A los 6 años quería saber todo!
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por totoarg.
Hola a todos, este es mi primer relato y los hechos que describo son de mi despertar sexual con mi vecino tal cual lo recuerdo, tal vez distorsionado por el tiempo, pero fiel a los hechos.
Solo quería compartir la experiencia y si lo disfrutan al leerlo tanto como yo al recordarlo y escribirlo, me gustaría saber sus opiniones y criticas de redacción.
Te limpias la chele dela mano antes, para no pegotear el teclado y escribí algo pajero!
Mis abuelos dormían; era y sigue siendo costumbre en la región de Argentina donde nací, dormir una hora o unos minutos después de almorzar.
La siesta era un mundo de posibilidades para cualquier niño que no adhería a estas costumbres, desde jugar en los lugares y con los objetos prohibidos por los adultos de la casa, salir a jugar a la calle con amigos, patear un rato la pelota, coleccionar caracoles, insectos o simplemente dejar volar esa imaginación inagotable que todos desarrollamos en la infancia.
Mis padres se habían separado cuando tenía 4 años y cada uno de ellos vivía en sus problemas, conflictos y labores.
Por fortuna, mis abuelos tenían mucho interés en acompañarme de una forma más activa y presente, entonces vivía más tiempo con ellos que con mamá o papá.
Pero como no eran mis padres, es lógico que nunca hayan sido muy estrictos.
Vivíamos en un pueblito muy pequeño en el Norte argentino y todos conocían a todos, la mayoría eran amigos entre sí, entonces no se corría mucho peligro, en el sentido trágico, al dejar que un niño juegue por ahí sin supervisión constante.
Jugaba solo en la vereda de la casona, debajo de un paraíso que me protegía de las altas temperaturas de las primeras horas de la tarde, cuando veo que Oscar caminaba hacia la casa de Luciano.
Yo termino de tirar algunos juguetes en una bolsa para guardarlos y cruzo corriendo la calle para alcanzar a mi vecino.
Oscar vivía con su familia una calle detrás de la de mis abuelos.
Me caía muy bien porque siempre tenía ganas de hablar conmigo y contestar cualquiera de esas preguntas grandiosas pero cansinas que hacemos de niños.
Debo reconocer que era muy insistente cuando exigía una respuesta, no muchos tenían paciencia así que Oscar me caía mucho mejor que otros amigos, vecinos y familiares.
Caminaba tan despacio que lo alcancé antes de que llegue a la casa de Luciano.
-¿Qué haces Pablito jodiendo ( molestando) a esta hora? Me saludó cuando llego a su lado.
-No tenía ganas de dormir la siesta.
Le respondí con toda la naturalidad que da la verdad.
-¿Venís a la casa de Luciano? Salió con Lalo en la bici.
Nos sentamos sobre un banco de cemento que había frente a la casa de Luciano para esperarlo mientras hablábamos de cosas tan interesantes como pueden hablar un niño de 6 años con un muchacho de 19.
Los minutos pasaban, el barrio dormía y Luciano no volvía.
Luciano es el vecino que vive enfrente a la casa de mis abuelos.
También era muy piola conmigo, aunque menos dado a hablar, me enseñaba a jugar futbol todas las tardes junto a otros vecinos de mi edad.
Tenía aproximadamente 20 años, era muy amigo de Oscar y otros pibes del barrio.
Se juntaban siempre en su casa, porque tenía una canchita de futbol en el patio, además de ser el lugar de encuentro cuando estaban aburrido para pasar la siesta escuchando música, hablar de mujeres y tomar tereré; una infusión parecido al mate pero inverso, con agua fría y hielo en vez de agua caliente, que tomamos para refrescarnos en los días calurosos del norte.
-¿Fuiste a la escuela hoy? Me pregunta Oscar mientras yo saltaba de un banco al otro; en otras épocas, el abuelo de Luciano era el médico del pueblito y esos bancos cumplían la función de sala de espera al aire libre.
-Sí.
Contesto mientras me pongo frente a él, que estaba sentado a lo largo del banco con las piernas abiertas y me siento.
