Un plan perfecto para dos gemelas
Ana esta en problemas con su jefe, pero su hermana gemela, esta dispuesta a ayudarla. Juntas arman un plan para quitarse a ese pervertido de encima ¿lo lograran?.
Ana y Marcela, eran dos gemelas adultas que siempre habían sido inseparables. Ana, era una madre soltera que se había casado joven y ahora criaba sola a su hijo de 11 años, Mateo. Había sacrificado mucho: apenas terminó la secundaria, pero en los últimos dos años, había conseguido un trabajo como secretaria en una importante compañía. Realmente, era un golpe de suerte ese trabajo, pues le permitía cubrir todos los gastos del hogar. Ese empleo era su pilar, y lo cuidaba con uñas y dientes.
Una tarde agotadora, con prisa por asistir a una reunión de padres en el colegio de Mateo, Ana cometió un error grave: envió un documento para la compra de una materia prima que la empresa no necesitaba. Y se marchó sin darse cuenta.
Al día siguiente, su jefe la llamó a su oficina furioso. El aire estaba cargado de tensión; el hombre paseaba de un lado a otro, gesticulando con los papeles en la mano.
— ¡Esto es inaceptable! Tu error nos ha obligado a detener la producción toda la semana. Y tú sabes perfectamente, lo difícil que es importar esa materia prima. Ahora tenemos que gestionar devoluciones, es… ¡Es un desastre!
Ana sintió un nudo en la garganta, el miedo al despido la paralizaba. Temía que en cualquier momento él pronunciara esas palabras fatales.
—Lo siento mucho, señor… Fue un descuido, pero haré lo que sea para arreglarlo.
El jefe la miró, aún rojo de ira, y soltó esa frase que Ana tanto temía:
—No veo otra salida. Tendré que despedirte.
Ana se levantó de golpe, se arrodilló frente a él, con las manos juntas en posición de súplica y con lágrimas en sus ojos, le dijo:
—Por favor, no me despida. No encontraré otro trabajo así. No me importa lo que tenga que hacer… haré lo que sea. Por mi hijo, soy capaz de cualquier cosa, solo pídamelo por favor.
El jefe se sorprendió, admirando su desesperación. Y quiso averiguar hasta donde estaba dispuesta a llegar.
—¿Lo que sea? ¿Incluso tener relaciones conmigo a cambio de no despedirte?
Ana, con voz temblorosa pero decidida, respondió:
—Sí… sí es necesario, lo haría.
Él parpadeó, atónito; no esperaba que accediera. Pero decidió seguirle el juego.
—Bien, entonces pasa mañana por mi oficina. Buscaré un hueco en mi agenda para que me pagues por este error.
Ana se levantó, secándose las lágrimas.
—Gracias… no lo defraudaré.
El día transcurrió con normalidad, y al llegar a casa, Ana encontró a Mateo riendo en la sala con su tía Marcela (su hermana la gemela, había venido a visitarlos). Marcela, era una mujer soltera y sin hijos, y algo que la distinguía, era que se conservaba bien. Pues iba al Gym regularmente, y por eso, tenía una figura tonificada y curvas definidas. Al verlos, Ana olvidó por un momento el drama del trabajo y se unió a la alegría familiar.
Más tarde, cuando Mateo se fue a la cama, las hermanas se quedaron platicando en el sofá. Ana, con voz quebrada, le contó todo: el error, la amenaza de despido y la promesa desesperada que había hecho.
—Estoy asustada Marce. No sé por qué le dije todo eso… es que no quería perder mi trabajo.
Marcela la entendía bien, y la abrazó con ternura.
—Siempre me ayudaste cuando lo necesité. Gracias a ti pude estudiar en la universidad. Ahora es mi turno de devolverte el favor.
Ana la miro confundida y frunciendo le ceño, le preguntó:
—¿Qué quieres decir?
—Que tomaré tu lugar. Yo me encargaré de tu jefe. Después de todo, aún soy soltera y un revolcón más, no me sentará mal.
