(4) Estreno a Timmy
Aunque lo intentó tenía los huevos tan cargados –a pesar de haberme corrido en Andy hacía pocos minutos–, que a Timmy se le escapó uno de mis últimos trallazos de semen..
Aunque lo intentó tenía los huevos tan cargados –a pesar de haberme corrido en Andy hacía pocos minutos–, que a Timmy se le escapó uno de mis últimos trallazos de semen.
–Plaff… Le dí un tortazo que le crucé la cara.
–¿Qué haces? ¡Hijo de puta!! ¿desperdicias líquido vital? ¿qué cojones te han enseñado a tí en la escuela?
El niño lloró dolorido por el bofetón que le había dado cruzándole la cara.
–Vas a aprender una lección –le dije cabreado.
El niño sollozaba desnudito de rodillas con un poco de mi semen corriendo por las comisuras de sus labios.
Le di un beso en su boca y relamí mi propio semen, lo que le sorprendió al chaval. (Necesitaba recargar fuerzas y el semen las daba, y ya me había corrido dos veces… pero si me comía parte de mi corrida tendría más vitalidad cara a lo que estaba a punto de hacer. ¡¡Me iba a violar a aquel pequeño chaval de estrecho ojete sin estrenar!! Me había enfadado y me las iba a pagar aquel pequeño mirón.
Normalmente los muchachos no recibían su primera penetración anal hasta años después ¡¡y menos con alguien de 23 años de edad como yo ya que empezaban a follar con alguien de su edad!! Yo era un hombre de negro joven (normalmente la gente alcanzaba mi grado a los cuarenta y tantos o cincuenta y tantos años, siendo habitualmente hombres de negro hombres de 65 a 78 años que aún mantenían su vigor –natural o artificialmente–, muchos muy en forma yendo a gimnasio, manteniendo un régimen de vida que perpetuaba su buena forma y salud y estado físico.
De hecho los que empezaban antes, como el semen rejuvenece, y un hombre de negro recibía mucho más semen del que iba a dar, podían parecer mucho más jóvenes a pesar de tener 20 años más de lo que aparentaban.
Un niño como Timmy apenas había empezado a estudiar cómo mamar penes con chicos de su edad ¡¡y su estrecho ano iba a ser violado por mí!!
Le besé comiéndole la boca y tragando los restos de mi semen que quedaban en su cavidad bucal y metí un dedo mío en su ano violando su esfínter… Al chaval le pilló esto por sorpresa porque no acababa de salir de su asombro cuando le besé, que ni se había enterado que había lubricado un dedo que le metí en su ojete abriéndole los ojos como platos.
No se esperaba esa intromisión en su ano… pero sellé su boca con la mía para que no pudiera decir nada mientras le violaba con mi dedo. Le abracé, y saqué mi dedo y le besé y luego le metí dos juntos para ancharle. Su penecito se puso tieso y manó un hilillo de precum cuando rocé su próstata.
A mis dos dedos juntos lubricados pronto se sumó un tercer dedo. Estábamos cara a cara y el sólo veía mis ojos y no lo que le hacía yo por detrás.
Cerró los ojos y dio un respingo cuando sintió mis tres dedos estirar su aún por estrenar ano.
había metido mis dedos en lubricante y no fue difícil estirar su ano. Siempre llevaba en mi riñonera una inyección, supositorios, y un tubo de lubricante que anestesiaba la cavidad anal para que no doliese mucho cuando quien yo quisiera fuese penetrado.
La crema lubricante transparente estaba anestesiando su tierno ano (había otra crema lubricante azul que tenía el efecto contrario de hipesensibilizar la zona anal para que sintieses el culo arder y multiplicado por diez cualquier incursión anal –aunque esa sólo la empleaba si quería venganza–).
El chaval no se había enterado. Ignoraba todo aquello de mi lubricante en crema… pero la misma ya había hecho efecto y el chaval ya estaba preparado.
Tal como estaba, yo tumbado boca arriba y él mirándome a la cara encima de mi, desplacé al niño como un muñeco y ubiqué mi mástil tieso pene a la altura de su ano, y le senté sobre él.
El niño se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacerle y abrió los ojos como implorando un «nooooooooo» «¡¡¡no, por favooooorr!!» Pero no había marcha atrás.
Lubricado como estaba su ano lleno de crema no me fue difícil traspasarle con mi glande…
Le senté como un muñeco poco a poco sobre mi pene que lo fue centímetro a centímetro taladrando.
Los ojos del pequeño se abrían como platos con cada centímetro de mi pene que entraba en su ano.
En la postura en que lo tenía no tenía mucho que hacer: el propio peso, la inercia, la gravedad, hacía que el niño se sentase en mi mástil autoperforándose.
–jajajaja ¡¡ya eres mío pequeño mirón!! Se terminaron tus hálitos rebeldes.
El niño ya no decía nada, asumió lo que estaba por venir. Ya tenía once centímetros de mi pene dentro de su ano. Y él, sentado en cuclillas, por su propio peso (la fuerza de la gravedad), de lo cansado que estaba no podía hacer nada más que sentarse y descansar… Y cada vez se clavaba un centímetro, un centímetro más… de mis 22 centímetros de polla dura y gorda.
FIN
Muy buen relato