A mis 10 años, Rubén me hace suyo. (Parte 1, Historia real)
Rubén, un hombre que casi me triplica la edad, me hace suyo, no sin antes «tentar el terreno» conmigo. Historia dividida en 2 partes. Donde explico los inicios con el, y en la segunda parte explico el desenlace..
Antes
Desde pequeño me atrajeron los hombres. La primera vez que me di cuenta (para mí normal porque no sabía ni el significado de ser gay) fue cuando un conocido de la familia llamado Francisco de unos 39 años nos cuidaba a mi hermano y a mí, yo en ese entonces tendría unos 5 años de edad, pues es un recuerdo extremadamente vago y muy poco recuerdo. Lo poco que recuerdo es que Francisco se dormía en mezclilla y se desabrochaba el cinturón, recuerdo ver su enorme paquete maduro intentando salir de sus pantalones, siempre le abría la bragueta y al parecer lo tocaba, no sé si es cosa mía, pero imagino que él sabía que yo lo tocaba, y no hacía nada. Eso sí, nunca saqué su pene, por lo que nunca lo vi en persona, solo con su calzoncillo puesto.
En el preescolar por esas mismas fechas en la escuela le toqué el pene a un compañero, no dijo nada, pero todo quedó en que fue un accidente.
Hasta ahí todo era leves roces con la sexualidad, nada serio ni fantasías, como dije, era un niño y ni siquiera sabía exactamente cómo funcionaba la sexualidad. Hasta que, al llegar a cuarto grado de primaria, a mis 10 años de edad (aproximadamente) un hombre de 29 años llamado Rubén entró en la vida de mi familia, y en la mía, pero no fue el único lugar donde Rubén entró. Literalmente entró en mí, de muchas maneras.
Después
(1)
Rubén era algo así como el pretendiente de mi mamá. Ella nunca llegó a tener sexo con él, no sé si por fidelidad a mi Papá que estaba en el extranjero. Aunque no me consta, sé que mi mamá nunca tuvo nada con él, porque la conozco perfectamente y desde pequeño fui lo suficiente lujurioso y astuto para darme cuenta de cosas sobre mi mamá.
Rubén conoció a mi mamá en un grupo de alcohólicos anónimos; se podría decir que Rubén era esa parte paterna que no teníamos físicamente. Él llevaba a mi hermano a jugar fútbol, y no me gustan los estereotipos, pero nunca me gustó el fútbol, ni los deportes en general. Aun así, de niño yo tenía muchísima pierna y trasero, además de que estaba llenito, no al grado de considerarme gordo, pero era robustito, eso hasta mi secundaria que mi estatura se me fue de las manos y adelgacé y fui todo lo contrario, un espagueti.
Mi mamá trabajaba en una tienda que Rubén le encargó, mientras él trabajaba de taxista, y para no hacer larga la situación, Rubén nos recogía a mi hermano y a mí de la escuela, nos llevaba a la tienda, después yo me quedaba en la tienda atendiendo mientras mi mamá, Rubén y mi hermano bajaban a mi casa a comer, y cuando regresaban me traían mi comida en túper, además de mi ropa para cambiarme.
Mi casa quedaba a prácticamente 7 minutos caminando, así que cualquier situación con algún cliente, podría ir corriendo a ella.
(2)
Aprovechando esta parte del relato, describiré a Rubén. Era bastante maduro considerando su edad, pues a los 29 años, muchos todavía actúan como adolescentes. Él ya se veía como adulto. Medía 1,78, de piel morena, ni delgado ni flaco, tenía unas piernas grandes y tonificadas; un buen trasero; tenía un poco de panza, pero no era ni de cerca alguien gordo, pues no se le notaba. Sus hombros anchos y brazos algo fuertes de que trabajaba de todo. En pocas palabras: Un cuerpo de alguien que está activo físicamente.
Fuimos al cine a ver una película y como mi hermano siempre ha sido algo caprichoso, le pidió a mi mamá más palomitas al salir de la función. Lo malo fue que se lo pidió cuando ya estábamos en el estacionamiento. No tuvo más remedio que ir a comprarlas. «Adelántense» dijo mi mamá dirigiéndose a Rubén y a mí. Así que eso hicimos.