Ana se negó al principio, horrorizada.
—¡No, cómo se te ocurre! Yo jamás me sentiría bien con eso.
Pero Marcela, era persuasiva, y aunque Ana mencionaba que no funcionaría porque había sutiles diferencias entre ellas (ya que Ana estaba un poco más rellenita). Marcela agregó un detalle que hizo que Ana terminara aceptando.
Al día siguiente, durante el desayuno, Ana le dijo a Mateo:
—Mira hijo, tu tía se quedará con nosotros un par de meses, mientras remodelan su apartamento.
—¡Genial! Ya sabes que amo pasar tiempo con mi tía, y además, siempre estoy solo cuando vuelves tarde del trabajo. Así que… me agrada la idea.
—Yo también creo que será genial sobrinito, me encantara pasar contigo estos meses.
—Gracias tía por quedarte con nosotros… ¡es la mejor noticia que han dado hoy!
—Ya, ya… Por favor hijo, apresúrate comiendo, que no quiero que llegues tarde al cole.
Entonces, Mateo se apresuro para no atrasarse. Mientras tanto, Ana también se preparaba para salir al trabajo. Y cuando al fin estuvieron listos, ambos salieron, despidiéndose de Marcela que se iba a quedar en casa.
Ya en el trabajo, cuando el reloj marcaba casi el mediodía, el jefe llamó a Ana a su oficina. El ambiente era tenso; y él la miró decidido.
—Bien, he estado pensando en lo que platicamos ayer. El jueves salgo de viaje, pero podemos arreglarlo antes.
Pero Ana, al recordar la idea que le había dicho Marce, se dispuso a mencionarla.
—Bueno, pero antes…
—Haber, no me digas que ahora te arrepientes… Si no estas dispuesta a cumplir, no tengo mas remedio que…
—No no…. no me refería a eso. Lo que quiero decir, es que yo… bueno, quisiera ofrecerle una mejor versión de mí. Mire, si me da un mes para ir al Gym y ponerme en forma. Le dará mas gusto tenerme entre sus brazos desnudita.
El jefe sonrió, complacido.
—Es que vera, ahora mismo me siento insegura con mi cuerpo, y…
—Perfecto, no me parece mala idea. Entonces te adelanto tus vacaciones para que te prepares. Cuando regreses, fijaremos la fecha. Y así, yo me organizo mejor con mi esposa.
—Entendido señor
—Bien, ya puedes retirarte, ve y sigue trabajando tranquila.
Y de este modo, Ana cumplió su jornada y comenzó sus vacaciones. Al llegar a casa, le contó todo a su hermana y se pusieron manos a la obra (con su plan). E incluso, para que todo pase desapercibido, Marcela toco sutilmente el tema en la cena, luego de que Ana les avisara que había tomado un periodo de vacaciones.
—Bien, ya que ambas estaremos en casa. Me gustaría iniciar una dieta estricta y una serie de ejercicios para mejorar tu figura hermanita. Lo digo sin ofender, pero ya es hora de que bajes unos cuántos kilitos.
—¡Sí, mamá! No es mala idea, así te veras mucho mejor. Haz lo que la tía te ordene, yo también te apoyare.
Al oír eso, Ana se alegró y sin poner pretextos ni excusas, acepto. Y al día siguiente, empezaron con los desayunos saludables, las caminatas matutinas y con las sesiones de Gym. Al principio, Ana se sentía exhausta pero poco a poco, notó los cambios: la cintura se reducía, las curvas se definían. Y al fin de mes, los resultados eran más obvios; cada vez más se parecía a Marcela. E incluso, el último día al pesarse, los tres celebraron al comprobar que Ana había bajado mucho peso.
Finalmente, cuando llegó el lunes Ana regresó al trabajo. Pero ahora, lucia mas radiante y delgada, era genial los resultados que había logrado con el apoyo de su hermana. Y de hecho, las maridas que robaba en la oficina, lo confirmaban todo. Ella había cambiado, se veía mas atractiva, y su jefe al verla desde lejos, se sintió mas complacido.
