A mis 10 años, Rubén me hace suyo. (Parte 2, Historia real) FINAL
Después de contar cómo un hombre de 29 años me introdujo a la lujuria, contaré su acto final y me hizo suyo, dejándome marcas..
Final (Parte 2)
(1)
Su pene me quedaba a la altura del pecho. Vi cómo se enjabonaba el cuerpo. Me pasó la esponja por mi cuerpo, mi rostro, mi estómago, espalda, mis nalgas, mi pene, por todos lados. Sentía una relajación increíble. Él hizo lo mismo.
Entonces cerró la llave del agua cuando terminamos y me ordenó que me sentara en la silla que había afuera de la regadera. Se puso enfrente mío y comenzó a masturbarse: Me explicó lo que era la masturbación, y que era algo que hacíamos para sentir rico. Cada vez su respiración se hacía más sonora y entonces comenzaba a decir jadeando y con los ojos cerrados: ¿Ves papi? ¿Ves cómo mi pene se pone durísimo? ¿Te gusta? ¿Sí? ¿Te gusta?
Así siguió diciéndome, mientras su mano iba a velocidad de la luz jalando su pene hacia atrás y adelante. Entonces tomó mi cabello y me acercó a donde su pene. «Dime que te gusta mi niño, dime que te gusta y dime que tú también te masturbarás cuando no nos veamos» seguía diciendo, aunque yo (en un intento por complacerlo) dije e hice todo lo que me decía. Le decía que me gustaba y esas cosas. Mi voz aún de menor de edad le gustaba mucho. Entonces al fin vi lo que es la eyaculación, lo cual solo había escuchado en clase.
Un disparo blanco y espeso salió de aquel vergón, dándome en el ojo, pero a Rubén no le importó, el solo quería sentir su orgasmo en mi cara de inocente. Ya no le importaba donde cayeran sus disparos, al final terminé todo lleno de semen. Mis labios rosas tenían por fuera todo su líquido pegajoso. Colocó la punta de su verga en mi cara, entre mi nariz y mi ojo, y expulsó los últimos chorros con un gemido que fácilmente pudo escucharse en la casa de alado. Escuchar su gemido me excitó demasiado. Yo era un niño, pero no idiota, sabía que aquel gemido que soltó lo provoqué yo, y eso me gustaba.
Me limpió la cara aún con respiración agitada y nos fuimos a acostar, porque eso solo era el comienzo y casi final de nuestra última vez.
(2)
Me molestó ver a mi hermano en mi cama, nadie se acostaba en mi cama. Al parecer Rubén lo había decidido así. Mi cama era individual y la de mi hermano matrimonial. La razón: Mi hermano dormía con mi mamá aún, por miedo o la estupidez que fuera, y yo dormía solo.
Claro está que Rubén puso a mi hermano en mi cama para nosotros poder quedarnos con la cama grande.
No nos pusimos pijama, ni ropa interior. Nos metimos directamente en la cama así. Yo realmente tenía sueño, así que me volteé esperando que durmiéramos. Entonces quedamos en pose de «cucharita». Como él tenía un cuerpo más grande, su pene me rozaba las piernas.
El quitó las cobijas y comenzó a tocarme. Me tocó las nalgas, casi nunca lo hacía. Me dedeó por unos 10 minutos y luego decidí voltearme y comencé a hacer lo mismo, comencé a tocarlo de las nalgas y me gustó. Tenía un enorme trasero y mis manos no daban abasto. Ni siquiera con las dos podía tocar uno solo de sus glúteos por completo. Finalmente se hartó, me empujó y quedé con la vista arriba, tendido sobre la cama. Entonces gateó encima de mí, hasta que su pene llegó a mi rostro. La punta de su verga rozó desde mi abdomen hasta topar con mi nariz. Su olor era muy rico, y su líquido preseminal salía casi como si fuera una eyaculación completa. Me llenó la nariz de ese líquido transparente. Comenzó a mover la pelvis, usando su pene como un juguete y mi boca el objetivo. Su verga estaba tan erecta que al mínimo roce su pene se estremecía y se movía involuntariamente. Después de tanto buscar mi boca, la encontró. Su glande rosado y brillante quedó estancado entre mis labios, y con suavidad (y bajo tono, por mi hermano) me dijo: ábrela.
