ABEL Y YO (II) – CONFESIONES EN VERANO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulcehombre.
Después de pasarnos mas de la mitad de la tarde escondidos entre arbustos a la orilla del río en la que pasamos de pajas cruzadas a la mamada despertó que me dio Abel, nos vestimos y fuimos a controlar las cañas clavadas en la orilla que habíamos abandonado. Como no se había enganchado ningún bagre ni el lugar aparentaba como adecuado para la pesca, probamos suerte un tramo mas adelante.
Esperábamos el pique sentados de cara al río y a la sombra de un arbusto. Era un paisaje sereno, apenas interrumpido por los ruidos de la naturaleza. El cielo era de un celeste limpio y profundo. Nos mantuvimos en silencio un largo rato.
Cuando habló fue para preguntarme si era puto.
Le dije que no. Que como hoy estuve solo con él pero que de chico un tipo me la se hizo agarrar varias veces. Y que me había gustado pero nunca lo había hecho como hoy. Y que nunca me la habían chupado.
Le pregunté si él era puto. Me dijo que sí.
Por entonces y entre muchachos nos referíamos al tema con simpleza y con unas pocas palabras rústicas que todos conocíamos por su calificación de “malas palabras” y que estaba prohibidísimo de usarse ante cualquier adultos, sean padres, maestros o cualquier otro. El sexo era un tema tabú y por lo tanto estaba en el listado que indicaba que: “de eso no se habla”. Para nosotros, ni creo que para nadie, existían palabras como “gay”, “felación”, “homo” o “les”.
Habría términos adecuados para un vocabulario no vulgar, pero no formaban parte del nuestro. Nos entendíamos diciendo pija, pinchila, verga, concha, zorro, chupada y otras tantas que mencionaban el genital o las prácticas. Y se era macho o se era puto (también marica o marcha atrás) o se era mujer o tortillera. Y a la vez las hembras podían ser una señora o una puta. Eran tiempos donde había muchos mas perjuicios sociales que sutilezas o eufemismos para uso en las charlas.
Quise saber quien se lo “culiaba”. No me contestó. Se fugó contándome que se había animado a estar conmigo porque sabía que no me gustaba andar hablando Y porque le parecía que a mi me iba a gustar cogerlo.
—Pero no te cogí, le contesté.
—No importa, respondió.
Seguí callado.
— Si mi viejo se llega a enterar que soy puto me dará azotes con el cinto. Dijo, mas que para romper el silencio para asegurar el mío.
Y no me dejarán salir mas a la calle. Agregó como para reforzar mi compromiso.
Contesté que no se lo diría ni a mi perro.
Quise saber cuando se hizo puto y me fue contando que empezó de chico con su tío. Era un medio hermano de su madre. En esa época él tenía 10 años y no sabía la edad exacta del tío pero lo veía como un hombre grande. Su familia todavía vivía en el pueblo de toda la familia de su madre.
Después de cada parrafada de datos quedaba callado como buscando datos que estaban replegados en su memoria.
— Y como fue que el tío te hizo puto. Insistí.
Dijo que fue cuando su abuela se enfermó y quedó postrada la cuidaron entre una tía y su madre. Cada semana intercambiaban el turno de la noche. Como su padre trabajaba en el campo y regresaba el fin de semana, sus hermanitas y él no podían quedar solos en su casa. Así que llevaba a sus hermanitas a que duerman en casa de su tía, junto a sus primas, pero como la casa era muy chica a él lo dejaba en lo del tío que, ahora sabe, tenía 35 años. Vivía solo desde que la esposa se fue con un viajante.
Su madre lo dejaba después de la cena y lo retiraba temprano a la mañana para enviarlo a la escuela. La rutina terminó ya finalizaba la primaria y hasta entonces pasaron mas de dos años durmiendo semana de por medio en la casa del tío. Agregó que desde antes de que lo agarre el tío no le interesaban las chicas pero después sabía que solo le gustaban los hombres.
También contó que empezaron jugando a la lucha en el sillón de mirar tele. Sentía que le pasaba el bulto por las piernas hasta que un día hizo que se la acaricie por arriba del pantalón. Después de la mostró. Y lo invitó a que la agarre. Le sintió el gusto a prenderse de una verga bien grande, tanto que no le cabía en la mano.
