40 y 6, mi vida con mi padrastro
El despertar sexual de un niño. Basado en la historia real de un miembro de SST.
No, no soy lo que se dice un hijo buscado y deseado. Mi madre tampoco fue un dechado de virtudes. Se embarazó de mí siendo una adolescente y mi padre huyó en cuanto supo. Nunca lo conocí ni tuve interés alguno por saber de él, pero esto significó que varios hombres tomaran su lugar en mi niñez. Mi madre nunca estuvo escasa de hombres. Y si bien sus novios solo pasaban esporádicamente por la casa, a algunos les llegué a tomar cariño.
A mi madre le gustaba la vida bohemia, salía mucho, y bebía a la par con sus novios. No era nada infrecuente que en las mañanas me despertara con mi madre durmiendo hasta tarde y nadie que me diera desayuno, me alimentara o cuidara de mí. Por eso, tal vez, mi abuela frecuentemente me llevaba con ella y mis tíos. Me querían, pero mi mamá era mi mamá y a ella le gustaba pensar que era una buena madre y casi siempre terminaba devolviéndome a donde fuera que ella estuviera arrendando una pieza.
Cuando llegué a los seis años uno de sus novios resultó ser un hombre mayor. Al menos, bastante mayor que mi madre que tenía unos 23 cuando se juntó con él. Igor estaba en sus 40s. Era la primera vez que veía a mi madre con un hombre tan mayor. Tomaba mucho y tenía muchos amigos. Con el tiempo fue cada vez más frecuente que todos ellos terminaran en la casa de Igor en interminables tardes de juegos, risas, música y alcohol. En esas tardes mi madre me dejaba en una pieza viendo tele y mi timidez me impedía salir de allí. Muchas veces mi madre terminaba tendida en una cama muerta de borracha mientras los demás seguían jugando cartas o dominó y bebiendo alcohol.
Un día en que tuve que salir de la pieza para ir al baño, Igor me vio pasar por el pasillo ya de vuelta y me llamó. Yo fui y él, muy bebido, me abrazó por la cintura y me presentó con sus amigos. Yo inocente y callado, solo atinaba a estar allí parado al lado de él sin decir nada. Fue la primera vez que sentí la mano de Igor acariciando suavemente la espalda y bajando por ella mientras me miraba sonriente y hablaba incoherencias. De repente me sentó en sus piernas y con una mano en mi barriga me apretó fuerte contra él de tal modo que mi potito quedó firmemente sentado en su verga. La sentía. Él no titubeó en hacérmela sentir delante de sus amigos que, o no se daban cuenta o hacían como que no se daban cuenta, pero yo la sentía. Igor levantaba sus caderas y las movía para que yo sintiera el pico.
Al principio mucho no me gustaba. No entendía, no sabía qué pasaba, aunque sabía que lo que sentía en mi potito era el pico de él. En casa de mi abuela tenía tíos y se las había visto en las noches en que dormía en la pieza de ellos, pero no sabía que se ponía tan dura.
Cuando se aburrió, me bajó de sus piernas y me dijo que fuera a ver tele, que después si quería podía bajar y con un agarrón en el poto sin disimulo me mandó a la pieza. Los amigos de él solo sonreían y miraban sus naipes.
Así pasaron unos meses. Mi familia materna me preguntaba frecuentemente por él. Me parecía que querían averiguar algo, pero yo no sabía qué querían ellos que les dijera. Mi mamá cada vez pasaba más tiempo en la casa que arrendaba Igor, hasta que este le pidió que nos mudáramos con él. Mi abuela y mis tíos pusieron el grito en el cielo, por ningún motivo querían que nos fuéramos con él. Al parecer ellos sabían algo que yo ignoraba, pero a esa edad no me preocupaba mucho saber qué pasaba y si mi madre decidía que nos iríamos a vivir a su casa, así no más sería.
No era un mal hombre conmigo. Al revés, me trataba mejor de lo que me trataba mi mamá. Pero sus actividades eran bastante misteriosas. A veces se perdía un tiempo, pero siempre volvía. Mi mamá decía que él estaba trabajando en sus cosas. ¿Qué cosas eran? No lo sabía ni me importaba. Cuando volvía, a veces llegaba con harta plata y en esos momentos, huelga decir, el alcohol sobraba y los amigos de él hacían nata por la casa. No lo niego, los amigotes de Igor tenían cara de ser “patos malos”, o sea, tenían un aspecto delictual. La forma de hablar, las actitudes, en fin. Yo era como un fantasmita en la casa, casi nadie me veía y yo tampoco me dejaba ver, pero poco a poco, eso fue cambiando. Igor comenzó a llamarme con mayor frecuencia, especialmente cuando mi mamá estaba durmiendo, ebria.
