A los cinco años me desvirgó el plomero de mi casa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ananafiz.
Cuando era pequeño, tenía unos cinco años, no más.
Mi casa se encontraba en plena obra de construcción, es decir, tenía albañiles por toda la casa.
Mis padres trabajaban todo el día, y yo estaba en vacaciones de verano.
Lo loco de todo esto, es que mi mamá es la responsable de lo que me pasó aquella vez.
Es que ella me compró una ropa de verano similar a la de Quico del Chavo del 8, pero más acustada.
Sí, mi mamá me vistió de marinerito, siendo yo un niño de cinco años, de piel blanco pronceado, llenito (lo que prácticamente califica como nalgoncito), con cabello rubio, ojos miel, y muy simpático y explorador.
Así como suena, me encantaba socializar, conocer gente.
Me gustaba ver cómo trabajaban los albañiles, en mi mente no había nada sexual, solo me gustaba aprender cómo se hacía el cemento, y se lo utilizaba para levantar muros.
Un niño hermoso, lo digo un poco en broma y otro poco en verdad: si pudiera viajar al pasado trataría de tener sexo con el niño que alguna vez fui.
Pero no caeré en la auto-promoción porque es de mal gusto.
En fin.
Un día, como cualquier otro.
Mi mamá trabajaba y mi papá también.
Ambos regresaban a casa muy de noche, sólo quedaba mi abuela y los albañiles.
Había uno de ellos que era extranjero, más precisamente de Paraguay.
El hombre no era feo, se hecho era un tipo que me agradaba porque era el que hacía la instalación de plomería, gas, y electricidad, algo que yo lo veía como "lo más importante de la casa".
Un hombre, no sé la altura, claculo que normal, para mí era alto.
Delgado, de piel trigueña, ojos negros, cabello negro.
Si hoy tengo que calificarlo como feo o lindo, lo coloco en término medio (eso que no soy gay).
😎 La cuestión es que, ese día en particular no vinieron tres de los cinco albañiles que venían siempre.
Sólo vino el capataz y el plomero.
Como era lunes, luego de grande lo sé, seguramente los otros tres se quedaron ebrios en sus casas.
😕
Resulta que el capataz se fue al mediodía, sólo quedó trabajando el plomero.
Yo, vestido de marinerito, con el pantolocinllo celeste (que era tan corto como los shorts que usan las chicas en la actualidad) me encontraba fizgoneando cómo trabajando el plomero.
Lo cierto es que yo con él no tenía casi trato, él siempre hacía su trabajo y yo miraba cómo trabajaban los obreros que levantaban paredes.
En ésta oportunidad yo observaba y le preguntaba para qué era cada herramienta que él levantaba (cosas típicas que hacen los niños "y para qué sirve", claro!).
Yo- "¿Cuándo vas de construir la cañería?".
Le pregunté en un momento.
Plomero- "Pronto, ¿Qué harás cuando tengas todas las cañerías instaladas?".
Me preguntó.
Yo- "Me bañaré, iré al baño, mi mamá cocinará.
No sé.
" Le dije inocentemente.
Plomero- "Oye, la regadera la instalé ayer.
¿Ya la haz probado?" Me preguntó en un tono extraño, y volteándose hacia mí con una mirada que no entendí.
Yo- "No.
".
Contesté extrañado por su mirada.
Plomero- "¿Quieres que la probemos?".
Me dijo con el mismo tono de voz mientras me recorría con la mirada.
Yo- "Bueno.
" Respondí.
"Vamos, vamos.
" Me dijo mientras me tomaba de la manito y me llevaba apurado hacia lo que sería el baño de mi casa.
"Quítate la ropa, yo te ayudo".
Me dijo apurado, pero tratándome con suavidad.
Me desvisitó rápido, me quedé casi sin reacción.
Considero que yo no era un niño tonto ni tímido, realmente me extraña hasta hoy que me haya dejado manosear en ese momento como si "me gustara".
