose en todos los urinales. Coloqué a mi pequeño boca arriba sobre la repisa de azulejos, donde están empotrados los lavabos, con la colita un poco pasada del borde; le abrí bien las piernitas y lo suspendí lo justo para poder apreciar su adorable anito. Su agujerito se veía diminuto en comparación con mi pijón moreno, venoso y tan gordo, le apoyé el cabezón amoratado y sin necesidad de dilatárselo más se lo empujé fuerte, que con un tirón se la enterré hasta la mitad.
El pequeñín apretó los dientes y trató de no gritar mucho, pero igual creo que el vendedor de la tienda lo oyó. Yo con otro duro envión le terminé de enterrar el resto de mi vergota; le entró toda hasta el pegué peludo, pos miraba como mi mata negra le rozaba la rajita blanca y lampiña, y también veía como se le abultaba el vientrecito por tener metido todo mi vergón hasta el fondo. Pude sentir como por dentro el culo del niñito me apretaba la verga, me la estrujaba con fuertes pulsaciones, que me hacían sudar a chorro de los sobacos y el pecho peludo. Yo ahí perdí el control y comencé a embestirlo salvaje, brutal, que la pinguita del pequeño se sacudía de arriba abajo y botaba chorritos de orina por todos lados, meándose el cuerpecito y hasta la carita, que también me pringó y mojó los pelos de la panza y el matorral púbico. El putito ya gemía sin parar, sintiendo como yo le destruía el culito por dentro, como con cada ensartada de mi bestial vergota le ardían más sus entrañitas; pero lo insólito es que al inusual niño eso es lo que le encanta, que su carita tenía las mejillas bien coloradas y babeaba de gusto, y me repetía lo rico que sentía y lo mucho que le gustaba que yo jugara con mi pijón dentro de su colita. Empecé a embestirle todavía más rápido y vicioso, que estaba seguro de que le masajeaba su próstata infantil y le revolvía más la vejiga, pos el pequeño soltó más chorritos de su orina gimiendo descontrolado. Era tan perverso ver como mi pijota de macho camionero le daba tanto placer a ese inocente pequeñín de 6 años, aún él sin poder comprender lo que es el sexo, pero que igual sentía tan sabroso como yo al cogérmelo.
De ahí lo agarré por la cinturita, lo suspendí como si nada y dando un par de pasos atrás lo giré boca abajo sin sacársela, dejándolo clavadito en mi pijón erguido como pincho. Él siempre se deja hacer de mí todo lo que yo quiero, porque confía en mí como su macho protector, que nunca protesta o se queja, y siempre deja felizmente que yo lo use como mi juguetito sexual, gimiendo ganoso como el pequeño putito que su perverso padre crio. Entonces ahora yo lo sujetaba con ambas manos y lo hacía subir y bajar, deslizándolo por toda mi gran verga, desde la hinchada punta hasta la ancha base, como si él fuera un muñequito o coño de plástico, y cuando lo ensartaba hasta el fondo, sus pálidas nalguitas hacían mucho ruido al rebotar duro contra mi pelvis peluda. En el empañado y sucio espejo del baño podía ver cómo se le dibujaba clarito mi enorme cabezón bajo la piel de su pancita, y como se le movía y abultaba con cada empujón profundo que le soltaba. El niño otra vez empezó a mearse, soltando más chorritos de su pinguita con cada sacudida que yo le daba, mojando más el piso de ese apestoso baño público de hombres. Entre mis jadeos de macho le pregunté si quería que parara, a lo que le niñito me gritó que no, que no parara, que más bien siguiera más fuerte y rico. Yo a este punto debo admitir que me había enamorado del tierno Jacobito.