Fue tan repentino que accidentalmente su coronilla del glande fue rozada por mis dientes. No le importó, el siguió con el mete-saca suavemente por unos 3 minutos. Al haber salido del baño su pene no sabía tan salado, tenía un sabor limpio y me gustaba, por fin pude usar mi lengua. Le chupé la punta de arriba a abajo con mi lengua, jugando con su cabeza. El gemía de placer, y eso me prendía mucho. Sobre todo, porque no dejaba de hablar en voz baja diciéndome: Sí mi amor, así me gusta que lo hagas mi niño. Entonces aumentó la velocidad, yo ya no podía con la saliva acumulada del sexo oral, se me escurrían grandes cantidades de saliva y líquido preseminal por los cachetes, pero eso no me importó porque realmente me estaba gustando complacerlo. Él estaba gimiendo cada vez más, además de que me estaba ahogando un poco; cada vez que su pene salía de mi boca yo intentaba tomar aire, pero al estarme follando tan rápido por mis labios no podía, sumado a la saliva, era un ruido burbujeante. Todo eso opacado por un ruido que superaba aquellos mencionados: el ruido de la cama rechinando.
Durante todo ese tiempo él estaba con las manos en la pared sujetándose, en la cabecera de la cama, y yo tenía mis manos en sus enormes nalgas, como si no fuera suficiente las embestidas que me estaba dando. Hablamos de dos cuerpos totalmente distintos. Él para mí era una bestia enorme y yo un simple conejo.
Finalmente se detuvo, pude girar mis ojos hacia arriba, para mirarlo. El notó que yo tenía lágrimas escurriendo de mis ojos, pero fue algo que ni siquiera le hizo caso.
Me vio con una sonrisa y suspiró, pude leer en su mente las palabras: Eres una puta. Casi burlándose de mí. Me pregunté a mí mismo ¿Cómo me veo? Seguramente ridículo. Lleno de lágrimas, rojo como tomate, respirando igual de rápido que él, con toda la cara mojada en un líquido compuesto un 50% por el sudor de ambos, 30% mi saliva y un 20% su líquido preseminal.
Pensé que todo había terminado, y no fue así, faltaba la cereza del pastel para él.
(3)
No tuvo ningún pudor en cargarme, y voltearme. Me puso en cuatro. No podía hacer nada, ya no tenía control sobre mi cuerpo. Así como me cargó con facilidad, me acomodó con facilidad de la misma forma. Tomó mis caderas y las hizo hacia atrás, y hundió mi espalda. Solté otra lágrima del dolor, porque aún estaba lastimado de hace unas horas cuando me cargó bruscamente afuera del taller.
Comenzó a darme el beso negro más largo de mi vida (y el primero). Sentía cosquillas al inicio y después un poco de vergüenza.
Intenté recobrar mi columna. Estar en posición de perrito tanto tiempo me lastimaba. En cuanto levanté mi espalda, él lo supo y sin retirar su cara de mis enormes nalgas, con una de sus manos bajó mi espalda para encorvar hacia abajo nuevamente, así mi trasero se abría más.
No sé exactamente cuánto tiempo tuvo su lengua en mi ano, pero entre cada metida de su lengua escuchaba: Maldita perra qué rica estás. Yo estaba llorando del dolor de la posición. Con trabajos pude voltear para ver qué hacía. Solo alcancé a ver su frente, pues su rostro estaba totalmente metido entre mis nalgas. Sus ojos en cada uno de mis glúteos, su nariz casi incrustada junto con su lengua en mi hoyito.
Se incorporó finalmente y me dio una nalgada en cada glúteo. Se puso encima de mí, su pecho ahora se juntaba con mi espalda, como si me estuviera abrazando por atrás. Pude sentir su pene colgando y descansando desde mi espalda hasta terminar en medio de mi trasero.
Me rodeó con sus brazos por mi estómago y me juntó hacia él, al fin pude descansar de la posición. Y me dijo en voz baja al oído: Ya sabes papi, no debes decirle a nadie de esto, o nos meteremos en problemas y ya sabes que nadie te va creer.
Por raro que parezca, no era una amenaza, era la verdad. Casi me lo dijo como si de un consejo de un mejor amigo se tratara.
(4)
Su enorme polla, por obvias razones, no entró. Sentía tanta vergüenza y miedo. Sobre todo, miedo. No pude contener las lágrimas esta vez. Pero lo hice en silencio.
«Oh, okey, intentemos de nuevo» dijo Rubén, casi burlesco al tener ese pequeño tropiezo con mi culo.
Esta vez pude sentir el infierno. Calculando el dolor que sentí y lo que mis paredes internas sentían, deduje que había metido la cabeza de su polla.
Afortunadamente ahí se quedó unos segundos. Porque agarró su pene y comenzó a moverlo en círculos dentro de mí, mientras gemía de placer. Yo estaba estallando en un llanto silencioso. Le pedía en voz baja que lo sacara, que no diría nada pero que lo sacara por favor.