Iban a tardar demasiado pues era una plaza comercial y el cine quedaba (como siempre) en el piso de hasta arriba de la plaza.
Entramos al coche, hubo unos minutos de silencio, nada incómodo pues solo era un adulto y un niño, no había tensión en el ambiente. Solo el sonido clic-clac del coche y la noche rodeándonos con una docena de coches a los costados.
De pronto, Rubén volteó a verme preguntándome qué me había parecido la película. Platicamos unos 2 minutos antes de que él, sin previo aviso, se pasara al asiento de atrás conmigo.
«¿Quieres ver algo?» me preguntó. Obviamente dije que sí. Pero antes, ni corto ni perezoso dijo la frase mágica: Prométeme que esto quedará entre nosotros, porque si tu mamá o quienquiera se entera, nos vas a meter en un problema. Esto es algo solo de nosotros, ¿entendiste?
Asentí con la cabeza. Entonces agarró mi pierna. Ese día yo vestía un short de mezclilla que me quedaba demasiado ajustado, mi mamá siempre nos vestía de manera ridícula. Rubén vestía (como casi siempre) pants deportivo azul, a veces usaba pants gris y se le notaba más el bulto.
Comenzó a meter sus dedos entre las orillas del short, queriendo entrar por mis piernas hacia mi ingle. En ese momento dirigió su mirada hacia mi rostro para ver si lo aprobaba o no, y al no ver respuesta, lo tomó como un sí por parte mía, y finalmente llegó.
Su dedo índice rozó con extrema delicadeza mis testículos, encima de la tela de mi calzoncillo, o tanga masculina. Mi pene estaba acomodado hacia arriba, por lo que él solo pudo rozar mis huevos. Por imposible que parezca, podía sentir olas de calor emanando del cuerpo de Rubén, y ese olor tan peculiar que desprendía su cuerpo (y más tarde el mío también, en mi pubertad) cuando estábamos calientes. Mucho más tarde en la universidad una amiga sugería que era el olor a feromonas, pero después investigué y las feromonas no tienen olor. No importaba, el olor o la percepción estaba ahí.
Rompió el silencio preguntándome si me estaba gustando. Nerviosamente le contesté que no sabía, y eché una risita de infante. Me reía por nervios, pero además porque me daba cosquillas el cómo masajeaba mis huevos suavemente. Todos hemos sentido esas cosquillas cuando alguien nos toca por primera vez los genitales, ya sea el médico o tu acosador de 29 años.
Me preguntaba qué era lo que supuestamente me iba mostrar, y me lo mostró.
(3)
Mi short era tan ajustado y mis piernas tan carnosas que su mano salió casi asfixiada de mis testículos a través de la mezclilla.
ahora te toca a ti- me dijo. Mi mano me estaba temblando, pero él se aseguró de eso, pues me agarró la mano y después la llevó hacia su pierna.
¡Santo Dios! fue lo único que pude pensar cuando toqué su pierna. Era enorme, eran piernas de adulto. Eran duras y gordas. Había tocado las piernas de mi mamá cuando en una ocasión debíamos hacerles un tatuaje, y también eran grandes, pero no eran duras. Las piernas de Rubén eran durísimas como piedra.
«Haz lo mismo que hice yo» dijo Rubén, soltando mi mano y dejándola en su pierna. Antes de hacer cualquier cosa él no se resistió y volvió a tomarla con una brusquedad disfrazada de amabilidad, en su mente seguramente decía algo así como: Apúrate maldito niño puto, tócame el pene que se nos termina el tiempo.
Llevó mi mano hacia su pene, el cual estaba aún flácido. La sensación de sentir ese juguete carnoso aún esponjoso me inyectó en adrenalina. Comencé a darle golpecitos, y pude identificar toda esa víbora gorda debajo, y pude identificar que debajo de esa enorme víbora, estaban dos huevos enormes.
Dejé mi palma extendida sobre él, y si hago bien los cálculos, su pene se puso totalmente duro en 20 segundos. Su pants ahora parecía una carpa de circo. Entonces se bajó el pants lentamente, cuando finalmente la punta de su pene llegaba a la orilla de la costura, rebotó hacia afuera de golpe, impactando con su abdomen. Su miembro era venoso, sus huevos estaban rasurados y tenía una cabeza palpitante y enorme. Era en verdad una preciosidad.