Aunque claro que me gustó, pero no entendía la situación.
El plomero ya me había quitado toda la ropa, algo que no fue dificultoso pues sólo traía el pantaloncillo de "Quico" y una camisa blanca.
Él abrió el grifo de la regadera, recuerdo que vi que había mucho vapor y le dije que estaba muy caliente.
Rápidamente abrió la fría para equilibrar.
A esa edad, mi abuela me ayudaba a bañarme, pero nunca un hombre me había ayudado, ni mi padre.
Sólo mi madre y mi abuela.
Pero la situación, si bien me pareció todo muy raro, yo quería estrenar la regadera, y el plomero lo sabía.
Es que el plomero todo el tiempo me decía, "eres el primero en usar la regadera", y aprovechaba para manosear todo mi cuerpo.
Sentía sus ásperas manos recorrer mi cuerpo suave, a esa edad recuerdo claramente que mi piel era aún como la de un bebé.
Sentí cómo sus manos no dejaban "recoveco" por descubrir, me llamó la atención que no esté usando jabón: "¿ Y el jabón?", le pregunté.
"Deja, te estoy frotando, la mugre sale igual.
Date la vuelta bebé".
Me dijo, me molestó que me diga bebé, pero me di la vuelta igual.
Sentía sus manos frotarme mis nalgas redondas y blancas, con cinco años era conciente de que era un poquito más "culón" que otros niños de contextura más delgada.
Pide sentir el momento preciso en que recorría con sus dedos mi raja, sentí electricidad cuando me "acariciaba" con sus dedos mi ano virgen y rosado.
Ya no sentía que me esté frotando con una sola mano, pero pude ver por sobre mi hombro cuando con la otra mano se bajó su pantalón completamente y comenzó a masturbarse.
Algo que nunca había visto, pero sentía que eso era algo que no debía contarselo a nadie.
El plomero se puso de pie y se terminó de quitar toda la ropa.
Se metió debajo de la lluvia de la regadera, se puso de rodillas y me pidió que me pare frente a él.
Yo accedía, para mí era todo nuevo y sentía que me gustaba lo que pasaba.
Como dije, era muy explorador.
El plomero comenzó a besarme la zona del pecho mientras con una mano me frotaba las nalgas y con la otra se masturbaba.
Me gustaba mientras el plomero me besaba mis pequeños pezones de niño, fue bajando hacia mi ombligo y me lamia como loco.
"¿Qué haces con tu pajarito?".
Le pregunté mientras me lamía el ombligo.
"Me estoy dando amor" respondió sin explicarse tanto.
"¿Cómo es eso?" le dije.
"Te enseñaré" y bajó su cabeza hasta mi pubis.
Allí comenzó a lamer todo, mi pubis, mi pene y mis pequeños testículos rosados y lampiños.
Era extraño escucharlo gemir mientras me los lamía, sin más se metió toda mi hombría en su boca.
Le entraba todo, mi penecillo y mis huevitos.
No pude evitar poner mis ojos en blanco y elevar la mirada hacia el techo, fue una sensación refrescante y agradable.
Sentía como el plomero jugaba con mi pequeña herramienta en su boca.
Me pidió si "por favor" me ponía como perrito delante de él.
Accedí extrañado, me arrodillé frente a él mirándolo.
"No, no, no.
Dame la espalda hermosura.
" Me dijo, lo de hermosura me hizo sentir querido, no sé.
Así que ahí me tenía él, de perrito, con mi cola apintando hacia el.
Me trasero de cinco años de edad, pequeño pero con nalgas generosas, con curvas casi perfectas, y piel tersa y suave como la de un bebé.
Un anito rosado que se abría paso entre esas nalguitas.
El plomero no esperó dos segundos que ya estaba con su cara lamiéndome todo mi culito.
Podía sentir cuando intentaba penetrarme con su lengua, pero mi ano no lo permitía.
"Aflójate, relájate.
Es como cuando vas al baño pero al revéz".
Me dijo con una "voz paternal".