Su recto y colon se sentían resbalosos, tanto por mis jugos seminales como por que el pequeño parecía poder lubricar por dentro. Y su culito adentro palpitaba y vibraba con cada una de las duras cogidas que le clavaba. En ese momento comencé a sentir como mis pesados huevotes subían y se pegaban más al tronco de mi tremendo vergón, listos para arrojar mi poderosa descarga de leche de macho. Me sentía embramado como nunca con mi dulce niño, jadeando como animal y sudando a chorros de todos mis pelos, oyendo como el putito ya me pedía a gritos que le inyectara su primera ración de semen del día, pos el pequeñín ama que le preñen el culito como a una hembrita. Entonces no pude más y me corrí a lo salvaje, un chorro espeso y caliente tras del otro, que parecían no parar porque llevaba un par de días sin venirme; así que toda esa exagerada dotación de leche viril fue a dar dentro del culo del niñito. Y cuando solté el último chorro de leche, me dieron unas grandes ganas de mear, que ahí mismo comencé a orinar; aún con la pijota bien parada y ensartada en la colita del niño, y aun cogiéndomelo a lo bestia. Ahora de mi ojete salía como manguera mi torrente de meados masculinos, directo en las entrañas del niño. Yo bombeaba sin parar mis aporreos a su colita, viendo maravillado por el espejo como su vientrecito se inflaba poco a poco con cada potente disparo de mi orina, que pronto su pancita estaba tan abultada y salida que parecía que había preñado al pequeño y tenía meses de embarazadito.
Cuando al fin paré, destrabé a Jacobito de mi vergota y vi como de su roto anito, tan estirado que le cabía fácil una lata de cerveza, salía todo mi semen mezclado con la meada; pos le había mandado un enema de orina que el niño no pudo más que arrojarlo todo entre gemiditos, como si al sacarle mi vergón le hubiera destapado el caño, dejando salir todo a chorros blancos y amarillos, dejando un gran charco de mi virilidad en el asqueroso piso de ese baño. Entonces cargué al niñito contra mi pechote sudado y él solito se me prensó como monito, enganchándose con sus bracitos a mi cuello y con sus piernitas rodeando los costados de mi panza peluda, y ahí nos besamos y comimos las bocas con las lenguas. Yo oía como mi pequeño entre nuestros besos apasionados soltaba suspiros de gusto y cuando dejaba mi lenguota de fuera, él me la chupaba y jugaba con los hilos de saliva hasta que se los tragaba contento. Eso me dejó claro que el lindo niño también se había enamorado de este macho camionero.
Luego volvimos al camión, subí a la cabina al pequeñín desnudo y me puse a cargar combustible. De ahí fui a la tienda por gaseosas y dulces para Jacobito. Cuando regresé el pequeño me esperaba ansioso. Se tomó un refresco y me dijo que le guardara los dulces para después; entonces se recostó en mi regazo y como yo seguía con la camisa desabotonada y el jean medio desabrochado, el niño se puso a jugar con mi matorral de pelos negros, como si fuera su peluche, lo que me puso bien parada mi carnosa y oscura pijota. El niñito de una la empezó a tocar con sus suaves manitas y se metió la hinchada y jugosa punta en la boquita para chuparla, acurrucadito en el asiento y con su cabecita en mi muslo manándomela a gusto, pos a sus 6 años ya era todo un putito adicto a las vergotas. Pero por lo cansadito que quedó luego de la brutal cogida que le di en los baños de hombre, el pobrecito se quedó dormido con mi verga de mamadera, como en el primer viaje que hicimos juntos; así que le tomé una foto con el celular y la mandé por mensaje, y de ahí seguí manejando por la carretera con el adorable pequeño bien pegado a mi pijón, succionándomelo entre sueños como un chupón de carne.
En menos de un par de horas llegamos al motel que visitábamos varias veces por mes, donde nos recibió Félix, el muchacho que trabaja ahí a pesar de ser tan joven; y que se ve como el típico adolescente, que aun siendo alto camina algo encorvado, con barritos en la cara, y tiene un bigotito y barbita escasos, que le acaban de salir y que nunca se ha afeitado. El niño ya cambiadito y que iba agarradito de mi mano, me soltó y se fue a abrazar al chico que lo cargó y le dio un besito en los labios rosas, pos Jacobito también se había hecho amigo de Félix. Luego el muchacho me saludó a mí sonriéndome y me entregó la llave del cuarto de siempre.