-¿Y qué hiciste hoy?
-Le vi a mi seño besándose en la boca con el maestro de tercer grado.
Le conteste entusiasmado por mi descubrimiento.
No recuerdo haber tenido nunca antes un interés por lo sexual, pero haber visto a mi maestra besándose en los labios con el maestro despertó en mí una curiosidad obsesiva a partir de ese momento.
No se lo había contado a nadie más que a mis amigos de la escuela, pero ninguno era un erudito en el tema.
Todos pensábamos que lo que teníamos entre las piernas servía solo para mear y no mucho más, un beso entres dos personas que no sean nuestros padres era pornográfico y novedoso.
Oscar se ríe al verme preparado para iniciar una larga lista de preguntas.
–Huu ¿cómo vas andar espiando a la gente mientras hace eso?.
-Yo no los estaba espiando! Me defendí.
–Volví al curso a buscar monedas de mi mochila para comprar caramelos y los vi.
-¿Y que estaban haciendo exactamente? Me pregunta más serio e interesado.
-El maestro estaba apretando a la seño Betty contra la pared y le besó así.
Sin ningún tipo de mala intención me pongo de rodillas sobre el banco y apoyo mi boca en la suya.
No soy afeminado y no hay nada que sugiera que lo fuese a esa edad, y como ya les comenté, tampoco estaba muy interesado y sabía menos de sexo, homosexualidad, varones, mujeres, etc.
Lo hice porque que se lo quería mostrar, y porque no también dar un beso yo mismo.
Nada más volver a mi sitio lo noté asustado, y yo también me asuste porque era evidente que lo que había hecho estaba mal, aunque no entendía mucho el porqué.
El instinto hizo que ambos miráramos en todas direcciones, en especial hacia la casa de mis abuelos por si estaba alguien afuera.
Cuando Oscar alerta que no hay nadie me pregunta con un tono molesto -¿Por qué hiciste eso Pablo? Y me toma fuerte del brazo.
Él era mucho más grande y fuerte, tenía 19 años, trabajaba en albañilería y en el campo de sus padres se encargaba de las vacas y los caballos.
Tenía manos grandes, brazos y piernas fuertes y bien formadas además por el futbol.
Lo había visto en competencia de fuerza y lucha con el resto de los pibes y siempre ganaba él por su contextura y fuerza bruta.
Lo único que hice fue encogerme de miedo y empezar a sollozar por el dolor que me causaba al tomarme del brazito con tanta fuerza- Perdón! Suplique empezando a llorar.
Oscar, ahora asustado por mis lágrimas, me abraza -shhh no llores Pablito, discúlpame.
Insiste varias veces desesperado al ver que me había asustado enserio y no podía calmarme.
Me sube a su regazo y me aprisiona en sus brazos.
– No seas boludo, no llores.
Las nenas no más lloran y vos no sos una nena.
Me decía en tono apremiante.
Deje de llorar, sí.
Pero el susto tardo en irse varios minutos, mientras entre mis nalgas sentía crecer y endurecerse un bulto que era blandito cuando Oscar me sentó en su regazo para abrazarme y calmarme.
-¿Mejor? Me pregunta con un tono de voz distinto, amable sí, pero más primitivo, jadeante, secreto.
-Sí.
Contesto mirándolo con mis ojos inundados en lágrimas que desbordaban por mis cachetes rosados.
–Me lastimaste! Le reproche haciendo un puchero.
Me mira unos segundos y me besa de una forma más profunda y húmeda que el pequeño roce de labios que yo le di.
–Es normal que un varón y una nena se besen porque nosotros tenemos pilín y las nenas tienen concha.
Me explica bajándome de su regazo y sentándome en el banco frente a él, dejándome en primera plana la imagen de su pija creciendo en sus shorts de futbol.
Yo no podía dejar de preguntarme que carajos estaba escondido debajo de esa prenda suelta, porque parecía algo vivo que estaba despertando lentamente para empujar la tela que lo cubría.