Tócala, me instó Rubén.
«Tócala papi, es tuya». Rubén solía decirnos «papi» a mi hermano y a mí, pero era un «papi» de la misma clase que cuando sus tías te lo dicen de cariño. Esta vez me dijo «papi» con una mezcla de amor paternal y deseo sexual.
La yema de mi dedo ya se encontraba acariciando su extremidad, su cabeza era enorme y su piel podía hacerse hacia abajo y arriba fácilmente. Cuando era niño no lo noté, pero si lo vi de reojo: Su rostro. Recuerdo como su rostro hacía una figura de placer, cerraba los ojos, inhalaba y exhalaba, pero en silencio, como si no quisiera que lo viera, como si no quisiera que yo supiera que él estaba gozando ese momento.
Como si no quisiera que yo supiera que me estaba transformando en su puta.
Se escuchó la voz de mi mamá a lo lejos, y pudimos divisarla a través de varios coches adelante. No daba tiempo para que Rubén se pasara hacia enfrente. Me aparté de él, y pude ver como guardaba su pene dentro del pants, ni siquiera se molestó en ponerlo dentro de su calzoncillo (aunque hubiera querido, no hubiera entrado).
Me dijo: relájate. Y eso hice. Me explicó cómo hacer para no parecer sospechosos y consistía en relajar literalmente los músculos, dejar la tensión, mirar hacia la ventana y hacer como si estuviéramos aburridos.
Nadie sospechó nada.
(4)
Después de ese día, a la siguiente oportunidad de estar solos, me chupó el pene. Pero fue demasiado rápido. Solamente me lo hacía para que después yo se lo hiciera. Una manera de «enseñarme».
Literalmente chupó mi pene por unos 10 segundos para después indicarme que lo haga.
Estaba nervioso, y como siempre, el me ayudó. Tomó mi cabeza por atrás y fue guiándome hacia aquella cabeza. Aquel enorme falo no pudo entrar en mi boca, era demasiado gorda para entrar. Por alguna razón, mi razón me dijo que no usara la lengua, y efectivamente, hubo un momento donde Rubén comenzaba a hartarse y empujó con un poco de fuerza mi nuca hacia su verga. Me lastimé la mandíbula al forzarla a abrirla tanto, pero tolerable.
Al estar con su glande en mi boca, era imposible esconder mi lengua, así que tuve que soltarla porque comenzaba a cansarme el tratar de retraerla. No me gustó para nada el sabor. En ese momento no lo supe, pero era el sabor del líquido preseminal, un sabor salado. Por obra del espíritu santo no vomité, y pude resistir. Quería que se terminara. Estuve a punto de vomitar, y creo que Rubén lo notó, así que comenzó a sacar su pene de mi boca. Al inicio no quería salir, pues su glande chocaba con mis labios. Al final salió e hizo un sonido como de chupón.
Ese día llegué a mi casa y lloré. No me había gustado ese sabor, me sentía muy sucio.
Durante el siguiente año y medio así era la rutina: A la primera oportunidad de estar solos, le hacía sexo oral y lo masturbaba. Claro que el también tocaba mi pene e intentaba masturbarlo.
Algo curioso es que nunca eyaculó durante todo el tiempo que lo hicimos, además de que todo el tiempo lo hacíamos en su coche o cuando en las mañanas él se metía a mi cama «jugando» mientras esperábamos para que nos llevara a la escuela, y él tomaba mi mano y la metía en sus pantalones. Lo cierto es que me encantaba, me encantaba ser dominado por ese hombre y que me usara a su antojo. No lo pensaba con esas palabras porque yo seguía siendo un niño, pero más tarde (ahora) lo comprendo. Era una verdadera golfa con él, y él sabía eso. Sabía que yo era su niño puto personal, y que me usaría cuando quisiera. Mi boca era prácticamente una bolsa donde el guardaba su pene cada vez que quisiera. Me gustaría saber cuántas veces tuve su verga en la boca, flácida o dura, no importaba.
Final (Parte uno)
Durante el año y medio anterior, también comenzaron los problemas. Él era un «macho». Es decir, no era amanerado para nada, tal vez ni siquiera era gay, sino que solo le gustaban los niños o niñas. (lo explico al final, para quienes no quieran entrar tanto en la historia).