Ya dentro del cuarto yo tenía al niñito desnudo y sentadito en mi rostro, con esa hermosa colita bien grandecita, redonda y tan respingada para ser sólo un pequeño la verdad; con todo ese rico culito sin pelitos y con olor a niño directo en mi nariz y justo en mi boca tenía su sabroso anito bien rosadito, que ya estaba otra vez cerradito a pesar de que se lo han roto miles de veces desde los 2 añitos. El pequeñín miraba las caricaturas en el televisor, mientras mi lenguota le ensalivaba toda la rajita y el agujerito infantil. Lo oía gozar con gemidos de niño y me encantaba tener el peso de su cuerpecito en mi rostro de macho cabrón. Sus nalguitas comenzaron a sudar por el calor de esa noche y por la calentura que su macho le provocaba, que su sudorcito se mezclaba con mi saliva y mi lengua carnosa se le escurría dentro del anito, dilatándosele muy rápido en una respuesta natural de su cuerpo de putito. Era tan rico comerle la cola al pequeño y adentro de su recto se sentía húmedo y calentito, que me empecé a pajear la enorme verga con ambas manos. El culo del niñito me succionaba desde adentro, casi como rogando a ser usado por un macho, y el pequeñín se sacudía todito y me decía que sentía cosquillitas ricas en su colita y que ya quería mi vergota adentro; pero en eso llamaron a la puerta.
El niño de inmediato se bajó de mi rostro y la cama, y desnudito corrió a abrir la puerta como si por sexto sentido supiera quien era. Cuando la abrió gritó “papi” y estiró hacia arriba los bracitos para que el hombre de pie frente a él lo suspendiera y abrazara. Jairo dejó en el piso la hielera que traía y cargó en brazos a su lindo hijito, quien no más tuvo cerca la boca de su padre se la empezó a besar, pero no como un hijo besa inocentemente a su papá, sino como amantes lujuriosos. Luego el padre bajó a su niño y éste regresó corriendo a la cama, se subió y de perrito en medio de mis piernas peludas se puso solito a mamármela. El pequeñín es muy habilidoso para mamar vergas de macho, pos aprendió a muy temprana edad; que ya chupaba todo mi cabezón con entusiasmo y con sus manitos me la pajeaba rico, corriendo de abajo arriba mi venoso prepucio y haciendo que de mi ojete escurriera más baba seminal que él se tragaba a gusto. El papá ya había entrado al cuarto y se había quedado en bolas, y con su buen pijón todo tieso, bien grande pero no tan grueso como el mío, y curvo para abajo por lo largo. Jairo es un hombre cuarentón; flaco, blanco, pero algo tostado por el sol, de barba y pelo marrón, y algo peludo del cuerpo. Se subió a la cama detrás de la colita de su pequeño, le separó las nalguitas cachetonas y de una se puso a devorarle el culito a su ternurita, agradeciéndome entre lengüetazos la foto que le había mandado, que eso lo había motivado para llegar más rápido al motel.