Me ignoró en el 100% de mis ruegos.
Ahora comenzó a violarme. Mis caderas tuvieron moretones más tarde de lo fuerte que me sostenía, porque cuando tienes sexo y sientes demasiado placer, debes descargar esa fuerza en algún lugar y el lugar más próximo son las manos, algunos arañan la espalda, otros nalguean, en este caso el me sujetaba con fuerza. Era obvio que estaba tan excitado que no medía su vigor y violencia con mi cuerpo frágil y pequeño.
Siguió abusando de mí, al ritmo del tic-toc del reloj. Llegó un punto donde me resigné, él estaba totalmente perdido, la mitad de su pene ya entraba fácilmente por mi recto.
El dolor ya me sobrepasaba, además de que su peso me estaba ganando. No pude más y terminé acostándome totalmente boca abajo. Él cayó conmigo, y ahora me siguió cogiendo, haciéndome suyo, en la posición conocida como “perro tumbado”.
Debido a la posición, su pene llegaba menos dentro de mí; lo malo era que, una vez que cayó, su pene se introduciría más profundo también, pero Rubén anticipó esto y con una de sus manos cerró mi boca sabiendo que gritaría de dolor. Rápidamente puso su palma sobre mis labios, guardando mi grito adolorido. Después de que me acostumbré nuevamente al dolor, metió sus dedos dentro de mi boca y con su otra mano comenzó a hacerme “doble penetración”. Esa noche conocí el dolor de verdad. Afortunadamente metió sus dedos con las uñas pegadas a su pene, para no lastimarme por dentro.
Hubo un instante donde mantuvo su verga y dedos lo más profundo posible, los mantuvo ahí por unos 30 segundos. 30 segundos en los que ahora se dedicaba nuevamente el movimiento circular dentro de mí, y me dedeaba como si mi ano fuera una vagina. Después de eso, continuó follándome, pero esta vez con menos velocidad.
Nunca en mi vida había sudado tanto, parecíamos tomates los dos, completamente rojos, y su sudor goteaba de su cabello de corte militar en mi nuca y cuello. La almohada estaba como si la hubiéramos metido en una cubeta llena de agua. Las cobijas azul claro ahora estaban en un azul rey debido a la humedad del sudor y saliva, totalmente desechas.
Toda esta violación duró (haciendo memoria) unos 30 minutos, pero para mí en ese entonces sentí que fue toda la noche.
Nunca supe si su pene entró todo. Me dolía el cuello para poder voltear, además mi espalda baja me dolía. Más tarde el médico nos habría dicho que mi espalda estaba hinchada por mala postura o mal dormir, nos recetaría una pomada con diclofenaco y listo.
Yo estaba con rostro inexpresivo sobre la almohada, probablemente su erección si había entrado al 100% dentro de mí, pero lo dudo, porque me hubiera provocado heridas graves y creo que Rubén sabía limitarse.
Comenzó a gemir más y más fuerte, y podía sentir su respiración desde mi nuca hasta mi espalda: Un vapor caliente para después sentir frío por su inhalación, así sucesivamente. Apreté la almohada con los dientes porque las embestidas aumentaron de velocidad más y más fuertes como antes. Mucha más velocidad de cuando me cogió por la boca, minutos antes.
Le rogué por última vez que ya basta, girándome hacia él (aun escurriéndome saliva y presemen de la boca), dije que me portaría bien, pero hizo caso omiso.
«Pídeme que deje de hacerlo mi niño, pídemelo por favor ¿Si, chiquito? Y te juro que me detengo» decía Rubén entre jadeos, con los ojos cerrados y tratando llegar al orgasmo. Cada vez que terminaba una palabra empujaba con más fuerza, podía ver sus contracciones del cuerpo.
Entendí su juego, así que solo me resigné y recosté mi rostro nuevamente, cansado.
Finalmente sacó su pene y sentí un alivio inmenso, pero pude sentir el vacío dentro de mi culo por unos segundos. Sentí como se cerraba, herido y cansado. Mis paredes internas habían sido expandidas y cerradas durante más de 15 minutos seguidos. Solo Dios sabe cuántos kilómetros de verga recorrió mi ano esa noche.
Sacó tanta leche que se formó una mini piscina de líquido blanco en mi espalda, para luego ser derramada por los costados y caer en la sábana.
Durante su orgasmo seguía diciéndome cosas humillantes como Puta, Perra, Golfa, Qué bien te portaste, Así me gusta.
Jamás me sentí más humillado en mi vida, pero entiendo que cuando llegas al orgasmo te gusta decir tus últimas palabras más sucias o humillantes, que te hagan sentir poder, porque es el momento del sexo más rico.