Me sentaba con él y jugaba a las cartas con sus amigos y de las tocaditas que al principio me daba en el trasero pasó a meter mi mano dentro de su pantalón porque según él, que le tuviera bien agarradita la verga le daba suerte. No lo ocultaba con sus amigos, tomaba mi mano y la metía bien adentro de sus calzoncillos y me decía:
—Ya, con esta agarradita me va a ir bien en el juego. Es mi cábala. —Y sus amigos reían de lo atrevido de mi padrastro.
—No te vaya a pillar la María no más —agregaban a veces, pero ni ellos mismos creían que a Igor le importara.
A mí me empezó a gustar el tener su verga en mi mano. La sentía caliente, se me hacía como algo especial que me dejara hacer eso delante de sus amigos y me gustaba más cuando al ratito de tenerla así se ponía súper dura y babosa. Más de una vez saqué la mano para chuparme los dedos. La primera vez que hice eso todos se sorprendieron y se pusieron a reir. Igor me miró y me dio un beso en la frente y después metió mi mano de nuevo para que le agarrara el pico.
No sé si fue eso lo que gatilló las visitas de mi padrastro a mi pieza, pero una noche de juerga, mi madre se fue a acostar bastante tarde. Yo la sentí cuando mi padrastro la fue a dejar a la cama. De vuelta él abrió mi puerta y entró. Se sentó en un costado de mi cama y me habló. Me hizo cariño en la cara, estaba muy ebrio, su olor a alcohol me enervaba, no porque me desagradara, sino que asociaba el olor a cerveza con los “juegos de hombres”. Luego me destapó y me preguntó si me había gustado el juguito que le había sacado del pico días antes. Yo le dije que sí. Era verdad, me había gustado. Entonces se bajó los pantalones e inclinándose sobre mí me pidió que le chupara el pico, que le sacara todo el jugo que quisiera y lo hice. Tenía un olor fuerte, pero me gustaba mucho sentirle el olor. La cabeza del pico estaba muy mojada y lo chupé con ganas. Sentía un ardor inexplicable, pero a la vez con cada chupetón que le daba me recorrían unas cosquillitas desde la ingle hacia la barriga.
El pico de mi padrastro seguramente tenía un tamaño promedio en un hombre adulto, pero a mí, que aún no cumplía los 7, me parecía enorme. Me solazaba en sentirlo así de caliente y duro en mis manos. Hasta me sentía un niño muy especial por poder hacer eso con mi padrastro. Sabía que era algo secreto, o al menos, que mi madre no tenía que enterarse, pero eso lo hacía todavía más deseable. Al final, mi padrastro tomó el pico con una mano y lo agitó fuertemente y me dijo:
—¡Abra la boca, mi niño!, ¡Ábrala que le voy a echar los mocos!
Y antes de terminar de decir eso me lanzó los chorros de esperma caliente que fueron a dar a mi lengua y a mi cara; antes de terminar de eyacular me la metió en la boca y me obligó a tragar. Yo lo hice con ganas. Al principio el sabor entre salado y dulce me pareció raro, nunca había probado algo así, pero la situación era tan excitante que me tragué todo lo que restaba con un ardor desconocido y hasta le succioné el hoyito de la pichula por si salía más.
Después de esa noche, Igor, mi padrastro, comenzó una rutina conmigo que iba más allá de sentarme en las piernas cuando jugaba con sus amigos. Hasta ese momento nunca había sido malo conmigo, pero tampoco me hacía mucho caso en el diario vivir. Él continuaba con sus misteriosas desapariciones de la casa por días y cuando volvía, ahora me buscaba, me miraba, me sonreía; a veces hasta me traía un regalo. Me sentaba en sus piernas cuando veíamos tele en el living, todo muy normal, pero cuando mi mamá no estaba me bajaba los pantalones y me sentaba en el pico desnudo. Me lo frotaba y me decía siempre:
—Me vas a regalar ese culito, ¿verdad?
