🫴🏻(‿ˠ‿) Pᴇɴsᴀᴍɪᴇɴᴛᴏs ᴘᴜᴇʀᴄᴏs ᴘᴏʀ ᴍɪɴɪᴛᴀs ᴅᴇ ᴜɴɪfᴏʀᴍᴇ (ɪɴᴄʟᴜʏᴇ ᴍᴀɴᴏsᴇᴀᴅᴀ)
Un mañana en la vida de un acosador callejero.
🅸magínense un camioneta después de traerla de vuelta de un salvaje viaje, cómo está de llena de mugre, barro y aruñetazos de ramas, porque inclusive la pasaste por trochas y quebradas. Ahora imagina cómo cae todo ese pegajoso desastre cuando la tratas con una hidrolavadora potente y agua jabonosa. Tu camioneta empieza a recobrar su brillo. Pues bien, mi espíritu a veces llega a estar como esa camioneta, de lo puro que la vida es monótona, pesada y carente de sentido el vivirla. Pero, la ARRECHERA, es la hidrolavadora potente con profusa agua jabonosa. No hay nada (que pueda hacer) que me haga sentir mejor que llenarme de incontenible arrechera. Para mí, y para muchos de ustedes, y por eso les dedico esta entrada; nada me arrecha más que ser un mirón y perseguidor y hasta cierto punto-acosador de colegialas. Volver a casa con el bóxer mojado después de una sesión de perseguir a unas y decir tremendas cochinadas a otras. A veces, ver un poco bajo sus faldas y a veces, echar mano. Las colegialas me enferman, y los pensamientos que tengo por ellas son muy candentes y, por experiencia —ya les voy a contar— sé que su energía se transmite. Este relato es sobre pensamientos cachondos (y una mansoeada). Ojalá se arrechen. Difundamos esta maravillosa energía.
Me desperté muy temprano de una vez me aburrí. Así está la cosa por acá. Pero me dije ¿Y como-por qué hijueputas me tengo que aguantar la vida como si fuera una cárcel? ¿Qué puedo hacer que me guste? Salí a ver minitas de colegio. La hora era casi perfecta. Hacía años no le pegaba a ese vicio, y qué bien habría de caerme. Anduve un par de barrios bajo el rocío, porque me dí garra saliendo temprano, pero al fin pasó la primera de ellas. Era un mina de unos once años, iba de parrillera en la moto de papi. Su uniforme era de falda verde muy-muy oscuro con tartán de líneas claritas. Verla ahí abiertica me hizo decir: «Uff, qué rico ¿Quién fuera el sillín de esa moto para que me ponga todo eso en la cara, mamasita. ¡Já! El papá la lleva la colegio, no vayan y se la violen. Igual, por más que la cuide, ella va a tragar tanto semen algún día que después lo va a sudar». Todavía puedo casi verla ahí acercándole ese tibio pan al trasero de su papá. Y a toda estas, él ¿Cómo se aguanta? ¿Con todo eso ahí a su disposición casi todo el tiempo? Yo no me aguantaría andar en moto con mi hija pegándome el entrepierna calientito a mi trasero. Me orillo por ahí en un matorral y… ella tendría que ir a clases toda culiada. Culiada por papi. Que se siente en el pupitre y todavía le salgan mis mecos y tenga que pedir permiso de ir al baño. Qué hermoso sería eso.