El anito rosa de Jacobito ya estaba más que dilatado, que su padre le podía meter dentro tres nudosos dedos como si nada; que él se acomodó de rodillas y de una estocada le metió toda su pijota al pequeñín, quien no tuvo de otra que dejar de chupármela y gritar mientras su macho papá ya lo cogía a lo loco, sacudiendo la cama con los tres encima. Yo me abrí más de piernas y le dije al putito que me atendiera los huevos, cosa que el obediente niño hizo sin pensar. En lo que todo su cuerpecito se sacudía por las tremendas embestidas paternas, el niñito usaba su lengüita para lamerme todos los huevotes peludos, tan grandes que el pobrecito trataba de chuparlos, pero no le cambian en la boquita; por lo que se tuvo que conformar con chuparme los sudados y rasposos pelos negros que cubrían todo mi oscuro escroto. Yo miraba al pequeñín estrujar la carita, pero no era por el hedor de mi apestosa entrepierna de hombre, pos al inusual niño eso le fascina, sino porque mientras ahora toda su carita se restregaba contra mi raja peludota de macho, tenía que aguantar las salvajes taladradas pélvicas que su padre le estaban dando cada vez más; pos imagino que como el papá tenía días sin poder coger el culito de su hijo, ahora lo abusaba a lo cabrón y sin contemplaciones. Fue tan intenso aquel encuentro padre e hijo que el otro hombre, todo bañado en su sudor y soltando fuertes alaridos, se empezó a venir en las revueltas entrañas de su niño, pero sin dejar de empujarle su pijota; ya que con cada clavada de sus caderas le dejaba ir más chorros de su leche paterna dentro del culito a su tierno hijito. Y en eso llamaron por segunda vez a la puerta.
Esta vez me tocó a mí ir a abrir, pos Jairo todavía no acababa de llenarle las tripitas a su ternurita. Bajé de la cama y caminé hasta la puerta; así como estaba, en bolas, todo sudado, apestoso y con el vergón paradote al tope, babeando un viscoso hilo seminal al suelo. Abrí y era Félix, que al verme la verga bien erguida se sonrió, me la agarró con una mano, dándome un par de jalones, y me dijo que esperaba no haberse perdido toda la diversión. Luego el joven chico entró y se comenzó a quitar la ropa. Félix es un muchacho de cuerpo delgado, pero algo marcadito, de piel blanca y peludo sólo de las piernas, axilas y entrepierna. Y el chico ya tenía su verga parada, bastante buena para un adolescente, aunque delgada; pos el joven ahora veía la hermosa escena del pequeño Jacobito acostado boca arriba, con la cabecita colgando del pie de la cama y su macho padre frente a él, metiéndole su pijota por la boquita, cogiéndole hasta la garganta, ya que Jairo seguía con persistente parazón aún después de su primera corrida. El muchacho de la recepción con toda confianza se subió a la cama con ellos y se fue directo al culito del pequeño, le abrió las piernitas bien y vio como aquel agujerito estaba todo colorado y ensanchadito, escurriendo leche viril. El chico se relamió las ganas y se puso a comerle la cola al niñito, sin impórtale que estuviera llena de semen de otro macho; la verdad es que eso lo ponía más caliente, que comía a gusto, al punto que cuando paró su bigotito y barbita estaban embarrados del espeso semen blanco del padre.
El joven calenturiento se puso en posición para coger el culo del pequeñín, lo agarró por los tobillitos para abrirlo más y con facilidad le dejó ir dentro toda su verga adolescente, viendo como el cuellito del niño se hinchaba y marcaba cada vez que el papá se la metía hasta el pegue peludo, que la boquita del putito desaparecía en el matorral de pelos marrones de su padre. Félix empezó a cogerse al niño a buen ritmo, pos no era su primera vez, él se había estrenado como machito varios meses atrás con Jacobito; que yo temía que ahora que había probado anito tierno de niño, ya no querrá ni probar coño. Entonces yo me acerqué a mi hermanazo Jairo y le pedí chance para también cogerme oralmente a nuestro adorable putito. El otro macho se la sacó del todo, dejando al niñito tomar aire y luego fue mi turno de dejársela ir entera hasta que mis huevotes la cubrieron la carita colorada. Por un buen rato mi macho compadre y yo nos turnamos para embestir la dulce carita del pequeño, mientras el joven semental resoplaba como potrillo desbocado, cogiendo al pequeñín con un intenso ritmo de pelvis que nos llenó de orgullo a Jairo y a mí. Aquel cuarto de motel apestaba fuerte a tufo de los sobacos sudados de los tres, más al característico olor a sexo con machos.