–Pero si alguien te ve besando a otro nene se va a enojar mucho y te van a pegar, y si alguien ve que vos y yo nos besamos, pueden llevarme preso.
Su voz era apagada y profunda.
Que alguien vaya preso por un beso me parecía absurdo ya a los 6 años.
-¿Por qué van a llevarte preso por eso? A mi me gustó tu beso y también me gusto que la seño Betty y el maestro de tercero se besen.
-No tiene nada de malo.
Dijo acariciándose lentamente la pija con la yema de sus dedos por sobre la tela.
–Pero nadie tiene que vernos ni saber que lo hicimos.
-Juro que no le voy a contar a nadie y no voy a besar nunca más a otro pibe.
Dije solemne ante la posibilidad que se cometa la injusticia de que metan preso a Oscar por un besito, y muy consciente de que la forma en que me miraba, respiraba y se tocaba era una faceta que no conocía de mi amigo.
-No importa que lo sigas haciendo mientras estés seguro que nadie más nos vea.
Dejó de observarme con intensidad unos segundos, se aseguró que nadie estaba merodeando por los alrededores y me preguntó de una manera morbosa: -¿Quérés que nos demos más besos? Llevó la mano desocupada a mis piernas y empezó a acariciarme despacito.
El contraste era exitante: mis piernas eran pequeñas, blancas, suaves como la piel de un durazno, blandas pero turgentes.
Sus manos eran grandes, fuertes, ásperas y como toda su piel, bronceada por el sol característico de la zona.
-¿Bueno? Acepte sumiso ante la faceta desconocida de mi amigo.
Con una mano subía por mi entrepierna e intentaba meterse por debajo de mi short que no era tan grande ni elástico para que cupiera mi pierna y su manaza, mientras con la otra recorría la forma fálica que dibujaba su short.
Al escuchar mi aprobación para continuar besándonos, abandonó el intento de meterse bajo mi short y se acomodó la pija para ponerse en pié.
–Dale, seguime.
Nos metimos en el patio de la casa de Luciano por el costado, ya que solo un cerco de tres hilos de alambre protegía la propiedad.
Cruzamos la cancha de futbol improvisada y nos metimos en un garaje alejado de la casa principal, donde el papá de Luciano tenía un Peugot modelo 88 que juntaba polvo desde ese año, fuera joda.
El lugar era pequeño y el vehículo ocupaba la mayor parte del espacio, Tenía tres paredes sin ventanas y donde debería estar la cuarta pared cumplía la función teórica de entrar y sacar un coche que no fue puesto en marcha por 20 años.
Entre la pared del fondo y el vehículo había un espacio suficiente para que ambos nos refugiáramos de la vista externa, sumándole al horario y al lugar donde nos encontrábamos nadie nos vería por un par de horas.
Por la pulcritud de ese sector, comparado con el resto de la habitación, era evidente que los pibes del barrio usaban ese espacio con más regularidad de la que creía a simple vista.
Ambos nos sentamos en suelo y, con susurros al oído, Oscar empezó a calmar los nervios que evidentemente demostraban mis pequeños temblores.
No recuerdo haber estado nervioso, pero al saber que existía la posibilidad de que vaya preso, ya no había inocencia en besarlo.
Se recostó sobre la pared, me sentó sobre su pija dura y palpitante y empezó a besarme tiernamente, mientras empujaba su cadera contra mí.
Ambos vestidos, sentía como su falo se refregaba a lo largo de mi colita.
La situación era nueva, sentía que mi sangre fluía más rápido, mi pijita se puso al palo y un mundo nuevo de sensaciones me hicieron mover mis caderas sobre él mientras sentía que su lengua grande y rasposa recorría el interior de mi boca, me embriagaba el sabor de su lengua, una mezcla de cigarrillo, hamburguesa y gaseosa de lima limón que me parecía dulce y masculino al mismo tiempo.
-¿Te gusta? Me preguntó después de basarme unos minutos y ponerme de pie entre sus piernas.
–Si, me gustó mucho.
Dije pensando que todo había terminado.
