ÚSAME, DUEÑO MÍO…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Yo, casado desde hacía diez años y con una intensa vida sexual que incluía casi cualquier tipo de los placeres que se pueden hallar en la intimidad con una mujer grande, morena y dispuesta a todo, miraba con infinito deseo al hermoso homosexual que casi a diario abordaba el mismo bus que yo, ambos rumbo al trabajo del que dependían las vidas nuestras.
Solía mirarlo discretamente cuando iba cerca de mí y deseaba besar con delicadeza sus mejillas sin vello y sus labios abundantes.
que al hablar parecían ejercer el dulce rito del sexo oral sobre un pene.
Yo deseaba morder sus dulces tetas que estiraban su tallo hacia adelante como pidiendo que los tomara entre mis dedos pecadores y entre mis labios que se abrían en la ilusión incierta de tamaña irrealidad húmeda y salaz.
Sus ojazos cafés, coquetos y adiestrados en los hallazgos sexuales, advirtieron una mañana la excitación que su cuerpo alentaba en mí cuando, como al descuido, me atreví a rozar con mi muslo el dulce trasero que parecía abrirse y cerrarse en cada uno de los pasos que daba, como dos enormes labios que pedían las caricias de un hombre y la firme posesión de su intestino hambriento de macho.
Tenía qué descargar mi cuerpo dentro del suyo, aunque fuera sólo una vez.
Verónica, mi muer, no tenía por qué saberlo.
Sería una cosa de ésas que suelen darse en el mundo mil veces por minuto entre un macho y una hembra.
Antes de que el bus se detuviera, anoté mi nombre y mi número telefónico en un breve papel que hallé en mi bolsillo y se lo entregué discretamente.
Añadí muy por lo bajo: llámame.
Te deseo.
Él lo tomó con naturalidad y bajó luego del bus rumbo al salón donde ejercía como cultor de belleza.
Pasaron unos días y una tarde sonó mi teléfono:
Hola- me dijo- Soy Juan.
Me diste esté número para que te llamara y pues…Me siento solo.
El tono de su voz me indicó de quién se trataba.
Mi corazón se apresuró y mi pene se excitó en unos segundos:
– Hola, Juan.
Soy Antonio.
Estoy solo también.
Ven a mi casa para conocernos y charlar un rato.
–
Le di mi dirección y me senté a esperarlo.
Minuto a minuto hasta que tocó a mi puerta y le abrí.
Nos saludamos de mano y de beso en la mejilla y nos sentamos en la sala charlando ligerezas de esas inevitables en los inicios vacilantes.
Luego, me senté a su lado, tan juntos que nuestros cuerpos ansiosos intercambiaron calor, muslo a muslo y brazo a brazo.
Puse mi brazo sobre sus hombros y atraje su hermoso rostro hacia mi boca ansiosa.
La besé con sed, con hambre, con deseo y bebí gota a gota toda la humedad de su boca, a ojos cerrados y a corazón jadeante, y levantando su blusa celeste para hacer mías esas dulcísimas tetas intensas, duras, cilíndricas y pigmentadas que se habían elevado tantas veces frente a mis ojos en el trajín diario del transporte y que me hicieron mojarme tantas veces los labios con deseo.
La despojé totalmente de su blusa y la recliné firmemente sobre la alfombra para saborear con lujuria todo su pecho, sus axilas olorosas a sudor que bebí con ansiedad, sus costados que se estremecían al paso de mi lengua y luego cada centímetro de su hermosa espalda que besé y mordí con ternura mientras ella gemía y movía lascivamente sus caderas arriba y abajo.
La despojé de sus zapatos, bellos y cómodos, y recorrí, primero con mis manos y luego con mi boca, cada pliegue de sus pies hermosos y húmedos.
Limpié con mi lengua desesperada los espacios entre sus dedos y al final jalé hacia abajo su pantalón de algodón y lo doblé cuidadosamente mientras la observaba en toda su preciosa desnudez.
Un pequeño pene dormido y unos testículos casi inexistentes sobresalían por su tono levemente oscuro sobre la piel clara de todo su cuerpo.
Toda la piel desde sus muslos hasta su cintura pasó por mi boca y limpié con mucha ternura la suave piel entre sus testículos pequeños y sus muslos suaves.
Lamí cada rincón de su sexo y su pene infantil reaccionó con su inocente longitud de tres pulgadas.
Sus testículos crecieron y pude lamerlos y limpiarlos con ansiedad mientras ella gemía y se movía con placer.
Luego la hice voltearse con su trasero al aire y allí perdí la noción de estar en la Tierra.
Al final pasé con timidez mi lengua entre sus nalgas semi-abiertas, varias veces mientras ella decía no sé qué cosas y abría más sus nalgas para que mi boca llegara más fácilmente hasta aquél pequeño sitio oscuro y que parecía querer hablar.
El olor intenso de su ano me excitó aún más y lo acaricié seis, siete, muchas veces con la punta de mi lengua hasta que perdió su aroma sexual y entonces hundí en él mi lengua, poco a poco, buscando algo más y sin saber qué podría ser.
Ella gritó y se encogió hasta quedar en flexión canina, con los muslos abiertos y con su ano queriendo llevarse toda mi lengua hasta el fondo.
Y entonces sucedió: su ano se abrió y mostró un gran trozo marrón, brillante y sólido, asomando de a poco y volviendo a entrar oscilando coquetamente.
Mi lengua voraz aprovechó cada ocasión para probar un poco de aquél chocolate amargo, así muchas veces, hasta casi acabarlo y entonces apareció el resto; una pieza hermosa, dura, larga y aromática, resbaló totalmente hacia afuera y cayó entre mis manos.
Ella se volvió con lujuria y me observó lamerlo con cuidadoso esmero por los largos costados de la pieza, incansablemente, una y cien veces, hasta que desapareció dentro de mí.
Su pequeño pene había crecido un poco más y era estimulado por la fina mano de ella mientras yo lamía su producto corporal.
En cierto momento ella sintió que llegaba al orgasmo y entonces se incorporó a medias sobre la alfombra y me tumbó de espaldas, mirando al techo y colocó en mi boca su dulce fruto para que eyaculara y me alimentara.
Entre sus estremecimientos de placer y sus gritos lujuriosos, me dio de comer toda su carga espermática y yo la recibí agradecido.
¿Aún tienes sed? – me dijo-
Sí.
–contesté interesado y esperando algo más-
Entonces, sin decir nada y en la misma posición en que había recibido su semen en la boca, descargó su vejiga entre mis labios.
Áspera y vigorosamente, con un chorro casii agresivo, me dio a beber cada gota de sus orines hasta terminar sacudiendo su pene sobre mis labios.
Reposamos un buen rato sobre la alfombra y luego me levanté y me vestí.
Ella hizo lo mismo.
Volvimos a la sala a charlar sobre nimiedades otra vez, pero ahora más confidencialmente.
Y luego se fue a la calle, satisfecha luego de descargar su cuerpo dentro del mío.
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