Como decía, era un macho y siempre se llevaba «pesado» con mi hermano o primos (Como regularmente lo hacen los hombres). Decía que yo era puto y que mis primos si eran verdaderos hombre, cosas así, porque yo solía poner mis límites con respecto a cómo me llevaba con él en «público» o enfrente de mi mamá. Si ellos jugaban al fútbol o a “golpearse”, yo nunca me incluía con ellos.
Entonces comenzaban constantes humillaciones de él. Rubén tenía una voz gruesa y un día yo fui llorando con mi mamá porque no soportaba que él me hablara de cierta manera, y era verdad, no tenía por qué hablarme mal si yo no le hablaba mal. Entonces él dijo: Lo que pasa que tu hijo es un marica, y no puede aguantarse como los hombres. (Esto lo dijo mirándome fijamente y con ojos llenos de odio). Mi mamá lo tomaba como una discusión de padre e hijo y ya. (aunque no era ni de cerca mi padre).
Su coche se descompuso, y como lo usaba para trabajar, pues tuvo que ir a repararlo. Me dijo que quería que lo acompañara al taller y mi mamá lo permitió.
Aproximadamente a las 7PM (ya estaba oscureciendo) nos peleamos, y honestamente no recuerdo la razón, pero nos peleamos, como era de costumbre. Yo me harté y crucé la avenida enfrente del taller mecánico. Era una avenida principal, había cuatro carriles de coches. Todos los que estaban en el taller se giraron con terror de que me atropellaran. Estaba realmente furioso, pero como todo niño enojado, no pude hacer más, tuve que quedarme ahí. ¿A dónde pensaba ir después de huir?
Entonces el coche mágicamente terminó de repararse. Rubén arrancó y estacionó en el otro extremo de la avenida, se bajó del coche y fue por mí, venía a gran velocidad. Caminando, pero a gran velocidad.
«No lo creo capaz de pegarme» me dije inocentemente. Llegó y me cargó con muchísima fuerza, sentía su enojo en cómo me cargó. Al levantarme, su brazo me golpeó la cara y me sangró el labio por dentro, además de lastimarme la espalda. Yo solo di un grito y me resigné. Me aventó al coche en la parte de atrás y arrancó. Estaba aterrorizado.
Para mi mala suerte, ese día el me cuidaría a mí y a mi hermano. Era la primera vez que sucedía eso. Mi mamá debía ir a un funeral de alguien que era tan irrelevante que no nos podía llevar.
Durante el trayecto de regreso, Rubén me pidió disculpas. Yo, como cualquier niño, tenía miedo de verdad. Él intentó tocarme desde enfrente, con su brazo intentando entrar en mis piernas, pero le di una patada y lo alejé. El entendió que debía dejarme en paz, porque como cualquier niño enojado, podía decir toda la verdad en un berrinche.
Llegamos a casa por fin. Cenamos, mi mamá se despidió y le encargó cosas importantes a Rubén, típico: El gas, dinero, blablá.
Vimos películas, en una ocasión fuimos a la tienda por botanas y nada más. Como mi hermano era 4 años menor que yo, se quedó dormido. Rubén lo llevo al cuarto. Yo sabía que él jamás le haría nada a mi hermano, ni siquiera lo volteaba a ver.
Nos quedamos a solas. Una noche totalmente a solas. Ese día para él fue la lotería.
«Papi, estamos sucios del viaje y tú estás lleno de tierra al echarte a correr así, vamos a bañarnos» me dijo con tono de disculpa y casi en un susurro para no despertar a mi hermano.
Lo cierto es que yo ya tenía sueño, pero después de titubeo, me metí a bañar con él; Eso también era la primera vez, pues lógicamente no había otra situación donde me bañara con él.
Hasta aquí la parte 1. Mañana o más tarde (Si tengo tiempo) publicaré la parte 2 y última. Lo hago así porque no tengo tanto tiempo de escribir, además de que prefiero dar un respiro al lector, y como las reglas de la página es no hacer todo tan pornográfico, también me tomo el tiempo de recordar la mayor cantidad de detalles. Gracias 🙂
comos igue
Ya quisiera leer que paso 😃
Rico relato espero ansioso por la 2da parte.
Prometedor👍
Que buen relato, necesito esa segunda parte.