—Te ves increíble Ana, realmente hiciste un buen trabajo. Sígueme, que necesito platicar contigo sobre unos documentos que debo enviar hoy.
Entonces, ella lo siguió y cuando ambos entraron. El cerro la puerta y le dijo:
—Bien, espero que no hayas olvidado nuestro acuerdo, ya tengo una fecha definida. Será este jueves. Mira, mi vuelo sale a la una así que… pasaré por tu casa a eso de las siete y media. Asegúrate de que tu hijo salga pronto al colegio; así tendremos la mañana entera para nosotros. Le dije a mi esposa que iré solo al aeropuerto. Todo está perfectamente planeado
—Entendido, señor. Estaré lista.
Pero él, para asegurarse de que todo iba en serio, le dijo:
—Me dijiste que estabas dispuesta a todo, ¿verdad?
—Aja, es decir, si señor.
—Bien, quiero me des una muestra de confianza. Haber, muéstrame tus tetas, ahora. Solo un vistazo, para saber que hablas en serio.
—Ah, aquí?
—Sí, vamos, nadie nos esta viendo ahora
Entonces, Ana con sus manos temblorosas se fue desabotonando los primeros botones de la blusa, y mostró la tela de su sostén. Luego, bajo las copas del sostén, y le mostro sus senos voluptuosos.
—Vaya… realmente estás comprometida. Eres perfecta. Bien, ya cúbrete, que no quiero que nadie más vea esto. Nos vemos el jueves, como acordamos.
Ana, con el rostro aún ardiente, se ajustó el sostén y abotonó su blusa rápidamente, asintiendo sin mirarlo a los ojos.
—Gracias, señor. No lo defraudaré.
—Así me gusta. Ahora ve, sigue con tu trabajo.
Ana salió de la oficina, el corazón acelerado, mientras la tensión del encuentro se mezclaba con el alivio de haber asegurado su puesto… por ahora. Y así Ana, trabajo hasta tarde y al llegar a casa, le contó todo a su hermana, y ella le dijo:
—Estoy lista, no te preocupes. Lo único que te pido, es que ese día te escondas en el armario. Ya sabes, por si ese tipo se sobrepasa e intenta hacerme daño.
—Claro Marce, yo estaré ahí con mi celular y con un bate en la mano. Si mi jefe te hace algo, yo le partiré la cabeza.
Entonces, ambas se abrazaron y prometieron cuidarse.
Cuando el jueves llegó. Levantaron a Mateo temprano, mintiéndole que debía presentarse pronto por una charla con el inspector. A regañadientes, se alistó, desayunó y salió a las 7:05, despidiéndose.
Y una vez que se quedaron solas, Marce corrió a la habitación. Se vistió como una colegiala sexy: se puso una minifalda plisada, una blusa blanca casi transparente con botones abiertos para mostrar su escote, y se recogió el cabello con una liga. Mientras terminaba de alistarse, Ana se asomó a verla y se asombró.
—Guau… luces increíble ¿estás segura de esto?
—Sí, tranquila hermanita. Esto será pan comido.
De repente, sonó el timbre. Ana se apresuró a meterse en el armario con el bate y su celular. Y Marcela, bajó a abrir la puerta asumiendo el rol de su hermana.
—Ana buenos días… Vaya… t-te… te ves, muy bien!
—Venga Señor, pase. Adelante.
—Oh, gracias, pero que linda casa tienes (le dijo mientras la escaneaba de pies de cabeza)
—Gracias, no es mucho, pero… sabe que, mejor permítame guardar sus maletas en el cuarto de huéspedes.
—Claro, eres muy amable
—No es nada Señor, siéntase como en casa.
El jefe emocionado, la seguía con la mirada. Hasta que al fin, ella se acercó a él y lo acorraló contra la puerta. Le aflojó la corbata, y la tiró suavemente mientras se la quitaba. Luego, la lanzó lejos.
