Yael, mi primito de cuatro años.
Al tenerlo en mis brazos, me dí cuenta que su mamá no le había puesto el pañal….
Eran alrededor de las tres de la tarde…
Me encontraba ya algo ebrio, no mucho, pero cinco cervezas empezaban a hacer efecto.
Mi primito de cuatro años se encontraba jugando en la sala, un chico dulce, siempre juguetón y alegre.
Su madre me había pedido el favor de «echarle un ojo» (como se dice coloquialmente en México al acto de vigilar o asistir al cuidado), porque tenía un pendiente laboral.
Me levanté del sillón para tomar otra cerveza del refrigerador y me acerqué a donde él, estaba con sus carritos, lo alcé, cargué, y empecé a hacerle cosquillas.
Al tenerlo en mis brazos, me dí cuenta que su mamá no le había puesto el pañal, pero no le tomé importancia…
Empecé a hacerle cosquillas, como siempre, y se retorcía de risa.
Era…, un momento común, una situación que había ocurrido tantas otras veces, tan cotidiano, tan normal, salvo esa vez…, algo cambió.
Mientras lo tenía alzado, al nene le dió por orinarse, empecé a notar la mancha que se hacía en su pans gris oscuro y sentí la tibieza de su pipí hacer camino en mis brazos.
Sentí cómo su orín, caliente, bajaba por mis brazos, cómo recorría mi estómago, continuaba a mi pelvis, mi miembro, seguía por mis piernas y terminaba en mis pies.
No sé si habrá sido el alcohol, pero, lo que comúnmente hubiera hecho es bajarlo, sin embargo, mi mente quedó en blanco, no tuve reacción inmediata.
Alcé la vista, y miré el rostro del pequeño, notaba susto en su mirada, esa reacción clásica en los niños cuando han hecho algo malo y están a punto de llorar.
Cuando entendí lo que pasaba, me dí cuenta que empezaba a formar una carpa sobre mis pantalones ya húmedos, tenía una erección.
El hecho de ser mojado por la pipí de un niño me había causado excitacion.
Al notar sus expresiones, lo calmé y le dije que no había problema, todos lo hacemos, es tan normal, lo abracé fuerte para darle confianza y seguridad…
Seguía en la sala, parado, con la ropa húmeda, mi nene entre los brazos, y su cuerpo caliente sobre mi estómago.
Mi imaginación me devolvía al momento, una y otra vez, tanta era la emoción, que empecé a miccionar también, sentí mi fluido, caliente, bajar por mis piernas, siguendo el camino que había formado el orín de mi pequeño Yael.
Terminando. De la nada, y casi inmediatamente, la perilla de la puerta empezó a hacer ruido.
Bajé al pequeño, y en medio de la acción entró su mamá.
Mi erección desapareció, y el pequeño Yael empezó a llorar, por el temor a la reacción y al carácter de su madre.
Noté la expresión de Valentina, y me apuré a calmarla, y decirle que no regañara al bebé, pues para empezar, había sido mi culpa por hacerle cosquillas.
Valentina sólo se dispuso a decir «Ay, Yael, en qué habíamos quedado».
Una vez resuelto, y que Vale no se diera cuenta que aquél charco no era propiamente de Yael, tomé la jerga de la bodega y empecé a secar el piso.
A Yael le desvestimos y quitamos la ropa, tan dulce se veía con su cuerpecito descubierto…, le regalé una playera mía, le quedaba bastante grande, como una túnica, enbolsamos su ropita manchada, y salieron.
Entré a la regadera a darme un baño, llevé a mi nariz la playera húmeda donde Yaelito había impregnado su aroma, devolviendo mi imaginación a la situación que acababa de ocurrir y a recordar el cuerpo de mi primito al descubierto.
Bueno amigos, espero les haya sido agradable esta historia, si entran a mi perfil, hay más. Les agradecería un voto o algún comentario, y ya saben, si quieren hacer amigos o compartir alguna experiencia, escriban a mi TL: @Sulggh.



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