Ahora el niño de 6 añitos tenía enfrente nuestros dos vergones recios, que él agarraba y jalaba con sus manitas, y alternaba sus ricas chupadas a los dos cabezones inflados y jugosos. Nosotros mirábamos hacia abajo como el putito se estremecía entre las sucias sábanas por como el chico le perforaba el culito a lo salvaje, mientras a gusto saboreaba y se comía los jugos seminales que nos hacía botar a chorro sobre él, dulces y mielosos, que él solito se embadurnaba toda la carita de mejillas rosaditas y nos pedía lechita. Entonces mi hermanazo y yo nos pusimos cada quien a jalarnos las vergas hasta corrernos y cumplir las suplicas del hambriento niñito; quien nos esperaba con la boquita bien abierta y la lengüita rosa de fuera, esperando ganoso a que yo le diéramos nuestras raciones de semen, como si fuera a recibir caramelos. Con un par de rápidos pajazos Jairo comenzó a llenarle la carita a su hijito, quien hacía todo lo posible por tragarse chorro a chorro toda la leche paterna del macho que le dio vida. Y en eso yo también me vine, arrojando mi abundante y descontrolada descarga seminal, que también le llené toda la carita al niño. El adorable pequeñín abría la boquita y trataba desesperado de comerse todo mi espeso semen, pero me salió tanto y tan fuerte que lo que no pudo comerse le bañó hasta el pechito y pancita, las que quedaron embarradas con mis tallazos de leche viril.
Todo eso puso más caliente al joven machito, que viendo como un par de machos dotados cubrían de semen al pequeño, él también se vino con su corrida adolecente dentro del recto y colon del niño. Algunos podrían pensar que con eso quedaríamos satisfechos, pero la verdad no fue así. Mi compadre me pasó una lata de cerveza de la hielera y nos pusimos a beber, acabándonos la primera de un trago a la salud de Jacobito. Félix mientras besaba al pequeñín en la boca, a la vez que aprovechaba para comerse los restos de nuestras lechadas sobre el niñito, lamiéndole la carita, pechito y vientrecito, todos embarrados de semen caliente de camionero. El inocente niño se dejaba divertido, diciendo que le daba cosquillas como la lengua del chico le limpiaba todo rastro de nuestras corridas. Mi enorme vergón oscuro, gordo y venoso colgaba semiparado como una tercera pierna, pero el ver eso se me puso nuevamente duro y rígido a tope, y cuando me volteé Jairo estaba igual, otra vez caliente y con su pijota parada, goteando y lista para más; que nos carcajeamos y nos tomamos otra cerveza helada cada uno. Entonces el padre tomó a su niño y con los labios llenos de alcohol lo besó, escupiéndole dentro de la boquita un chorro de cerveza para ayudar al pequeñín a relajarse más; pos ahora le haríamos una doble como habíamos estado planeando y preparando al putito por semanas.
Yo me acosté en la cama con mi pijón bien parado apuntando al techo del cuarto y le dijimos al pequeño que me lo montaran como buen niño, cosa que por supuesto hizo sin dudar. El pequeñín no tuvo ningún problema, pos tenía el culito tan abierto que de un sólo sentón hizo desaparecer toda mi robusta pijota dentro de su culo infantil. El obediente niñito ya estaba bien sentado sobre mi pelvis y tupida mata de pelos negros, ensartadito hasta el pegue, que se le abultaba un poco la pancita por tener que acomodar todo mi vergón dentro. El papá se acomodó detrás de su hijo pequeño, lo recostó sobre mi torso peludo, elevándole un poco más las nalguitas, y empezó a empujarle por el suave anito su larga y curva verga, haciendo fuerza para también metérsela por sobre la mía. Oí un leve tirón junto con un quejidito de Jacobito, y luego un suspiro de placer de mi compadre, al mismo tiempo que sentí como su vergota se rozaba contra la mía dentro del estrecho y caliente interior del aguantador putito. Mientras, el chico se jaloneaba su verga como un desquiciado; tan lleno de hormonas y morbo enfermo de ver de cerca como ese pequeñín de apenas 6 años tenía metido enteros dos tremendos vergones peludos en su rica y tierna colita.
