A los 14 con mi bully, parte III
Su cuerpo era lampiño, pero un pequeño caminito de vellos delgados y lisos que conducía a su entrepierna comenzaba a dibujarse. Su físico era el de un gimnasta; no era flaco ni mucho menos, pero tampoco era un Cristiano Ronaldo. Estaba en un punto intermedio que le ayudaba a mantener un aspecto juve.
Esta vez fue él quien tomó la iniciativa. Aunque tímido, a ritmo constante comenzó a desabotonar mi uniforme. En cuestión de segundos ambos estábamos solo en boxer. Nuestras erecciones se dibujaban como dos mástiles erguidos a todo lo que daban. De inmediato me di cuenta que el suyo era más grande que el mío, aún cuando solo podía verlo por la tela. Su cuerpo era lampiño, pero un pequeño caminito de vellos delgados y lisos que conducía a su entrepierna comenzaba a dibujarse. Su físico era el de un gimnasta; no era flaco ni mucho menos, pero tampoco era un Cristiano Ronaldo. Estaba en un punto intermedio que le ayudaba a mantener un aspecto juvenil pero muy desarrollado. Por dentro me estaba derritiendo y lo debió notar. Un rubor apareció en sus mejillas y puso su mano derecha en su antebrazo izquierdo. Estaba vulnerable, y quizás ese era el verdadero Daniel. Si conocieras ambos lados, creerías que son dos personas distintas, pero no, era el mismo. Detrás de toda esa imagen construida de niño rudo se escondía un chico que necesitaba afecto, que había sido casi abandonado por sus padres — probablemente no era el primer cumpleaños que pasaba solo — inseguro y con mil cosas escondidas. No era el mismo Daniel de la escuela el que estaba parado en frente mío, desviando la mirada sin saber a dónde ver para esconderse. Sonreí. Me sentí alegre de poder ver esa parte antes de seguir en lo que estábamos.
– No me veas tanto — dijo casi en un susurro. Sin querer sonó hostil.
– Eres hermoso — contesté sin pensar mucho en la cursilería que acababa de soltar. Quizás en el fondo, seguía siendo consciente de lo mal que se había portado antes y me generaba una contradicción gigante sentir atracción y hasta algo de cariño o ternura por el. Las palabras se me caían sin mucho análisis, sin que las pudiera contener. Pero eran sinceras — una pequeña mueca, un gesto que nunca había visto antes en el se dibujó. Una semi-sonrisa que levantó solo el lado derecho de su boca mientras empujaba los labios hacia adentro. No pude resistir más y volví a besarlo. En ese rato algo había pasado, en menos de media hora había visto una parte de Daniel que jamás creí ver (y no solo hablo de su cuerpo). Decidí dejar de pensar y entregarme al placer. Ambos nos entregamos.
Sin rodeos y sabiendo que mis padres regresarían antes del anochecer, conduje su mano derecha en un movimiento rápido hacia mi trasero. Pasado un par de segundos supo que hacer y comenzó a apretar y masajear, primero con una y luego con ambas manos. Por mi parte mis manos se dirigieron raudas a sus caderas, y mis dedos poco a poco se fueron abriendo camino por su boxer. Pude, por primera vez, sentir su pene. Estaba duro como una roca, su pubis se sentía cálido y un poco húmedo debido al calor. Sus testículos, aún ligeramente contraídos por la excitación, se sentían grandes y suaves. Su precum mojaba la parte trasera de mi antebrazo al ritmo que rozaba su glande. Los gemidos se hacían cada vez más intensos de parte de ambos. Despegué nuestros labios, me puse de rodillas, besé su abdomen. Daniel solo miraba atónito. Bajé por fin su boxer hasta la altura de las rodillas y en frente mío saltó un miembro de unos 16-17 cm (un buen tamaño considerando que acababa de cumplir 15). Estaba circundado, lo que dejaba completamente a la vista la cabeza que era de un tono rosa clarito, mientras que el resto de su pene era casi del mismo trigueño de su piel. Su pubis estaba cubierto por una mata de pelos casi lisos que cubrían casi toda la zona. No se veía que se hubiera depilado alguna vez, pero no lo necesitaba. Era perfecto así tal como estaba. Todo su cuerpo era perfecto.
Sus testículos eran grandes, aún colgaban y lucían un color uniforme con el resto de su intimidad. Dudé de estar despierto, por un momento todo parecía un sueño. Pero era real, estaba pasando. Tenía al que probablemente fuera el chico más guapo y rudo — al menos de mi edad — de toda la escuela, totalmente desnudo, mordiendo su labio inferior, espectante de lo que venía a continuación.