Y yo no decía nada porque de verdad no sabía qué quería decir con eso. Nunca imaginé siquiera que él deseara meterme el pico por el culo. Si hubiera entendido realmente lo que me estaba pidiendo, no sé si hubiera reaccionado con miedo o con ganas de que lo hiciera; después de todo, yo no tenía idea de si eso dolía o no. Lo que sí sabía era que él era cariñoso conmigo y yo necesitaba ese cariño más que nada en el mundo y si para seguir teniendo su cariño era necesario entregarle todo lo que él quería, probablemente habría aceptado con gusto, aún a los 7 años.
Igor era un hombre alto, macizo, de bigotes. Todo un macho que cualquier mujer hubiera querido tener en su cama; sin embargo, el que lo calentaba era yo y se notaba mucho. Y ese deseo se acentuaba cuando estaba tomando, era como si el alcohol sacara de él toda su calentura conmigo. Me gustaba que tomara, sabía que con trago en el cuerpo se convertía en el Igor que yo quería para mí. Tal como un perrito de Pavlov, comencé a desarrollar un condicionamiento que relacionaba cerveza y amigos con visitas de mi padrastro a mi cama.
A los 7 años se la chupaba cada vez que podía, a veces, en el living cuando veía tele, a veces en el baño o de noche en mi cama. Aprovechábamos cada vez que estábamos solos o cuando mi madre estaba durmiendo y él se arrancaba a mi pieza. En esas ocasiones él entraba en mi dormitorio bien tarde y me decía que no hiciera ruido.
—Calladito —me susurraba mientras se metía debajo de las sábanas.
Generalmente iba solo en calzoncillos y me hacía poner de ladito para bajarme los míos y él me ponía el pico en la hendidura de las nalgas. A veces incluso me ponía la puntita en la entradita del culo y hacía un poquito de fuerzas, pero a mí me dolía demasiado y desistía. Nunca me obligó a recibirla mientras no estuve listo. Se restregaba en mis nalgas hasta correrse sobre mí. Hasta hoy tengo grabada la sensación del líquido caliente que me chorreaba en mi espalda y mis nalgas.
Si al principio lo que me agradaba era lo rico que se sentía el estar con alguien que te hacía cariño y que era bueno contigo, después ya esto se transformó en una calentura compartida. A los 7 yo esperaba que pasara algo porque comencé a desarrollar una necesidad física por estar con él, por mamarlo, por beber su leche, por sentir sus brazos peludos sujetándome, abrazándome por detrás bien pegadito a mi espalda. Por ese entonces comencé también yo a buscarlo a él, a propiciar el estar juntos y eso a él le gustaba. Me complacía si podía o simplemente me decía:
—Después. Ahora no podemos. Espérame calatito en la cama —Y así lo esperaba. Con ganas. Nervioso. Expectante porque apareciera por la puerta de mi pieza y se metiera a la cama al lado mío.
Fue una de esas noches, en que estaba tomando con sus amigos en que yo lo estuve esperando hasta tarde. Sabía que no sería pronto porque cuando estaban en eso podían tomar toda la noche así que me quedé dormido y él no apareció hasta que me despertó el olor a pico y, medio dormido, sentí su verga acariciando mis labios. Antes de abrir los ojos, abrí mi boquita y dejé entrar el pico y lo comencé a mamar. Advertí que estaba con muchas ganas porque me la metió con una urgencia que le desconocía. Cuando me puso sus manos en la nuca y me la dejó ir, llegué a tocar la pelambrera con mi nariz. En ese instante una sensación de pánico se apoderó de mí. Abrí los ojos y mi pieza todavía oscura no me dejó verlo, sin embargo, supe de inmediato que ese no era mi padrastro.
—Sigue chupando, lo haces muy rico, sigue, así… qué rico —me dijo con una voz grave que no pude identificar. Y sin otra opción, continué mamándolo tan bien como podía.
—¡Ah, putito!, ¡qué bien lo mamas! —exclamó.
Pronto me dio a beber una cantidad considerable de leche que tragué sin pensar y hasta lo chupé un poquito más después de la eyaculación buscando una gotita extra cuando ya no quedaba nada.
—¡Aaahh!, ¡cómo te gusta el pico!, ¿eh, putito? —murmuró no sé si para que lo escuchara yo o por lo perverso de escucharse hablándole así a un niño.
Después de esa noche, un par de veces más alguno de sus amigotes me visitó en la pieza. Él nunca me dijo nada, pero cuando pasaba eso, siempre me visitaba en mi pieza después, se acostaba un rato conmigo y me acariciaba el pelo y me decía lo mucho que yo le gustaba y lo bueno que era. Tampoco dejaba de hacerme sentir el pico, por supuesto, y sin duda que me tomaba otra ración de leche de su falo.