Nuestro putito se agarraba de lo que podía, gimiendo sin parar a la vez que sentía como era clavado por dos vergotas a la misma vez, rompiéndole el anito e invadiéndole las entrañas como nunca antes. Su vientrecito se abultaba y brotaba con cada empujón que su padre le propinaba por detrás, cogiéndolo fuerte al mismo tiempo que su pijón se frotaba contra el mío por dentro, en ese cálido y húmedo interior que nos estrujaba desde adentro ambas pijotas, que el culito y tripitas del pequeño parecían envolvernos las vergas, y con cada embestida de su macho papá nos las apretaba y retorcía más por dentro, de una forma insólita y celestial. No había dudas de que el inusual niño había nacido para complacer hombres, pos su cuerpecito se acoplaba para dar placer a los machos y sus vergones. Félix se paró sobre la cama y puso su verga frente a la boca del pequeño, quien se puso a chuparla en lo que se acostumbraba a la doble penetración anal que no paraba, que al contrario se intensificaba. Mi hermanazo y yo resoplábamos como bestias, sudando y apestando a lo animal, que nuestra testosterona combinada drogaba al pequeñín y lo hacían relajarse más y poder recibir nuestras vergotas con fuerza, a la vez que lo incitaban a mamarle la verga entera al muchacho, hasta los pelos. En eso noté que la pinguita de Jacobito estaba durita, pos estaba teniendo su primera erección sexual a los 6 añitos. Mientras, el joven machito se la dejaba ir más allá de la campanita, cogiéndole ya la garganta al mismo ritmo en que Jairo arremetía la colita de su hijito. Los cabezones de nuestros vergones se friccionaban en el colon del niño, frenillo con frenillo, que ni mi compadre ni yo pudimos aguantar mucho más ese intenso placer, que de nuevo nos corrimos bombeándole cada chorro de nuestra leche viril bien adentro del putito, vaciando más nuestros huevotes. El adolescente también se vino al darse cuenta de que nosotros ya estábamos inseminando al niño al mismo tiempo, que sin sacar su verga de la boquita del niñito le inyectó su corrida directo en la pancita; llenándolo los tres por ambos extremos.
Y al cabo de un largo rato tocaron a la puerta una tercera vez. En bolas y sudado como estaba abrí para saludar a Horacio, otro camionero que conocí una noche en el comedero junto al motel, a quien también había invitado mandándole la foto de Jacobito dormidito mamando mi vergón. Horacio entró al cuarto junto con otro hombre, que también era camionero y gran amigo de él, y como si nada comenzaron a quitarse la ropa, pos ya sabían a lo que habían venido. Félix, igual desnudo y con semi parazón, se acercó a saludar a los otros dos hombres y cuando los vio desnudos del todo quedó impresionado. Horacio tiene pelo negro, pero con frente prominente porque se está quedando pelón, se afeita la barba, pero siempre tiene una marcada sombra gris. Es algo bajo, muy corpulento y con gran barriga, y sumamente peludo, tiene pelos negros en todos lados, hasta en hombros y espalda. Su verga cuelga corta, pero demasiado gorda y cabezona, y sus huevos son los más grandes de los 5 machos, cada uno es como una pelota de tenis. El otro hombre, Dixon, es negro de raza, súper alto y con tremendo cuerpo musculoso. Tiene la quijada cuadrada y la barbilla partida, se rapa la cabeza y es algo peludo, tiene pelos bien rizados que parecen circulitos negros regados por todo su pechote. Y su vergota aun floja se ve gigante, más que la mía, bien fibrosa y venosa, como si fuera musculosa como él. Les compartí unas cervezas mientras hablábamos en medio del cuarto, con el televisor en un canal porno, los tres desnudos y esperando a la razón de la reunión.