Seguí andando y empecé a mojar bóxer. Las siguientes minitas empezaron salir. Me puse como perro. «Uhy, más vaginas directo a colegio, para el disfrute de los profesores». Venía un par de morritas de unos 12 años, muy bonitas. A la primera la violé por boca, cuca y culo, con la mirada. Ella me miró y aceleró un poquitín el paso. Iba en sudarera gris. Pero qué pedazo de culo. Me encantó imaginar su panty de nena y, al caminar ella, esa rosada raja meciéndose de aquí para allá. Esa puchita suavecita que suelta gotitas de jugo todo el día, una gota o dos por hora. Por eso, al terminar el día, quedan oliendo tan rico los cucos de una mina. Me puse a filosofar sobre la vagina. En especial sobre las vaginas de las minitas de entre ocho y catorce años que van al colegio. ¡Hay millones! ¿Por qué son tan sabrosas? Por ser tan sabrosas, sus cuquitas deben ir bien empaquetadas todo el día. Todos les tienen ganas, y con razón. Saben y huelen muy a rico. Traté de imaginarme el bizcocho más caro que haya en una pastelería en un barrio de gente muy, muy rica; o de un hotel ultra-lujoso donde solo se alojen magnates, o de un crucero de ensueño o un yate privado. Un postrecito puesto en un platito con una servilleta, preparado por un chef que gana lo que yo no voy a ver en la vida entera. Ese pastelito, así de caro y fino, provocativo, con capas de diferentes dulces alternados con torta de vino caro y una fresa encima cuyo tamaño no es cosa que se cultive para pobres. Pero ese pastelito no le da la talla a la vagina de una minita de doce años, que la lleva entre su cuquito y encima, casi siempre, una lycra negra. Todo eso bajo su falda tableada a cuadros que puede ser o no corta. Ese pastelito es más provocativo todavía, más precioso y paradójicamente, no es escaso. Como dije ¡hay millones! El dulce que le sale es más rico. Quisieras arrodillarte y lamer todo el día. A esa edad, si tienen ya pelitos, estos son muy suaves. Están recién salidos y ella nunca se ha afeitado. Son muy pocos y tan suaves como los cabellitos de la cabeza de un bebé. Los pelitos de la cuca de una minita de colegio de entre doce y catorce. Rico para chupar. Tú ¿Eres una colegialita y estás aquí en esta página, leyendo? Pues te envío una reverencia y me hinco de rodillas ante tu vagina prodigiosa. Ese apetitoso pastelito del que hablo, tú tienes el tuyo allí. Tócatelo para nosotros. Siente ese aroma que te deja en los dedos. Nosotros morimos por él. Tienes ahí entre tus paticas lo más delicioso del mundo. Y ahí pegadito, está su eterno compañero, pequeñito, calientito y bien escondido entre tus maravillosas nalgas.
Me imaginé abrieńdole con las manos las nalgas a una de esas minas que pasaba, y lo imaginé tan nítidamente que vi lo arrozudas que se le habían puesto las nalgas a la mina y, cómo el culito estaba más profundo de lo que yo había anticipado. Tuve que abrir más y más sus carnosas asentaderas hasta que los glúteos casi rodaron hacia afuera y se liberó ese delicioso olorcito a culo tibio, con un gemdito de gusto de ella como testigo romántico. Tuve qué abrir tanto que las líneas de su asterisco se elongaron hacia toda esa parte de las nalgas que habían estado pegadas la una contra la otra, donde mis pulgares presionaban ahora para mantener abierto. ¡A chupar! Mamarle el ojo del culo a una minita de colegio bonita. El Paraíso no es nada, pff. Guárdatelo, Dios; el mejor aperitivo nos lo pusiste aquí, entre las nalgas de la minitas de colegio.
Seguí andando y vi más morras, un poco más grandes, de grado noveno, le pongo yo. Ya venía hecho un animal y con la pita a medio parar, pero con el bóxer más mojado que espalda de taxista, solo de pensar cochinadas, qué rico. Una de estas morras más grandecitas tenía uniforme de falda color gris con azul, era cortita y la tipita tenía piernas como para modelar. Las piernas son esa provocación inicial porque son el camino a ese pastelito y ese sifoncito gloriosos de los que ya hablé. Allá conducen. Consciente o instintivamente lo sabemos y por eso queremos llegar allá, a donde conduce ese camino. Queremos ver las piernas más arriba, donde cubre la falda, donde empieza la nalga, los cucos… Una minita en uniforme, con calcetas blancas altas y falda de kilt más o menos cortica. Que se le vean dos o máximo tres palmas de piel. Esa piel prolija, intacta, blanca, lisa. No tengo palabras. Ah, sí, estas: Quiero eyacular en esas piernas. Quiero ver mi leche escurriendo por esos muslos. Me quedé mirando a esta esplendorosa adolescente y con toda la fuerza de mi ser, le grité mentalmente: «Mamasita rica, tú ahí dizque yendo a clases, pensando quién sabe en qué y yo aquí persiguiéndote, imaginándome tu ano, TU RICO ANO. Lo llevas ahí, danzando