ℵℵℵℵℵℵℵ ℵℵℵℵℵℵℵ
Cuando nos mudamos a casa de Igor, mi familia cuestionó mucho esa decisión de mi madre. No querían que nos fuéramos con él y especialmente no querían que yo viviera con él. Nunca me dijeron por qué, pero cuando visitaba a mi abuela, no faltaban las preguntas sobre cómo me trataba, o la insistencia en que les contara cómo era conmigo. Yo solo les decía que era bueno y que me trataba bien, que me compraba cosas, y aunque no les decía toda la verdad, al menos lo que les contaba era cierto. Mi padrastro Igor alguna vez me comentó que no debía contarle a nadie de lo nuestro, pero no había necesidad; yo sabía, siempre supe, que no debía decir nada de lo que hacíamos los dos. Era un secreto y así quería yo que siguiera, como un secreto.
Poco antes de que cumpliera 9 años, Igor me la puso. Me dolió, es verdad, más de lo que hubiera imaginado. Pero como fuera, le fui agarrando el gusto a esa otra forma de tener la verga de mi padrastro. Fue de día, mi madre no estaba en casa, no recuerdo por qué, pero sí recuerdo que Igor me dijo que fuera a la pieza de él y lo esperara desnudito porque me la iba a poner. Nunca lo habíamos hecho en su pieza. Me dio miedo. ¿Y si llegaba mi mamá? Pero parece que Igor sabía que no llegaría pronto porque no mostró ninguna preocupación. Ni siquiera cerró la puerta.
Cuando entró yo ya estaba con mi cuerpo flaco y aún sin desarrollar desnudo en la cama. El entró, me miró y comenzó a sacarse la ropa. Se sacó la camisa primero y después se sentó en la cama y se sacó los zapatos y los calcetines. Después se paró de frente a mí y se sacó los pantalones. A pesar de todas las veces que habíamos estado juntos, yo no había tenido muchas oportunidades de verlo completamente sin ropa, así a plena luz, por lo que cuando se bajó el slip y quedó totalmente en cueros, me estremecí de gusto. De verlo tan grande, tan machote, tan poderoso con esa verga ya erecta esperando poseerme en forma total.
Se acostó a mi lado y me preparó con un lubricante. Me masajeó mucho el hoyito, me metió el dedo repetidas veces y me dejó deleitarme con sus bolas y el pico que derramaba abundante juguito.
Después me hizo ponerme como perrito y comenzó a puntearme varias veces continuas con sus manos en mis caderas sin hacer caso a mis quejas de dolor. Me dio mucho miedo, es verdad, pero también sentía que debía confiar en él, que él sabía lo que estaba haciendo. De a poquito sentí que el culo se me adormecía con los punteos y que poquito a poco la puntita del pico se iba metiendo en mi hoyito hasta que la cabeza traspasó el anillo completamente. Se quedó quieto por primera vez y luego comenzó con un vaivén muy suave. Como que lo quería meter, pero no lo metía. Me decía que aflojara el culo que hiciera fuerzas como para expulsarlo y cuando hice eso, dejó ir todo el pico dentro de mí. Casi me desmayé de dolor, no lo disfruté en absoluto, pero cuando se quedó quieto con toda la verga incrustada en mí, me fui acostumbrando a tenerla encajada y pronto ya el dolor se transformó en una sensación de querer cagar. Una sensación que más que dolor era de incomodidad.
Como decía, cuando mi padrastro me penetró se quedó muy quieto al principio hasta lograr meterla toda. Nunca dejó de sujetarme de las caderas, me tenía muy pegadito a él, con mis nalgas fuertemente pegadas a su pelvis. Y cuando supo que era el momento comenzó con un mete y saca que me enseñó una forma de gozar que me sorprendió. ¡Qué rico lo sentí! Aquel fue un verdadero descubrimiento. Me gustó sentir el pico de esa forma y sin querer comencé a mover mi potito para que la verga no se saliera. Mi padrastro debe haber notado mis ganas, porque comenzó a culearme fuertemente y muy pronto se derramó en mi interior. Por primera vez sentí los latidos del pene cuando se está descargando y a cada descarga yo cerraba involuntariamente el anillito lo que le sacaba gemidos de gusto a mi padrastro y más adentro la metía y aún después de haberse corrido lo mantuvo un rato dentro de mí.