—Ay, perdón… no debí arrojarla hacia allá. Déjeme traérsela de vuelta.
Entonces, Marcela se volteó y se agachó sensualmente. La minifalda se le subió, y ella le revelo su culo apenas cubierto por una tanga rosa. El jefe de su hermana sudaba, y un bulto en su pantalón comenzó a divisarse.
Marcela se giró, y miró entre las piernas del tipo y sonrió pícaramente.
—Vaya ¿Ya está listo? ¿Me dejaría verlo?
—Claro, adelante.
Y así, Marcela se acercó a él. Le bajó la bragueta, metió su mano y con mucha habilidad, hizo a un lado el bóxer y sacó su miembro, grande y erecto.
—Santo cielo… no me esperaba esto de usted, esta bien dotado.
Él solo sonrió, y empezó a explorar debajo de su falda.
—Y tú… estás bien mojadita. Me estas volviendo loco.
Ambos se miraron, y Marcela dijo:
—Mejor subamos a mi alcoba, quiero que me haga suya en mi cama.
Y así, lo sujetó del miembro y lo guio hacia el cuarto de su hermana. Y una vez ahí, dejaron la puerta entre abierta mientras se besaban entrando al cuarto. Mientras Ana, oculta en el armario, miraba todo por la rendija del mueble.
En eso, Marcela se puso más provocadora y le dijo al jefe:
—Quiero verte desnudo primero. Luego, puedes desnudarme a mi.
Él accedió, rápidamente quitándose la camisa, revelando su torso gordito; luego se quitó los pantalones y el bóxer, quedando expuesto. Su cuerpo no era perfecto, pero su miembro si que destacaba.
Ana en el armario, sintió un calor creciente al ver el miembro de su jefe, era más grande que el de su ex esposo. Se tocó brevemente, luchando por resistir, arrepintiéndose un segundo de no ser ella, pero recordando el plan.
Mientras tanto, afuera, su jefe se arrodillaba ante su hermana para quitarle los tacones lentamente. Luego, le deslizó las manos por sus piernas, subiendo hasta su minifalda para bajarla, revelando al fin, esa hermosa tanga rosada que se ceñía a sus curvas.
—Tienes unas caderas perfectas… y ese trasero me mata.
Luego, desabotonó la blusa y la abrió para revelar un brassier de encaje. El cual también lo desabrochó, para liberar sus grandes tetas redondas, cuyos pezones lucían bien erectos por la excitación.
—Oh, esas tetas lucen increíbles…
—Pues gózalas, que por hoy, son todas tuyas…
—Que suavecitas… me encantan.
—Oye, pero no te olvides de lo más importante. Yo también quiero mostrarte mi cosita.
Al oír eso, el jefe se emocionó. Agarró las tiras de sus caderas, y le bajó la tanga, deslizándola suavemente por sus muslos.
—Estás buenísima Anita… darte esas vacaciones, fue lo mejor que he hecho. Verte así, desnudita, es lo mejor que me ha pasado.
Pero Marcela, envés de responderle algo. Metió un dedo en su vagina húmeda y se lo puso en la boca del jefe, silenciándolo.
—Sshhh… Basta de palabrerías. Te deseo… hazme lo que quieras.
Entonces, el tipo se dejo llevar y le besó el cuello mientras le tocaba los senos. Ella en cambio, agarró su miembro y lo masturbó expertamente, masajeando la punta en círculos con su palma, hasta que él no lo resistió más, y se vino en segundos.
—Ahhh, mierda… Lo siento, se me salió. Perdóname, ya te ensucié la pancita.
—No pasa nada Señor. Me encantó mucho verlo así… solo deme unos segundos ¿si?
—No, espera, no te vayas
—Tranquilo, no voy a huir
Marce, se acercó a un cajón cerca del armario, sacó una caja de toallitas húmedas y se limpió el abdomen. Luego, regreso ante el jefe y se arrodilló ante él, y empezó a usar su boca para limpiar el resto de semen de él.