Al estar de pie, veo su bulto mucho más grande y tieso que antes de sentarme en él.
Pero lo que más llamó mi atención fue la parte húmeda de su short, que coincidía con la punta de la carpa.
Empecé a reírme despacito.
-Te hiciste pis (meado).
-No es pis.
Cuando estamos muy calientes y tenemos ganas de coger, a los vagos se nos moja la cabecita de la pija, así entra mas fácil en la concha o en el culo de las minitas.
Fíjense de que forma didáctica aprendí sobre ello.
Tomó el borde de mi short, me lo bajó hasta las rodillas y me quita la remera con una ansiedad alarmante.
Empieza a recorrer con sus ásperas manos mi frágil y suave cuerpito.
Acaricia mi pecho demorándose en mis tetillas que no tenían nada que envidiar a una picadura de insecto, pequeños botoncitos rosados que en su erección máxima no distinguía mucho de cualquier otro momento.
Se deslizó por mi cintura y bajó hasta mis muslos por la cara externa, para volver a subir por la interna hasta mi entrepierna.
–Abrí un poquito tus piernas.
Me apremia.
Al tener el calzoncillo y el short en las rodillas se dificultaba cumplir la orden.
Me los termine de bajar y lo dejé a un costado.
–Vení, parate acá.
Él, aun sentado en el suelo con sus piernas duras, musculadas, peludas y bronceadas extendidas, me coloco parado y con las piernas abiertas sobre él.
Repitió el mismo recorrido de caricias que la primera vez, pero cuando subió por la cara interna de mis muslos y llegó a la unión de estos, sus dedos recorrieron toda la zanja de mi culo con el dedo mayor y se lo llevó a la boca.
–Que rico ese culito.
Vuelve a pasar el dedo, pero esta vez lubricado con su saliva.
Apoya la yema en mi hoyito y apretó, dibujó círculos, acarició y jugó ahí mientras me despertaba las cosquillas más ricas de mi corta vida.
Pegó un lametón a mis huevitos y se los metió junto a mi pija dentro de su boca.
Ahí la cosquilla fue mayor y me retire.
Es ahí cuando veo por primera vez una pija adulta.
Mientras él jugaba con mi culo y mis bolas, con la otra mano había liberado a la bestia.
Para todo niño una pija adulta es grande, así que está de más describir esa impresión de forma más detallada.
Los pelos alrededor sí que era algo nuevo.
Pensaba que solo teníamos pelos en la cabeza, y en el caso de los hombres mayores en los brazos, piernas, pecho y barba en algunos casos.
Los pelos de su verga eran más oscuros y rizados que el de su cabeza que eran claros y lacios.
La piel del tronco se veía también más clara y suave que el de sus brazos y piernas que era tostada y dorada por la exposición constante al sol.
Un par de venas azuladas le daba un aire agresivo y musculoso.
El bulbo de la cabeza era del mismo color que el tronco pero sonrosado y húmedo.
-¿Te gusta mi pija?
-Es re grande, boludo!.
mis ojos se abrieron al máximo para observar mi nuevo descubrimiento.
-Cuando vos crezcas, tu pija va a ser más grande que la mía ahora y vas a reventarle la concha a todas tus compañeritas.
Te las vas a coger a todas Pablito.
Mientras, con un dedo juntaba todo lo que podía el líquido transparente y baboso que le salía de la puntita y me lo untaba con el mismo dedo en el culito y apretaba, dibujaba círculos y me hacía disfrutar.
La mezcla de las palabras que me decía, el tono de voz que usaba, la forma en que me miraba y el gesto de placer que tenía su rostro varonil, sumadas a esas caricias que me untaban lo que le salía de la verga en mi hoyito me impulso a confesarle: -Yo quiero coger con vos.
La manera en que se mordió los labios al escucharme decir aquello, aún forma parte de mis pajas 20 años después.
Hundió un poco más su dedo lleno de precum, y fue motivo suficiente para arrepentirme.
-Sos muy chiquito para que te coja ahora, y este lugar es incómodo.