Cuando me la sacó, lo hizo despacito y cuando salió toda sonó como cuando uno saca un corcho y me dio vergüenza, porque sentí un leve olorcito a caca, pero mi padrastro no se dio ni por enterado.
—¡Ahh!, ¡qué rico tu potito, Manolito! —me dijo, secándose el sudor de la frente y yo me quedé acostado de guatita concentrado en la sensación de adormecimiento que tenía en el ano. Aunque ya no tenía la verga dentro, aún la sentía. Era como si mi hoyito no se resignara a quedarse vacío y el anillito reclamara con pulsaciones la presencia del pico nuevamente.
De ahí en más, cada vez que me decía que me iría a ver en la noche, lo esperaba ansioso, deseoso de sentirlo dentro de mí. Cuando aparecía, su figura se me hacía más grande aún de lo que realmente era. Él se desnudaba completamente y yo lo miraba sin perderme detalle de su cuerpo de hombre adulto. Luego él me desnudaba a mí tocándome todo, especialmente el culo al que le dedicaba especial atención.
Enseguida me ponía a lo perrito, con el culito al aire y él se embadurnaba el pico con crema para dejármela ir toda adentro. Esa imagen de mi padrastro con el pico en la mano y yo mirando con la cabeza ladeada en la cama es algo que jamás me ha abandonado. Un hombre tan grande y yo tan flaco y pequeño conformábamos una escena del más perverso contraste y, sin embargo, de máxima lujuria al mismo tiempo. Sobra decir que las cachas se fueron haciendo cada vez más frecuentes y nos hicimos aún más cercanos.
Mi madre se sentía feliz de que nos lleváramos tan bien. Yo supongo que él nunca dejó de satisfacerla a ella, porque nunca se quejó.
Respecto de la familia de mi mamá, ya no me preguntaban tanto por su comportamiento conmigo, pero algo pasó meses después que me hizo entender el misterio de mi padrastro: fue a dar a la cárcel. Mi padrastro era un delincuente. Esa vez no demoró en volver. De alguna forma se las arregló para salir sin cargos. Pero entendí por qué en la familia de mi mamá no lo querían. También eso explicaba por qué de repente andaba escondido o llegaba con grandes sumas de dinero.
Yo ya tenía 9 años y andaba constantemente con la calentura de querer estar con él y pronto retomamos nuestras actividades incestuosas. A veces, cuando me tenía muchas ganas y no se podía en la casa, me llevaba a la casa de algunos de sus amigos y me culeaba allí. En esas ocasiones en las casas de sus amigos nunca había nadie por lo que solo éramos él y yo, pero en una ocasión me llevó a un departamento. Me dijo que íbamos donde un amigo y que tenía que ser bueno con él. Al principio yo no entendí. A los 9 todavía era re inocente en muchas cosas. Cuando llegamos a ese departamento, nos recibió un caballero de la edad de él más o menos, de unos 45 o 47 creo. Ellos me dejaron en el living y se fueron a una pieza donde estuvieron un ratito y luego volvieron y el señor me tomó de la mano y mi padrastro me dijo:
—Anda con él. Haz todo lo que te pida.
Eso fue todo. Así fue como recibí mi segunda pichula. El hombre me culeó con cierta agresividad que no sé si me gustó o no. Traté de disfrutar la cacha, pero no fue igual que con mi padrastro. Se descargó rápido. No hubo mucho juego ni nada, solo me la metió y me culeó hasta descargarse.
Cuando terminamos, mi padrastro se despidió del hombre y salimos del departamento sin hablar mucho. Esa vez recibí una Play de regalo y volvimos a ese lugar varias veces. No me gustaba mucho en realidad, pero tampoco era desagradable, es solo que me gustaba más culear con mi padrastro, estaba más acostumbrado con él.
La tercera pichula que recibí fue la de un hombre mayor. De unos cincuenta y tantos. Nos llevó a unas cabañas y fue muy cariñoso. Era gordo y muy educado. Se notaba que era una persona de dinero. Él fue muy simpático conmigo. Me hizo sentir muy bien, me acariciaba, me hablaba, no solo me culeó, sino que me hizo el amor pausadamente, sin prisas, pero de una manera muy rica. Me gustó mucho cómo me trató y aunque sabía que mi padrastro estaba esperando en el living, no se apuró ni se mostró nervioso, al contrario, me trabajó con harta dedicación. Disfruté mucho con él, pero fue solo esa vez, después ya no lo volví a ver.