—Guau… tú, si que estás preparada para todo, me encantas. No se cómo puede pensar en despedirte, soy un idiota.
—No importa Señor, eso ya esta en le pasado. Mire, ahora solo quiero hacerlo venir otra vez más ¿si?
—Sí sí, hazme lo que tu quieras…
Entonces, ella sujetó su miembro y se lo puso entre sus senos para masturbarlo, y lo deslizó una y otra vez. Hasta que él también se animo, y le sujetó las tetas para facilitar sus embestidas.
—Ah, sí, sigue… sigue! Quiero sentir tu semen en mis tetas.
—Ahhh, sí…. sí, toma!
Dijo jadeando mientras lanzaba un par de chorros en su pecho. Marcela sonreía, él suspira de placer, y ella aprovechaba para limpiarse los senos.
Pero de repente, el se acercó y le dijo:
—Ahora, yo también quiero complacerte, me dejaste tocarte?
—Oh, claro, que debo hacer?
—Solo ven, sentémonos aquí.
El se sentó primero en el borde de la cama, se hizo un poco para atrás, y le invitó a ella, a sentarse frente a él. Y así, cuando Marcela se sentó, apoyando su trasero contra su miembro. El pego su pecho a su espalda, le abrió las piernas, y deslizó sus manos en su zona íntima, húmeda y caliente.
—Es increíble lo mojadita que estas para mí.
Y sin decirle más, comenzó a masajearle el clítoris. Ana en el armario, no podía creerlo mientras se tocaba.
—Ah, ah, sí… justo ahí. Ah, que bueno eres… vamos, sí, sí, sí…. hazme venir!
De este modo, aumento la velocidad y ella se vino. Sus piernas temblaban y ella se reclinaba hacia él, arqueando sus espalda y haciendo su cabeza hacia atrás. Y el al verla así, decidió ahogar sus gemidos con un beso prolongado.
Luego, cuando la vio dejar de temblar, susurró:
—¿Puedo?
—Ah, sí… métemela por favor.
Entonces, ella se levantó y se acostó boca arriba en la cama con las piernas abiertas. Él escupió saliva en su vagina y deslizó el glande lentamente entre sus labios, para abrirse paso. Y Marcela, sentía perfectamente cómo ese miembro grueso le estiraba las paredes uterinas, llenándola centímetro a centímetro, calentándola más con cada avance en su interior.
Mientras él sentía, cómo la suavidad y la humedad de esa zona, le envolvía el miembro con un calor acogedor, excitándolo al máximo.
Luego, ambos se encontraron con las miradas, y él viéndola a los ojos, se movió lento, sacándolo un poco y empujando, acelerando gradualmente.
—Ah, ah…. más rápido… vamos.
Ella lo abrazó con las piernas, acercándolo más, y al sentirlo más profundo dentro de sí. Ella no pudo resistirse más, ni el tampoco.
—Dios… estás tan apretada. Me vengo, mierda!
—Aahhhh, sí, dámelo todo, vente, vente…
Ambos se abrazaban, y permanecían muy pegados entre sí. Gemían al unísono, y experimentaban sus orgasmos de forma sincronizada. Sin embargo, el jefe se recupero rápidamente, y con todas sus fuerzas, tomó a Marcela de las caderas y ambos se pusieron de pie. Ella lo abraza por el cuello y se mantenía aferrada con sus piernas, a su cintura. Mientras él, sujetándole las nalgas, le hacia rebotar para penetrarla de pie.
Esa situación, le excito más a Marcela y ella comenzó a saltar desesperadamente sobre él. Sus cuerpos chocaban y sudaban.
—Ah, que rica la tienes… me encanta como me llenas.
—Síguete moviendo así… apuesto que nadie te ha cogido como yo!