todo apretado y oculto y yo aquí babeando. Te lo quiero besar, te lo quiero mamar, te lo quiero lamer, te lo quiero dedear y después chuparme los dedos». Mi telepatía funcionó, porque la mina me regaló una mirada tímida y se jaló la falda (no fuera y estuviera subida o algo). La cara de depravado que debí tener debió ser apenas peor que la que tengo ahora que escribo. Por lo de chuparse los dedos después de metérselos en el ojo del culito a una linda colegiala: La mierda de una minita de doce a quince años no es sucia, por una razón muy simple: Es mierda de una minita de doce a quince años. Salió de su culo, así que por decreto es una obra de arte. Todas las minitas bonitas de entre diez y quince hacen obras de arte en sus inodoros cada mañana. Sus asterisquitos se abren y se forma un trencito de su tierna caquita que crece y crece, y llega a ser tan pesado que cae al agua. Y después se llevan esos culitos hermosos, cálidos y aromáticos a sus colegios. Algunos profesores y compañeros disfrutan de ellos. Por las tardes, algunos padres qué sí saben la suerte que tienen, gozan de los culitos de sus hijas, después de la ardua tarea de sacarlos a la luz porque sus hijas son muy nalgonas.
Ah, esto es pura poesía, dime si no, brother. Ustedes son mis hermanos en perversión. Bola de desgraciados depravados y acosadores, les envío un abrazo. Y si el culito hermoso de una mina en el momento de hacer su mierda merece un poema, ni se diga lo que merece su pastelito al momento de hacer su champaña doradita y tibia, y cómo les quedan esas vulvitas brillantes de humedad cuando terminan. ¿Está haciendo sed, no banda?
Seguí andando y me topé con la que más me puso a mil. Esta morrita salía con mami de su casa (lo mismo, les cuidan mucho ese culo porque saben cuánto vale y cuántas ganas nos da). Tenía como 10, le pongo yo. Y tenía falda cortita (para el promedio) y… y… Ay Dios dame fuerza: Medias veladas azul oscuras. «Mamasita, qué rrrrico, mi amor» me sobé el pantalón «Si fuera tu profe te llevo de la mano a un baño, te doblo en un lavamanos, te volteo esa falda sobre la espalda, te manoseo entre esa piernas hasta que no aguante más y desenfundo, te bajo los cucos y… hacemos café con leche. Tu mierda y mi semen, un batido de amor dentro de tu colita».
Al seguir andando, vi otra más, hermosa; como de 12, pero su falda era bastante larga. Le transmití por telepatía «Mami, yo le subo la falda con mi cabeza y termino con mi cara entre tu nalgas, y me pongo a chupar como un crío».
Una vez en un foro alguien compartió una foto de una minita como de 9 disfrazada de Harley Queen, y otro comentó: «Yo le hago correr ese maquillaje con sus propias lágrimas, cuando la tenga ahogándose de pija». ¿Ven? Los pensamientos sucios hacen que la arrechera sea prendediza. Armemos un reactor de arrechera entre todos y pongamos a las minitas de uniforme a producir dicha.
No pude perseguir más a esta última mina y su mami porque ya llovió mucho para donde iban. Me devolví, pero había más y más morritas en uniforme, y yo ya estaba hecho un lobo. No iba a soportar solo mirando e imaginando, tenía que meterle la mano a alguna. Ya era la hora estándar, y había morras por doquier, y ahora sí varias iban solas, o al menos con otra morra, pero sin papi o mami. «Tengo qué tocar, hijueputa, tengo qué tocar!» Anduve más tiempo y encontré mis presas perfectas. Dos minitas de trece o máximo trece y medio. Faldas cortitas de tartán blanco con azul oscuro. La forma en que sus caderas anchas estiran la forma de fuelle de la falda, para que vuelva a recogerse con la caída… y al andar, va y viene, va y viene ese culo, y ese pan allá guardado. «Se lo voy a coger, puta-perra, para que no sea creída, se lo voy a tantear y le voy a decir cuánto le pesa». Me les fui detrás. En especial una de las dos me traía loco. Era de ese tipo de putita que… ¿cómo decirlo? Todos sus compañeros deben pajearse por ella. Cabello bien largo y liso y cinturita de pulsera. Va y viene, a un lado y al otro, el uno, el otro… uno-dos, uno-dos; y ese sapo allá amarrado. Aceleré el paso y me sobé el pantalón. Ahora sí la tenía [mi pija] como mastil de fragata. El pobre me estaba pidiendo entrar, bombear y evacuar. Pero me tocó decirle: «La gloria va a ser para la mano, papi; y ella misma te va a atender más tarde en la casa, aguántate y espera». Miré en todas direcciones para evaluar el riesgo y concluí que no era mucho. «¡Ahora o ahora!». Caminé más rápido y llegué hasta ellas. A la elegida: Me hinqué lo suficiente (harto) para meterle la mano bajo la falda. Subí la mano y… ¡Agh! Esto dura tan poco. Dura demasiado poco. Subí la mano y ¡El paraíso! ¡EL PARAÍSO, BANDA! Lástima que el paraíso dure como segundo y medio.