En los años que siguieron las cachas con mi padrastro fueron parte de nuestra rutina, en ese tiempo la relación de él con mi madre venía deteriorándose rápidamente. Peleaban mucho y el ambiente en la casa era cada vez más tóxico. Tal vez eso contribuyó a que yo tuviera asegurada mi ración de verga. Él nunca dejó de ponérmela y cada cierto tiempo me entregaba a alguno de sus “clientes”. Yo, a esas alturas, ya sabía que él vendía mis servicios, pero no me importaba. Trataba de disfrutar de cualquier hombre que mi padrastro pusiera en mi camino. Hasta ese momento los hombres que había tenido eran siempre aquellos que mi padrastro me había buscado. Pronto eso cambió.
ℵℵℵℵℵℵℵ ℵℵℵℵℵℵℵ
Ya de 11 años era bastante más experto en el sexo que cualquiera de mis amigos de esa edad. También aprendí a observar cuándo un hombre era un prospecto para llevar a la cama. Lo notaba en las miradas, en los gestos, en las sonrisas, en la forma de hablarme. Cada mínimo detalle me hacía saber quién sí y quién no. Y lo aprovechaba.
El primer hombre con el que me fui a la cama a escondidas de mi padrastro fue el padre de un compañero de la escuela. A ese compañero lo conocía desde siempre, pero a su papá no. Al padre lo conocí en un paseo que hicimos a un parque nacional con dos profesores y alrededor de 5 apoderados, tres papás y dos mamás. Llevábamos tiendas para acampar. Dos tiendas grandes para las mujeres que eran como 12 y otras dos para los varones que éramos como 16. Las tiendas de los varones eran más pequeñas por lo que no cabíamos todos en ellas. Los profesores tuvieron que recibir un alumno cada uno en sus carpas y los papás con sus hijos, pero mi amigo no quería dormir con su padre porque no quería perderse la diversión de dormir con el resto de los compañeros por lo que me pidió a mí que durmiera en la tienda de su papá. Increíblemente yo era un chico tímido, a pesar de la experiencia que ya había acumulado, por lo que mi reacción cuando el papá de este niño me pidió que durmiera en su tienda fue más de vergüenza que de otra cosa.
Esa noche fue muy divertida. Hicimos una fogata y comimos fideos que hicieron las mamás y un apoderado tocó la guitarra. Todo en un ambiente muy festivo hasta que llegó el momento de acostarse. Yo estaba nervioso porque era la primera vez que dormía con un hombre que no tuviera que ver con mis actividades sexuales.
El papá de mi amigo se llamaba Carlos. Era un hombre de esos tipo oso. Grande, peludo, bien macho. Para mí era muy raro dormir con él, tenía la duda de si tenía que dormir a su lado o en otro saco de dormir. Así entré a la tienda y para mi alivio había dos sacos de dormir. Don Carlos me indicó que me sacara la ropa y que ocupara el saco negro, él dormiría en uno verde oscuro al lado mío.
Cuando apagó la luz de la linterna que colgaba del techo de la tienda yo ya estaba dentro del saco de dormir. La verdad no me había sacado toda la ropa, pero con la luz que se filtraba pude observar que él si se sacó todo hasta quedar en slip. Su cuerpo era grandote, pero su saco de dormir era bastante más grande que el mío. Luego me miró y me dijo:
—No tengas vergüenza, Manolito, sácate toda la ropa y déjala a un lado. Es mejor, más cómodo para dormir dentro del saco.
Yo le dije que bueno y abrí el saco sentándome para sacarme la ropa. Lo imité a él y me quedé también en slip. La verdad que me sentí muy bien acostándome así, sin camiseta. Me sentí grande.
Poco a poco las luces de las otras carpas se fueron apagando también hasta que todo quedó en silencio. Avanzada la noche, me desperté porque me dio mucho frío. Traté de arroparme en el saco, pero necesitaba algo más y me senté para tratar de alcanzar en la oscuridad la camiseta que me había sacado. Estaba en eso cuando don Carlos me preguntó si tenía frío.
—Sí —le dije.
Y él abrió su saco y me dijo:
—Métete acá. Aquí te vas a abrigar.
Yo, un poco nervioso, me acerqué a su saco y él, pasando los brazos por sobre mí, tomó el que quedó vació y lo puso encima. Luego me dio vueltas y me abrazó por detrás. Era cierto, su cuerpo estaba muy caliente y en poco rato me sentí muy abrigado.