Intenté relajarme, entendí que debía permitir el paso a su lengua.
Pero no había caso, sentí cuando comenzó a introducirme un dedo, lo metía y lo sacaba.
Cuando ingresaba me dolía, cuando lo sacaba era como ir al baño.
Yo no lloraba, no era de esos niños llorones, siempre me consideraba valiente de pequeño.
Recuerdo que en mi mente me decía a mí mismo: "aguanta, deja ver qué pasa, no llores, aguanta".
El plomero introdujo otro dedo, la cuestión dolía más.
Yo tenía los ojos cerrados, aguantaba la respiración y luego soltaba el aire para repetir.
"Por favor, que nos bañemos con agua fría solamente.
" Le dije, notando que me sentía muy acalorado, y necesitaba un poco de alivio.
"Si mi amor, ahí pongo solo la fría".
Me dijo besándome la espalda y luego estirando su brazo para alcanzar el grifo y apagar la caliente.
Luego sentí cuando comenzó a fregar su pene con mi rajita, estuvo así unos segundos largos, me besó la espalda nuevamente y me pidió que aguante la respiración.
Lo hice, él sabía que lo haría, que me dejaría hacer todo.
Pues llegó hasta donde llegó sin que yo opusiera una sola queja.
Sín más vueltas, el plomero comenzó un empuje en mi anito que no terminaba más.
Lentamente sentí como su pene intriducía lentamente su cabeza en mi ano, no me dolía mucho porque sus dos dedos tenían el mismo grosor que su pene y ya me habían dilatado bastante.
Pero igualmente el plomero decidió meter toda su carne despacio.
Pude sentir cuando terminó de ingresar la primera mitad de su pene, yo sentía literalmente como que su pene tocaba mi ombligo por dentro.
Sé que es imposible, pero sentía eso.
Su pene, con un ancho que me atrevo a decir que no más de 4cm y medio,y un largo de unos 17cm.
Es lo que creo hoy, recuerden ue tenía cinco años.
No podía ingresar del todo, como si algo dentro mío se lo impidiera.
"Qué tienes ahí que no me deja pasar", me dijo sonriendo y claramente excitado.
"Nada" le conteste estúpidamente como si la preguntara esperara una respuesta de mi parte.
Sentí el mete y saca del plomero, "quiero que mis pelotas golpeen tus nalgas" me dijo en pleno frensí.
Luego de varios empujones, sentó cómo logró meterla toda.
Sentí que algo dentro mío se había "movido de lugar", mi cabeza estaba enfocada en entender ese pedazo de carne que entraba y salía de mi ano.
Ahora también sentía el "splash, splash, splash", ese sonido excitante que se creó producto del choque de sus testículos con mis glúteos.
Para mi fueron minutos eternos, pero de algún modo experimentales.
No me desagradaba, "todo era muy loco", sobre todo cuando me la metía hasta el fondo y sentía que me empujaba la barriga por dentro.
Se podría decir que la sensación más agradable era esa.
Al momento de comenzar a sentir mis piernas entumecidas, de tanto tiempo estar en posición de perrito, en ese momento sentí cómo el plomero deja soltar mucho aire acompañado de un suspiro "relajador".
Puede sentir cómo dentro mío se ponía de repente más tibio.
Era él que me había acabado dentro.
Luego de terminar dentro mío, el plomero me besó las nalgas nuevamente.
Me decía que era hermoso, que me amaba, que tenía un hijo como yo, que quería que lo conozca.
Muchas cosas más.
Lo cierto es que se puso de pie, me ayudó a bañarme y luego me pidió que no le dijera a nadie lo que pasó.
Le pregunté por qué, me respondió que era un secreto, que ahora eramos mejores amigos, porque los mejores amigos hacen estas cosas.
Me vestí, y me fui a ver los dibujitos.
Al otro día el plomero no vino más, al siguiente tampoco.
Le pregunté al capataz, dijo que renunció.
Nunca conté nada, hasta hoy.
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