Le metí bien la mano entre las piernas. La falda se había quedado atorada en mi muñeca. La atarreé exquisito. Sentí donde terminaba su piel y empezaba su lycra. La textura de cada cosa me electrizó por sí sola. La lycra era lisísima, como acariciar algo que está lubricado, excepto que no deja los dedos untados. Me imaginé esa lycra de super-brillante negro. Lo otro que me quemó la mano fue la redondez de sus glúteos. Le sentí las nalgas inmensas y bien infladas. Y lo otro, lo más rico: El calor. Hijueputa: ¡EL CALOR! ¡Las tenía calientísimas! Uno no espera que bajo una falda pueda contenerse tanto abrigo, pero sí. Aunque hay que anotar que mis manos iban entumidas.
Segundo y medio, máximo. La mina gritó agudísimo y fuertísimo, al tiempo de dar ese gracioso movimiento de espantar con la mano lo que fuera que se le había metido por el culo. Saqué la mano, la miré a la cara y con gesto de violador le dije «Qué rico» y seguí caminando. Puedo asegurar que ambas se quedaron ahí petrificadas.
Uff, estuvo muy brutal. Llegué a la casa sin quitarme la mano de la cara. Olía a colegiala.
Para pajearme, me lo iba a sacar y casi no lo puedo agarrar de lo empapado que estaba. Pero así, la paja fue celestial. Ni para qué les digo del montón de leche. Se desbordó de mi otra mano. Esa leche que por derecho pertenecía a ella, y debería estar haciendo espuma en su garganta, cérvix o recto. Al pajeármela, me la imaginé de rodillas, allá en la calle, y yo dándole hondísimo por la boca. En mi imaginación, le eyaculé la garganta. Qué descargada tan verrionda de esperma, directo a esa garganta. Ella hizo ese gesto de vomitar y para poder respirar y forzó el fondo de la boca y le salieron los mecos por la naricita. Sacó todo el semen que pudo por las fosas nasales y al fin pudo respirar un poco. Diez segundos después, al fin estaba yo satisfecho y se lo saqué. Ella me miraba agradecida y recogía mecos espesos de su quijada y cuello para relamerlos.
Y así… puro amor ♥️.
La satisfacción de un culito bien manoseado no tiene comparación, sobre todo si fue el de una diosa en uniforme, y si esta diosa era de trece, máximo. Poder rozar el paraíso con la palma de la mano. Echarle mano a lo prohibido. Morder la fruta que Dios no quiere que muerdas. En la calle, sin su permiso. Por estar tan buena, por calienta-pijas.
Y sí, la terapia funcionó. Hasta después de varios días volví a acordarme de mis problemas. Hasta después de varios días volvió a ensuciárseme la camioneta. Toca volverla a lavar, jaja.
©Stregoika 2025
𝙾𝚛𝚒𝚐𝚎𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚒𝚖𝚊𝚐𝚎𝚗: 𝙶𝚘𝚘𝚐𝚕𝚎, 𝚌𝚘𝚗 «𝚌𝚘𝚕𝚎𝚐𝚒𝚊𝚕𝚊𝚜 𝚛𝚎𝚊𝚕𝚎𝚜».
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