En eso se abrió la puerta del baño y salió Jairo agarrando de la manito a su hijito, quien había tenido que abortar todas nuestras abundantes lechadas. El niño cuando vio a Horacio soltó a su papá y salió corriendo a saludar a otro de sus machos, pos ellos ya eran íntimos. El gordo camionero se arrodilló para darle un gran abrazo de oso al pequeñín, el cual se frotó feliz contra todo el peludote torso y panza del hombre, y luego le dio un dulce beso en la boca, a lo que Dixon dijo que Jacobito era un niño muy lindo y cariñoso; entonces lo cargó con uno de sus fornidos brazos y con el otro flexionó su macizo bíceps para mostrárselo al niñito, que con sus manitos tocaba todos los músculos del negrote con admiración; en lo que su padre y yo nos sentábamos en el angostó sofá del cuarto, latas de cerveza en mano, y dejábamos a los otros machos disfrutar del adorable putito.
Sin más, los otros dos camioneros llevaron al pequeño a la cama y comenzaron a comerle la boquita por turnos, en lo que sus vergones se ponían durísimos y se los ofrecían de mamar al niño. Jacobito sólo era risitas y gemiditos de placer, pos a él le encanta jugar con machos y más con vergotas peludas como las de ese par, que el niñito parecía no saber con cual jugar primero. Mi compadre y yo ya estamos tiesos viéndolo todo, que Félix como buen machito beta, sabiendo que aún le faltan años para ser como nosotros, se hincó delante nuestro y empezó a mamar mi pijón, mientras pajeaba la pijota de Jairo, y luego alternaba, atendiéndonos como los machos alfas que somos. El pequeño ahora estaba boca arriba suspendido en el aire sobre la cama, ensartado de la colita por el gordísimo vergón de Horacio, a la vez que de la otra punta el musculoso macho le atoraba su gigantesca vergota negra por la gargantita. Así comenzaron a cogerse al pequeñín de 6 añitos, uno por la boquita, al mismo tiempo que el otro le reventaba el culito, igualando los dos ritmo y potencia; que el pobre putito estaba tan lleno por la boca y cola de carne viril de machos dotados e igual de enfermos que nosotros.
En ese momento, mi hermanazo Jairo y yo brindamos por la buena vida que ahora teníamos juntos con nuestra ternurita, la cual podíamos hasta compartir con otros machos, y también agradecimos nuestra maravillosa suerte, ahí sentados en ese sofá de motel. Ya ni sé cuántas veces ese par de camioneros habrán usado y vuelto a usar al tierno niño. Los cabrones apestaban y sudaba de los sobacos y matorrales con cada brutal cogida que le daban al culito o boquita de pequeño; mismo que lo recibía todo y aguantaba sin protestar, más bien contento, pos su padre lo había criado así, para complacer machos a como diera lugar. En un punto el pequeñín pidió leche, así como estaba, cansado, todo coloradito y sudadito; que el oírlo decir eso en medio de esos dos machos dotados, hizo que la pijota de Jairo y mi pijón se pusieran tan duros y venosos que las mamadas de Félix no eran suficiente. Entonces todos nos unimos para cumplir el desesperado pedido del putito de Jacobito; viéndolo tan pequeño, desnudito, pálido y adorable, ahí hincadito en el piso, todo cubierto de saliva, sudor de macho y semen, rodeado por cinco machos que le ofrecían sus grandes vergones peludos. Uno a uno nos corrimos en la boquita abierta e inocente carita del niño, y como él no pudo tragar todas las descomunales descargas seminales que le arrojamos; el niñito quedó todavía más bañado en espesa y blancuzca leche viril, que luego tuvimos que orinarlo en círculo en el suelo del cuarto, haciéndolo también beber nuestros meados amargos y amarillos, viéndolo feliz, pos para Jacobito ese era otro de sus juegos favoritos. ¿Qué puedo decir? El niño es muy inusual.
Fin.
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