Me sentí muy bien en los brazos de don Carlos y la verdad, sentir su cuerpo caliente y sus piernas peludas aprisionando las mías hizo que se me parara el pico y ya sea que haya sido de casualidad o no, en un momento él me acarició la guatita y bajó de a poquito su mano hasta encontrarse con la pichula parada. En ese momento me mordió la orejita con mucho cuidado y me besó la nuca. Eso hizo que se me pararan los pelitos de gusto y él lo notó. De a poquito me bajó el slip y me puso el pico entre las nalgas mientras me pajeaba muy despacito.
—¿Te la han puesto antes? —me susurró en la oreja.
Yo no supe qué contestar, me dio miedo decirle que sí. ¿Y si me preguntaba quién había sido? No dije nada, pero igual eché el potito para atrás apretándole la verga con mis nalgas. Supongo que él habrá tomado ese gesto como una respuesta a su pregunta, porque enseguida se hizo un poco para atrás y me comenzó a ensalivar el hoyito. Me metió un dedo, luego otro. Supo que ese camino ya había sido recorrido, pero no me dijo nada. Sólo apuntó con la verga y empujó. Yo ya sabía qué hacer. Puse el hoyito flojito y lo recibí con muchas ganas. Así fue cómo don Carlos me culeó, de ladito en una carpa con todos mis compañeros y un par de profesores cerca. En el silencio de la noche quedaron los jadeos apagados del papá de mi compañero y mi propio placer volcado en los movimientos que hacía yo con mis caderas profundizando le enculada del macho caliente que me tocó de compañero de campamento. Cuando eyaculó soltó un gemido que no alcanzó a disimular. Nunca supimos si alguien lo escuchó.
A la noche siguiente nuevamente los grandes hicieron una fogata y estuvimos hasta tarde despiertos. Cuando nos mandaron a acostar creo que los adultos comenzaron a tomar cervezas porque estaban muy alegres, se reían mucho y se demoraron en apagar todo.
Cuando don Carlos se metió a la carpa, yo noté que estaba “un poco entonado”. Me dijo que me sacara la ropita que él me abrigaría. Lo dijo sonriendo y en un susurro, pero yo le hice caso y sin que me dijera, me acosté en su saco de dormir y puse el mío abierto encima para que sirviera de abrigo.
Él se acostó a mi lado y me preguntó si me había gustado lo que habíamos hecho la noche anterior.
—Sí —le dije yo, con mayor aplomo, porque ya no sentía tantos nervios. Además, él estaba acariciándome la espalda y yo jugaba con los pelos de su pecho por lo que hablar de sexo parecía natural. Me daba besitos y me dejaba que le acariciara la pichula y las bolas. Después me abrazó nuevamente en cucharita y se quedó así pegadito a mí.
—¿Quieres que te meta el pico otra vez? —me dijo y yo un poco apresuradamente le contesté que sí.
—Antes vamos a dormir un ratito, ¿sí? —me replicó, y yo me imaginé que sería mejor hacerlo cuando estuviéramos seguros de que todos estaban dormidos.
No sé a qué hora desperté, pero fue cuando don Carlos me metió un dedo muy adentro en el potito.
—Shhh —me dijo—. Tranquilito, que te voy a culear como te gusta —me aseguró.
Yo lo dejé hacer. No tenía lubricante, pero la saliva era un buen sustituto. Además, yo me había lavado muy bien el culo sabiendo lo que vendría en la noche. Cuando estuve listo, no me la puso de ladito, sino que me alzó con sus fuertes brazos y literalmente me sentó en el pico. Lo único que hice yo fue tomarle la verga con una mano y apuntar a mi hoyito y me la clavó de una vez. La sensación fue tan placentera que se me escapó un suspiro y tampoco él pudo reprimir un gemido de gusto. Así quedé, sentado con la gorda pichula enterrada en mi cuevita con solo las bolas fuera de ella. Inmediatamente don Carlos comenzó a culearme con su herramienta. Con mayor fuerza que la noche anterior, tal vez. Me llegaba a levantar en el aire con los embates de la verga bien incrustada en mí.
Así estuvo un buen rato. Pero antes de correrse me cambió de posición a una que a mí me gustaba mucho. De frente y con las piernas abrazando su espalda. Por supuesto que, dada la diferencia de tamaño entre él y yo, me era imposible cruzar los pies por su espalda, pero algo había en esa posición que me hacía sentir realmente poseído por ese hombre. El estar debajo de él, con sus piernas presionando mis costados me hacía sentir todo el contraste entre su fuerza y mi vulnerabilidad y eso me provocaba un enorme placer. Cuando acabó, don Carlos me besó tiernamente en los labios y me susurró al oído:
—Quien te lo haya metido por primera vez ha sido muy afortunado. Ya quisiera yo poder ponérsela así a mi niño.