Sacó el dedo que metió en mi culo hasta la primera articulación y se lo llevo a boca saboreando la combinación de nuestros cuerpos.
–Más adelante te prometo que voy a hacer lo mismo que el maestro le hace a la seño Betty cuando no están en la escuela…
-¿Qué le hace? Era inevitable, generar una intriga en mí y no darme una respuesta inmediata era la combinación perfecta para no dejar de romper las bolas.
Se puso de pie, se quitó la camiseta de Boca Jr que llevaba puesta, dejando el torso y abdomen de un pibe que labura con su fuerza, desnudo.
No estaba marcado como los huecos que te encontras en los gimnasios pero tenía un cuerpo muy fuerte y masculino, lampiño y tostado.
No era una visión nueva, porque los vagos siempre jugaban al futbol sin remera y siempre los había visto.
Pero el contexto era distinto, y estaba descubriendo aspectos del cuerpo de Oscar que generaban una especie de ansiedad en mí.
Me calentaba, dicho en argento.
-Cojen! El Maestro le mete toda la pija a tu seño, y le deja su leche adentro
(O.
O) => mi cara
-¿Qué leche?
Se baja el short y su verga, henchida de orgullo y babeando de excitación, queda a la altura de mis labios a unos pocos centímetros de distancia.
El aroma era fuerte, pero no desagradable, una mezcla de sudor limpio, carne cruda fresca, y a semen.
Realmente me fascinó la pija de Oscar.
Inconscientemente me lo imaginaba con vida propia, como un gusano viril independiente de Oscar, un ser nuevo que vivía en un mundo escondido debajo de los pantalones de mi vecino.
Palpitaba y se sostenía erecto apuntando al bultito de mi nariz, y colgaban de su base una bolsa de piel elástica que guardan dos huevos enormes y pesados que irradiaban tibieza y un aroma diferente al húmedo que desprendía la punta, todo rodeado de pelos castaños oscuros y alborotados y espeso que abrigaban a este extraño ser.
La base de la pija era firme, con un cuerpo homogéneo y grueso, sin sobrepasar el tamaño normal; parecía tener cierto peso, y se balanceaba lentamente frente a mí.
Todo ese tronco estaba enfundado por una piel rosada, tostada y aterciopelada que dejaban notar las formas y traslucir el color de nerviosas venas azul-verdosas, que se ramificaban a lo largo.
A todo ese espectáculo a la virilidad, lo coronaba una cabeza bulbosa rosada, suave que se destacaba del cuerpo sin desbordarlo.
La cabeza de la pija estaba semi cubierta por el prepucio, solo un tercio sobresalía para mostrarme el fluido que acumulaba en su puntita, el resto estaba oculto por la funda brillosa del prepucio.
Imagínense el grado de hipnosis que me causó, para poder precisarles en detalle esa imagen.
En ese instante, solo éramos la verga y yo, el latir de mi corazón y la respiración pesada y profunda de Oscar, que me recordó que estaba allí y que esa pija era suya tomándome los cachetes con una mano fuerte, y apretándola para resaltar mi boquita.
Que de esa forma era mucho más pequeña que la circunferencia de su verga.
Con la otra mano, tomó su pija y sin pelarla, pintó mis labios con ese líquido transparente y espeso, el tacto de mis labios aprisionados con esa porción de pija era suave, cálido y baboso.
El aroma que desprendía invadió mi nariz.
-Mira, tu boquita y mi puntita tienen el mismo colorcito, bebé.
Shhh parece una conchita.
Saca un poquitito tu lenguita.
Me decía con voz ronca.
Saqué la puntita de mi lengua, todo lo que me permitía la mano de mi vecino, y empezó a frotar suavemente su líquido por mis labios y mi lengua, sin presionar demasiado.
Era salado y cremoso, no me desagradó pero tampoco me pareció una maravilla.
Cada vez que dejaba de salir su babita, apretaba la base de su chota con la yema de los dedos y empujaba el prepucio hasta la cabeza, y brotaba de nuevo una perla transparente de esa miel salada.