La primera vez que pasé la lengua por su glande, su cuerpo se contrajo en un movimiento casi eléctrico. Soltó un gemido sonoro. Yo no daba más. Sentía que la sangre se me había subido a la cabeza y mis oídos estaban tapados. Sin pensar más y como pude — era mi primera vez — me introduje su pene en la boca. Jamás olvidaré ese primer impacto. Un sabor dulce, mezclado con el precum y el aroma de sudor juvenil que, contra todo pronóstico, me resultó agradable y excitante. Se sentía extraño, pero ambos lo estábamos disfrutando. Sus manos se alternaban entre mi cabeza, dudando si empujar, para luego tapar su cara. Cada tanto se mordía algún dedo en señal de no poder aguantar. Si algo bueno me había enseñado el porno, era hacer aguantar a alguien que recibe un oral. Bajaba el ritmo a propósito cada tanto. Mis manos se alternaban entre acariciar sus muslos y su trasero, que se sentía duro y blando por ratos, según si estaba tenso o no. No me atrevía a urguetear más allá. Pero en un momento tomó mi mano, y con su propia saliva humedeció mi dedo índice. Iba a por todas, y yo también. Sin dejar de mamar dirigí mi dedo a su ano. Sentía como lo apretaba entre sus nalgas cada vez que su cuerpo se contraía, y cuando estaba relajado, aprovechaba para comenzar a introducir. Mis dedos eran largos, así que fui con cuidado y atento a las señales que su cara me daba. Decidido, tomó mi cabeza entre sus manos y empezó a bombear. Ahora el ritmo lo ponía el, mientras yo me concentraba en separar sus nalgas con una mano e intentar meter un dedo. Lo conseguí, y cuando iba en un cuarto, soltó un grito mezclado con un gemido. Lo miré asustado, detuve la mamada por unos segundos:
– S- sigue — dijo jadeando. Su cuerpo se veía brillante por el sudor, su boca entreabierta y expresión eran, en conjunto, una obra de arte. Abrí la boca y seguí en lo que estaba, no sin antes escupir en mi mano. Con eso como lubricante, metí mi dedo índice hasta la mitad y con decisión en su agujero. Se sentía caliente y apretado. Era una sensación absolutamente nueva. Poco a poco fui metiendo y sacando para poder empujar cada vez más adentro. Al mismo tiempo, las embestidas de Daniel en mi boca aumentaban de ritmo. Sabía que se podría venir en cualquier momento, así que, a propósito, empuje mi dedo hasta el fondo deseando que, con una pizca de suerte, diera de lleno en su próstata. Y así fue, pues al mismo tiempo que sentí el contacto con la punta de mi dedo, Daniel comenzó a jadear con fuerza, y soltando un orgasmo que estaba más cerca de un grito, comencé a sentir chorros y chorros de semen que impactaban de lleno en mi garganta. Su sabor era casi neutro, ligeramente salado, con lo que tragué chorro tras chorro sin problema y con gusto. En total fueron unos 5 o 6 grandes, y unos 4 más de menor intensidad. Cada chorro iba acompañado de una contracción de su cuerpo entero. Mantuve su pene en mi boca hasta que perdió la erección por completo. Con mi lengua limpié todo rastro de semen que hubiera quedado. La sensibilidad se hacía evidente cada vez que tocaba su glande. Daniel se había logrado incorporar, pero entonces vino una especie de desvanecimiento y el susto de mi vida. Luego me enteraría que, generalmente, las primeras eyaculaciones fuertes tienen ese desenlace; el cuerpo se agota por completo y es casi como desmayarse. Yo lo había gozado, no había duda, pero no había logrado correrme. Aun seguía erecto, pero la preocupación por el estado de mi compañero hizo que la erección se bajara. Me paré rápido y me apresuré a tomarlo por los brazos.
– Tengo sueño — soltó en un susurro. Me derretí de ternura. Lo llevé hasta mi habitación que por fortuna estaba en el primer piso. Entró por su cuenta y, apenas vio la cama, se abalanzó sobre ella desnudo. Pasados unos segundos no despertaba con nada. Miré la hora, eran las 19:30 y mis padres solían volver pasadas las 21:00. Tendría una hora para dormir. Lo dejé ahí mientras fui a limpiar el desastre que habíamos dejado en la sala de estar. Su ropa y la mía estaban mezcladas en el suelo, calcetines, boxer y algunas gotas de semen que divisé en el piso. Quizás les va a parecer asqueroso, pero saber que eran de él me hizo untarlas con mis dedos y llevármelos a la boca, y me pareció un nivel de morbo y excitación diferente. Aún caliente pues no me había corrido, recogí su boxer y comencé a olerlo y restregarmelo por la cara. Sabía que lo tenía en mi habitación a mi completa disposición, pero no estaba dispuesto a cruzar esa línea. Me conformaba entre tanto con oler su boxer. Tenía un ligero aroma a sudor, muy suave, y manchas de precum por el frente. Pasé la lengua por toda la extensión mientras me masturbaba con desenfreno. Me iba a correr en tiempo récord; menos de dos minutos. Cuando estuve a punto, por el apuro de no ensuciar las paredes, utilicé el boxer de Daniel como amortiguador. Solté al menos 5 chorros grandes, el boxer quedó totalmente empapado. Me sentí un poco avergonzado, pero no había tiempo que perder. Terminé de recoger la ropa, limpiar y ordenar. Metí el boxer en la ducha para lavarlo. Lo dejé tendido esperando que en una hora se secara (spoiler, no se secó), mientras me dirigí a mi habitación y como pude vestí a Daniel. Le puse uno de mis boxer y calcetines limpios, su pantalón, camisa y zapatos. Parecía un muerto, lo que me asustaba pero también entendía que estaba en un sueño profundo. No le puse la corbata para evitar despertarlo de tanto movimiento. Así dormido se veía adorable. Instintivamente acaricié su rostro a la altura de su frente, y le di un beso suave en los labios. Y ahí figuraba yo, mirándolo dormir absolutamente embobado. De enemigos a amantes, así de simple.