ℵℵℵℵℵℵℵ ℵℵℵℵℵℵℵ
Mi padrastro nunca supo de estas aventuras mías, que fueron muchas. Siguió usándome como su objeto sexual con regularidad. Su relación con mi madre terminó de romperse al año siguiente. Yo ya tenía 12 años y él se fue de la casa. Mi mamá se quedó con el arriendo de la propiedad.
Esto significó un problema para mí porque acostumbrado como estaba a las cachas frecuentes con mi padrastro, de un día para otro me quedé sin pico. Es verdad que él me buscaba, me invitaba al cine, a pasear, y no era inusual que yo me quedara en la casa en que vivía. En esas ocasiones culeábamos toda la noche. Pero ya dependía de que él me buscara a mí y eso pasaba menos que cuando vivíamos juntos. Así y todo, los fines de semana en que nos juntábamos me hacía tremendamente feliz. Me hartaba de chuparle el pico como si así pudiera resarcirme de todos los días en que no lo tendría para mí.
Este estado de cosas duró así hasta que él nuevamente se cambió, esta vez a vivir con amigos de él y la falta de privacidad ya hizo que nuestros encuentros sexuales fueran cada más infrecuentes. Por otro lado, yo había encontrado otras distracciones. En esa época entraba a un chat gay donde uno encontraba parejas y comencé a tener encuentros con adultos que gustaban de niños calientes como yo por lo que la necesidad de estar con él se vio disminuida.
A los 14 años, supe que había caído a la cárcel nuevamente y esa fue la última vez que lo vi. Hoy yo ya estoy casi en los 30 y él pasó ya de los 60.
¿Abusó mi padrastro de mí? Por supuesto que sí, pero me gusta y le agradezco que lo haya hecho y que me haya enseñado todo lo que sé del sexo. Los mejores recuerdos de mi niñez son esas noches en que con 6 años me sentaba en el pico; los momentos inolvidables en que me hacía tragar los mocos que escupía su verga y las maravillosas sensaciones de su pico incrustado en el culo.
Fin
Gracias, Migelchan / ManuTDP por tu confianza al haberme permitido recrear tu historia de vida.
Torux
Relatos: https://cutt.ly/zrrOqeh / Telegram: @Torux / Mail: [email protected]
Wow bonita historia me gusto mucho y muy bien escrita…. 🙂 😉 🙂 😉
Quedó excelente el relato y se ajusta bastante a la realidad.
Gracias, Alexpinwi12, me alegro que te haya gustado.
Gracias Migelchan, me alegro que te haya gustado y que refleje lo que fue tu vida.
Que relato tan perfecto.
Me encantó, felicidades compa.
Gracias por tu comentario, Danielhot.
Me parece de los mejores relatos que he leído, gracias por compartirlo
Gracias por tus palabras, Efebolp77. Es un placer compartirlo y los comentarios siempre ayudan a mejorar.
qie rico relato te mando buenas vibras y a seguir con tus historias! eres el mejor
Gracias, malxubgo
Me encanto
Wow… Este relato esta buenísimo. Buena narración, muy realista y muchisimo morbo. Sigue escribiendo.
Gracias Vivencias1990 y David90.
Ufff excelente relato, loas excitante es cuando un adulto se coge en niño, me vacie dos veces, espero y sigas escribiendo 2 y 3 parte.
Gracias, Puerco Gordo. Se agradece el comentario.
Excelente relato me encantó e leído muchos pero este contiene ciertos elementos que lo hacen aun más exitante y morboso ojalá pudieras continuar en esa línea hacen falta escritores así e historias como esas!!! Wooww que rico eyacule pensando en ese niño!!
Excitante relato y bien escrito. Lo que rescato es lo relacionado con el pretendido abuso. Lo es en sí, solo que lo relaciono con la seducción que consigue un resultado distinto porque abre un camino de la sexualidad satanizado por oscuros depravados.
Lo real es que la seducción es una preparación para la vida porque te enseña a que no hay nada prohibido si es consensuado.
Agradezco al cura que me abrió la puerta del sexo entre hombres cuando me quitó el virgo anal y me hizo el mejor regalo: disfrutar de mi cuerpo a plenitud.