Dijo que ya había tocado antes una verga. Fue cuando tenía unos siete u ocho años y un primo, que era de la capital, vino unas vacaciones a su casa.. A la siesta estaban solos y le mostraba como se le paraba la pija y luego se hacía la paja. Un día se la puso en la mano. Nunca volvió a tocársela a nadie hasta el día que su tío lo invitó.
Después el tío le enseño a pajearlo. Y a chuparla. Se dejaba llevar porque le gustaba cada vez mas y que cuando lo empezó a “culiar” le dolía. Y también le dolía después, cuando se tocaba o iba al baño. Lo fue agarrando siempre y con cuidado. Le dejó de doler y le empezó a gustar mucho.
Al principio todo pasaba en la cama pero después, cuando se acostumbró y le gustaba mucho, se la empezó a poner cuando estaban por cualquier lugar. Apoyado en la mesa de la cocina, sentado encima del tío en el sillón de la sala, en la ducha y hasta en el patio lo agarró varias noches de verano. Cuando entraban juntos a la ducha lo hacía arrodillar para cogerlo por la boca. Al principio le rebalsaba la leche. Después lo acostumbró a tragarla. Otras veces se la hacía mamar pero sin descargarse. Era porque después lo cogía y le volcaba la leche adentro. Le gustaba obedecer y hacer lo que le pedía.
Me dijo que desde los doce o trece años ya sabía que era puto para siempre.
Abel contaba su historia con frases cortas, mezquinas, como tomando del aire partes de una película que se esforzaba en acomodar, ordenar y reconstruir para que la entienda cabalmente. Era como si mis preguntas en ese marco de intimidad y complicidad lo hubiesen animado a descargar un pasado secreto que, también dijo, hasta ese día nunca había mostrado a nadie.
Después de ese día volvimos al lugar muchas veces.
Pasamos de pajas a chupadas recíprocas y de coger a ser cogido. Recibí las mismas lecciones y con el mismo arte que en su tiempo aprendió de su tío.
Nos escondíamos en el primer lugar en el que nos hicimos las primeras pajas. Tendíamos nuestras ropas a modo de lona y a su tiempo cada uno daba y recibía. Allí fue que me desvirgó. Me dolió las dos o tres primeras veces que resultaron mas sabrosas por mi curiosidad y por estar haciendo algo nuevo y prohibido que por el goce que esas primeras veces me produjeron.
Pero mis recuerdos exquisitos son los de las cogidas que después y durante un año y medio me supo dar. Era tan bueno con su verga como con su mano o con su boca. Llegó al punto en que mi placer comenzaba desde el momento mismo en que me desnudaba para acostarme dándole la espalda.
Con manos suaves o con la punta de su verga bien dura y caliente me acariciaba los hombros, la espalda, el culo y los muslos llevándome hasta lograr mi entrega servil, de sometido a su rol de activo. Me privaba de la voluntad y dejaba que el deseo me desborde hasta gemir de ganas de ser clavado por su verga. Son sensaciones inolvidables las de sentirlo acostado sobre mi espalda o mientras me montaba atravesándome el centro del culo, dominandome desde su pija, desde la cabeza de su pija entrando por mi aro y siguiendo en un entre y salga que sumaba placer con deseos de mas y mas.
Cuando su estaca descargaba su leche se derrumbaba sobre mi cuerpo. Lo sentía cubriéndome entero y sus suspiros de aire caliente rozándome el cuello, orejas o mi cara colorada y deseosa de que me la lama como lo hacía con la punta de la lengua dentro de mi oreja.
Era un puto absolutamente feliz sea porque me daba o porque le daba yo. Pero tanto me gustaba recibirlo que lo soñé muchas veces y andando despierto caminaba o me sentaba imaginando que me la ponía. Otras veces movía la mano como si estuviese agarrándosela. Lo llevaba así a todos lados. Cuando esperaba en algún lugar o escuchaba una clases mi imaginación me organizaba una fuga hasta su cuerpo desnudo, hasta su pija en mi mano, en mi boca o en mi centro.
En estado de conciencia, contaba los días y las horas en que nos volveríamos a encontrar en el yuyal.
Y lo hicimos tantas veces como pudimos, o como él pudo, pues llegó el tiempo en el que todo se derrumbó por una fatalidad que no solo lo puso en boca de todos sino que incendió la aldea.
hermoso relato