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Pasada una hora volví a mi cuarto para despertarlo. Mis padres ya venían en camino. Debía que irse pronto o nos iban a descubrir.
Entré y, para mí sorpresa, ya había despertado. Estaba sentado en la orilla de la cama analizando meticulosamente cada rincón de mi habitación, mi santuario. La librería; los pósteres de algunas de mis bandas favoritas; una especie de línea de tiempo de fotos mías desde que era un bebé hasta una de los 13 años. La de los 14 aún no la colgaba. A pesar de sentir mi presencia, no se volteó a verme. Se paró y cuando se giró hacia mí, descubrí en su rostro una expresión distinta. No sabría decir si se veía triste o preocupado, o tal vez pensativo, liberado. O quizás un poco de todo. Pero se veía como una persona nueva; era otro Daniel. Me había mostrado todos sus secretos y su interior (literalmente) y era consciente de eso.
– Debería irme — dijo. Me sentí aliviado, no creí ser capaz de pedírselo yo.
– Mis padres están por llegar — respondí con tristeza — lo pasé bien — él solo sonrió levemente en respuesta — espera — le dije. Fui al patio a buscar su boxer. Seguía aún húmedo, así que lo metí en una bolsa y se lo entregué. Miró con cara de extrañado. Los sacó de la bolsa y los extendió. La cara se me puso roja al instante; la mancha blanca no se había ido del todo, y ahora que estaban menos mojados, se notaba aún más. Abrió un poco los ojos y luego soltó una risilla, movió la cabeza y los metió de vuelta a la bolsa.
– Disculpa, es que no… Yo no quería ensuciar… Ya sabes — me deshice en disculpas mientras sentía arder mis mejillas
– Tranquilo — respondió con esa semi-sonrisa que me había vuelto loco — de recuerdo — dijo. Lo guardó en su mochila, se la montó solo del lado derecho y se alistó para partir — ahora si me voy.
Parecía estar esperando que me moviera de la puerta para pasar.
– No muerdo — dije riéndome mientras hacia un ademán por el lado. Pasó, lo acompañé hasta la puerta, y antes de abrir me dijo
– Porfavor, no le digas a nadie — su rostro mostraba preocupación
– Tranquilo — respondí. Puse una mano en su hombro libre — No tienes que pedirlo — miró mi mano y sonrió un poco. Me sentí pagado con eso. — ¿Almorzamos juntos mañana? — solté
– Puede ser
– No te hagas el difícil — dije riendo. En respuesta me dió un puñetazo suave en el pecho mientras se reía.
No sabía cómo me debía despedir, ¿Un beso? Muy de pareja. ¿Abrazo? Demasiado cursi. ¿Alguna cosa medio calentona? Descartado, nos poníamos a tener sexo otra vez. Ninguna de las anteriores. Pasé mi mano por su cabello para terminar de acomodar un mechón que se le había despeinado.
– Vete antes que nos vean mis papás — solté finalmente. El asintió
– Nos vemos mañana — respondió. No era un «almorcemos juntos» pero era algo. Abrí la puerta y dió dos pasos hacia afuera. Se quedó parado mirando hacia abajo otro par de segundos. Levantó cabeza, decidido. Entró de vuelta, juntó un poco la puerta, se inclinó hacia adelante y me besó. Fue sorpresivo e inesperado. Correspondí su beso como pude. Se sintió bien, mejor que nunca.
– Ahora si — dijo separando nuestros labios. Pensó un poco — Almorcemos mañana — guiñó un ojo y finalmente se fue.
Yo me quedé congelado y derretido al mismo tiempo. Algo grande estaba por venir, y estaba ansioso por saber qué era.
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¿Continuará?
eres muy bueno escribiendo, deberías sacar una novela o algo así de está historia por que me quede con ganas de mucho más hahaha
aaw, gracias por la buena onda ^^
Estoy trabajando en una parte 4
Wow, que buena historia, por favor continua me quede con ganas de mas
gran relato como sigue por favor
Que hermoso amor de secundaria se está formando