—Ah, ah, es cierto…
Y adentro en el armario, Ana también se estaba masturbando a gusto. Pero lo que nadie se esperaba, era que a unos metros afuera de la casa. Mateo ya estaba de regreso. El venía feliz, y algo frustrado, por haberse olvidado de decirles a su madre y a su tía, que ese día no tenía clases.
Cuando al fin llegó, abrió la puerta y dijo:
—Hola, ya estoy de vuelta!
Y arriba, en la habitación, marcela y el jefe se quedaron fríos al oír ese saludo. Ana también se paralizo dentro del armario. Pero el jefe no se detuvo, la envistió con mas fuerza a Marcela, y ella apenas se podía contener para no gritar de placer. Y Ana, estaba desesperada dentro del armario, sin saber que hacer. Cuando de repente, la puerta de la alcoba se abrió y Mateo lo vio todo.
—¿M-ma… mamá?
—Aaahhhhhh, miiieeeeerda hijo de puuutaaaaa!!!
Fue todo lo que Marcela atinó a decir, mientras miraba a Mateo a los ojos y se orinaba temblando de placer. Sus fluidos salían disparados y se deslizaban sobre las piernas desnudas de aquel tipo que era un desconocido para Matero. Y él, se ruborizó y se acerco a golpear desesperadamente, la espalda de aquel hombre que tenia a su madre desnuda y abrazada.
El tipo se dio la vuelta, y vio al muchacho. Entonces, recostó a Marcela en la cama y de un golpe, mando a dormir al piso al muchacho. Y el jefe, se acerco a Marcela y le dijo:
—Te dije que te decidieras del mocoso
—Pero, sí lo hice, hoy lo mande al colegio en la mañana
—Y entonces, que ésta haciendo aquí?!
—Pues, no lo sé!
Y de repente, la puerta del armario se abrió.
—Maldito, ya te tengo donde te quería.
—¿Qué, pero que mierda es esto? No me digas que tú, o sea tú ¿tienes una hermana gemela?
—Así es idiota
— Mierda, pero ¿cómo pudieron engañarme? Esto no puede ser!
—Pues si puede, tengo todo filmado en este celular.
El jefe al darse cuenta de que estaba en apuros, se arrodillo ante ellas suplicando piedad. Ana sonrió, y le dijo que si no deseaba que su esposa se enterará. El debía cancelar su vuelo, y gestionar la transferencia de Ana a otra localidad, para nunca más tener que verlo, y que de ahora en adelante, le transferiría dinero mensualmente a una cuenta privada. Y él, al verse sin salida, aceptó, primero se vistió, hizo unas llamadas y cumplió con las exigencias. Finalmente, pidió disculpas una vez más, tomó sus cosas y se marchó de ahí.
Más tarde, en un hospital, Mateo se despertó en una camilla. A su lado estaba su madre, y su tía Marcela viéndolo con los ojos llenos de lágrimas. El chico preguntó, qué había pasado, y su madre le dijo:
—Hijo, al fin despertaste…¿No te he dicho que miraras bien las calles antes de cruzar?
—¿Qué? No, espera… o sea, lo único que recuerdo era que… Ay, mi cabeza!
—Oye, tuviste mucha suerte… Si te hubiese golpeado un carro, no la hubieses contado. ¿Cómo pudiste tenernos así de preocupadas?
—No entiendo nada ¿pero por qué estoy aquí?
Entonces, el doctor entró y dijo:
—Hola, al fin despertaste… te recibimos hace un par de horas por emergencias, una moto te impacto y el responsable te dejo aquí. Gracias a Dios, traías contigo tus credenciales, así pudimos contactar a tu madre y a tu tía. Ellas estaban muy preocupadas.
—No, no te levantes, debes descansar.
—Eh, esta… bien
Y así fue, como Ana y Marcela lograron encubrirlo todo a Mateo. Aunque para él, aún nada de eso tenía sentido, tenía un ojo negro, y era producto de un golpe. Pero decidió creerle a su Madre y a su tía.
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