El dolor era insoportable, era real. Aun y con la violación que sufrí, también llegué al orgasmo, aunque estaba todavía joven para eyacular. Me sentí, en cierta forma, un poco amado y deseado. Ya había tenido experiencias sexuales con él, así que no era nuevo en el tema para cuando esa noche de violación llegó. Por lo que el hecho de sentir su hombría y su cuerpo dominándome como si yo fuera un simple trapo que él usa para complacerse, me creó un fetiche de ser una perra que le gusta complacer hombres como él. De todas formas, el dolor físico venció a mis deseos sexuales, y me quedé llorando en la cama en silencio, mientras Rubén me cargaba y colocaba en su hombro. Yo estaba casi en posición fetal, recostado en su pecho.
Me acarició toda la noche hasta que me dormí. Durante la madrugada me despertaba porque el me daba cogidas intermitentes, pero suaves, casi arrulladoras. Realmente ni siquiera me cogía, solamente se masturbaba entre mis nalgas desnudas o ponía la punta de su pene entre mis labios, sin llegar a meterla toda. Sentí en un par de ocasiones (entre sueños) el sabor de su semen y como después me lo limpiaba con servilletas o lo que sea. Claro que no era un sueño.
Amanecí y tenía mi pijama puesto, junto con ropa interior. Echó las sábanas y cobijas a la ropa sucia, no sin antes llenarlas de kétchup y salsa picante para así tener una excusa con mi mamá sobre porqué las sábanas estaban lavadas.
Esforzarme por caminar durante dos meses es de las cosas más complicadas que hice en mi vida.
Epílogo
Tuve que contarle a mi mamá lo que sucedió. Pero no de esa forma ni de inmediato, sino después de los dos meses de recuperación y un mes extra por las clases.
Estaba tan enojado y aproveché un momento donde Rubén una vez más se dedicaba a ofenderme delante de todos. Estábamos en un puesto de comida ordenando, y me levanté y fui hacia la tienda (que estaba enfrente del puesto de comida, donde mi mamá estaba atendiendo). Camino a la tienda estaba con tal cólera que no pensé qué diría exactamente, por lo que al llegar lo único que dije fue: Rubén me dijo que quiere estar en la cama conmigo.
Al final ella no me creyó, y lo aludió a un ataque de celos, mi abuela dudó. Pero en el fondo ella sabe que algo sucedió. Obviamente Rubén dejó de vernos, mi mamá dijo que «él necesitaba su espacio», pero era obvio que ella le pidió explicaciones. No sé hasta el día de hoy qué habrán platicado, ni qué habrá dicho Rubén para convencerla de que no hizo nada conmigo.
Desde esa violación me «desmayaba» constantemente. Uso comillas porque no perdía la consciencia como tal, solo era perderla por un segundo y ya, por lo que caía.
Tuve ese tipo de desmayos por unos 3 años.
La cantidad de traumas sexuales que tuve fueron infinitos que me persiguen hasta ahora que tengo 22 años. Desde adicción a la masturbación, creación de fantasías, hipersexualidad con mi primo (contado en otro relato), incluso he llegado al acoso hacia chicos que me gustan.
Todo lo que Rubén me hizo, me gustaría hacérselo a otros varones (especialmente heterosexuales) nalgones, como futbolistas. Que los domino y los hago mis perras. Pero al mismo tiempo, no puedo quitarme de la mente que me vuelven a coger con esa fuerza, que me vuelven a violar y hacerme sentir una mujercita en celo.
Me hice adicto al porno, a los relatos eróticos (como llegué aquí), e incluso a fetiches (como ser cornudo, algo que explicaré en un relato heterosexual después)
Cuando cumplí 17 años mi mamá me contó que se había encontrado a Rubén en el taxi que tomó. «Fíjate que me contó que se fue a vivir con una vieja, y que la tipa tenía una niña de 8 años, pero que un día la niña comenzó a hacerse del pipí, y acusaron a Rubén de haberla tocado y esas cosas, ¿sabes? al final mejor cortó su relación con esa mujer» fue lo que me dijo mi mamá, muy resumidamente. Me he preguntado si me lo dijo porque es verdad, o lo inventó para ver cómo reaccionaba yo.
Sea cual sea la situación, no he vuelto a verlo, pero según mis primos que lo han visto en la calle, se está quedando calvo y ha engordado, está demasiado “acabado”. Si tan solo se hubiera mantenido en buena forma, talvez hoy seguiría dándole mamadas a escondidas todo el día si así lo quisiera él, total, el daño ya estaba hecho.
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