Me soltó la cara y tomó mi nuca mientras trazaba una telaraña brillosa por toda mi cara, apoyando su puntita sobre mi piel y arrastrándolo hasta mi boca, que lentamente se abría cada vez más para saborear ese garrote de carne.
De repente, me tomo por debajo de los brazos, me alzo como un muñeco que no pesara nada y me beso despacio, profundo, lamiendo mis cachetes, mi nariz, mis labios.
Me recostó sobre el capó del auto, apoyó mis pies a cada lado de sus hombros.
Y mientras uno respiraba la exhalación del otro, presionaba su pija a lo largo de mi zanjita, demorándose unos segundos más sobre mi culito que palpitaba de gusto.
Con cada recorrido presionaba un poquito más sin forzar para penetrarme, pero si con el objetivo de dilatarme lo suficiente.
Tomó mis dos piernas con una mano, pasó su gruesa y húmeda lengua por mi culo.
Chupando y empujando, su lengua llegó más lejos que su dedo cuando empezó a explorarme.
Yo estaba expectante, disfrutaba de todo pero también estaba asustado.
-Sos el culito más rico que comí en mi vida, bebé.
Escupió un gargajo en su mano para empavonarse la pija y lo apoyo en la entrada de mi culito rosado.
Presiono lo suficiente para entrar la mitad de la cabeza y empezó a masturbarse de una manera brutal pero sin lastimarme.
Me miraba entre excitado y enojado, mientras se masturbaba con media cabeza coronada por mi hoyito, me metió un dedo en la boca que olía a su pija, a mi culo, y sabía a los dos.
La presión, la humedad y el vaivén de la masturbación era una fiesta en mi cola, y ésta saboreaba la puntita de la verga como yo a esa edad saboreaba con mi boquita una paleta gigante de esas que venden en las ferias.
Al ratito Oscar empieza respirar más rápido y profundo, todo su cuerpo se cubrió de sudor.
Su cuello estaba tenso y colorado como su rosto y sentí mi mis tripas el tibio polvazo que echó sin cogerme.
Por primera vez quedé en silencio ante el ataque de un ejército de preguntas sobre qué carajo fue lo que paso.
Sin decir mucho mas saco su pija de la puertita donde no llegó a entrar pero desde donde llego a meter su leche.
Se subió el short, se puso la camiseta.
-Apreta el culito! Me dice mientras se agacha a buscar mi ropita.
Cuando vuelve me baja del capó del coche y se pone en cuclillas para vestirme.
–Si te gusto podemos jugar que cogemos siempre que vos quieras, pero nadie nunca se tiene que enterar porque nos van a decir putos.
¿Vos queres que los vagos digan por ahí que Pablito es putito?.
-No… conteste mientras Oscar me ponía el calzoncillo y el short.
-¿Lo que hicimos nosotros hacen los putos? Pregunte anta mi ignorancia.
-Si y no… Afloja el culito.
Me da un beso muy rico y sonríe.
Un líquido tibio y espeso empezó a salir de mi interior para empapar mi calzoncillo.
-Ahora vamos a ir a jugar a la pelota mientras esperamos a los vagos y vamos a hacer como si esto nunca paso, tenemos que tratarnos igual que siempre o si no ya sabes…
Cuando iba a ponerme la remera se dio cuenta del moretón que empezaba a formarse en mi brazo por la presión que hizo cuando lo besé.
-Si te pregunta tu Nona que te pasó, decile que te lastimaste jugando a la pelota.
Asentí y me puso la remera.
– Ahora, cuando vuelvas a tu casa y entres a bañarte, quiero que escondas el calzoncillito que tenés puesto, y que mañana me lo regales sin lavarlo.
-¿Para qué? Es chico para vos.
-No me lo voy a poner… pero lo quiero asi con tu olorcito y mi leche.
Me revolvió el cabello y fuimos a la canchita a jugar como si nada hasta que llegaron los pibes.
FIN.
–
Si les interesa continuaré contándoles como continuó la relación.
Comenten.
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